John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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Casi todos los interrogados veían el asesinato en sí a través de la lente de uno entre un puñado de paradigmas: el monstruo de Frankenstein, la venganza de un amante despechado, criminalidad mexicana inherente, inestabilidad homosexual, el envenenamiento de Estados Unidos por la violencia mediática.

Nadie había sugerido una conexión con las alumnas relacionadas con abusos sexuales de Mapleshade o la posibilidad de un móvil de venganza surgido de la anterior conducta de Jillian, áreas donde Gurney creía que finalmente se encontraría la clave del asesinato.

Mapleshade y el pasado de Jillian: dos aspectos que presentaban muchos más interrogantes que hechos. Quizás ese terapeuta retirado al que Savannah había mencionado podría ayudar con ambos. Simon Kale, un nombre fácil de recordar. Simon and Garfunkel. Simón dice. Simon Kale de Cooperstown… ¡Dios! Estaba demasiado agotado.

Fue al fregadero y se echó agua fría en la cara. El café le pareció una buena idea, luego lo contrario. Volvió a la mesa, encendió otra vez su portátil y encontró el número de teléfono y la dirección de Kale en menos de un minuto a través del directorio de Internet. El problema era que no se había dado cuenta de que los informes de entrevistas le habían absorbido durante mucho rato y ya eran las 23.02. ¿Llamar o no llamar? ¿En ese momento o por la mañana? Estaba ansioso por hablar con el hombre, por seguir una pista concreta, algo que le acercara a la verdad. Si Kale ya estaba en la cama, la llamada no sería bien recibida. Por otra parte, el hecho de que fuera tan tarde y la inconveniencia podrían servir para enfatizar que aquello era urgente. Llamó.

Después de tres o cuatro tonos, respondió una voz algo andrógina.

– ¿Sí?

– Simon Kale, por favor.

– ¿Quién es?-La voz, todavía de género incierto, aunque tendía a masculina, sonaba ansiosa e irritada.

– David Gurney.

– ¿Puedo decirle al doctor Kale el motivo de su llamada?

– ¿Con quién estoy hablando?

– Está hablando con la persona que ha contestado al teléfono. Y es un poco tarde. Ahora, ¿podría decirme por qué…?

Se oyó otra voz al fondo, una pausa, el sonido del teléfono cambiando de manos.

Una voz remilgada, seria, anunció:

– Soy el doctor Kale. ¿Quién es?

– David Gurney, doctor Kale. Lamento molestarle tan tarde, pero es un asunto urgente. Trabajo de asesor en el caso del asesinato de Jillian Perry y estoy tratando de formarme una idea sobre Mapleshade. Se me sugirió que usted podría ser una persona útil. -No hubo respuesta-. ¿Doctor Kale?

– ¿Asesor? ¿Qué significa eso?

– Me ha contratado la familia Perry para que les proporcione un punto de vista independiente de la investigación.

– ¿Ah, sí?

– Esperaba que pudiera ayudarme a hacerme una idea más exacta del alumnado y la filosofía general de Mapleshade.

– Yo diría que Scott Ashton es la fuente perfecta para esa clase de información. -Había acritud en su comentario, que suavizó añadiendo en un tono más desenfadado-: Yo ya no formo parte del personal de Mapleshade.

Gurney buscó un punto de apoyo en lo que sonaba como una grieta entre los dos hombres.

– Creo que su posición puede darle más objetividad que la de alguien todavía implicado con la escuela.

– No es un tema que quiera discutir por teléfono.

– Eso puedo entenderlo. La cuestión es que yo vivo en Walnut Crossing y no me molestaría ir a Cooperstown, si puede concederme media hora.

– Ya veo. Desafortunadamente, me iré un mes de vacaciones a partir de pasado mañana.

Lo dijo más como un impedimento legítimo que como una excusa. Gurney tenía la sensación de que Kale no solo estaba intrigado, sino que podría tener algo interesante que decir.

