– Empecemos por el principio -dijo Martin-. ¿Quién de ustedes vio a Jacob por última vez?
Laine alzó la mano.
– Fui yo.
– ¿Y eso cuándo fue? -prosiguió Gösta.
– Hacia las ocho. Después de haberlo recogido de la comisaría -dijo señalándolos a los dos.
– ¿Y dónde lo dejó? -preguntó Martin.
– Justo a la entrada de Västergården. Me ofrecí a llevarlo hasta la puerta, pero me dijo que no era necesario. Es un poco complicado dar la vuelta al final del camino y sólo hay unos doscientos metros hasta la casa, así que no insistí.
– ¿Cuál era entonces su estado de ánimo? -continuó Martin.
Laine miró de reojo a Gabriel. Todos sabían cuál era el tema subyacente, aunque nadie se atrevía a decirlo claramente. Martin cayó en la cuenta de que era bastante probable que Marita no tuviese la menor idea de la novedad sobre el parentesco de Jacob. Por desgracia, en aquellos momentos él no podía ser considerado con ella por ese motivo. Necesitaban obtener todos los datos y no podían andar con juegos de palabras y adivinanzas.
– Estaba… -Laine buscaba la palabra exacta- meditabundo. Creo que se encontraba conmocionado.
Marita observaba a Laine presa del más absoluto desconcierto. Después se dirigió a los policías.
– ¿A qué se refieren? ¿Por qué estaba conmocionado? ¿Qué hicieron con él en la comisaría? Gabriel dijo que ya no era sospechoso, ¿por qué iba a estar tan afectado entonces?
Al rostro de Laine afloró un rictus apenas perceptible, único indicio de la tormenta de sentimientos que arrasaba en su interior, pero, con aparente calma, posó su mano sobre la de Marita, antes de explicarle:
– Querida, Jacob conoció ayer una noticia sobrecogedora. Hace muchos, muchos años, yo hice algo que estuve ocultando desde entonces. Y a causa de las investigaciones de la policía -explicó, lanzando una fugaz mirada a Martin y a Gösta-, Jacob se enteró ayer tarde. Yo tenía en mente contárselo algún día, pero los años iban pasando tan rápido…; supongo que esperaba que llegase el momento adecuado.
– El momento adecuado, ¿para qué?
– Para revelarle a Jacob que su padre era Johannes, no Gabriel.
El rostro de Gabriel se contrajo de dolor, palabra tras palabra, como si cada una fuese un navajazo en el pecho, aunque ya parecía haber superado el shock. Su psique había empezado a procesar el cambio y oírlo no le resultaba ya tan duro como la primera vez.
– ¿Cómo? -Marita miraba atónita a Laine y a Gabriel. Después se vino abajo-. Dios mío, debe de estar destrozado.
Laine dio un respingo en la silla, como si le hubiesen dado una bofetada.
– Lo hecho, hecho está -declaró-. Ahora, lo más importante es encontrarlo. Luego… -vaciló un instante-, luego veremos qué hacer con lo demás.
– Laine tiene razón. Al margen del resultado de las pruebas, para mí Jacob es mi hijo -aseguró Gabriel, llevándose la mano al corazón-. Y tenemos que encontrarlo.
– Lo encontraremos -le garantizó Gösta-. Quizá no sea tan extraño que ahora quiera estar solo para pensar sobre todo esto.
Martin se alegró de la seguridad paternal que Gösta era capaz de transmitir cuando se lo proponía. En aquella situación, resultaba de lo más adecuado para calmar el desasosiego de la familia y Martin continuó tranquilamente con sus preguntas:
– O sea que no volvió a casa, ¿no es así?
– No -confirmó Marita-. Laine me llamó cuando salieron de la comisaría, así que yo sabía que había salido de allí. Pero después, al ver que no venía, pensé que se habría quedado a dormir en su casa. Desde luego no era muy normal, pero, por otro lado, tanto él como toda la familia llevan varios días bajo tal presión que pensé que le vendría bien pasar unas horas con sus padres.
Al decir aquellas palabras, le lanzó una mirada furtiva a Gabriel, que respondió con una triste sonrisa. Le llevaría mucho tiempo no confundirse.
