Richard Powers - El eco de la memoria

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Una novela sobre el recuerdo y el olvido, de la mano de uno de los escritores con más talento de Estados Unidos.
Una llamada anónima avisa de un accidente en una carretera a las afueras de Nebraska. Mark Shluter es trasladado al hospital donde entra en coma, junto a él había una nota anónima con un extraño mensaje: «No soy Nadie, pero esta noche en la carretera del norte, DIOS me guió hasta ti para que pudieras vivir y traer de vuelta a alguien más». Karin Shluter, hermano de Mark, vuelve a su ciudad natal para cuidar de su hermano. Educados por padres inestables, ninguno de los dos ha encontrado el equilibrio en sus vidas. Un día, Mark despierta del coma con un extraño caso de síndrome de Capgras, un tipo de amnesia en la que el afectado recuerda todos los detalles referentes a su vida salvo los sentimientos ligados a ellos. ¿Vio Mark algo que no debía saber aquella noche en la carretera?

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– Espera -le dijo él- Sé cómo averiguar de una vez por todas si esta casa es auténtica o no. Quedaos aquí las dos. ¡No miréis! Que no descubra a ninguna de las dos espiando.

Fue a la cocina. Bonnie dirigió a Karin una mirada inquisitiva. Karin estaba desanimada, pues sabía qué era lo que Mark buscaba. Le oyó arrodillarse y rebuscar en el armarito debajo del fregadero. Una vieja y heredada vergüenza le impidió llamarle, antiguos secretos familiares que los incomunicaba.

Él regresó con una expresión triunfante.

– Te dije que este sitio es una falsificación. Falta algo mío, algo que ellos no duplicarían.

Miró a Bonnie de una manera significativa. La muchacha, apoyada en un taburete de bar, miró a Karin. Esta solo tenía que decir: «Mira, Mark, eché tu alijo al váter y tiré de la cadena». Pero no pudo. No podía decirle que sabía que se drogaba, que tal vez incluso lo hizo la noche del accidente. De todos modos, eso no serviría de nada. A él se le ocurriría otra teoría, sin que le afectara algo tan nimio como los hechos.

Mark volvió y se sentó a su lado en el sofá. Parecía a punto de rodearla con el brazo.

– Sé que has de fingir ignorancia. Ese es tu trabajo. Lo acepto. Pero dime si estoy en peligro. En los dos últimos meses hemos llegado a conocernos lo bastante bien como para que me digas eso. Dime si volverán a hacerme daño, ¿quieres?

Karin agitó las manos, como un chimpancé que se debatiera con el lenguaje de signos. Bonnie respondió en su lugar.

– Nadie va a hacerte daño, Mark. No mientras nosotras estemos contigo.

– ¡Por Dios! ¡No se habrían gastado tanto dinero si no se propusieran terminar el trabajo que dejaron a medias el 20 de febrero de 2002! ¿No es cierto? Vamos. Echemos un vistazo fuera.

Salió de la casa y echó a andar por la calle Carson. Las mujeres le siguieron. Todas las casas de la manzana eran variaciones de su Homestar. La reciente parcelación acogería las primeras estructuras nuevas que se añadirían a la atrasada localidad de Farview desde la crisis agrícola. A lo largo de la calle se veía movimiento de cortinas, pero nadie salió de casa para charlar con un mecánico de matadero que sufría una lesión cerebral.

Mark avanzó calle arriba, estupefacto.

– Esto debe de haber costado una fortuna. Debe de haber mil ojos observándome. Ojalá supiera por qué me he vuelto tan importante.

Bonnie le tomó del brazo. Karin se esperaba que fuera a decirle alguna cosa de carácter religioso, como que Dios alimentaba a los gorriones a pesar de los mil ojos que los observaban. Pero la inteligencia que demostró al no decir nada la sorprendió.

Mark giró sobre sus talones.

– Me gustaría saber dónde estamos exactamente.

Karin se llevó las manos a las sienes.

– Ya has visto cómo hemos venido desde la ciudad.

– Bueno, la verdad es que he ido mirando un poco por la luneta trasera.

Sonrió con cierta timidez.

– Al sur del condado y en línea recta hacia el oeste, a trece kilómetros de Greyser. El lugar de siempre. Has visto las granjas de todo el mundo.

Él le asió el brazo y se puso rígido.

– Espera un momento. ¿Me estás diciendo que la ciudad entera…?

Karin soltó una risita ahogada. Sintió que estaba perdiendo la paciencia. La tensión de la vida cotidiana en el recién descubierto territorio de su hermano la estaba deprimiendo. Kearney, Nebraska: una falsificación colosal, una réplica hueca de tamaño natural. Eso mismo era lo que ella pensaba en su adolescencia. Y luego volvería a pensarlo, cada vez que regresaba durante la enfermedad terminal de su madre. El mundo de la pradera. Sus risitas se hicieron más fuertes. Se volvió para mirar a Bonnie, cuyo rostro exhibía una alelada sonrisa petrificada. La joven le devolvió la mirada, asustada, y no por Mark.

