John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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Su apariencia cumplía con lo que uno podría esperar de un multimillonario criminalmente decadente. Había algo de consentimiento en su cabello, su piel y su ropa; una expresión de desdén en su boca, como si el mundo en general quedara muy por debajo de sus estándares; una crueldad autoindulgente en sus pupilas. Gurney también reparó en un tic en la nariz, que sugería una fuerte adicción a la cocaína. Era más que evidente que para Jordan Ballston no había nada en la Tierra tan importante, ni remotamente, como conseguir lo que quería, y lograrlo rápido, fuera cual fuese el coste que pudiera causarle a otros.

Ballston contempló a Gurney con ansiedad mal disimulada y contrayendo la nariz de manera involuntaria.

– No entiendo de qué va esto. -Miró más allá de Gurney por el sendero, al Mercedes bien custodiado, con las pupilas ensanchándose solo un instante.

Gurney se encogió de hombros, sonrió como si estuviera desenfundando un cuchillo.

– ¿Quiere que hablemos fuera?

Ballston aparentemente se lo tomó como una amenaza. Parpadeó, negó con la cabeza con nerviosismo.

– Pase.

– Bonitos adoquines-dijo Gurney, adentrándose más allá de Ballston en la casa.

– ¿Qué?

– Los adoquines amarillos del sendero. Son bonitos.

– Oh. -Ballston asintió, pareció confundido.

Gurney estaba de pie en medio del gran vestíbulo, adoptando la mirada fulminante de un asesor en la ejecución de una hipoteca. En la pared de enfrente, entre las barandillas curvadas de una doble escalinata, había una enorme pintura de una piscina. La reconoció del curso de introducción al arte al que había asistido con Madeleine un año y medio antes, el curso que impartía Sonya Reynolds, el que lo había lanzado a su desventurada afición a retocar fotos de ficha policial. La pintura era una de las obras más famosas de un artista contemporáneo.

– Me gusta-anunció Gurney, señalándola como si su beneplácito fuera un método de selección que lo salvara del cubo de la basura.

Ballston parecía vagamente aliviado por la aprobación, pero no menos desconcertado.

– Ese tipo es un mariconazo-explicó Gurney-, pero lo que hace vale un pastón.

Ballston hizo un intento espantoso de sonreír. Se aclaró la garganta, pero al parecer no se le ocurrió nada que decir.

Gurney se volvió hacia él, ajustándose las gafas de sol.

– Bueno, Jordan, ¿colecciona mucho arte de maricones?

Ballston tragó saliva, sorbió, se retorció.

– Tengo algunos warhol.

– ¿Sí? ¿Dónde podemos sentarnos y charlar?

De su experiencia en innumerables interrogatorios, Gurney había aprendido a apreciar el efecto desconcertante de los cambios de tema repentinos.

– Uh…-Ballston miró a su alrededor como si estuviera en una casa ajena-. ¿Allí?-Extendió un brazo con cautela hacia el amplio arco que conducía a una sala de estar elegante y amueblada con muebles antiguos-. Podemos sentarnos allí.

– Donde esté cómodo, Jordan. Nos sentaremos. Nos relajaremos. Conversaremos.

Ballston lo guio con torpeza hasta un par de sillones con bordados en blanco, situados junto a una mesa de naipes barroca.

– ¿Aquí?

– Claro-dijo Gurney-. Una mesa muy bonita. -Su expresión contradecía el cumplido. Se sentó y vio que Ballston hacía lo mismo.

El hombre cruzó las piernas con torpeza, vaciló, las descruzó, sorbió.

Gurney sonrió.

– La coca le tiene por las pelotas, ¿eh?

– ¿Perdón?

– No es asunto mío.

Se produjo un largo silencio entre ellos.

Ballston se aclaró la garganta. Su tono fue seco.

– Entonces, ¿dijo al teléfono que era policía?

– Sí. Eso dije. Tiene buena memoria. La buena memoria es muy importante.

– Eso de ahí fuera no parece un coche de la Policía.

– Por supuesto que no. Es una misión encubierta. En realidad, estoy retirado.

