Bien. La prosa era un poco farragosa, quizá, y la parte de la sangre algo repelente. Pero dejando eso aparte, era una buena descripción de cómo me sentía cuando partía hacia alguna de mis aventuras. Daba la impresión de que había encontrado un alma gemela.
Continué leyendo. Todo concordaba con mi experiencia de atravesar la noche con hambrienta anticipación mientras una sibilante voz interior me guiaba entre susurros. Pero después, cuando la narración llegaba al punto en el que yo habría acuchillado y sajado, este narrador hacía una referencia a «los otros», seguida de tres figuras de un alfabeto que no reconocí.
¿O sí?
Busqué enfebrecido en mi escritorio la carpeta con el expediente de las dos chicas decapitadas. Saqué la pila de fotos, las ojeé… y allí estaba.
Escrito con tiza en el camino de entrada del doctor Goldman, las mismas tres letras, que parecían unas MLK deformes.
Contemplé la pantalla del ordenador. Había acertado, no cabía duda.
Era demasiado para ser una coincidencia. Significaba algo muy importante, tal vez incluso la clave para comprender todo aquel lío. Sí, muy significativo, con tan sólo una nota a pie de página: ¿qué significaba?
Para colmo, ¿por qué me afligía aquella pista en concreto? Había venido para trabajar en mi problema personal del Pasajero desaparecido. Había venido a altas horas de la noche para que mi hermana no me diera la paliza. Y ahora, por lo visto, si quería solucionar mi problema, sería trabajando en el caso de Deborah. ¿Por qué ya no había justicia?
Bien, si las quejas recibían recompensas, yo aún no lo había visto, a lo largo de una vida llena de sufrimientos e ingenio verbal. Lo mejor era tomar lo que se me ofrecía y ver adonde me conducía.
Primero, ¿en qué idioma se hallaba la inscripción? Estaba bastante seguro de que no era chino ni japonés, pero ¿y si se trataba de algún otro alfabeto asiático que yo desconocía? Busqué un atlas online y empecé a descartar países: Corea, Camboya, Tailandia. Ninguno de ellos tenía un alfabeto que se acercara. ¿Qué me dejaba eso? ¿El cirílico? Era fácil comprobarlo. Busqué una página que contenía todo el alfabeto. Tuve que examinarlo durante largo rato. Algunas letras se parecían, pero al final llegué a la conclusión de que no coincidía.
¿Qué me quedaba? ¿Qué haría alguien listo de verdad, alguien como el que yo había sido antes, incluso alguien como el campeón de los chicos listos, el rey Salomón?
Un pequeño pitido empezó a sonar en el fondo de mi cerebro, y lo escuché un momento antes de contestar. Sí, exacto, he dicho el rey Salomón. El tío de la Biblia con un rey interior. ¿Qué? ¿De veras? ¿Una relación, dices? ¿Eso crees?
Un tiro a ciegas, pero fácil de comprobar, y lo hice. Salomón habría hablado hebreo antiguo, por supuesto, fácil de encontrar en la red. Y se parecía muy poco a los caracteres que había encontrado. Por lo tanto, no existía relación: ipso fado, o algún dicho latino por el estilo.
Pero espera: acababa de recordar que el idioma original de la Biblia no era el hebreo, sino otro. Me rasqué las células grises brutalmente, y al final me dieron la solución. Sí, era algo que yo recordaba de aquella fuente de conocimiento inagotable, En busca del arca perdida. El idioma que estaba buscando era el arameo.
Una vez más, fue fácil encontrar en la red un sitio ansioso por enseñarnos a escribir arameo. Lo examiné, y me entró el ansia de aprender, porque ya no cabía duda: las tres letras coincidían. Eran, de hecho, los homólogos de MLK, aunque sólo fuera por su aspecto.
