Cuando regresan, oye por casualidad a la agente especial que se hace pasar por su hermana hablando con Bonnie. Quiere conocer todos los detalles. ¿Por qué esta chica ha de informar sobre él? Es posible que sea su traílla, que esté ayudando a montar la farsa. Pero no puede enfrentarse a ella. Todavía no.
La mujer que pretende ser Karin sigue viniendo, casi a diario. Trae la compra y no quiere cobrarla. Todo resulta muy sospechoso, pero la mayor parte de la comida está herméticamente envasada y, en general, sabe muy bien. A veces cocina para él, vete a saber por qué. Pero la situación parece inmejorable, por lo menos hasta que sepa qué va a costarle.
Una tarde, cuando él está solo, cavando otro hoyo para fijar el poste del buzón, ella lo acorrala. Desde que abandonó las Glándulas del Muerto, no recibe más que correo basura. Instalaron mal el buzón, y el cartero podría estar equivocándose. Su hermana podría haber estado escribiéndole durante todo este tiempo, y nadie se habría enterado.
No está donde estaba antes, le dice Mark.
Ella finge horrorizarse. ¿Dónde estaba antes?
Es difícil saberlo con exactitud. No se puede tomar medidas sin una referencia. ¿Qué podría utilizar como punto de partida? Todo está varios metros desplazado.
Él mira hacia los pocos árboles diseminados que bordean el conjunto de casas llamado River Run. Más allá del grupo de casas, un solo y verde maizal se extiende ondulante hasta el horizonte. Por un momento, el suelo se licua, como él y su auténtica hermana le obligaban a hacer de niños, girando como peonzas y deteniéndose en seco. Mira a la sustituta de Karin. También ella parece tambaleante.
Tenemos que hablar, Mark. Acerca de la nota.
Él se yergue desde el hoyo del poste. ¿Acaso sabes algo?
Yo… ojalá lo supiera. Veamos, Mark. ¡Mark! Estate quieto. Escúchame. Si la persona que escribió esta nota todavía no se ha puesto en contacto con nosotros, es porque quiere ser… desinteresado. Anónimo. No quiere ser un héroe ni atribuirse el mérito. No quiere que sepas quién es. Lo único que quiere es que vivas tu vida.
Él introduce el azadón en la tierra reseca. Entonces, ¿de qué coño sirve que me deje una nota? ¿Por qué se habría molestado en hacer eso?
Quería que te sintieras protegido. Conectado.
¿Conectado? ¿Conectado a qué? Tira la pala al suelo y la pisotea, agitando los brazos como culebras. ¿El señor Ángel Anónimo Invisible? ¿Ese hará que me sienta seguro? ¿Conectado?
¿Por qué tienes que…?
Él casi la golpea. Quien escribió esta nota me salvó la vida. Si pudiera encontrarle, entonces podría averiguar qué…
Pierde el dominio de sí mismo y se siente como un estúpido. Pero no le importa que le vea llorar. Ella también lo hace. Lo que sea. Le imita como un mono.
Lo sé. Sé lo que sientes, le dice ella. Y es casi como si fuera cierto. ¿De veras tienes que conocer a quien escribió esta nota?, le pregunta. ¿Serviría de algo si descubrieras que ese…? Basta, Mark. ¡No! Dime lo que estás pensando. ¿Tan solo quieres darle las gracias? ¿Quieres…? Qué sé yo. ¿Crees que podrías llegar a conocerle? ¿Hacerte amigo suyo?
Es como si ella se hubiera materializado, salida de ninguna parte. Intentando ser de repente la persona a la que estaba imitando.
Me tiene sin cuidado quién sea realmente el tipo. Podría ser un nonagenario lituano que soba a las niñas.
Entonces, ¿por qué te esfuerzas tanto por encontrarlo?
Mark Schluter se coge la cabeza con ambas manos y la mueve a uno y otro lado. Hay demonios guardianes por todas partes. Pisotea el suelo con sus embarradas botas de trabajo, tratando de cegar el hoyo del poste recién abierto.
Lee la nota. Anda, lee la puñetera nota. Introduce dos dedos en el bolsillo del mono y saca el trozo de papel doblado. Ahora siempre lo lleva encima, cerca de su piel. Ella no coge el papel.
