– El milagro. ¡Un milagro de blancura! ¡La prueba del algodón! Un desmadre, madre, hijo, hijo de puta, ¡hijo de puta! -Parpadeaba y ponía los ojos en blanco y las manos le temblaban como si fuera a soltar el cuchillo.
¡La pistola! Tenía que sacarla ahora, antes de que volviera a la realidad. El joven parecía a punto de clavarle el cuchillo a Nola.
– Jasper. Jasper -dijo Kate suavemente. Aquello pareció hacerle recobrar un poco el sentido y prestarle atención-. Escúchame. Tenemos que solucionar esto. Tú y yo. Los dos juntos, ¿de acuerdo? ¿Me estás escuchando?
– Te estoy escuchando. -Tenía espasmos en la cara y guiñaba los ojos como con un tic nervioso. ¿Lo estaba perdiendo otra vez?
– Cuéntame lo del milagro.
– Ahora todo va bien. Todo está… curado. -Cuando sonrió los espasmos remitieron y hasta dejó de parpadear. Por un instante su rostro fue como el de aquel niño en la casa de los horrores de Long Island City-. Sabía que si te veía, si hablaba contigo, todo saldría bien, que el milagro se quedaría para siempre. Y así ha sido. Ahora lo veo todo. A la perfección.
– Es maravilloso. Me alegro muchísimo. Pero ya ves que no hay necesidad de todo esto. Ya no tienes que hacer daño a nadie para ver.
– Tal vez… -El chico miró en torno, pestañeando de nuevo-. Los cuadros, la alfombra. Son preciosos. Con tantos colores… Te lo voy a enseñar -dijo señalando con el cuchillo-. Allí, en aquella tela. La parte de arriba es verde, verde pino, ¿verdad?
No. Era azul marino. Pero ¿querría él que mintiera o que le dijera la verdad? Kate no tenía ni idea.
– Y allí… -Señaló con el cuchillo la alfombra-. Hay un montón de colores: magenta, fucsia y, ah, sí, muchísimo limón láser.
La alfombra era marrón y gris.
– Y tus ojos -añadió sonriendo-. Tus preciosos ojos azules. Son azules, ¿verdad?
Kate, sin saber qué decir, optó por no comprometerse:
– Mm hmm.
– No me estarás mintiendo, ¿verdad? Por favor, no me mientas. Tú no. -Y puso el cuchillo directamente sobre el corazón de Nola.
Kate ahogó una exclamación.
– No, yo no te mentiré nunca. No tienes que hacer eso. Por favor.
– Menos mal. -Él la miró sonriendo por encima del vientre hinchado de Nola.
– Yo sólo voy a decirte la verdad, Jasper. -Kate contuvo el aliento-. Tengo los ojos verdes.
– Son azules.
– Lo siento, pero son verdes.
– No puede ser. -Se le estaban hinchando las venas de las sienes.
Por Dios, pensó Kate. ¿Se habría equivocado de táctica? Pero ¿qué otra cosa podía hacer?
– Tienen que ser azules. ¿Es que no lo entiendes? ¿No lo ves? ¡Tienen que ser azules! -Tenía el rostro crispado y pestañeaba como un poseso-. Azul, azul, azul. Tócame aquí, no ahí, aquí, allí, ¡por todas partes! -El cuchillo estaba casi pegado al corazón de Nola, listo para hundirse.
– No, Jasper. Escúchame. -Tenía que mantenerlo atento-. Yo puedo ayudarte a ver que mis ojos son verdes, que el cuadro es azul, que la alfombra es marrón y gris.
– ¡Noooooo! -Alzó el cuchillo sobre el vientre de Nola-. Te equivocas. ¡Te lo voy a demostrar!
– ¡Espera! -Kate tenía el corazón desbocado y se sentía a punto de vomitar-. Espera. No lo hagas. Mírame. Mírame. Yo puedo ayudarte. Escúchame. Ya te salvé una vez, ¿no? Déjame que te salve de nuevo -pidió mirándole a los ojos, que no dejaban de temblar-. Déjame salvarte, por favor.
– Sálvame, mírame, tócame, chúpame, fóllame.
– Jasper -dijo Kate suavemente pero con autoridad-. Tienes que escucharme. Déjalo ahora mismo.
Él la miró con la boca entreabierta, parpadeando, pero el tono de voz había funcionado, le había devuelto el sentido de la realidad al menos de momento.
