John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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– No tengo ni idea de qué está hablando-reiteró Ballston.

De haber sido cierto, pensó Gurney, ya habría colgado. O ni siquiera habría contestado la llamada.

– Bueno, Jordan, la cuestión es que si tiene información que esté dispuesto a compartir quizá podríamos resolver las cosas a su favor.

Ballston dudó.

– Mire…, eh, ¿por qué no me da su nombre, agente?

– No es una buena idea.

– ¿Perdón? No…

– Mire, Jordan, esto es una exploración preliminar. ¿Entiende lo que estoy diciendo?

– No estoy seguro.

Gurney suspiró otra vez, como si el discurso en sí fuera una pesadez.

– No se hace una oferta formal sin indicación de que será considerada seriamente. Una voluntad de proporcionar información útil sobre Karmala Fashion podría concretarse en una actitud procesal muy diferente hacia su caso, pero necesitaríamos percibir un sentido de cooperación por su parte antes de discutir las posibilidades. Estoy seguro de que lo entiende.

– No, la verdad es que no. -La voz de Ballston era quebradiza.

– ¿No?

– No sé de qué está hablando. Nunca he oído hablar de Caramel Fashion, o como se llame. Así que es imposible que pueda contarles nada.

Gurney rio con suavidad.

– Muy bien, Jordan. Eso está muy bien.

– Hablo en serio. No sé nada de esa compañía, de ese nombre, sea lo que sea.

– Es bueno saberlo. -Gurney dejó que un atisbo del reptil penetrara en su voz-. Es bueno para usted. Y bueno para todos.

El atisbo pareció tener un efecto aturdidor. Ballston permanecía callado.

– ¿Sigue con nosotros, Jordan?

– Sí.

– ¿Así que ya hemos solucionado esa parte?

– ¿Parte?

– Esa parte de la situación. Pero tenemos más cosas de que hablar.

Hubo una pausa.

– Usted no es policía, ¿verdad?

– Por supuesto que soy policía. ¿Por qué iba a decir que era policía si no lo fuera?

– ¿Quién es realmente y qué quiere?

– Quiero ir a verle.

– ¿A verme?

– No me gusta mucho el teléfono.

– No entiendo qué quiere.

– Solo charlar un poco.

– ¿Sobre qué?

– Basta de tonterías. Es un tipo inteligente. No hable como un estúpido.

De nuevo, Ballston parecía aturdido en el silencio. Gurney pensó que casi podía oír el temblor en la respiración del hombre. Cuando Ballston habló de nuevo, su voz había caído a un susurro aterrorizado.

– No estoy seguro de quién es, pero… todo está bajo control.

– Bien, todos estarán contentos de oírlo.

– En serio. Lo digo en serio. Todo está bajo control.

– Bien.

– Entonces, ¿qué más…?

– Una charla. Cara a cara. Solo queremos estar seguros.

– ¿Seguros? Pero ¿por qué? O sea…

– Como he dicho, Jordan… ¡No me gusta el puto teléfono!

Otro silencio. Esta vez Ballston apenas parecía respirar.

Gurney volvió a recuperar su tono de aterciopelada calma.

– Muy bien, no hay de qué preocuparse. Así que esto es lo que haremos. Subiré hasta allí. Hablaremos un poco. Nada más. ¿Lo ve? No hay problema. Es fácil.

– ¿Cuándo quiere hacerlo?

– ¿Qué le parece dentro de media hora?

– ¿Esta noche?-La voz de Ballston estaba a punto de quebrarse.

– Sí, Jordan, esta noche. ¿Cuándo coño va a ser dentro de media hora?

En el silencio de Ballston, Gurney imaginó su sensación de puro temor. El momento ideal para terminar la llamada. Colgó y dejó el teléfono en la punta de la mesa del comedor.

A la luz tenue, detrás del otro lado de la mesa, Madeleine estaba de pie en pijama en el umbral de la cocina. La parte de arriba no coincidía con la de abajo.

– ¿Qué está pasando?-preguntó, pestañeando con somnolencia.

– Creo que tenemos un pez en el anzuelo.

– ¿Tenemos?

Con un deje de enfado, reformuló su comentario.

