Camilla Läckberg - Los Gritos Del Pasado

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En plena temporada de verano en la pequeña población costera de Fjällbacka, un niño descubre el cadáver de una turista alemana cruelmente torturada. Muy cerca, la policía encuentra los esqueletos de dos mujeres desaparecidas hace veinte años.
La joven pareja formada por la escritora Erica y el detective Patrik disfrutan de unas merecidas vacaciones. Erica está embarazada de ocho meses y el calor sofocante del verano vuelve especialmente difícil este último mes de gestación. La última cosa que necesitan ambos es un nuevo caso de asesinatos, pero el malhumorado comisario Mellberg incluye rápidamente a Patrik en los acontecimientos. Sorprendentemente todos terminarán descubriendo que todas las víctimas tenían alguna relación con el predicador Ephraim Hult y su particular familia…

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– ¿Cuánto tiempo tengo que estar aquí?

– Tenemos derecho a retenerte durante seis horas, pero, como ya te dijimos, tú tienes derecho a llamar a un abogado en el momento en que lo desees. ¿Quieres llamar a alguno?

– No, no es necesario -respondió Jacob-. Aquel que es inocente no necesita otro defensor que la fe en que Dios lo pondrá todo en su lugar.

– Bien, en ese caso debes de sentirte bien protegido; Dios y tú parecéis uña y carne -aseguró Patrik.

– Él sabe dónde me tiene a mí y yo dónde lo tengo a Él -repuso Jacob secamente-. Y me compadezco de quienes viven su vida sin Dios.

– Así que nosotros, pobres infelices, te damos pena. ¿Es eso lo que quieres decir? -preguntó Gösta en tono jocoso.

– Hablar con vosotros es perder el tiempo. Habéis cerrado vuestros corazones.

Patrik se inclinó hacia delante para estar más cerca de Jacob.

– Resulta interesante todo eso de Dios, el diablo, el pecado y todo lo demás. ¿Cuál es la postura de tus padres al respecto? ¿Viven ellos conforme a los mandamientos de Dios?

– Puede que mi padre se haya apartado de la parroquia, pero conserva la fe y tanto él como mi madre son personas temerosas de Dios.

– ¿Estás seguro de ello? Quiero decir, ¿qué sabes tú de su forma de vida?

– ¿A qué te refieres? ¡Yo conozco a mis padres! ¿Estáis tramando algo para ensuciar su buen nombre?

A Jacob le temblaban las manos y Patrik experimentó cierta satisfacción al comprobar que había logrado perturbar su estoico sosiego.

– Quiero decir que es imposible que tú sepas lo que sucede en la vida de otras personas. Tus padres pueden tener sobre su conciencia pecados que tú ni sospechas, ¿no crees?

Jacob se puso en pie y se encaminó a la puerta.

– ¡Bueno, ya es suficiente! O me detenéis o me soltáis, pero no pienso seguir escuchando vuestras mentiras.

– Por ejemplo, ¿tú sabías que Gabriel no es tu padre?

Jacob quedó paralizado en mitad de un movimiento, con la mano a medio camino hacia la manivela, y se dio la vuelta muy despacio.

– ¿Qué has dicho?

– Te preguntaba si tú sabías que Gabriel no es tu padre. Acabo de hablar con los técnicos que están analizando las muestras de sangre que os extrajimos y no cabe la menor duda: Gabriel no es tu padre.

Jacob palideció y a los dos agentes no les cupo la menor duda de que estaba sorprendido.

– ¿Han analizado mi sangre? -preguntó con voz trémula.

– Sí, y te prometí que te pediría perdón si estaba equivocado. -Jacob lo miraba sin pronunciar palabra-. Perdón -dijo Patrik-. Tu sangre no coincide con el ADN hallado en el cuerpo de la víctima.

Jacob se vino abajo como un globo pinchado y se dejó caer pesadamente en la silla.

– Entonces, ¿qué va a pasar ahora?

– Has dejado de ser sospechoso del asesinato de Tanja Schmidt, pero yo sigo creyendo que nos ocultas algo. Ahora tienes la oportunidad de contarnos lo que sabes y creo que debes aprovecharla, Jacob.

Jacob negó con la cabeza antes de responder:

– Yo no sé nada. Yo ya no sé nada. Por favor, ¿no podría irme ya?

– Todavía no. Antes queremos hablar con tu madre, porque supongo que tendrás alguna que otra pregunta que hacerle.

Jacob asintió.

– Pero ¿por qué razón queréis hablar con ella? Esto no tiene nada que ver con la investigación, ¿verdad?

Patrik se sorprendió a sí mismo al oírse repetir las palabras que le había dicho a Pedersen:

– En estos momentos, todo tiene que ver con la investigación. Ocultáis algo, podría apostarme el sueldo de todo un mes. Y estamos decididos a averiguar qué es, sean cuales sean los medios que hayamos de utilizar.

