Pocos momentos después de terminar su oración, Moira Flanagan se volvió hacia la arracimada muchedumbre y le anunció que tanto Jesús como María estaban hablando con ella.
– Veo a Nuestro Señor…, Nuestra Señora le acompaña… Ambos son muy hermosos. ¡Ah, cuan hermosos son…!
»Jesús me está diciendo que nacerá muy pronto un niño divino.
Mrs. Flanagan musitó esas palabras con un tono tan sincero que resultó difícil no darle crédito.
– Ese niño nacerá el 13 de octubre…, fiesta de Nuestra Señora del Rosario en Fátima. ¡Jesús dice que lo creamos! -clamó la virgen de Fordham Hill.
»Hay algo más. -La mujer alzó una mano solicitando silencio-. ¡Ahora se adelanta nuestra Bendita Señora! ¡Ah, hay un gran círculo luminoso en los tenebrosos cielos! ¡Qué hermosa es!
«Nuestra Señora dice que nos guardemos. Dice que la Bestia es también fuerte ahora. ¡La Bestia está por doquier! Se librará una batalla sobre toda la superficie terrestre. Se avecina el Juicio Final…, será algo definitivo entre los aborrecibles demonios y los ángeles de Dios. Tal como lo pronosticara san Marcos en sus Revelaciones… ¡Ah, Señor bienamado, ruega por la joven virgen! ¡Ruega también por el niño!
DETECTIVES FRANCESES
– Una ciudad de iglesias . ¿Conocías este dicho sobre París, Rene? Considéralo. Notre-Dame, Ste. Chapelle, St. Etienne, St. Eustache, St. Germain-des-Pres… huumm, St. Louis, Sacré-Coeur… ¿Y quién acude a todos estos templos? ¡Nadie que yo sepa!
Dos detectives franceses, Bernard Serret y Rene Deveraux estaban circulando por el Pont Alexandre III en un «Renault» blanco y mugriento.
– ¿Qué opinas sobre ese cuento de la Santa Virgen María, Rene?
Bernard Serret encendió un cigarrillo sin filtro y dio una profunda chupada. El detective parisiense tenía treinta y un años, era un hombre de aspecto coriáceo, con una larga cicatriz de cuchillada en la mejilla, un hombre que se empeñaba en llevar una trinchera de cuero durante tres estaciones del año.
Su compañero, Rene Devereaux, permaneció silencioso y se limitó a encogerse de hombros como única respuesta.
– Por mi parte, Rene, dejé de creer en la Santísima Virgen apenas salí graduado de St. Martin en el Quarter. Allí fue donde hice este descubrimiento revelador… A las chicas les gusta recibir, tanto como a los chicos dar. Y ello explica todo lo de las vírgenes Mary, Jeanne, Nicolle y el resto.
Bernard Serret miró de reojo a su silencioso compañero y también su mejor amigo no obstante la diferencia de edad.
– ¿Qué te ocurre, Rene? ¿Te falta el sentido del buen humor esta mañana? Aunque no se te puede culpar, ¡vaya! El superintendente te ha telefoneado la las cuatro de la madrugada! ¿Allo? ¿Rene…? Por favor, dedique el día a la búsqueda de la Santísima Virgen. Sí. ¡Y comience el día desde este instante…!
Bernard echó otra mirada a Rene Devereaux. El hombre mayor se mantuvo taciturno.
– Yo creo en ese nacimiento -dijo al fin Devereaux encogiendo los hombros-. Pienso que un hijo de Dios, alguien como Jesús está a punto de nacer. Y quizás en Francia. -Y agregó-: Los domingos voy a misa en Notre-Dame. Marie y yo.
Bernard Serret meneó la cabeza.
– Siento haber bromeado tan tontamente… Yo ignoraba que tú fueses…, bueno, ya sabes, nunca dijiste nada… A decir verdad, Rene, no soy descreído… Estoy más bien en el centro.
– ¡Ah…, agnóstico! Entonces tengo una oración para ti. -Finalmente Rene Devereaux sonrió -. El agnóstico a Nuestro Padre. Escúchala: «Ah, Dios mío, si hay un Dios salva mi alma si es que la tengo.»
Los dos detectives rieron. La situación mejoró. Las aguas volvieron a su cauce.
