– ¿Para qué queréis las muestras? -preguntó Johan con curiosidad.
Martin le dio la misma respuesta que a Gabriel. Después se volvió al más joven de los agentes de Uddevalla:
– ¿Puedes ir a Tanumshede a recoger la prueba que tienen allí y enviarlo todo a Gotemburgo inmediatamente?
El joven, el mismo que había estado flirteando con Linda en la finca, respondió:
– Me encargaré de ello. Ya han salido de Uddevalla otros dos policías para ayudaros… -guardó silencio y observó vacilante a Solveig y a sus hijos, que estaban escuchando la conversación- en vuestro otro caso. Os verán… -hizo otra pausa bastante embarazosa- en el otro escenario.
– Bien -respondió Martin antes de despedirse de Solveig-, pues ya podemos marcharnos. Muchas gracias.
Por un instante contempló la posibilidad de revelarles la verdad sobre Johannes, pero no osó contravenir las órdenes directas de Patrik al respecto. El director de la investigación no quería que lo supieran aún, y así debía ser.
Ya fuera de la casa, se detuvo un instante. Si no se tenía en cuenta la ruinosa vivienda, los coches medio desguazados y demás porquería, podía decirse que el lugar en que vivían era una maravilla. Se dijo que ojalá fuesen capaces, más adelante, de apartar la vista de su propia ruina personal y admirar la belleza que los rodeaba, aunque no podía evitar abrigar sus dudas al respecto.
– Bien, próxima estación, Västergården -anunció encaminándose al coche con paso decidido. Habían cumplido una de las tareas, la otra estaba por hacer. Se preguntó cómo les iría a Patrik y a Gösta.
– Dime, ¿tú por qué crees que te hemos traído aquí? -preguntó Patrik, sentado junto a Gösta frente a Jacob, en la pequeña sala de interrogatorios.
Jacob los observó en calma, con las manos entrelazadas sobre la mesa.
– ¿Cómo voy a saberlo? No hay la menor lógica en nada de lo que habéis hecho contra mi familia, así que supongo que no nos queda más que resistir e intentar mantener la cabeza fuera del agua.
– En otras palabras, estás convencido de que la policía se ha propuesto como principal objetivo acosar a tu familia, ¿lo dices en serio? ¿Por qué motivo sería? -preguntó Patrik, lleno de curiosidad, inclinándose hacia delante.
Una vez más, Jacob respondió sereno:
– El mal y la infamia no precisan motivos, pero ¿qué sé yo?, tal vez tengáis la sensación de que hicisteis el ridículo con Johannes y ahora intentáis por todos los medios justificaros ante vosotros mismos.
– ¿A qué te refieres? -insistió Patrik.
– Quiero decir que pensáis que si es posible encerrar ahora a alguno de nosotros por lo que sea, podréis demostrar que teníais razón también en el caso de Johannes -explicó Jacob.
– ¿Y no te parece un tanto rebuscado?
– Es que no sé qué pensar. Sólo sé que os habéis aferrado a nosotros como sabandijas y que os resistís a soltarnos. Mi único consuelo es la certeza de que Dios ve la verdad.
– Tú hablas mucho de Dios, muchacho -intervino Gösta-. Y tu padre, ¿es tan creyente como tú?
La pregunta pareció incomodar a Jacob, tal y como Gösta pretendía.
– Mi padre conserva su fe en algún lugar de su fuero interno, pero la… -se interrumpió, como buscando la palabra adecuada- complejidad de su relación con su propio padre le hizo cuestionar su fe en Dios. Aunque eso no quiere decir que no la tenga.
– Ah, sí, su padre, Ephraim Hult, El predicador. Él y tú sí estabais muy unidos -observó Gösta, como una constatación, más que como una pregunta.
– No comprendo qué interés puede tener esa circunstancia para vosotros, pero sí, mi abuelo y yo estábamos muy unidos -respondió Jacob impaciente.
– Él te salvó la vida, ¿no? -preguntó Patrik.
– Así es, me salvó la vida.
– ¿Qué sintió tu padre ante el hecho de que el suyo, con el que él mismo tenía una relación complicada según tú, fuese la persona en cuya mano estaba salvar tu vida, en lugar de ser él mismo quien lo hiciera?-prosiguió Patrik.
– Todos los padres desean ser héroes para sus hijos, pero yo no creo que él lo viese así. Después de todo, mi abuelo me salvó la vida y mi padre le estuvo eternamente agradecido por ello.
