Camilla Läckberg - Los Gritos Del Pasado

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En plena temporada de verano en la pequeña población costera de Fjällbacka, un niño descubre el cadáver de una turista alemana cruelmente torturada. Muy cerca, la policía encuentra los esqueletos de dos mujeres desaparecidas hace veinte años.
La joven pareja formada por la escritora Erica y el detective Patrik disfrutan de unas merecidas vacaciones. Erica está embarazada de ocho meses y el calor sofocante del verano vuelve especialmente difícil este último mes de gestación. La última cosa que necesitan ambos es un nuevo caso de asesinatos, pero el malhumorado comisario Mellberg incluye rápidamente a Patrik en los acontecimientos. Sorprendentemente todos terminarán descubriendo que todas las víctimas tenían alguna relación con el predicador Ephraim Hult y su particular familia…

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– ¿Cómo que os habéis visto? -Robert la miraba perplejo. Al cabo de un instante, lo entendió-. ¡Ajá! O sea que vosotros dos… Vale -resumió, echándose a reír-. Vaya con mi hermano. ¡Menudo pillo! -siguió riendo hasta que cayó en la cuenta de por qué estaba en el hospital y recobró enseguida parte de su expresión anterior.

Los tres guardaban silencio viendo pasar las horas, sentados uno junto al otro en aquella triste sala de espera, mientras que, a cada ruido de pasos, escudriñaban el pasillo en busca de algún médico que viniese a anunciarles la sentencia. Ignorándose mutuamente, los tres rezaban en silencio.

Cuando Solveig llamó temprano aquella mañana, quedó sorprendido ante la compasión que le provocó la noticia. Las dos familias llevaban tantos años en pie de guerra que su enemistad se había convertido en una suerte de segunda personalidad; sin embargo, cuando conoció el estado en que se encontraba Johan, hasta el último gramo de resentimiento que lo envenenaba se disipó de golpe. Johan era su sobrino, su carne y su sangre, y eso era lo único que contaba. Pese a todo, tampoco se le antojaba del todo natural acudir al hospital. Le parecía, en cierto modo, un gesto hipócrita; de modo que, cuando Linda dijo que ella sí quería ir, sintió un gran alivio e incluso le pagó el taxi desde Uddevalla, a pesar de que, por lo general, consideraba que ir en taxi era el colmo de la extravagancia.

Sentado ante su escritorio, Gabriel se debatía en un estado de absoluto desconcierto. El mundo entero parecía del revés y todo iba a peor. Experimentaba la sensación de que el colmo de todo se hubiese producido en las últimas veinticuatro horas. A Jacob lo llaman a interrogatorio, el registro en Västergården, las extracciones de sangre a toda la familia y, ahora, Johan ingresado en el hospital debatiéndose entre la vida y la muerte. Había dedicado toda su vida a construir una tranquilidad y una seguridad que ahora se derrumbaban ante sus ojos.

En el espejo que colgaba de la pared de enfrente vio reflejado su rostro y lo miró como si fuera la primera vez. En cierto sentido, así era, en efecto. Él mismo veía hasta qué punto había envejecido en los últimos días. La vitalidad que caracterizaba su mirada había desaparecido, su semblante irradiaba preocupación y su cabello, por lo general bien peinado, aparecía ahora revuelto y sin brillo. Gabriel se vio obligado a admitir que se había decepcionado a sí mismo. Siempre se había considerado un hombre de los que se crecían con las dificultades y como alguien en quien la gente podía confiar cuando corrían tiempos difíciles. Sin embargo, era Laine quien se había manifestado como la más fuerte de los dos. Tal vez, en realidad, él siempre lo supo. Tal vez también ella lo sabía, pero lo dejó vivir en la ilusión, puesto que entendía que, de ese modo, él sería más feliz. Una cálida sensación lo invadió ante esa idea, un amor tranquilo, algo que había tenido escondido en lo más hondo de su ser, bajo su egocéntrico desprecio, pero que ahora tenía la posibilidad de aflorar a la superficie. Tal vez todo aquel desastre alumbraría, al fin, algo bueno.

Unos golpecitos en la puerta vinieron a interrumpir su cavilar.

– Adelante.

Laine entró despacio y Gabriel volvió a constatar el cambio que se había producido en ella. No quedaba ni rastro de la nerviosa expresión de su semblante ni del casi convulso y constante movimiento de sus manos; incluso parecía más alta, puesto que ahora caminaba erguida.

– Buenos días, querida. ¿Has dormido bien?