– Sería de enorme ayuda, doctor, si pudiera verle antes. Resulta que tengo una reunión con el fiscal del distrito mañana por la tarde. Si pudiera dedicarme un rato, quizá podría desviarme un poco del camino…

– ¿Tiene una reunión con Sheridan Kline?

– Sí, sería muy útil contar con su opinión antes de eso.

– Bueno…, supongo… Todavía, necesitaría saber más de usted antes…, antes de que considere apropiado discutir nada. Sus credenciales y demás.

Gurney respondió con lo más destacado de su currículo y el nombre de un subinspector con el que Kale podría hablar en el Departamento de Policía de Nueva York. Incluso mencionó, medio pidiendo perdón, la existencia de un artículo de la revista New York publicado hacía cinco años que glorificaba sus contribuciones a la solución de dos infames casos de asesinato. El artículo le hacía parecer como un cruce entre Sherlock Holmes y Harry el Sucio , lo cual le resultaba embarazoso. Pero también podía ser útil.

Kale accedió a reunirse con él a las 12.45 del día siguiente, viernes.

Cuando Gurney trató de organizar sus ideas para la reunión con Klein, y elaborar una lista en su cabeza de temas que quería abordar, descubrió por enésima vez que excitación y cansancio constituían unos cimientos muy débiles sobre los que organizar nada. Concluyó que dormir sería la manera más eficaz de emplear el tiempo. Sin embargo, en cuanto se quitó la ropa y se metió en la cama al lado de Madeleine, el sonido de su móvil lo devolvió a la encimera de la cocina, donde lo había dejado sin darse cuenta.

La voz al otro extremo había nacido y se había criado en un club de campo de Connecticut.

– Soy el doctor Withrow Perry. Ha llamado. Puedo darle justo tres minutos.

Gurney tardó un momento en centrarse.

– Gracias por llamar. Estoy investigando el asesinato de… Perry lo cortó.

– Sé lo que está haciendo. Sé quién es. ¿Qué quiere?

– Tengo algunas preguntas que podrían ayudarme a…

– Adelante, hágalas.

Gurney contuvo el impulso de hacer un comentario sobre la actitud del hombre.

– ¿Tiene alguna idea de por qué Héctor Flores mató a su hija?

– No. Y para que conste, Jillian era la hija de mi mujer, no mía.

– ¿Sabe de alguien más además de Flores que pudiera tenerle ojeriza, una razón para matarla o hacerle daño?

– No.

– ¿Nadie?

– Nadie, y supongo que todos.

– ¿Qué significa?

Perry rio: un sonido grave y desagradable.

– Jillian era una zorra mentirosa y manipuladora. No creo que sea el primero en decírselo.

– ¿Qué es lo peor que le hizo nunca?

– No voy a hablar de eso con usted.

– ¿Por qué cree que el doctor Ashton quería casarse con ella?

– Pregúnteselo.

– Se lo estoy preguntando a usted.

– Siguiente pregunta.

– ¿Jillian habló de Flores alguna vez?

– Conmigo, desde luego, no. No teníamos ninguna relación. Deje que sea claro, detective: estoy hablando con usted solo porque mi mujer ha decidido encargar esta investigación no oficial y me ha pedido que conteste su llamada. La verdad es que no tengo nada con lo que contribuir y, para ser sincero con usted, considero que su esfuerzo es una pérdida de tiempo y de dinero.

– ¿Cómo se siente respecto al doctor Ashton?

– ¿Que cómo me siento? ¿Qué quiere decir?

– ¿Le cae bien? ¿Lo admira? ¿Le da lástima? ¿Lo desprecia?

– Nada de eso.

– ¿Entonces qué?

Hubo una pausa, un suspiro.

– No tengo interés en él. Considero que su vida no es asunto mío.

– Pero hay algo en él que… ¿qué?

– Solo la pregunta obvia. La pregunta que ya ha planteado en cierto modo.

– ¿Cuál?

– ¿Por qué un profesional tan competente iba a casarse con una chica descarriada como Jillian?

– ¿Tanto la odiaba?

– No la odiaba, señor Gurney, no más de lo que odiaría a una cobra.

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