– ¿Cómo supieron lo que le había sucedido a Johan? -preguntó Martin.
– Solveig nos llamó esta mañana temprano.
– Ah, creía que… no os llevabais bien -comentó Martin.
– Sí, podría decirse que así era, pero supongo que la familia es la familia y, a la hora de la verdad… -Gabriel dejó la frase inacabada-. Linda está en el hospital; parece que Johan y ella tenían una relación más estrecha de lo que nosotros imaginábamos -añadió con una sonrisa cómica y amarga a un tiempo.
– ¿Han tenido más noticias? -quiso saber Laine.
Gösta negó con un gesto.
– No, lo último fue que seguía igual, pero Patrik Hedström va camino de Uddevalla, ya veremos lo que nos dice. Si ocurriera algo, sea lo que fuera, lo sabrán tan pronto como nosotros mismos. Quiero decir que supongo que Linda les llamará enseguida si hay cambios.
Martin se puso de pie.
– Bueno, creo que ya sabemos cuanto necesitábamos.
– ¿Creen que el asesino de la chica alemana es la misma persona que agredió a Johan? -preguntó Marita con voz temblorosa. Todos intuyeron a qué se refería en realidad.
– No hay razón alguna para pensarlo -respondió Martin con amabilidad-. Estoy convencido de que no tardaremos en averiguar qué sucedió. Quiero decir que Johan y Robert llevan bastante tiempo moviéndose en círculos de dudosa reputación, así que es más verosímil que haya que buscar por ahí el origen.
– ¿Qué van a hacer para encontrar a Jacob? -insistió Marita-. ¿Van a dar una batida por la zona, con perros o algo así?
– No, no creo que empecemos por ahí. Sinceramente, me inclino por creer que estará en algún sitio meditando sobre… la situación, y que aparecerá en casa cuando menos se lo esperen. Aunque, en realidad, lo mejor que puede hacer es irse a casa y llamarnos en cuanto vuelva, ¿de acuerdo?
Nadie se pronunció, así que lo tomaron como un sí. A decir verdad, no podían hacer mucho por el momento. Sin embargo. Martin se vio obligado a admitir para sí que no sentía tanta confianza como había querido aparentar ante la familia de Jacob. En efecto, era una extraña coincidencia que Jacob hubiese desaparecido justo la noche en que su primo, su hermano o lo que quiera que fuese Johan, sufría aquella agresión.
Ya en el coche y de regreso a Fjällbacka, se lo dijo a Gösta, que asintió, pues compartía su opinión. También él tenía la sensación de que algo no andaba bien. Tan extrañas coincidencias no solían darse en la realidad y la policía no debía suponer que así fuese. Ambos confiaban en que Patrik sacase algo más en claro.
Verano de 2003
Despertó con un martilleante dolor de cabeza y una sensación pegajosa en la boca. Jenny no sabía dónde estaba. Lo último que recordaba era que iba en un coche que había parado cuando ella hacía autoestop; de repente, se había visto arrojada a una especie de extraña y oscura realidad. Al principio, ni siquiera tuvo miedo. Tenía la impresión de que debía de tratarse de un sueño del que despertaría en cualquier momento, para descubrir que se hallaba en la caravana de sus padres.
Tras unos minutos, empezó a tomar conciencia de la realidad: jamás despertaría de aquel sueño. Presa del pánico, empezó a tantear la oscuridad que la rodeaba y, en la última de las paredes, notó que había listones de madera. Una escalera. Subió a tientas los peldaños hasta que se dio un golpe en la cabeza. Un techo detuvo su ascenso después de tan sólo un par de peldaños y la sensación de claustrofobia se hizo asfixiante. Calculó que a duras penas podría ponerse de pie en la habitación, pero poco más. Y, por lo que dedujo de su recorrido alrededor de las paredes, no tendrían más de un par de metros. Desesperada, empezó a empujar hacia arriba los listones en que terminaba la escalera y notó que uno de ellos cedía ligeramente, aunque estaba lejos de soltarse del todo. Oyó entonces el ruido de una cadena y comprendió que, probablemente, la trampilla estaría cerrada por el exterior con un candado.
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