Ella asintió y se sentó en uno de los dos sillones que Gabriel tenía en el despacho para las visitas. La miró inquisitivo, pues las profundas ojeras que enmarcaban sus ojos contradecían su respuesta. Pese a todo, había dormido más de doce horas. El día anterior, cuando llegó a casa después de ir a buscar a Jacob a la comisaría, apenas tuvo tiempo de hablar con ella. Laine aseguró, con un hilo de voz, que estaba agotada y se fue a dormir a su habitación. Gabriel sospechaba que algo estaba pasando; ahora lo sentía claramente: Laine no lo había mirado a los ojos una sola vez desde que entró en el despacho, sino que tenía la vista fija en sus zapatos, como si estuviera estudiándolos. Sintió crecer el desasosiego en su interior, pero, antes de escucharla, la puso al corriente de lo sucedido a Johan. Laine se mostró sorprendida y, como él, compasiva, pero en cierto modo, como si la noticia no hubiese calado en ella realmente. Algo tan crucial debía de ocupar su pensamiento, que ni siquiera la agresión sufrida por Johan la hizo concentrarse en otro asunto. Todas las alarmas interiores de Gabriel se pusieron en marcha al mismo tiempo.

– ¿Ha ocurrido algo? ¿Pasó algo ayer en la comisaría? Yo estuve hablando anoche con Marita, me dijo que habían soltado a Jacob, así que la policía no puede tener… -no supo cómo continuar. Las ideas se agolpaban en su cabeza, pero ninguna explicación le parecía adecuada.

– No, Jacob está libre de toda sospecha -confirmó Laine.

– ¿Qué me dices? ¡Eso es estupendo…! -exclamó radiante-. Pero ¿cómo…, qué es lo que…?

El rostro de Laine mostraba la misma expresión ominosa y seguía sin mirarlo a la cara.

– Antes de que te lo cuente, hay algo que debes saber -Laine se mostró algo indecisa-. Johannes es…

Gabriel se retorcía impaciente en la silla.

– Dime, ¿qué pasa con Johannes? ¿Algo relacionado con la lamentable exhumación de su cadáver?

– Sí, podría decirse que sí. -De nuevo guardó silencio, lo que infundió en Gabriel deseos de zarandearla para que hablase de una vez. Después, Laine respiró hondo y la verdad fluyó de sus labios con tal rapidez que apenas se oyó a sí misma- Le contaron a Jacob que habían examinado el cadáver de Johannes y que constataron que no se suicidó, sino que murió asesinado. -A Gabriel se le escapó el bolígrafo de las manos. Contemplaba a Laine como si la mujer hubiese perdido el juicio. Pero ella prosiguió-: Sí, ya sé que suena como un despropósito, pero al parecer están completamente seguros. Alguien mató a Johannes.

– ¿Saben quién fue? -fue lo único que se le ocurrió preguntar a Gabriel.

– Está claro que no lo saben -le respondió Laine con un bufido-. Acaban de descubrirlo y después de tantos años…

– Pues sí que es una noticia, pero háblame de Jacob. ¿Pidieron disculpas? -inquirió Gabriel derecho al grano.

– Ya te he dicho que ha dejado de ser sospechoso. Han conseguido demostrar lo que nosotros ya sabíamos -constató Laine con una amarga sonrisa.

– Sí, desde luego no puede decirse que sea una sorpresa, era sólo cuestión de tiempo. Pero ¿cómo…?

– Mediante los análisis de las muestras de sangre que nos tomaron esta mañana. Compararon su sangre, en primer lugar, con los restos de esperma del asesino, y no coincidían.

– Bueno, eso podría habérselo dicho yo. Como de hecho hice, por cierto, si no recuerdo mal -dijo Gabriel en tono ampuloso mientras sentía deshacerse el gran nudo que tenía en el estómago-. Pero, en ese caso, lo que tenemos que hacer es brindar con champán, Laine. No comprendo a qué viene esa expresión tuya tan sombría.

En ese momento, Laine alzó la vista y lo miró directamente a los ojos.

– Porque también habían analizado tu sangre.

– Sí, pero la mía tampoco ha podido coincidir -dijo Gabriel entre risas.

– No, no con el asesino, pero… tampoco con la de Jacob.

– ¿Qué quieres decir con que no coincidía? ¿En qué sentido?

– Comprobaron que tú no eres el padre de Jacob.

El silencio que siguió a aquellas palabras fue como una explosión. Gabriel entrevió una vez más su rostro en el espejo, pero en esta ocasión ni siquiera se reconoció a sí mismo. Era un extraño boquiabierto y con los ojos desorbitados quien lo observaba desde el cristal. No fue capaz de seguir mirándolo y apartó la vista.

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