John Katzenbach - La Guerra De Hart

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El coronel William McNamara, que pertenece a la cuarta generación de una familia de héroes de guerra, es apresado por los alemanes y recluido en un brutal campo de prisioneros durante la II Guerra Mundial. Como es el oficial estadounidense de mayor rango, toma el mando de sus compañeros internos y consigue mantener vivo el sentido del honor, pese a encontrarse permanentemente vigilado por el avieso mayor de las SS Wilhelm Visser. Sin renunciar nunca a la lucha para ganar la guerra, McNamara planea silenciosamente una estrategia ofensiva para devolver el golpe al enemigo en el momento oportuno. Un asesinato le dará la ocasión de poner en marcha un arriesgado plan, con la ayuda del joven teniente Tommy Hart.

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El oficial alemán tomó el papel, lo sostuvo en alto, lo examinó, sopló una vez sobre él para secarlo y volvió a guardarlo en el cajón. Luego impartió una orden en tono brusco y de inmediato se abrió una puerta lateral. Fritz Número Uno entró y saludó.

– ¡Sargento! Traiga a Herr Blucher. Y ese otro artículo del que hemos hablado.

Von Reiter se volvió hacia Tommy en el preciso momento en que el minúsculo suizo entraba en el despacho. Lucía el mismo sombrero de fieltro negro y portaba la misma cartera negra y gastada que llevaba el día en que Phillip Pryce le había sido confiado a su cuidado. Von Reiter sonrió de nuevo.

– Éste, señor Hart, es Herr Blucher, de la Cruz Roja. Le acompañará a un hospital de su país. Lamentablemente, las instalaciones médicas alemanas dejan bastante que desear y me temo que no están a la altura de las circunstancias. -El comandante alemán arqueó una ceja-. Ya conoce a Herr Blucher, ¿no? Creo que en su momento le tomó erróneamente por un miembro de nuestra estimada policía estatal, la Gestapo, ¿no es cierto? Pero le aseguro que no lo es.

Von Reiter hizo otra pausa.

– Y lleva un pequeño regalo de un amigo suyo, señor Hart -añadió-. El teniente coronel de aviación Pryce envió estos objetos a través de valija diplomática. Creo que los obtuvo en el hospital de Ginebra donde ahora reside. Teniente Fenelli, ¿quiere echarme una mano?

– ¡Phillip! -exclamó Hugh Renaday-. ¿Cómo averiguó…?

Von Reiter se encogió de hombros.

– No somos bestias, teniente. Al menos no todos. Haga el favor, teniente Fenelli…

Fenelli dio un paso adelante y Herr Blucher le entregó un paquetito envuelto en papel marrón y atado con un cordel. El médico de Cleveland lo abrió rápidamente y exclamó con sincera gratitud:

– ¡Santo cielo! ¡Gracias a Dios, gracias a Dios!

Se volvió y los otros vieron que el paquete contenía sulfamidas, desinfectante, gasas estériles, varias jeringuillas, media docena de preciosos viales de penicilina y una cantidad similar de morfina.

– ¡Primero la penicilina! -dijo Fenelli. Sin más dilación, llenó una jeringuilla-. Tanta como sea posible, lo más rápido posible. -Arremangó la manga de Tommy y desinfectó un punto cerca de su hombro. Le clavó la aguja, murmurando-: Lucha, Tommy Hart. Ahora tienes una oportunidad de vivir.

Tommy inclinó la cabeza hacia atrás. Durante unos breves momentos, se permitió creer que quizá lograría sobrevivir.

Fenelli siguió hablando, como consigo mismo, pero en realidad se dirigía a todos los que se hallaban presentes.

– Ahora morfina para el viaje. Aliviará el dolor. Suena bien, ¿no, Hart?

Von Reiter alzó de nuevo la mano.

– Teniente, le ruego que se detenga un momento antes de que le administre la morfina -le dijo.

Fenelli se detuvo cuando estaba llenando la jeringuilla.

Von Reiter miró a Fritz Número Uno, que había entrado en el despacho portando una tosca caja. El comandante alemán sonrió una vez más. Pero era una sonrisa fría, que revelaba los muchos años dedicados al duro servicio de la guerra.

– Tengo dos regalos para usted, señor Hart -dijo con tono quedo-. Para que recuerde estos días.

Se llevó la mano al bolsillo de la guerrera y sacó un pañuelo. Era el pañuelo de seda manchado de sangre con el que Tommy se había vendado la mano momentos después de su pelea con Visser.

