– Pues claro que hablaré contigo. Todo lo que quieras. -Tenía que coger la pistola, pero no podía arriesgarse, todavía no. Incluso si conseguía dispararle, él sólo necesitaría un segundo para clavarlo el cuchillo a Nola. Ahora distinguía el rostro de la joven, con una expresión de terror. «Halágale»-. Me gustaron mucho tus cuadros.
– ¿De verdad?
– Sí, mucho.
– Soy un pintor bueno, ¿verdad? Un pito, un pintor, un pito, un pintor.
– Sí, sí, eres muy bueno. -Kate se estremeció.
– Los últimos los hice para ti. Me alegro de que te gustaran. - ¿ Te gusta conducir? ¡ Coca-cola es as í ! El joven se llevó la mano a la cabeza-. ¡Basta!
– ¿El qué?
– Tu nombre.
– Sí, en los bordes, ya lo vi. Gracias, me sentí muy halagada. Pero ¿puedo preguntarte por qué? ¿Por qué los pintaste para mí?
– Porque tú me has curado.
– ¿Cómo te he curado? -Le sudaba la mano que sostenía el teléfono. ¡El teléfono! ¿Seguía encendido? ¿Lo había apagado después de llamar a Nola? No; seguía encendido. Pasó los dedos por el teclado. ¿Podría acertar sin mirar? El teléfono de Brown estaba en la memoria, pero ¿en qué número?
Celebra los mejores momentos de tu…
– ¡Basta! Por favor…
– ¿Basta de qué?
– Son los momentos Kodak, no tú. -Parpadeó y pestañeó-. Ese cuadro de ahí es de un azul precioso, ¿verdad?
– ¿Qué cuadro? Está muy oscuro y no lo veo, pero estoy segura de que tienes razón.
– No intentes engañarme.
– Yo nunca te engañaría.
– Ya me lo imaginaba. -Un flash. El rostro de ella. Risas. Y música-. Every breath you take -cantó.
– Me gusta esa canción.
– ¿Sí?
– Sí. ¿A ti no?
– No. A ella sí le gustaba.
– ¿A quién?
– A ella. A ella. Y a los otros como ella.
– ¿Qué otros?
– Los otros, ya sabes. Los que me ayudaron a ver. Tenía que hacérselo, a ellos y a ella. Para ver.
Sus víctimas, los cuerpos eviscerados.
Kate recordó las palabras de la doctora Schiller: «Pensaba que al matar podía volver a ver los colores.» -Pero ¿por qué mataste a Boyd Werther?
– No quería. Al principio no. Yo sólo quería que me ayudara, pero él se negó. -Se puso a cantar de nuevo-: Every breath you take…
– Pensaba que no te gustaba esa canción.
– A mí no, pero a Brenda sí, y es una buena amiga.
– ¿Está aquí, ahora?
– Claro.
– Qué suerte, tener tan buenos amigos… -Vaciló un momento y añadió-: Tony.
– ¿Por qué hablas con él?
– Pensaba que a lo mejor te llamabas Tony.
Su risa hendió la habitación en penumbra.
– Eso sí tiene gracia, ¿verdad, Tony?
Kate se echó a reír también. Seguía pensando en la doctora Schiller y en su paciente, Tony el Tigre, un nombre que, según él, había tomado prestado de un amigo.
– Hola, Tony -dijo-. No sabía que también estabas aquí. Creo que eres genial.
– ¿Lo ves, Tony? ¿Qué te dije? Sabía que ella lo comprendería.
– Claro que lo comprendo. -«Sigue hablándole, distráele y luego coge la pistola.»
– Hacía mucho tiempo que quería hablar contigo y… é sta es la historia de una dama encantadora que era…
– Conozco ese programa. Es La tribu de los Brady, ¿a que sí?
– ¿Un programa?
«Se cree que es real.»
– Dime cómo te llamas, anda.
– Yo no tengo nombre.
– Todo el mundo tiene nombre.
– Ella me llamaba Jasper.
– ¿Puedo llamarte Jasper? ¿Te gustaría?
Él reflexionó un momento.
– Puedes llamarme Jasper porque… es como el artista, Jasper Johns.
– ¿Te gusta Jasper Johns?
– Es uno de mis dioses. Nos llamamos igual y… él también está enfermo, ¿sabes? Como yo.
– ¿Ah, sí?