Continué leyendo. El arameo, como el hebreo, no utilizaba vocales. Tenías que añadirlas tú mismo. Complicado, porque antes tenías que saber qué palabra era antes de poder leerla. Por lo tanto, MLK podía ser milk, milik, malik o cualquier otra combinación, y ninguna significaba nada. Para mí no, al menos, que era lo único importante. No obstante, seguí pensando, intentando extraer un sentido de las letras. Milok. Molak. Molek…
Una vez más, algo destelló en el fondo de mi cerebro, lo agarré, lo saqué a la luz y lo examiné. Era el rey Salomón otra vez. Justo antes de que matara a su hermano por llevar la maldad dentro, había construido un templo a Moloch. Y, por supuesto, la ortografía alternativa preferente de Moloch era Molek, conocido como el detestable dios de los amonitas.
Esta vez busqué «culto a Moloch», y examiné una docena de webs que no venían al caso hasta localizar algunas que me contaron lo mismo: el culto se caracterizaba por una eufórica pérdida de control y terminaba con un sacrificio humano. Al parecer, la gente era azotada hasta el paroxismo, y no se daba cuenta de que el pequeño Jimmy había sido asesinado y asado, no necesariamente en este orden.
Bien, no entiendo lo de la pérdida de control eufórica, aunque he asistido a partidos de fútbol americano en el Orange Bowl. Admito que sentía curiosidad: ¿cómo funcionaba ese truco? Leí un poco más, y descubrí que había música asociada, música tan irresistible que el frenesí era casi automático. Cómo ocurría esto era un poco ambiguo. La lectura más esclarecedora que encontré, de un texto arameo traducido con montones de notas a pie de página, decía que «Moloch les enviaba música». Supuse que eso significaba una banda de sacerdotes que desfilaban por las calles con tambores y trompetas…
¿Por qué tambores y trompetas, Dexter?
Porque eso era lo que había oído en mi sueño. Tambores y trompetas que se fundían con un alegre coro de cánticos, y la sensación de que el goce eterno puro esperaba al otro lado de la puerta.
Lo cual parecía una definición muy buena de pérdida de control eufórica, ¿verdad?
De acuerdo, razoné: digamos que Moloch ha vuelto. O puede que no se marchara jamás. De modo que un detestable dios de la Biblia con tres mil años a cuestas estaba enviando música con el fin de, hum… ¿Qué, exactamente? ¿Robarme al Oscuro Pasajero? ¿Matar a jovencitas de Miami, la Gomorra moderna? Incluso intenté encajar en el rompecabezas lo que había pensado en el museo. Salomón poseía el Oscuro Pasajero original, que ahora había venido a Miami, y como un león macho que tomara el poder de una manada, intentaba matar a los Pasajeros del lugar, porque, hum… ¿Por qué, exactamente?
¿O debía creer que los malos del Antiguo Testamento habían viajado en el tiempo para cazarme? ¿No sería más sensato reservarme una camisa de fuerza ahora mismo?
Examiné el problema desde todos los ángulos y no llegué a ninguna conclusión. Era posible que mi cerebro estuviera empezando a desmoronarse, junto con el resto de mi vida. Tal vez sólo estaba cansado. Fuera como fuera, nada era lógico. Necesitaba saber más sobre Moloch. Y como estaba sentado delante del ordenador, me pregunté si Moloch tendría su propia página web.
Tardé sólo un momento en averiguarlo, así que seguí tecleando, repasé la lista de blogs autocompasivos, imbuidos de su propia importancia, juegos de fantasía online y fantasías paranoicas esotéricas, hasta que encontré uno que me pareció probable. Cuando cliqué en el vínculo, una imagen empezó a formarse muy lentamente, y después…
El poderoso y profundo redoblar de tambores, trompetas insistentes que se alzaban tras el ritmo vibrante, hasta alcanzar un punto en el que las voces ya no pueden contenerse y claman la anticipación de una dicha inimaginable. Era la música que había oído en mi sueño.
Después, el lento emerger de una cabeza de toro en llamas, en mitad de la página, con dos manos levantadas al lado y las mismas tres letras arameas encima.
Miré y parpadeé con el cursor, sintiendo todavía el impacto de la música, que me elevaba hacia gloriosas cúspides de un éxtasis desconocido, el cual era una promesa de todo el placer cegador en un mundo de secreto goce. Por primera vez desde que podía recordar, mientras estas extrañas y apasionadas sensaciones se derramaban sobre mí, me atravesaban y se desvanecían al fin, por primera vez sentí algo nuevo, diferente y desagradable.
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