John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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– No estoy del todo seguro de cuál es el propósito. -Gurney se encogió de hombros-. Quizá solo he venido a ver qué encuentro.

Kale lo estudió.

– No exagere su humildad.

Gurney estaba sorprendido por la pulla, pero respondió de manera anodina.

– Francamente, es más ignorancia que humildad. Hay muchas cosas de este caso que no sé, que nadie sabe.

– ¿Salvo quién es el asesino?-Kale miró su reloj-. ¿Tiene preguntas que hacerme?

– Me gustaría saber todo lo que pueda contarme de Mapleshade, quién va allí, quién trabaja allí, de cómo funciona, qué hacía usted allí, por qué se marchó.

– ¿Mapleshade antes o Mapleshade después de la llegada de Scott Ashton?

– Los dos, pero sobre todo del periodo en que Jillian Perry era estudiante.

Kale se humedeció los labios reflexivamente; pareció saborear la pregunta.

– Lo resumiré así: durante dieciocho de los veinte años que enseñé en Mapleshade, fue un entorno terapéutico efectivo para la mejora de un amplio rango de problemas emocionales y de conducta entre leves y moderados. Scott Ashton apareció en escena hace cinco años con gran fanfarria; era una celebridad de la psiquiatría, un teórico de vanguardia, justo lo que se necesitaba para colocar la escuela en la primera posición de su campo. No obstante, una vez que se afianzó, empezó a cambiar el foco de atención de Mapleshade a adolescentes cada vez más y más enfermas: depredadoras sexuales violentas, que abusaban y manipulaban a otros niños, chicas jóvenes con una alta carga sexual con largas historias de incesto de las que eran víctimas y perpetradoras. Scott Ashton convirtió nuestra escuela, con su amplia historia de éxito en el tratamiento de adolescentes con problemas, en un descorazonador depósito de adictas al sexo y sociópatas.

Gurney pensó que el tono de su discurso estaba cuidadosamente construido, pulido por la repetición; sin embargo, la emoción que transmitía parecía bastante real. El tono de superioridad y los manierismos de Kale habían sido sustituidos, al menos por el momento, por una indignación rígida y justificada.

Entonces, en el silencio abierto que siguió a la diatriba, se oyó desde la flauta de la otra sala la inquietante melodía de Danny Boy .

La música asaltó a Gurney lentamente, de manera debilitante, como si abrieran una tumba. Pensó que tendría que excusarse, encontrar un pretexto para abandonar la entrevista, huir de allí. Habían pasado quince años, y aun así la canción era insoportable. Pero luego la flauta se detuvo. Gurney se sentó, con dificultades para respirar, como un soldado traumatizado por la guerra esperando que se reanude la artillería distante.

– ¿Le ocurre algo?-Kale lo estaba mirando con curiosidad. El primer impulso de Gurney fue mentir, ocultar la herida. Pero entonces pensó: ¿por qué? La verdad era la verdad. Era lo que era. Dijo:

– Tenía un hijo con ese nombre.

Kale parecía desconcertado.

– ¿Qué nombre?

– Danny.

– No entiendo.

– La flauta… Eh… no importa. Un viejo recuerdo. Lamento la interrupción. Estaba describiendo la… transición de un tipo de centro a otro.

Kale frunció el ceño.

– Transición es un término benigno para un cambio radical.

– Pero ¿la escuela continúa siendo exitosa?

La sonrisa de Kale destelló como el hielo.

– Se puede ganar mucho dinero albergando a los retoños dementes de padres culpables. Cuanto más terroríficos son, más están dispuestos a pagar los padres.

– ¿Al margen de que mejoren?

La risa de Kale era tan fría como su sonrisa.

– Permítame que deje esto perfectamente claro, detective, para que no le quede ninguna duda de lo que estamos hablando. Si descubriera que su hija de doce años ha estado violando a niños de cinco, estaría dispuesto a pagar cualquier cosa para que esa hija demente desaparezca unos años.

