Richard Powers - El eco de la memoria

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Una novela sobre el recuerdo y el olvido, de la mano de uno de los escritores con más talento de Estados Unidos.
Una llamada anónima avisa de un accidente en una carretera a las afueras de Nebraska. Mark Shluter es trasladado al hospital donde entra en coma, junto a él había una nota anónima con un extraño mensaje: «No soy Nadie, pero esta noche en la carretera del norte, DIOS me guió hasta ti para que pudieras vivir y traer de vuelta a alguien más». Karin Shluter, hermano de Mark, vuelve a su ciudad natal para cuidar de su hermano. Educados por padres inestables, ninguno de los dos ha encontrado el equilibrio en sus vidas. Un día, Mark despierta del coma con un extraño caso de síndrome de Capgras, un tipo de amnesia en la que el afectado recuerda todos los detalles referentes a su vida salvo los sentimientos ligados a ellos. ¿Vio Mark algo que no debía saber aquella noche en la carretera?

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La respuesta encolerizó a Karin.

– Ese hombre me está eludiendo -le dijo a Daniel-. Ha obtenido lo que quería, y ahora nos da de lado.

Daniel trató de ocultar su azoramiento.

– Dudo de que tenga tiempo siquiera para eludirte. Su vida en estos momentos debe de ser una locura. Televisión, radio y prensa a diario.

– Lo supe, durante todo el tiempo que estuvo aquí. Cree que se trata de un paciente problemático. Que soy una familiar problemática. Ha leído mi correo y ha encargado a su personal que le encubra. Tal vez ni siquiera ha sitio su secretaria, tal vez ha sido él mismo, fingiendo…

– Vamos, Karin. -Daniel parecía haberse vuelto más viejo que el neurocientífico-. No sabemos…

– ¡No seas condescendiente conmigo! No me importa lo que sabemos o dejamos de saber.

– Chsss. De acuerdo. Estás enfadada. Tienes razón para estarlo. Con todo el personal médico. Con todo este asunto. Tal vez incluso enfadada con Mark.

– ¿Me estás analizando?

– No te estoy analizando. Solo veo que…

– ¿Quién coño…?

¿Te crees que eres?

Las palabras, incluso ahogadas, los enmudecieron a los dos. A Karin empezaron a temblarle las manos y se sentó, aturdida.

– Dios mío, Daniel. ¿Qué está pasando? ¿Cómo es posible que hable así? Soy él. Peor que él.

Daniel fue a su lado y la hizo revivir frotándole el brazo.

– El enojo es un sentimiento natural – replicó-. Todo el mundo se enfada.

Todos menos el santo con el que ella vivía.

Karin solicitó una cita con el doctor Hayes. Al entrar en el aparcamiento del Buen Samaritano, recordó la noche del accidente. Tuvo que permanecer diez minutos sentada en el vehículo estacionado antes de que las piernas pudieran soportar su peso.

Saludó al doctor Hayes de una manera profesional. El contador de la cita estaba en marcha. Enumeró los nuevos síntomas de Mark, que el neurólogo anotó en el historial del paciente.

– ¿Por qué no lo trae? Sería mejor que lo examinara de nuevo.

– No querrá venir -replicó Karin-. No me hará caso, ahora que vuelve a vivir solo.

– ¿No ha pensado en iniciar los trámites para obtener la tutoría legal?

– ¿Cómo… qué supondría eso? ¿Tendría que declararle mentalmente incapacitado?

Hayes le proporcionó un contacto. Karin lo anotó, embargada por la inquietante esperanza. Recurrir a la ley contra su hermano. Protegerlo de sí mismo.

– ¿Hasta qué punto su hermano está seguro de que su hogar es una falsificación?

– En una escala de diez, digamos que sería el siete.

– ¿Cómo explica él ese cambio?

– Cree que, desde el accidente, está en observación.

– Bueno, eso es cierto, ¿no? Lástima que nuestro escritor no esté aquí para ver lo que ocurre. Esta es una situación que podría haber salido directamente de uno de sus casos.

– Pero no ha salido -replicó ella, crispada.

– No. Perdone. No ha salido de ahí. -Dejó la pluma y deslizó los dedos por un grueso volumen médico encuadernado en tela verde que estaba en la estantería a sus espaldas, pero no lo sacó-. Los estudios revelan una elevada incidencia de superposición en los diversos síndromes de identificación falsa. La cuarta parte, o incluso más, de los pacientes con síndrome de Capgras desarrollan otros síntomas delirantes. Si consideramos las diferentes causas del Capgras…

– ¿Me está diciendo que podría empeorar? ¿Que podría empezar a tener cualquier clase de pensamientos? ¿Por qué nadie me ha hablado de ello hasta ahora?

