John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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Ella estaba reptando en la alfombra de color melocotón hacia un niño y una niña, exhausta e infatigable .

– Espera en el pasillo, cielo. -Jadeando-. Estaré contigo dentro de un minuto. -Su cara brillando de sudor, sonrojada. Se mordió el labio. La mirada desorbitada .

63

Igual que en la cabaña de Ashton

E l equipo de investigación del DIC llegó en dos fases: Jack Hardwick a medianoche y el equipo de recogida de pruebas una hora más tarde.

Al principio, los técnicos, con sus monos blancos anticontaminación, se mostraron escépticos ante una escena del crimen donde el único «crimen» era la presencia inexplicable de una muñeca rota. Estaban acostumbrados a la carnaza, a los restos sangrientos del caos y el asesinato. Así que quizás era comprensible que sus primeras reacciones fueran cejas levantadas y miradas de soslayo.

Sus sugerencias iniciales-que un niño de visita podría haber puesto allí la muñeca o que podría tratarse de una broma-quizá fueran comprensibles, pero eso no era tolerable para Madeleine, cuya pregunta directa a Hardwick probablemente habían oído, a juzgar por las expresiones de sus caras.

– ¿Están borrachos o solo son estúpidos?

No obstante, una vez que Hardwick los llevó aparte y les explicó el gran parecido de la posición de la muñeca con la del cadáver de Jillian Perry, hicieron un trabajo tan concienzudo y profesional al registrar el escenario como si la habitación hubiera quedado acribillada a balazos.

Los resultados, por desgracia, no aportaban nada. Todo el proceso de peinado fino, toma de huellas y aspirado de fibras y del suelo no resultó en nada de interés. La habitación contenía huellas de una persona, sin duda las de Madeleine. Y lo mismo cabía decir de los pocos pelos encontrados en el respaldo de la silla junto a la ventana donde ella hacía punto. El interior del marco de la ventana contigua, la que le pidieron a Gurney que abriera cuando se quedó atascada, contenía un segundo juego de huellas, sin duda suyas. No las había en el cuerpo ni en la cabeza de la muñeca. Era de una marca popular, que se vendía en todos los Walmart del país. Las puertas de entrada de la planta baja tenían múltiples huellas idénticas a las encontradas en el cuarto. No había ninguna puerta o ventana de la casa que mostrara signos de haber sido forzada. No había huellas en el lado exterior de las ventanas. Un examen con Luma-Lite de los suelos no reveló huellas de pisadas claras que no coincidieran con las del tamaño de zapato de Dave o Madeleine. El examen de todas las puertas, barandillas, encimera, grifos y mandos del lavabo en busca de huellas dactilares acabó con los mismos resultados.

Cuando los técnicos finalmente recogieron su equipo y se marcharon en su furgoneta alrededor de las cuatro de la madrugada, se llevaron la muñeca, la colcha y las alfombrillas que habían retirado de ambos lados de la cama.

– Haremos las pruebas habituales-oyó Gurney que le decían a Hardwick camino de la salida-, pero diez a uno a que no hay nada. -Parecían cansados y frustrados.

Cuando Hardwick volvió a la cocina y se sentó a la mesa frente a él y a Madeleine, Gurney comentó:

– Igual que a la escena en la cabaña de Ashton.

– Sí-dijo Hardwick con una indiferencia producto del agotamiento.

– ¿Qué quieres decir?-preguntó Madeleine, hostil.

– El carácter aséptico de todo-dijo Gurney-. Ni huellas ni nada.

Madeleine hizo un ruidito de angustia desde la garganta. Hizo varias inspiraciones profundas.

– ¿Y ahora…? ¿Qué se supone que hacemos ahora? Quiero decir, no podemos simplemente…

– Habrá un coche patrulla aquí antes de que me vaya-dijo Hardwick-. Tendréis protección durante al menos cuarenta y ocho horas, no hay problema.

– ¿No hay problema?-Madeleine lo miró, sin comprenderlo-. ¿Cómo puedes…?-No terminó la frase, solo negó con la cabeza, se levantó y salió de la cocina.