– El pez de Palm Beach parece que ha picado, al menos por el momento.

Ella asintió reflexivamente.

– ¿Y ahora qué?

– Hay que recoger el hilo. ¿Qué si no?

– Entonces, ¿con quién te vas a reunir?

– ¿Reunirme?

– Dentro de media hora.

– ¿Me has oído decir eso? De hecho, no voy a reunirme con nadie dentro de media hora. Quería sugerirle a Ballston la idea de que estaba cerca. Aumentar su inquietud. También le dije que subiría hasta allí, para que creyera que estaba en Lake Worth o South Palm.

– ¿Qué pasará cuando no aparezcas?

– Se preocupará. Tendrá problemas para dormir.

Madeleine parecía escéptica.

– ¿Y luego qué?

– Todavía no lo he preparado.

A pesar de que en parte era verdad, la antena de Madeleine pareció detectar cierta falsedad en la respuesta.

– Entonces, ¿tienes un plan o no?

– Tengo una especie de plan.

Ella lo miró expectante.

No se le ocurrió manera alguna de salir del embrollo que no fuera tomando el toro por los cuernos.

– Necesito estar cerca de él. Es obvio que tiene alguna relación con Karmala Fashion, que la relación es peligrosa y que le aterroriza. Pero necesito saber más, cuál es exactamente la conexión, de qué trata Karmala, cómo se relacionan Karmala y Jordan Ballston con las otras piezas del caso. No hay forma de que pueda hacer todo eso por teléfono. Necesito verle los ojos, leer su expresión, observar su lenguaje corporal. También necesito aprovechar el momento, mientras el hijo de perra se retuerce en el anzuelo. Ahora mismo su miedo juega a mi favor. Pero no durará.

– ¿Así que te vas a Florida?

– Esta noche no. Quizá mañana.

– ¿Quizá mañana?

– Seguramente mañana.

– Martes.

– Sí. -Se preguntó si había olvidado algo-. ¿Tenemos algún otro compromiso?

– ¿Cambiaría algo?

– ¿Lo tenemos?

– Como he dicho, ¿cambiaría algo?

Una pregunta tan sencilla y, en cambio, qué extrañamente difícil de responder. Quizá porque Gurney la oía como un sucedáneo de las preguntas más importantes que esos días no habían estado nunca lejos de la mente de Madeleine: «¿Alguna cosa que planeemos hacer juntos cambiaría algo? ¿Alguna parte de nuestra vida en común sería alguna vez más importante que el siguiente paso en una investigación? ¿Estar juntos alguna vez importará más que el hecho de que seas detective? ¿O perseguir lo que sea que siempre estás persiguiendo estará siempre en el centro de tu vida?».

Claro que quizás estaba leyendo demasiado en un comentario huraño, en un malhumor pasajero en plena noche.

– Mira, dime si se supone que tengo que hacer algo mañana que de alguna manera he olvidado-dijo con sinceridad-, y te diré si cambia algo.

– Eres un hombre muy razonable-contestó ella, burlándose de su sinceridad-. Me vuelvo a la cama.

Durante un rato después de que ella se fuera, sus prioridades se mezclaron. Fue al lado no iluminado de la sala, a la zona de asientos entre la chimenea y la estufa Franklin. El aire se notaba frío y olía a ceniza. Se hundió en su sillón de piel. Se sentía inquieto, a la deriva. Un hombre sin puerto.

Se quedó dormido.

Se despertó a las dos de la madrugada. Se levantó de la silla, estiró los brazos y volvió al trabajo.

Su mente se había aclarado y, en apariencia, había resuelto las dudas que podría tener sobre sus planes para ese nuevo día. Sacó la tarjeta de crédito de la cartera, fue al ordenador del despacho y escribió en el formulario de búsqueda: «Vuelos desde Albany, NY, a Palm Beach, FL».

Mientras se estaban imprimiendo sus billetes de ida y vuelta, junto con su guía de turismo de Palm Beach, se dirigió a la ducha. Y cuarenta y cinco minutos más tarde, después de escribir una nota a Madeleine en la que le prometía que volvería a casa esa tarde a las siete, estaba de camino al aeropuerto, sin llevar nada más que su cartera, su teléfono móvil y lo que había impreso.

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