– ¿Y Johannes? ¿Cómo era su relación con Ephraim y con tu padre?
– De verdad que no entiendo qué importancia puede tener hoy todo esto. ¡Sucedió hace más de veinte años!
– Lo sabemos, pero te agradeceríamos que respondieras -dijo Gösta.
La serenidad de Jacob empezaba a flaquear y, como indicio externo de ello, empezó a pasarse la mano por el cabello algo revuelto.
– Johannes… Bueno, mi padre y él tuvieron una serie de problemas, pero Ephraim lo amaba. No porque existiese entre ellos ninguna relación especial, porque en esas generaciones las cosas eran así, y no había que manifestar los sentimientos.
– ¿Discutían mucho tu padre y Johannes? -inquirió Patrik.
– Discutir, lo que se dice discutir… Claro que tenían sus disputas, pero como todos los hermanos…
– Ya, pero, a decir de la gente, fueron más que disputas. Hay quien sostiene incluso que Gabriel odiaba a su hermano -Patrik ejercía cada vez más presión sobre Jacob.
– Odio… es una palabra demasiado fuerte que no debe usarse a la ligera. Sí, puede que mi padre no abrigase un sentimiento de excesivo cariño por Johannes, pero, si hubiesen tenido tiempo, estoy seguro de que Dios habría intervenido. Los hermanos no deben estar enfrentados.
– Presumo que tienes en mente a Caín y Abel. ¡Qué interesante es la comparación con ese relato bíblico! ¿Tan mal estaban las cosas entre tu padre y tu tío? -insistió Patrik.
– No, desde luego que no. Mi padre no terminó asesinando a su hermano, ¿no? -Jacob parecía estar recobrando parte de la calma que había empezado a perder y volvió a entrelazar las manos en actitud de oración y recogimiento.
– ¿Estás seguro? -inquirió Gösta en tono tendencioso.
Jacob miró turbado a los dos hombres que tenía frente a sí.
– ¿Qué queréis decir? Johannes se colgó, todo el mundo lo sabe.
– Bueno, verás…, la cuestión es que, cuando examinamos los restos mortales de Johannes, los resultados nos indicaron algo distinto: Johannes fue asesinado, no se suicidó.
Sus manos cruzadas sobre la mesa empezaron a temblar sin control. Jacob quería hablar, pero no conseguía articular palabra. Patrik y Gösta se irguieron en sus asientos al mismo tiempo, como si estuviesen repitiendo una coreografía, para observar mejor a Jacob. Al menos en apariencia, la noticia era para él una completa novedad.
– ¿Cómo reaccionó tu padre ante la muerte de su hermano Johannes?
– Pues… no estoy muy seguro -balbuceó Jacob-. Yo aún estaba convaleciente en el hospital. -De repente, una idea cruzó su mente como un rayo-: ¿Estáis insinuando que mi padre mató a Johannes? -La sola idea lo hizo estallar en una risita nerviosa-. No estáis en vuestros cabales. Que mi padre asesinara a su hermano… Pues, no, ¡ya no sé qué pensar! -La risita se convirtió en carcajada, aunque ni Patrik ni Gösta parecían hallarlo igual de divertido.
– ¿A ti te parece que es divertido que tu tío Johannes muriese asesinado? ¿Te parece gracioso? -inquirió Patrik con frialdad.
Jacob calló súbitamente y bajó la vista.
– No, desde luego que no. Es sólo que me he quedado atónito… -volvió a inclinar la cabeza-. Pero, en ese caso, entiendo aún menos por qué queréis hablar conmigo. Yo no tenía entonces más de diez años y estaba en el hospital, así que supongo que no pretenderéis insinuar que yo tuve algo que ver -subrayó la palabra «yo», como para señalar lo absurdo que sería-. En todo caso, parece evidente qué fue lo que en verdad ocurrió. A la persona que mató a Siv y a Mona debió de parecerle perfecto que designarais a Johannes como cabeza de turco y, para que nunca quedase libre de sospecha, lo mató y fingió que se había suicidado. El asesino sabía cómo reaccionaría la gente de por aquí, que lo consideraría una prueba tan buena de su culpabilidad como una confesión escrita. Y, seguramente, se trata de la misma persona que mató a la turista alemana. Es una hipótesis sostenible, ¿no? -preguntó expectante y con un brillo particular en los ojos.
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