«Para que puedas vivir», lee él, sosteniendo la nota ante su cara. «Y traer de vuelta a alguien más.»
Ella se sienta en la tierra, a su lado, casi tocándole. Una extraña calma se apodera de los dos.
¿Traer a alguien de vuelta?, pregunta Karin, como si ella misma pudiera desear tal cosa.
Él se lanza hacia delante, fuera del hoyo. Ella cae hacia atrás, alzando los brazos para detenerlo. Pero lo único que él desea es tomarle la cara entre sus manos.
Tienes que ayudarme. Te lo ruego. Haré cualquier cosa que quieras. He de encontrar a esa persona.
Pero ¿por qué, Mark? ¿Qué puede darte él que yo…?
Ese hombre sabe. Sabe por qué sigo vivo. Y es algo que me gustaría saber.
* * *
Karin escribió a Gerald Weber. Este le había dicho que lo hiciera en caso de que variase la situación de Mark. No mencionó que le había visto en la televisión. No le dijo que había comprado su nuevo libro ni que le había parecido frío y manido, lleno de declaraciones recicladas sobre el cerebro humano y carente de alma. Le escribió: «Es evidente que Mark está empeorando».
Le describió los nuevos síntomas: las teorías obsesivas de Mark sobre la nota. El hecho de que ahora no solo veía dobles en las personas sino también en los lugares. Su rechazo de la casa, de la urbanización, tal vez incluso de la ciudad entera. Su deriva por un territorio tan extraño que a ella le daban escalofríos solo de pensarlo. Preguntó al doctor Weber si el accidente podría haber provocado a Mark falsos recuerdos. ¿Era posible que hubiese sucedido algo en su mapa interno, generalizador? Todo pequeño cambio hacía que Mark dividiera cada momento presente, convirtiéndolo en un mundo único.
Le mencionó un caso que aparecía en el primer libro de Weber, el de una anciana llamada Adele, la cual aseguró al doctor que ella no yacía en una cama de un hospital de Stony Brook, sino que en realidad se encontraba en su confortable vivienda, una casa antigua de dos pisos, en Old Field. Cuando el doctor Weber le señaló el costoso instrumental médico en la habitación, Adele se echó a reír: «Oh, eso no son más que accesorios para hacer que me sienta mejor. Jamás podría permitirme los aparatos auténticos».
«Paramnesia reduplicativa.» Ella copió las palabras del libro en su correo electrónico. ¿Era posible que esa fuese la afección de Mark? ¿Podía estar viendo detalles que jamás había visto antes? ¿Existían casos en los que la lesión cerebral ayudaba a la memoria? Citó el segundo libro del doctor Weber, la página 287: el hombre al que se refería como Nathan. La lesión, que estaba localizada en los lóbulos frontales del paciente, de alguna manera había destruido su censor interno y liberado unos recuerdos reprimidos mucho tiempo atrás. A los cincuenta y seis años, Nathan se percató de improviso de que, cuando contaba diecinueve, mató a otro hombre. ¿Podía ser que Mark recordara cosas antiguas acerca de sí mismo, o incluso de ella, que no podía aceptar?
Incluso mientras exponía sus teorías, no se le ocultaba que eran absurdas, pero no más que el síndrome de Capgras. El mismo Weber afirmaba en sus libros que el cerebro humano no solo era más indómito de lo que se piensa, sino más indómito de lo que el pensamiento es capaz de pensar. Le citó un pasaje de El país de la sorpresa: «Incluso la normalidad básica tiene algo de alucinatorio». Nada en el examen que el doctor Weber le hizo a Mark había permitido prever los nuevos síntomas. O bien Mark necesitaba un nuevo diagnóstico completo, o bien era ella quien sufría alucinaciones.
Recibió una animosa respuesta enviada por la secretaria de Weber. La promoción del nuevo libro requería que el doctor viajara a diecisiete ciudades de cuatro países en el transcurso de los próximos tres meses. No podría recibir ni enviar correos electrónicos, excepto en casos de emergencia, hasta el otoño. La secretaria le prometía que, a la primera oportunidad, comunicaría su mensaje al doctor Weber, y alentaba a Karin a ponerse en contacto si el estado de su hermano se agravaba más.
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