James Patterson - Virgen

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Estamos en 1987. Simultáneamente y en dos lugares distintos -Irlanda y Estados Unidos- se produce un acontecimiento similar: sendas muchachas quedan embarazadas sin dejar por ello de ser vírgenes. Aunque insólito, el hecho no parece ir más allá de lo meramente curioso, sin embargo, es posible que constituya parte de un plan sobrenatural de dimensiones cósmicas, algo ya anunciado setenta años antes, en Fátima. Se trata de la famosa y desconocida tercera profecía que la Virgen María hizo a los tres pastorcillos portugueses: el Segundo Advenimiento. El hecho conmociona a la Iglesia, empezando por su cúpula, el Papa. Los interrogantes se suceden: ¿Es un fraude?, ¿de las dos muchachas, o sólo de una de ellas? ¿Cómo debe interpretarse el supuesto fenómeno? Y, sobre todo, ¿por qué dos vírgenes?… Sobre la base de esta trama, audaz y original, James Patterson ha escrito una novela sobria, tensa, inquietante, en la que, en medio de un clima de pesadilla, el terror alterna con el prodigio y el desconcierto con la esperanza. Una novela cuya lectura es imposible abandonar, una vez empezada. Una novela, también, imposible de olvidar. Porque la amenaza de caos, de catástrofe para la humanidad, que representa su tema es un escalofrío implantado en el ánimo del lector, un pánico de efecto seguro y duradero.

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La diminuta virgen irlandesa sintió un terrible helor extendiéndose por su doliente e hinchado cuerpo.

Colleen Deirdre Galaher se arrodilló y empezó a rogar por su niño sagrado, cuyo nacimiento tendría lugar cualquier día… quizá dentro de una hora, según lo que sabía ella sobre el significado de tener un hijo minúsculo.

Colleen rezó también por una joven a quien no conocía: rezó por Kathleen Grace Beavier.

Rezó para que Kathleen tuviera mejor suerte que hasta entonces.

ANNE Y JUSTIN

– Hoy ya tengo miedo por Kathleen -dijo Anne a Justin en la mañana siguiente de la desaparición -. También noto su falta desesperante. Sigo teniendo el terrible presentimiento de que se le ha hecho daño.

Anne y Justin estaban tomando un desayuno ligero en el comedor de la mansión rural Henri Beavier de Chantilly.

Aquella escena del desayuno elegante y animado… era una situación sorprendente, por así decirlo.

Anne y Justin estaban tomando a sorbos su café junto con varios detectives especiales SDEC y funcionarios de la Policía parisiense. Por los ventanales del comedor se veía toda clase de camiones flamantes y vehículos policiales aparcados en el patio exterior circular.

Concluida la colación se ofreció uno de los vehículos particulares a sor Anne y al padre Justin. El padre Milsap les pidió que fueran a París y una vez allí auxiliaran a la Policía con todos los medios a su alcance: información sobre Kathleen, identificación e ideas acerca del padre Rosetti.

El corto recorrido hasta París por la carretera A-1 pareció fantástico y superdimensional a Anne y Justin. Algunos de los olivos, casas color crema, camiones en ruta, y autos franceses eran especialmente reales y definibles. Otros, sin embargo, tenían una curiosa vaguedad, unos contornos difusos.

Era uno de esos días grisáceos, lluviosos, cuando Anne solía pensar que ella podría suscribir la noción de haber estado imaginando su vida entera.

Pobre Kathleen, se dijo. ¿Dónde estará ahora? Ella había llegado a ser una auténtica amiga para Anne; alguien a quien Anne podía hablar sin reservas. Ella le había hablado incluso sobre Justin, sobre su posible abandono de la Orden dominica, sobre ciertas dudas íntimas que jamás revelara a nadie… ¿Qué le habría acontecido anoche a Kathleen?

– Me paso el tiempo cavilando sobre la paranoia de Rosetti -dijo Justin mientras conducía el «Citroen» por la abarrotada autopista-. No creo haber visto nunca a nadie tan tenso y visiblemente horrorizado como lo estaba él cuando fue a Irlanda… Parecía amedrentarle algo que nosotros no podíamos ver ni sentir. Unos espectros invisibles.

– Y esa historia que nos contó acerca de unos murciélagos agresivos. -Anne se volvió en su asiento-. No creo que él lo tome por una especie de alucinación. A mi parecer, el padre Rosetti cree verdaderamente que el Diablo le está persiguiendo.

»Sin embargo, yo también lo siento, Justin. Siento cada vez más la presencia poderosa de algo terriblemente diabólico en este asunto. Satanás Luciferi Excelsi . Estoy segura de habérselo oído decir a Rosetti allá en Sun Cottage.