– ¿Siempre va con guardaespaldas?

– ¿Guardaespaldas? ¿Qué guardaespaldas? Unos amigos me han traído en coche, nada más.

– ¿Amigos?

– Sí, amigos. -Gurney se apoyó en el respaldo, estirando el cuello a un lado y a otro, dejando que su mirada vagara por la sala. Era una estancia que podía estar en la portada de Architectural Digest . Esperó a que Ballston hablara.

Finalmente el hombre preguntó en voz baja.

– ¿Hay algún problema en particular?

– Usted me contará.

– Algo le ha traído hasta aquí…, una preocupación concreta.

– Está bajo mucha presión. Estrés.

El rostro de Ballston se tensó.

– No es nada. Puedo manejarlo.

Gurney se encogió de hombros.

– El estrés es algo terrible. Hace a la gente… impredecible. La tensión en la cara de Ballston se extendió a su cuerpo.

– Le aseguro que la situación de aquí se resolverá.

– Hay muchas maneras distintas de resolver las cosas.

– Le aseguro que la situación se resolverá de un modo favorable.

– ¿Favorable para quién?

– Para… todos los implicados.

– Supongamos que los intereses de todos no coinciden.

– Le aseguro que no habrá ningún problema.

– Me alegro de oírle decir eso. -Gurney miró con cansancio al gran cerdo que era el hombre que tenía delante, dejando traslucir solo una parte del asco que le daba-. Verá, Jordan, me dedico a solucionar problemas. Pero ya tengo suficientes sobrela mesa. No quiero distraerme con uno nuevo. Estoy seguro de que lo comprenderá.

La voz de Ballston se estaba quebrando.

– No… habrá… ningún problema más.

– ¿Cómo puede estar tan seguro?

– El problema de esta vez fue una casualidad entre un millón.

«¿Esta vez? Madre de Dios, eso es. Tengo a este cabrón. Pero, por el amor de Dios, Gurney, que no se te note. Tranquilo. Calma. Tranquilo.»

Gurney se encogió de hombros.

– ¿Así es como lo ve?

– Un ladrón de mierda, ¡por el amor de Dios! Un ladrón de mierda que entró justo donde no debía en el momento que no debía, ¡la única puta noche que esa zorra estuvo en el puto congelador!

– ¿Así que fue una especie de coincidencia?

– ¡Por supuesto que fue una coincidencia! ¿Qué más podría ser?

– No lo sé, Jordan. La única vez que algo ha ido mal, ¿eh? ¿La única vez? ¿Está seguro?

– ¡Completamente!

Gurney volvió a estirar el cuello poco a poco de un lado a otro.

– Demasiada tensión en esta profesión. ¿Alguna vez ha probado ese rollo del yoga?

– ¿Qué?

– ¿Recuerda a ese Maharishi? Menuda paja.

– ¿Quién?

– Fue en otra época. Olvido lo joven que es usted. Así que dígame, Jordan: ¿cómo sabe que no va a salir nada a flote y sorprendernos?

Ballston pestañeó, sorbió, empezó a sonreír con movimientos espásticos de los labios.

– ¿He hecho una pregunta graciosa?

La respiración de Ballston era tan nerviosa como sus tics faciales. De repente todo su torso se empezó a agitar y prorrumpió en una serie de sonidos agudos de staccato .

Estaba riendo. De una manera espantosa.

Gurney esperó a que ese extraño ataque remitiera.

– ¿Va a contarme el chiste?

– A flote-dijo Ballston, y la frase desencadenó una renovada exhibición de enloquecida risa de ametralladora.

Gurney esperó, no sabía qué más decir o hacer. Recordó el consejo que le había dado un compañero. En caso de duda, calla.

– Lo siento-dijo Ballston-. Sin ánimo de ofender. Pero es una imagen divertida. A flote. Dos cuerpos sin cabeza apareciendo del puto océano en medio de las putas Bahamas. ¡Joder, menuda imagen!

«Misión cumplida. Es probable. Quizá. Mantén la credibilidad. Quédate con el personaje. Paciencia. A ver adónde lleva.»

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