– Becca, ¿eso tiene sentido para ti?
Ella sonrió sin comprometerse, más un gesto facial que una sonrisa real.
– Nunca hay que subestimar el poder del autoengaño, sobre todo en un hombre que trata de demostrar algo.
Kline asintió con expresión sabia y se volvió hacia Gurney.
– Así que su idea básica es que Flores estaba engañando.
– Que estaba representando alguna clase de papel, sí.
– ¿Qué más le preocupa?
– Motivación. Si Flores fue a Tambury con la idea de matar a Jillian, ¿por qué esperar tanto para hacerlo? Pero si fue con otro propósito, ¿cuál era?
– Preguntas interesantes, continuemos.
– La decapitación en sí parece haber sido planeada de manera metódica, pero también espontánea y oportunista.
– Me he perdido.
– La situación del cadáver era precisa. La cabaña había sido limpiada muy recientemente, quizás esa misma mañana, para eliminar cualquier huella del hombre que había vivido allí. La ruta de escape había sido planificada, y en cierto modo concebida para crear el problema del rastro a la Brigada Canina. No sabemos cómo logró desaparecer Flores, pero sin duda fue algo bien pensado. Da la sensación de un plan de Misión imposible que se basa en una sincronización a la fracción de segundo. Sin embargo, las circunstancias reales parecen desafiar cualquier intento de planificación, y mucho menos de sincronización perfecta.
Kline ladeó la cabeza con curiosidad.
– ¿Cómo es eso?
– El vídeo indica que Jillian hizo su visita a la cabaña por una especie de capricho. Un poco antes del momento previsto para el brindis nupcial, le había dicho a Ashton que quería convencer a Héctor para que se uniera a ellos. Según lo recuerdo, Ashton le habló a los Luntz (el jefe de Policía y su mujer) de las intenciones de Jillian. Nadie más parecía entusiasmado por la idea, pero tengo la impresión de que ella hacía lo que le apetecía. Así que, por un lado, tenemos un asesinato meticulosamente premeditado que dependía de una sincronización perfecta, y, por el otro, un conjunto de circunstancias que escapaban por completo al control del asesino. Hay algo mal que chirría.
– No necesariamente-dijo Blatt, retorciendo su nariz de roedor-. Flores podría haberlo preparado todo de antemano, dejarlo todo listo para luego esperar su oportunidad, como una serpiente en un agujero. Esperó a que llegara la víctima y… ¡bam!
Gurney se mostró escéptico.
– El problema, Arlo, es que esa idea requiere que Flores mantuviera la cabaña perfectamente limpia, casi estéril, que se preparara él mismo y su ruta de escape, se pusiera la ropa que pretendía vestir, que tuviera a mano todo lo que iba a llevarse, que también tuviera a Kiki Muller preparada y luego…, ¿y luego qué? ¿Se sentó en la cabaña con un machete en la mano esperando que Jillian entrara para invitarlo a la recepción?
– Está haciendo que parezca estúpido, como si no pudiera ocurrir-dijo Blatt con odio en los ojos-. Pero creo que eso es exactamente lo que sucedió.
Anderson arrugó los labios. Rodriguez entrecerró los ojos. Ninguno de los dos parecía dispuesto a apoyar la tesis de su colega.
Kline rompió el extraño silencio.
– ¿Algo más?
– Bueno-dijo Gurney-, está la cuestión del nuevo problema a la vista: el de las graduadas que han desaparecido.
– Lo cual-dijo Blatt-podría no ser cierto. Quizás es que no las han encontrado, sin más. Estas chicas no son lo que puede llamarse «estables». Y aun suponiendo que hayan desaparecido, no hay ninguna prueba de que eso tenga relación con el caso Perry.
Hubo otro silencio, que esta vez rompió Hardwick.
– Arlo podría tener razón. Pero si han desaparecido y existe una relación, es muy probable que ahora estén todas muertas.
Nadie dijo nada. Era bien sabido que cuando mujeres jóvenes desaparecen bajo circunstancias sospechosas y sin que se vuelva a saber de ellas durante un buen tiempo, las posibilidades de que regresen sanas y salvas no son altas. Y el hecho de que todas las chicas en cuestión hubieran causado la misma peculiar discusión antes de desaparecer definitivamente era sospechoso.