– ¿Esas son las que se envían a Mapleshade?

– Exacto.

– ¿Como Jillian Perry?

La expresión de Kale pasó por una serie de tics y muecas.

– Mencionar nombres de estudiantes concretos en un contexto como este nos pone al borde de un campo minado desde el punto de vista legal. Lamento no poder darle un respuesta específica.

– Ya tengo descripciones fiables de la conducta de Jillian. Solo la menciono porque la cronología plantea una pregunta: ¿no la enviaron a Mapleshade antes de que el doctor Ashton alterara el foco de la escuela?

– Eso es verdad. No obstante, sin decir nada ni en un sentido ni en otro respecto a Jillian Perry, puedo decirle que Mapleshade tradicionalmente aceptaba estudiantes con un amplio abanico de problemas, y siempre había unas pocas que estaban mucho más enfermas que las demás. Lo que hizo Ashton fue concentrar la política de admisiones de Mapleshade en las más enfermas. Dele a cualquiera de ellas un gramo de coca y sería capaz de seducir a un caballo. ¿Eso responde a su pregunta?

La mirada de Gurney descansó, pensativa, sobre la pequeña estufa roja.

– Comprendo su reticencia a violar sus compromisos de confidencialidad. No obstante, a Jillian Perry ya no se le puede hacer daño, y encontrar a su asesino podría depender de descubrir más sobre sus pasados contactos. Si Jillian alguna vez le confió algo sobre…

– Alto ahí. Lo que se me confiara a mí sigue siendo confidencial.

– Hay mucho en juego, doctor.

– Sí, lo hay. La integridad está en juego. No revelaré nada de lo que se me contó con el sobreentendimiento de que no lo revelaría, ¿está claro?

– Por desgracia, sí.

– Si quiere saber cosas sobre Mapleshade y su transformación de escuela a zoo, podemos discutirlo en términos generales. Pero no hablaré sobre los detalles particulares. Vivimos en un mundo resbaladizo, detective, por si no lo ha notado. No tenemos ningún punto de apoyo más allá de nuestros principios.

– ¿Qué principio dictó su marcha de Mapleshade?

– Mapleshade se convirtió en un hogar de psicópatas sexuales. La mayoría de ellas no necesitaban terapeutas, sino más bien exorcistas.

– Cuando usted se fue, ¿Mapleshade contrató a alguien para reemplazarlo?

– Contrató a alguien para el mismo puesto. -Había acritud en aquella clara distinción y algo muy parecido a auténtico odio en los ojos de Kale.

– ¿A qué clase de persona?

– Se llama Lazarus. Eso lo dice todo.

– ¿Por qué?

– El doctor Lazarus tiene la misma calidez y vivacidad que un cadáver. -Había una irrevocabilidad amarga en la voz de Kale que le dijo a Gurney que la entrevista había terminado.

Como dándole la entrada, la flauta empezó a sonar otra vez y la melodía lastimera de Danny Boy lo propulsó lejos de la casa.

33

Una inversión simple

L a fábula vital, el sueño fundamental, la visión que lo había cambiado todo, era ahora tan vívida para él como la primera vez que la experimentó .

Era como ver una película y estar en ella al mismo tiempo, olvidando luego que era una película, y viviéndola, sintiéndola como una experiencia más real que lo que había sido la vida llamada real .

Era siempre igual .

Juan el Bautista estaba descalzo y desnudo salvo por una tela que apenas le cubría los genitales. La sujetaba con un cinturón de piel vuelta del cual colgaba un cuchillo de caza primitivo. Estaba de pie junto a una cama revuelta, en un espacio que parecía ser al mismo tiempo una habitación y una mazmorra. No había ataduras visibles que lo sujetaran, sin embargo, no podía mover ni brazos ni piernas. La sensación era claustrofóbica y sentía que, si perdía el equilibrio y caía en la cama, se asfixiaría .

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