– Ayúdame -logró decir Karin antes de sufrir un nuevo acceso de risita nerviosa.

Bonnie se decidió por fin a aceptar el envite. Guió a Mark de regreso a la Homestar, inclinándose hacia él y trazando grandes óvalos en su espalda, como si practicara la caligrafía cursiva.

– Eso no es lo que está diciendo, Mark. Está diciendo que esa es tu casa y que está aquí, donde realmente vives. Y yo te digo que me ocuparé personalmente de dejar tu nido tal como te gusta.

– ¿De veras? ¿Incluye eso tu mudanza a mi casa? Oh, sí, un toque femenino. Las mejores cosas de la vida. Pero me olvidaba: probablemente querrás esperar al papeleo. Que sea por completo legal y todas esas mandangas. ¿No vamos a jugar a papás y mamás?

Bonnie se ruborizó y lo condujo hacia la casa. A lo largo del camino, Mark fue señalando pequeñas anomalías que encontraba: un árbol que no estaba en su sitio, un coche erróneo en el sendero de acceso. Cada desesperado logro de su memoria le revitalizaba un poco. Un cobertizo de herramientas de un vecino situado cuatro metros más allá hacia el oeste le llenó de regocijo. Su memoria visual dejaba helada a Karin. De alguna manera, el daño sufrido le había desbloqueado, eliminando las categorías mentales que obstaculizaban la verdadera visión. Lo supuesto ya no se imponía a lo observado. Ahora cada mirada producía su propio paisaje nuevo.

Cuando estuvieron de regreso en casa, vieron que Blackie se había escapado del patio trasero y se paseaba por los escalones de la entrada, jadeando frenéticamente. Retrocedió, gañendo, al recordar el mal trato que había sufrido a manos de su amo la última vez que lo vio. Pero unos recuerdos de más largo alcance se impusieron al temor. Cuando los seres humanos se aproximaban, corrió por el césped, alegre y sufriente, saltando adelante pero fintando a un lado, dispuesta a huir al menor gesto extraño. Mark permanecía quieto, lo cual envalentonó al animal hasta que se abalanzó sobre él, le empujó el torso con las patas y a punto estuvo de derribarlo. Cuanto más inferior es el cerebro, tanto más lenta es la desaparición de los sentimientos. Es posible que en una lombriz de tierra el amor no se extinga jamás.

Mark tomó las patas de su perra y bailó con ella un vals sin demasiada convicción.

– ¡Mirad este patético bicho! Ni siquiera sabe quién no es. Alguien la ha adiestrado para que sea mi perra, y ahora ni siquiera sabe qué otra cosa ser. Supongo que voy a tener que cuidar de ti, ¿verdad, chica? ¿Quién lo hará si yo no lo hago?

Cuando los cuatro regresaron al interior, Mark dirigía un torrente de órdenes a la alegre perra.

– Bueno, ¿cómo diablos se supone que tengo que llamarte? ¿Eh? ¿Qué nombre te pongo? ¿Qué te parece Blackie Dos?

El animal ladró lleno de júbilo.

* * *

Iban a por Mark Schluter: eso era evidente. Un hombre tendría que ser un vegetal para no percatarse de ello. Estaban haciendo con él alguna clase de experimento, tan malo en ciertos aspectos que haría reír incluso a un niño convencido todavía de que Papá Noel existe, pero por otra parte tan complejo que él no podía ni imaginar qué había detrás.

De acuerdo, algo sucedió en el hospital la noche en que le operaron. Algún error que tuvieron que ocultar. O quizá no: el misterio debió de haber comenzado horas antes de ese momento. Con el accidente, que, claramente, no pudo haber sido un accidente. ¿Un excelente conductor vuelca con un vehículo de fantástico manejo en una carretera tirada a cordel y en medio de ninguna parte? Podías creer una cosa así, claro, siempre que no estuvieras en tu sano juicio.

Pero fue entonces cuando empezó todo, los cambios y los impostores, toda la basura médica para hacer creer a Mark Schluter que no es quien cree ser. Necesita un testigo, pero allí no había nadie. Rupp y Cain juran que ellos no estaban presentes. Y los médicos le han eliminado quirúrgicamente el recuerdo de aquella noche mientras estaba en la mesa de operaciones. El secreto está fuera, en los campos desiertos. Pero el grano está volviendo a crecer, y la cosecha del verano cubrirá todas las pruebas. Mark necesita un testigo, pero nadie vio lo sucedido aquella noche excepto las aves. Capturadle una de aquellas grullas, una que estuviera presente, en la orilla del río. Encontradle una grulla y tomadle juramento. Explorad su cerebro.

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