– Anne, durante toda nuestra estancia en Irlanda, Rosetti nos mantuvo al margen de un secreto muy importante. Tengo esa impresión. Quizás algo que le revelara Pío XIII. Una clave increíble para que comprendiéramos todo cuanto pudiera contarnos… aunque sólo fuéramos capaces de figurarnos semejante secreto. ¿Cuál será el horrible secreto del padre Rosetti?

EL MARINERO FRANCÉS

El barrio de rué de la Huchette-rue St. Severin era un turbulento laberinto de callejones tortuosos en una de las partes más viejas y sórdidas de París… Este barrio antiguo estaba cerrado a la circulación rodada y, sin embargo, poblado por numerosos estudiantes de La Sorbona, vagabundos, músicos fracasados, grupos de argelinos con aspecto siniestro en sus sobretodos de un negro polvoriento.

Los propios edificios de apartamentos eran macizos y deprimentes; monótonas estructuras de hierro grisáceo con tres plantas o menos. Resultaba difícil creer que alguien quisiera vivir allí.

Cerca del Sena, allá donde termina la rué de Huchette, había un callejón con el nombre inolvidable de rué du Chat-qui-Péche.

Calle del Gato Pescador.

Allí un anciano fornido, ataviado con una boina y una pelliza de la Marina mercante, descendió despacioso al grasiento callejón empedrado.

Se detuvo ante uno de los grisáceos edificios; escudriñó las ventanas cubiertas de hollín. Observó una antena de televisión torcida en el tejado, una vista difusa del arremolinado río, un cartel desvaído de «Dubonnet» que, a juzgar por las indumentarias debía de datar de 1950.

El anciano ascendió con rigidez los desmoronadizos escalones de la entrada e hizo sonar una campanilla colgante.

Una mujer menuda de edad mediana, algo cojitranca, le abrió la puerta. Era Madame Duvas, según dijo.

– Excusez moi… , he visto el letrero. ¿Le queda todavía alguna habitación disponible, Madame?

Madame Duvas hizo un rápido análisis del hombre grandullón y pobremente vestido. «Estará próximo a los sesenta -se dijo-. Aunque parece todavía muy fuerte. El tipo de trabajador corpulento. No es probable que muera el próximo invierno», pensó la francesa… Un marinero arruinado; conservaba aún algún espíritu en sus ojos, aunque no mucho.

– Tengo una habitación… Pero he de cobrar un mes por anticipado.

Madame Duvas se cruzó de brazos para evidenciar su intransigencia al respecto.

– Sólo me interesa permanecer aquí una semana o dos, Madame. No tengo mucho dinero.

– Un mes por anticipado. Esa es mi norma. Hay otras habitaciones en París, ¿no?

Una hora después más o menos, Madame Duvas le vio subir la escalera de entrada con una joven a su lado. La chica vestía ropas usadas pero parecía muy bonita de primera impresión. «La muchacha no parece resistirse al marinero», se dijo sonriente Madame Duvas. La expresión novia infantil pasó por el pensamiento de la mujer.

Una vez arriba, en el ruinoso edificio, el padre Eduardo Rosetti creyó haber hallado un escondite aceptable para Kathleen Beavier. Juntos, comenzaron a idear los preparativos finales.

LA VIRGEN DE FORDHAM HILL

A las 8:00 h. en la rué St.-Honoré, los Campos Elíseos y la place de la Concorde, los parisienses y los turistas sin distinción empezaron a comprar las ediciones matinales de los díanos parisienses Le Monde, Le Fígaro y el internacional Herald Tribune.

Todos se alejaron de los quioscos leyendo las primeras páginas y meneando la cabeza. Unos sonrieron, otros fruncieron el ceño y algunos murmuraron plegarias en la abarrotada calle.

«¡LA VIRGEN DESAPARECE EN FRANCIA!», anunciaba Le Monde.

La crónica de Le Monde y otras empezando a difundirse por todo el mundo, fueron un excelente combustible para animar las hogueras de curiosidad, perversidad, fe ciega y otras reacciones conflictivas sobre la historia de un posible nacimiento divino en tiempos modernos.

Las historias sobre Jaime Jordán, «el amante secreto» de Kathleen Beavier, estaban circulando por toda América. Asimismo, se consideraba ya una adaptación cinematográfica por un popular director de ciencia-ficción.

Una agencia europea de noticias anunció otro nacimiento «divino» inminente en el pueblo israelí de Eilat.

Entretanto, una mujer llamada Moira Flanagan, en el arrabal neoyorquino del Bronx -la denominada virgen de Fordham Hill-, venía recibiendo regularmente desde 1968 visitaciones de Nuestra Señora de las Flores y de Jesús.

Hacia el atardecer del 10 de octubre, Mrs. Flanagan se encontró dirigiendo una procesión ferviente de cinco mil personas aproximadamente hacia el santuario situado en los terrenos de la Fordham University. Rodeada por guardaespaldas de su vecindario de Fordham, Mrs. Flanagan se arrodilló ante una imagen de María -tamaño natural-en una gruta artificial.

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