– Sí. Pero yo ahora estoy mejor y voy a ayudarle a curarse y a lo mejor tú también puedes colaborar.
– Claro que sí. -Kate miró a Nola y casi percibió el pánico en sus ojos. Acercó la mano unos centímetros al bolso-. Tenía miedo de que no pudiéramos llegar a hablar. Creía que habías muerto.
– Ah, ése no era yo. -Una carcajada-. Fue un truco.
– ¡Qué listo! ¡Conseguiste engañar a la policía! ¿Y cómo lo hiciste?
– Muy fácil. Le pagué, ¿sabes?, al chico, un punky de la calle. Después de matar a los policías de fuera, le mandé delante de mí a la galería. Le hice llevar las gafas de sol y llegar hasta la puerta. Estaban emocionadísimos. Se creían que lo habían atrapado. A mí. Luego fue muy fácil, ¿sabes?, entrar mientras estaban todos distraídos. No se esperaban que apareciera yo un minuto más tarde y entonces bang bang, muertos, ellos, no tú, y los otros, los del coche, ésos ya estaban muertos, kaput, se acabó , pop pop. Me gustó mucho el ruido que hacía la pistola con el silenciador, pop pop. -Blandió el cuchillo como si fuera una pistola y Kate pensó en lanzarse contra él, pero el arma estaba a escasos centímetros del vientre de Nola-. No se enteraron de nada, no me vieron venir. Pop, pop. Plop, plop, fizz, fizz. A veces puedo hacerme invisible.
– ¿De verdad?
– Sí, pero no ahora. -Pareció estremecerse y el cuchillo osciló en su mano. Kate tuvo que controlarse para no arrojarse sobre él-. Me puse triste. Vaya, como dice Prince, cuando las palomas lloran. Pero luego eché un vistazo y fue estupendo. Vaya, que era… estupendo, mis cuadros en la galería, donde tenían que estar y… -De nuevo se le quebró la voz-. A veces hay que hacer sacrificios, ¿no?
– Sí. -Otro centímetro hacia el bolso.
– La cuestión es el trabajo. Vaya, que yo sabía que era contraproducente, pero tenía que hacerlo, vaya, que tenía que hacerlo. Y fue bueno - Hazme da ñ o, que me gusta tanto… -, y era lo que había que hacer, ¿verdad, verdad, verdad? -Se chupó la punta de los dedos quemados, todavía doloridos, con gruesas costras en varios.
– Es verdad. Fuiste muy valiente.
– Soy muy valiente. Duro como el acero. ¡Capaz de saltar sobre los edificios!
– ¿Superman?
– Superman, sí. Y tú eres Luisa Lane.
– ¿Ah, sí?
– No. -Se echó a reír-. Yo sé quién eres. No me confundas.
– Yo nunca te confundiría.
– La gente siempre está intentando confundirme, hacerme daño.
– Lo siento mucho.
– ¿De verdad?
– Sí.
– Tú me has curado.
– Eso has dicho. ¿Y cómo te he curado?
– Me has hecho ver. Fue un milagro.
– Enséñamelo.
– ¿Qué quieres decir?
– Que me enseñes cómo puedes ver.
– No lo sé.
– De verdad, quiero ver lo bien que lo haces. Me alegro mucho por ti, estoy muy contenta de que puedas ver, muy orgullosa. Pero podría estar más orgullosa todavía.
– ¿Cómo? -Podrías enseñarme lo que has aprendido. Cómo te he ayudado, cómo te he curado. -Un paso más. Las bombillas rotas crujieron.
– Por favor, no te acerques. No quiero hacerte daño, no quiero que me hagas daño. - Hazme da ñ o, que me gusta tanto…
– Yo no te haría daño.
– Todo el mundo hace daño. ¿Sabes lo que me hicieron a mí?
– ¿Quiénes?
– En aquel sitio. Los médicos. Mi cabeza y… -Una serie de sensaciones: acero frío en la espalda, una aguja en el brazo, goma en la boca-. Mi cabeza.
Kate sabía que se refería a la terapia de electroshock que la doctora Schiller había mencionado. Pero no fue a él a quien se imaginó allí, en una camilla, no a su cuerpo recibiendo electricidad suficiente para sufrir un ataque epiléptico, sino que Kate vio a su madre, incapaz de hablar y pensar después de unas pocas sesiones, su madre, con quien el tratamiento había fracasado, que se había suicidado en el mismo hospital que tenía que haberla salvado.
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