Rodriguez parecía atormentado y enfadado. Daba la sensación de que estaba a punto de protestar, pero antes de que pronunciara ninguna palabra, sonó el teléfono de Gurney.
Era Scott Ashton.
– Desde la última vez que hablamos, he hecho seis llamadas más y he contactado con otras dos familias. Estoy aún en ello, pero… quería que supiera que las dos chicas de las familias que he localizado se fueron de casa después de tener la misma discusión escandalosa. Una pidió un Suzuki de veinte mil dólares, la otra un Mustang de treinta y cinco mil dólares. Los padres dijeron que no. Ambas chicas se negaron a decir adónde iban e insistieron en que nadie intentara contactar con ellas. No tengo ni idea de lo que significa, pero parece obvio que algo extraño está pasando. Y otra coincidencia angustiante: ambas habían posado para esos anuncios de Karmala Fashion.
– ¿Cuánto tiempo llevan desaparecidas?
– Una, seis meses; la otra, nueve.
– Dígame una cosa, doctor: ¿está listo para darnos nombres o pedimos de inmediato una orden judicial de sus registros?
Todos los ojos de la sala estaban clavados en Gurney. El café de Kline estaba a unos milímetros de sus labios, pero parecía haber olvidado que lo sostenía.
– ¿Qué nombres quiere?-dijo Ashton con una voz derrotada.
– Empecemos con los nombres de las chicas desaparecidas, además de los de las chicas que estaban en las mismas clases.
– Bien.
– Otra pregunta: ¿cómo consiguió Jillian su trabajo de modelo?
– No lo sé.
– ¿Nunca se lo dijo? ¿Aunque le diera la foto como regalo de boda?
– Nunca me lo dijo.
– ¿No lo preguntó?
– Lo hice, pero… a Jillian no le gustaban las preguntas.
Gurney sintió el impulso de gritar: «¿Qué demonios está pasando? ¿Todos los que están relacionados con el caso están locos de atar?».
En cambio, solo dijo:
– Gracias, doctor. Es todo por ahora. El DIC contactará con usted por los nombres y las direcciones relevantes.
Cuando Gurney volvió a guardarse el teléfono en su bolsillo, Kline espetó:
– ¿Qué demonios era eso?
– Otras dos chicas desaparecidas. Después de tener la misma discusión. Una chica le pidió a sus padres que le compraran un Suzuki; la otra, un Mustang. -Se volvió hacia Anderson-. Ashton está dispuesto a proporcionar al DIC los nombres de las chicas desaparecidas, además de los de sus compañeras de clase. Solo díganle en qué formato quieren la lista y cómo debe enviársela.
– Bien, pero estamos pasando por alto la cuestión de que ninguna está desaparecida legalmente, lo cual significa que no podemos consagrar recursos de la Policía a encontrarlas. Son mujeres de dieciocho años, adultas, que en apariencia tomaron libremente la decisión de irse de casa. La cuestión de que no les hayan dicho a sus familias cómo contactar con ellas no nos da base legal para buscarlas.
Gurney tenía la impresión de que el teniente Anderson apuntaba a una jubilación en Florida y sentía debilidad por la inacción. Era un estado de ánimo para el cual Gurney, un hombre más que activo en su carrera policial, tenía escasa paciencia.
– Entonces encuentre una base. Declárelas a todas testigos materiales del asesinato de Perry. Invente una base. Haga lo que tenga que hacer. Ese es el menor de nuestros problemas.
Anderson parecía lo bastante irritado para llevar la discusión a un terreno algo más desagradable. Pero antes de lanzar su respuesta, Kline lo interrumpió.
– Puede ser un pequeño detalle, Dave, pero si está dando a entender que estas chicas estaban siguiendo las instrucciones de un tercero, presumiblemente de Flores, que las instruyó en la disputa que tenían que empezar con sus padres, ¿por qué la marca del coche es diferente de un caso a otro?
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