Gurney la vio marcharse, incapaz de encontrar nada que decir, de tan crispado por la emoción como estaba por lo que había pasado.

La libreta de Hardwick estaba en la mesa, delante de él. La abrió, encontró la página que quería y sacó un bolígrafo del bolsillo de la camisa. No escribió nada, solo repiqueteó con él en la página abierta. Parecía exhausto y vagamente inquieto.

– Bueno…-empezó. Se aclaró la garganta. Habló como si estuviera empujando las palabras colina arriba-. Según lo que he anotado antes… has estado todo el día fuera.

– Exacto. En Florida. He conseguido algo próximo a una confesión de Jordan Ballston. Y espero que estén haciendo el seguimiento mientras estamos hablando.

Hardwick dejó el bolígrafo, cerró los ojos y se los masajeó con el pulgar y el índice. Cuando los abrió otra vez, miró la libreta.

– Y tu mujer me ha dicho que ella estuvo toda la tarde fuera de la casa (desde más o menos la una hasta más o menos las cinco), yendo en bicicleta y luego de excursión por el bosque. ¿Hace mucho eso?

– Sí.

– Entonces es una suposición razonable que la muñeca fuera… instalada, digamos, durante ese periodo.

– Eso es-dijo Gurney, irritado por la reiteración de lo obvio.

– Vale, así que en cuanto llegue el turno de la mañana, enviaré a alguien a hablar con tus vecinos del camino. Que pase un coche debe de ser un acontecimiento por aquí.

– Que encuentres vecinos por aquí ya será un acontecimiento. Solo hay seis casas en el camino y cuatro de ellas son de gente de ciudad, solo vienen los fines de semana.

– Aun así, nunca se sabe. Enviaré a alguien.

– Bien.

– No pareces optimista.

– ¿Por qué demonios tendría que ser optimista?

– Bien apuntado. -Cogió su boli y empezó a dar golpecitos en la libreta-. Tu mujer dice que está segura de que cerró las puertas cuando se fue. ¿Te parece correcto?

– ¿Qué quieres decir con que si me parece correcto?

– Quiero decir, ¿es algo que haga normalmente, cerrar las puertas?

– Lo que hace normalmente es decir la verdad. Si dice que cerró las puertas, cerró las puertas.

Hardwick lo miró, parecía estar a punto de responder, pero luego cambió de idea. Más golpecitos.

– Así pues…, si estaban cerradas y no hay señal de entrada forzada, eso significa que alguien vino con llave. ¿Le diste una llave a alguien?

– No.

– ¿Recuerdas alguna ocasión en que perdieras de vista tus llaves el tiempo suficiente para que alguien hiciera un duplicado?

– No.

– ¿De verdad? Solo hacen falta veinte segundos para hacer un duplicado.

– Sé cuánto se tarda en hacer una llave.

Hardwick asintió, como si se tratara de información real.

– Bueno, es posible que alguien la cogiera de alguna forma. Es mejor que cambies la cerradura.

– Jack, ¿con quién demonios crees que estás hablando? Esto no es un programa sobre seguridad doméstica.

Hardwick sonrió, se recostó en la silla.

– Exacto. Estoy hablando con el puto Sherlock Holmes. Así que dime, detective brillante, ¿tienes alguna idea brillante sobre esto?

– ¿Sobre la muñeca?-Sí.

Sobre la muñeca.

– Nada que no sea obvio.

– ¿Que alguien está tratando de asustarte para que dejes el caso?

– ¿Se te ocurre a ti algo mejor?

Hardwick se encogió de hombros. Dejó de dar golpecitos y empezó a estudiar su bolígrafo como si fuera una prueba decisiva para un caso.

– ¿Ha pasado alguna otra cosa extraña?

– ¿Como qué?

– Como… extraña. ¿Ha habido algún otro… episodio extraño en tu vida?

Gurney soltó una risita sin humor.

– Aparte de todos y cada uno de los aspectos de este caso tremendamente salvaje y toda la gente tremendamente rara implicada en él, todo es normal.

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