– Tengo que hacer esto, ¿no lo entiendes? Es la única manera de ver los colores. -Sujetó el cuchillo con las dos manos, como disponiéndose a clavarlo-. Es la única manera.
– No, no lo es. Yo conozco otra forma.
– ¿Ah, sí? -El joven entornó los ojos con gesto escéptico, pero Kate sabía que quería creerla.
– Sí. Ahí, a tu lado. ¿Ves esas pastillas?
El miró de reojo y vio el tubo de Ambien.
– Yo las tomo para ver. Me ayudan a ver los colores. Y yo sé mucho de colores, ¿verdad?
– En aquel sitio intentaron darme pastillas, pero yo les engañé.
– Sí, es verdad. E hiciste bien. Pero estas pastillas son distintas. Son especiales. -Kate pensó en lo que Mitch Freeman había dicho de ellas: eran un hipnótico. Y recordó sus palabras exactas: «Tienes que creer en ello»-. Con esas pastillas podrás ver. Te lo prometo.
El chico se quedó pensando, deseando creerla.
– Tómate una tú. -Apartó una mano del cuchillo y le lanzó el tubo.
¿Podría Kate combatir los efectos de la droga? Una pastilla le haría perder reflejos, tal vez incluso le produjera alucinaciones. Pero en él tendría el mismo efecto. En el peor de los casos, le calmaría. Abrió el tubo. Quedaban cuatro pastillas. Creía que había más. Tenía que convencerle de que se tomara las tres restantes. Tragó saliva y se llevó una a la boca.
– No la escondas -dijo él-. Eso era lo que yo hacía y les engañé. ¡Sólo por diversión! Quiero ver que te la tragas.
Kate tenía la garganta seca y le costó tragar la pastilla, pero lo consiguió. Luego le lanzó el tubo, que aterrizó en el mostrador junto a Nola.
– ¡Vaya! -exclamó-. ¡Los colores son preciosos!
– ¿Hace efecto tan deprisa?
– A veces sí. Cuantas más tomes, más deprisa hacen efecto.
– ¿No me estás mintiendo?
– Yo nunca te he mentido y nunca te mentiré.
– ¿Lo prometes?
– Lo prometo.
– ¿Y no me harás daño? -Patadas, bofetadas, hambre, dolor, un cúmulo de imágenes pasaba por su mente.
– No, no te haré daño.
– ¿Lo juras?
Parecía estar sufriendo una regresión. Cada vez se parecía más a aquel niño indefenso que ella había rescatado.
– Sí. Funcionan. Verás los colores, te lo prometo.
Él abrió el tubo con una mano y se metió en la boca las tres pastillas.
Silencio. El cuchillo todavía pendía sobre el vientre de Nola. Él tenía los nudillos blancos.
– A veces tarda unos minutos. Confía en mí. -Kate contenía el aliento.
Jasper seguía parpadeando y entornando los ojos, mascullando frases de anuncios y canciones.
– Paciencia.
Los minutos eran como horas. Pero Kate tuvo tiempo de pensar, de recordar que Brown era la memoria número cinco del teléfono (lo había programado por el número de letras de su apellido). Bien. Movió los dedos sobre las pequeñas teclas, contando, y apretó la que esperaba fuera el cinco.
Jasper seguía parpadeando, pero ahora más despacio. Las pastillas empezaban a surtir efecto. Se humedeció los labios. La cabeza le oscilaba un poco. Había dejado de mascullar y tenía los hombros más relajados.
– Los veo -dijo de pronto-. Veo los colores. Los colores auténticos.
– Lo sabía. Mírame. Tengo los ojos verdes, ¿a que sí?
Él parpadeó en su dirección. Kate advirtió que le costaba mantener los ojos abiertos.
– Sí.
Kate no tenía ni idea de lo que él estaba viendo, si se lo estaba inventando o si la droga le provocaba alucinaciones. Ella también se sentía adormilada, se le caían los párpados.
– Son preciosos… verde mar. -Ahora hablaba muy despacio.
– Sí. Mira otra vez aquel cuadro. Quiero que veas el color azul. Es azul oscuro. ¿Lo ves?
El chico miró el cuadro. Los párpados le temblaban, cada vez más pesados.
– Sí… azul medianoche.
– Eso es, azul medianoche. Perfecto. -¿Lo estaría viendo de verdad? Kate no podía saberlo-. Sigue mirándolo. Debajo del azul hay un naranja precioso -indicó, metiendo la mano en el bolso-. ¿Lo ves?
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