– Anoche tuve un sueño muy raro, Bernard. Lo soñé antes de saber que la chica Beavier llegara a Francia. En mi sueño nosotros dos la encontramos muerta. La hallamos en un callejón horrible del Quartier Latín. Esa muchacha encinta, apaleada y violada…, una mujer muy joven y bonita como tantas otras de las que hemos encontrado. ¿Cuál es el significado de mi sueño? Yo no quiero hallar a esa joven virgen. No quiero hallar a más jóvenes muertas en los callejones perdidos.
– Pero, ¿crees que nos ocurrirá lo mismo esta vez, Rene?
– Así lo temo en el fondo de mi corazón. ¡Jesús, María y José! Pobre José. Nadie cita ya al infeliz bastardo.
Los detectives siguieron circulando en silencio durante los siguientes minutos. Desfilaron ante el complejo del «Hotel des Invalides» y a lo largo de la espectacular Ecole Militaire.
– Cuando yo era joven, Bernard, me gustaba ayudar a la misa de ocho en el templo de St. Louis. Cada mañana de los trescientos sesenta y cinco días del año. Aquello me encantaba, el incienso y la música, María y el Niño Jesús. Algunas veces pienso que fue la mejor época de toda mi vida.
Rene Devereaux encendió otro cigarrillo.
– Yo quisiera que este milagro se materializara de un modo inconcebible. Creo que sería beneficioso para todo el mundo.
KATHLEEN
A tres pisos de altura sobre la tenebrosa y humeante calle del Gato Pescador, un cuadrado de luz ambarina brillaba cual una estrella oblonga en el ruinoso distrito parisiense.
Sentada detrás de la ventana, Kathleen acariciaba tiernamente su estómago palpitante e imaginaba que podía sentir y oír dos palpitaciones vivas en su interior.
Al otro lado del pequeño aposento, cuyo piso estaba cubierto con periódicos y envases de alimentos, el padre Rosetti susurraba oraciones apenas audibles. ¿Italiano? ¿Latín? Kathleen no pudo cerciorarse.
En un parpadeante televisor blanco y negro las noticias vespertinas presentaban como información principal la increíble búsqueda para descubrir su paradero en Francia y otras partes de la Europa occidental. Se exponía una granulosa reedición de la conferencia de Prensa celebrada en Sun Cottage el mes de setiembre. « ¿Quién no lo creerá si observa esos ojos de mirada casta y triste? », inquinó un comentarista en un francés fluido y suave.
– Usted dijo que le avisara cuando estuviera dispuesta, padre -dijo Kathleen con voz temblorosa.
Súbitamente, se sintió llena de dudas y temores. Cosas desconocidas por completo para cualquier otro estuvieron presentes en aquel piso angosto y sórdido. Secretos sobre la vida, secretos sobre la muerte, secretos sobre la horripilante distinción entre el Bien y el Mal.
Y superando a todo ello, el niño allí presente.
El segundo latido casi imperceptible.
La segunda vida que ahora debería prevalecer sobre todas las decisiones de Kathleen.
– Creo que ya estoy dispuesta -susurró Kathleen sin sentirse muy segura de sus propias palabras -, ¿Rezará usted por mí? ¿Por mi bebé? ¿Es todo cuanto hará?
El padre Rosetti se levantó y caminó despacio hacia un lavabo agrietado y herrumbroso. Abrió con un chasquido su saco negro de viaje y sacó varios objetos de color oscuro.
– Te diré exactamente lo que va a suceder, Kathleen. Primero leeré algunas páginas de este libro sagrado. -El padre Rosetti mostró a Kathleen un libro encuadernado en tela sobre cuya cubierta había una cruz de color rojo sangre-. Esto es el Ritual Romano. Contiene todas las más sagradas plegarias, Kathleen. El padre Rosetti besó reverenciosamente una estola violácea y se la puso sobre sus anchas espaldas.
– Al Endemoniado se le suele llamar Moloc. O Mormo, que significa dios de los necrófagos. Se le denomina también Coyote, por el culto practicado todavía por los indios americanos, o Belcebú… cuyo significado es Señor de las Moscas. En gran parte de África le llaman Damballa, la Bestia. Allí su poder es mucho más patente. Mucho más audaz que aquí. Las gentes creen en Damballa porque presencian su obra cada día.
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