Él la miró con una serenidad irritante.

– Porque nunca había sucedido antes.

El doctor Hayes quería someter a Mark a más observación. Fijaron para dentro de una semana su primera sesión, como paciente externo, de terapia cognitiva conductual. La terapeuta, la doctora Jill Tower, ya había examinado el historial. El doctor Hayes realizaría un seguimiento evaluador. Entretanto, no se modificaría ni el diagnóstico ni el tratamiento indicado.

Llegaron al minuto diecisiete de la entrevista, y ella ya estaba exhausta.

– También quisiera conocer su opinión -empezó a decir-. Tengo entendido que el doctor Weber es un experto reconocido. Pero he estado leyendo acerca de la clase de terapia que practica y me parece… no sé, una especie de condicionamiento con pretensiones. Intentan atenuar el delirio mediante el adiestramiento y… la modificación. ¿Cree usted que esa terapia es apropiada en la situación de Mark? El escáner muestra que hay una lesión. ¿Qué bien puede hacer el cambio de hábitos mentales cuando hay una lesión física?

Acababa de tocar un punto delicado: era evidente por la manera en que el neurólogo empezó a salirse por la tangente.

– Tenemos que explorar diversos enfoques. Desde luego, la terapia cognitiva conductual no hará ningún daño a su hermano mientras aprende a adaptarse a su nuevo yo. Confusión, enojo, ansiedad…

Ella hizo una mueca.

– ¿Tiene alguna posibilidad de ayudar a resolver su síndrome de Capgras?

Él giró de nuevo en su sillón hacia la estantería, pero, una vez más, no sacó ningún tomo.

– Ciertos estudios muestran alguna mejora de los delirios de identificación falsa en trastornos psiquiátricos. No sabemos si la terapia cognitiva conductual puede hacer algo en un caso de Capgras causado por un trauma encefálico. Tendremos que esperar y ver.

– ¿Somos los conejillos de Indias?

– A menudo la medicina comporta cierto grado de experimentación.

– Cada vez que le hago ver a Mark lo loco que se está volviendo, él me sale con otra complicada teoría que explica su manera de ser. ¿Cómo puede un terapeuta razonar con él para que cambie esa actitud?

– La terapia cognitiva conductual no consiste en razonamiento, sino en adaptación emocional. Se adiestra a los pacientes para que exploren sus sistemas de creencias. Se les ayuda a trabajar su sentido del yo. Se les da ejercicios para cambiar…

– ¿Ayuda a Mark a explorar por qué cree que no soy quien soy?

Quienquiera que fuese esa persona.

– Tenemos que determinar la potencia de su delirio. Tal vez no sea más resistente a la modificación que cualquier creencia. Hay personas que cambian de partido político. La gente se enamora y deja de estar enamorada. Quienes atacan una religión pueden convertirse al mismo credo que atacaban. No sabemos qué es lo que sucede en un síndrome de identificación falsa. No podemos causarlo ni eliminarlo. Lo que está en nuestra mano es lograr que resulte más fácil vivir con él.

– ¿Más fácil para…? -Modificó lo que iba a decir- Entonces, ¿«más fácil» es lo mejor que podemos esperar?

– Eso podría ser mucho.

– ¿Prescribe el doctor Weber la terapia cognitiva para todos sus casos intratables?

El doctor Hayes parpadeó, y en sus ojos apareció un leve brillo que casi olvidaba su código ético. Un brillo que admitía: «Bueno, ya sabe, los médicos a menudo prescriben antibióticos para los resfriados».

– No recomendaríamos el envío a un especialista si no tuviera alguna posibilidad de ayudar.

El profesional, en el acto de cerrar filas. Pero ella le haría dar un paso adelante.

– ¿Habría enviado usted a mi hermano si no hubiera sido por el doctor Weber?

La sonrisa del médico se ensombreció.

– No es ningún problema para mí apoyar su recomendación.

– Pero ¿terapia conductual para una lesión? Eso es como convencer a alguien de que deje de ser ciego.

– A una persona que se ha quedado ciega por accidente le irá bien la ayuda para adaptarse a la ceguera.

– Entonces, ¿esto no es más que una ayuda para adaptarse? ¿No hay nada más? ¿Ninguna actuación médica? ¿Incluso cuando es evidente que mi hermano está empeorando?

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