– Creo que esto es suyo, señor Hart. Sin duda un importante regalo de una amiga en Estados Unidos, que sospecho que debe de tener un valor sentimental…

El alemán extendió el reluciente pañuelo blanco sobre la mesa frente a él. Las manchas de sangre se habían secado y presentaban unos tonos rojos amarronados.

– Se lo devuelvo, teniente. Pero observo la extraña coincidencia de que las iniciales de su amiga son idénticas a las de mi antiguo ayudante, el Hauptmann Heinrich Albert Visser, que murió valerosamente al servicio de su patria.

Tommy contempló las HAV bordadas con unas floridas letras en una esquina del pañuelo. Miró a Von Reiter, que meneó la cabeza.

– La guerra, por supuesto, consiste en una serie de desconcertantes coincidencias.

Von Reiter suspiró y tomó el pequeño pañuelo de seda, lo dobló con cuidado tres veces y lo entregó a Tommy Hart.

– Tengo otro regalo para usted, señor Hart. Después de que usted lo vea, el señor Fenelli puede administrarle la morfina.

Von Reiter hizo un gesto a Fritz Número Uno, que avanzó y depositó la caja que sostenía a la altura de la cintura a los pies de Tommy Hart.

– ¿Qué demonios es eso? -preguntó el coronel MacNamara-. ¡Parecen sombreros!

Von Reiter dejó que su siniestra sonrisa se asomara en las comisuras antes de responder.

– Tiene usted razón, coronel. Son sombreros. Algunos son unos gorros de lana, otros unos sombreros de piel y otros unos simples tocados de tejido. Presentan distintas formas, tamaños y estilos. Pero tienen un detalle en común. Al igual que el pañuelo que he devuelto, están manchados de sangre, por lo que habrá que limpiarlos antes de que puedan volver a ser utilizados.

– ¿Unos sombreros? -inquirió el oficial superior americano-. ¿Qué tiene que ver Hart con esos sombreros? Y encima manchados de sangre.

– Son sombreros rusos, coronel.

– Bueno -continuó MacNamara-, no comprendo…

Von Reiter le interrumpió fríamente.

– Ochenta y cuatro sombreros, coronel. Ochenta y cuatro sombreros rusos.

El comandante se volvió hacia Tommy Hart.

– Dieciséis hombres se enfrentaron al pelotón de ejecución con la cabeza descubierta.

Entonces Von Reiter se encogió de hombros.

– Esto me sorprendió mucho -agregó-. Supuse que por el asesinato a sangre fría de un oficial alemán que había obtenido numerosas condecoraciones, la Gestapo fusilaría a todo el campo de trabajo. A todos los rusos. Pero comprobé asombrado que sólo eligieron a cien hombres como represalia.

Von Reiter rodeó su escritorio y se sentó de nuevo en la silla. Dejó que el silencio se difundiera unos instantes por la habitación antes de asentir con la cabeza y hacer un gesto a Fenelli, que sostenía la jeringuilla de morfina preparada.

– Vaya con Herr Blucher, señor Hart. Váyase de aquí y llévese todos sus secretos consigo. El coche de Herr Blucher lo transportará a la estación. El tren le transportará a Suiza, donde le esperan su amigo el teniente coronel Pryce, un hospital y unos doctores. No piense en ese centenar de hombres. Ni durante un segundo. Bórrelos de su memoria. Luche por sobrevivir. Regrese a su casa en Vermont. Conviértase en un anciano rico y dichoso, teniente Hart. Y cuando sus nietos se le acerquen un día y le pregunten sobre la guerra, dígales que la pasó tranquilamente, leyendo libros de derecho, en un campo de prisioneros alemán llamado Stalag Luft 13.

Tommy no tenía palabras con que responder. Era vagamente consciente del pinchazo de la aguja. Pero la dulce y sedante sensación de la morfina al penetrar en su organismo fue como beber un trago del agua más pura y cristalina de un arroyo en casa.

Epílogo

Una iglesia no muy alejada del lago Michigan

Lydia Hart estaba en el cuarto de baño, dándose los últimos toques a su peinado, cuando dijo:

– ¡Tommy! ¿Quieres que te ayude a hacerte el lazo de la corbata? -Se detuvo, esperando una respuesta, que llegó como una negativa pronunciada a través de un sonido gutural, que era lo que ella había supuesto y le hizo sonreír mientras se cepillaba la cascada plateada que aún lucía sobre los hombros. Luego añadió-: ¿Cómo vamos de tiempo?

– Disponemos de todo el tiempo del mundo -repuso Tommy con lentitud.

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