Era como si toda la fuerza combativa de Jacob hubiese desaparecido de repente, pues ya sólo era capaz de asentir resignado. La noticia parecía haberlo conmocionado.

– Gösta, ¿podrías ir a buscar a Laine?

– Pero no tenemos autorización para traerla aquí. ¿O sí? -inquirió Gösta contrariado.

– Seguramente ya se habrá enterado de que tenemos aquí a Jacob para interrogarlo, de modo que no será complicado convencerla para que venga por voluntad propia. -Patrik se dirigió a Jacob-. Te traeré algo de comer y de beber, y te quedarás aquí solo un rato, hasta que hayamos hablado con tu madre. Después podrás tener una charla con ella tú mismo, ¿de acuerdo?

Jacob asintió apático. Daba la sensación de estar sumido en los más hondos pensamientos.

Anna fue a abrir la puerta de su casa de Estocolmo con una mezcla de sentimientos antagónicos. Había sido maravilloso desconectar por un tiempo, tanto para ella como para los niños, pero también había contribuido a que su entusiasmo por Gustav se enfriase ligeramente. En honor a la verdad, había sido un suplicio pasar varios días en aquel barco con él y con su pedantería. Además, durante la última conversación que mantuvo con Lucas, detectó algo en su tono de voz que la dejó preocupada. Pese a todo el maltrato a que la había sometido, Lucas siempre había dado la impresión de tener control sobre sí mismo y sobre la situación. Ahora, por primera vez, había oído resonar el pánico en su voz y, con ello, la intuición de que podían suceder cosas que él no tuviese calculadas. Anna había oído, a través de un conocido, rumores de que estaba empezando a irle mal en el trabajo: había perdido los nervios durante una reunión, en otra ocasión había insultado a un cliente y, en general, su impecable fachada comenzaba a agrietarse. Y eso la aterraba lo indecible.

Había algo raro en aquella cerradura. La llave se resistía a girar hacia donde debía. Tras varios intentos, comprendió la razón, la llave no estaba echada. Aun así, ella tenía la certeza de que había cerrado con llave cuando se marchó hacía una semana. Anna les dijo a los niños que se quedasen donde estaban y abrió con la máxima cautela. Estuvo a punto de desmayarse. Su primer apartamento propio, del que se sentía tan orgullosa, estaba destrozado por completo. No quedaba un solo mueble en pie. Todo estaba deshecho y alguien había escrito en las paredes con spray negro. «Puta», se leía en la pared de la sala de estar, rotulado en mayúsculas. Anna se llevó la mano a la boca mientras las lágrimas afloraban a sus ojos. No tenía que pensar mucho para saber quién le había hecho algo así. El temor que llevaba rondándole por la cabeza desde que habló con Lucas se había convertido en una certeza: Lucas había empezado a perder el control. El odio y la ira que siempre mantenía a raya bajo la superficie habían empezado a erosionar también la fachada.

Anna retrocedió en el rellano de la escalera y estrechó a sus hijos muy fuerte contra su pecho. Su primer impulso fue llamar a Erica, pero enseguida cambió de parecer y decidió que tenía que resolver aquello sola.

Estaba contenta con su nueva vida y se sentía muy fuerte. Por primera vez desde siempre era dueña de su existencia, no la hermana pequeña de Erica, ni la mujer de Lucas; dueña de sí misma. Y ahora todo estaba destruido.

Sabía lo que se vería obligada a hacer: el gato había ganado la partida y ahora al ratón no le quedaba más que un lugar en el que refugiarse. Cualquier cosa, con tal de no perder a los niños.

Sin embargo, estaba convencida. Por lo que a ella se refería, estaba dispuesta a rendirse; pero si tocaba a alguno de los niños, lo mataría sin dudarlo.

Aquel no había sido un buen día. Gabriel se había indignado tanto ante lo que él llamaba abuso por parte de la policía que se encerró en su despacho y se negó a salir. Linda volvió al establo con los caballos y Laine se quedó sola en la sala de estar, con la mirada perdida. La idea de que Jacob estuviese siendo interrogado en la comisaría le llenaba los ojos de lágrimas por la humillación que suponía. Era su instinto maternal lo que la movía, su deseo de defenderlo de todo mal, ya fuese niño o adulto, y aunque sabía que aquello quedaba fuera de su ámbito de control, lo sentía como un fracaso. El monótono tictac de un reloj resonaba en el silencio y su tono monocorde estuvo a punto de hacerla entrar en trance; de ahí que se sobresaltara al oír el ruido de unos golpes en la puerta. Fue a abrir presa de una gran angustia, pues últimamente sentía que cada llamada a su puerta traía consigo una desagradable sorpresa. Así, no se sorprendió lo más mínimo al ver a Gösta.

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