– ¿Qué sabemos respecto a la hora en que desapareció? -preguntó.
– Llamó a su mujer desde el móvil a las siete menos cinco el viernes por la tarde -respondió Fred Olsson-. Después tenía que estar en la iglesia con los jóvenes, les abrió el local y celebró la misa a las ocho y media. Desapareció de allí poco después de las diez y luego ya no lo vio nadie más.
– Y ¿el coche? -preguntó el fiscal.
– Está aparcado detrás del local de reuniones de la parroquia.
«Es una distancia muy corta -pensó Anna-Maria-. Del local de la iglesia para los jóvenes hasta la parte posterior de la casa de la congregación hay quizá cien metros.»
Recordó a una mujer desaparecida hacía unos cuantos años, madre de dos niños. Había salido afuera para dar de comer a los perros de la casa y desapareció. La frenética desesperación del marido y la seguridad con la que los demás afirmaban que no podía haber abandonado a sus hijos voluntariamente, hizo que la policía diera prioridad a aquella desaparición. La encontraron enterrada en el bosque detrás de la casa. El marido la había matado a golpes.
Y Anna-Maria había pensado lo mismo entonces. Tan poca distancia. Tan poca.
– El control de las conversaciones telefónicas, los e-mails y la cuenta corriente, ¿qué han dado? -preguntó el fiscal.
– Nada en especial -respondió Tommy Rantakyrö-. La llamada a su mujer fue la última que hizo. Por lo demás, había algunas llamadas de trabajo a algunos miembros de la congregación, al párroco, al jefe del grupo de caza sobre la cacería del alce, la hermana de la mujer… Aquí tengo una lista de las llamadas y también hemos anotado de qué trataban las conversaciones.
– Bien -exclamó Alf Björnfot alentador.
– ¿De qué hablaron la hermana y el párroco? -preguntó Anna-Maria.
– Con la hermana habló de que estaba intranquilo por su mujer. De que volviera a caer enferma.
– Ella fue la que le escribió aquella carta a Mildred Nilsson -aclaró Fred Olsson-. Parece que había sido el peor conflicto entre el matrimonio Wikström y Mildred Nilsson.
– Y ¿de qué hablaron Stefan Wikström y el párroco? -inquirió Anna-Maria.
– Pues la verdad es que se molestó cuando se lo pregunté -respondió Tommy Rantakyrö-. Pero me explicó que Stefan estaba preocupado porque nos habíamos llevado los libros de contabilidad de la fundación de la loba.
Una arruga apenas perceptible apareció en la frente del fiscal, pero no mencionó que el haber confiscado algo sin permiso era prevaricación. Por el contrario dijo:
– Lo que podría indicar que ha desaparecido voluntariamente. Que se ha alejado porque tiene miedo al escándalo. Esconder la cabeza en la arena es la reacción más habitual en estos casos, créeme. Uno se dice a sí mismo: «No entienden que lo que hacen es peor.» Normalmente han dejado de lado el sentido común.
– ¿Por qué no cogió el coche? -preguntó Anna-Maria-. ¿Se ha ido andando por estas tierras despobladas? A esa hora no pasaba ningún tren. Ni ningún avión tampoco.
– Y ¿en taxi? -preguntó el fiscal.
– No hubo ningún servicio -respondió Fred Olsson.
Anna-Maria miraba impresionada a Fred Olsson.
«Eres tozudo como un terrier», pensó.
– Bueno -dijo el fiscal-. Tommy, quiero que tú…
– Llame a las puertas de alrededor de la casa de la congregación y pregunte si alguien ha visto algo -le interrumpió Tommy resignado.
– Exacto -respondió el fiscal-. Y…
– … y que hable otra vez con los chicos de los Jóvenes de la Iglesia.
– ¡Bien! Fred Olsson te acompañará.
– Sven-Erik-continuó el fiscal-. Tú quizá podrías llamar a los que están elaborando el perfil del autor de los hechos, a ver qué dicen.
Sven-Erik asintió con la cabeza.
– ¿Cómo ha ido lo del dibujo? -preguntó el fiscal.
– Los del Laboratorio están en ello todavía -informó Anna-Maria-. Todavía no tienen nada.
– ¡Bien! Reunión mañana por la mañana si no surge nada antes -resumió el fiscal mientras cerraba de golpe las patillas de sus gafas y se las metía en el bolsillo del pecho.
Y con ello se acabó la reunión.
Antes de entrar en su despacho, Sven-Erik pasó a ver a Sonja, de la centralita.
– Oye, si alguien llama diciendo que ha encontrado un gato gris a rayas, dímelo -le dijo a la mujer.
– ¿Es Manne?
Sven-Erik asintió con la cabeza.
– Ya hace una semana -añadió-. Nunca ha estado fuera tanto tiempo.
– Tendremos los ojos abiertos -prometió Sonja-. Ya verás como vuelve. Aún hace calor. Seguro que está por ahí flirteando.
– Está castrado -respondió Sven-Erik sombrío.
– Bueno, se lo diré a las chicas -le aseguró ella.
La mujer que trabajaba en el grupo de la Policía Nacional que elaboraba perfiles contestó diciendo su propio número de teléfono. Parecía contenta cuando Sven-Erik se presentó. Demasiado joven para tener que ocuparse de aquella mierda.
– Supongo que has leído la prensa -dijo Sven-Erik.
– Sí. ¿Lo habéis encontrado?
– No, sigue desaparecido. Bueno, ¿qué crees?
– Pues… -respondió ella-. ¿Qué quieres decir?
Sven-Erik intentó poner sus pensamientos en claro.
– Quiero decir -precisó él- si admitimos lo que toda la prensa indica.
– Que Stefan Wikström ha sido asesinado y que se trata de un asesino en serie -añadió ella.
– Exacto. Aunque de todas formas es bastante raro.
Ella se quedó callada esperando a que Sven-Erik acabara de expresar su idea.
– Me refiero -continuó él- a que es raro que desaparezca. Si el asesino colgó a Mildred del órgano, ¿por qué no hizo lo mismo con Stefan Wikström?
– Quizá tenga que lavarlo. En Mildred Nilsson encontraron el pelo de un perro, ¿verdad? O que lo quiera tener un tiempo para sí mismo.
La mujer se quedó callada y parecía que estuviera pensando.
– Lo siento -dijo finalmente-. Cuando aparezca el cuerpo, si es que aparece, porque puede ser que haya desaparecido voluntariamente, hablaremos de nuevo. Miraremos a ver si se cumple algún patrón.
– De acuerdo -respondió Sven-Erik-. Puede ser voluntario. No era trigo limpio en lo referente a la fundación que tenía la parroquia. Y se dio cuenta de que íbamos detrás de esa historia un poco sucia.
– «¿Historia un poco sucia?»
– Sí, eran unas cien mil coronas. Y es bastante improbable que hubiera sido suficiente para una demanda judicial. Era un viaje de estudios que en realidad fue más un viaje privado de vacaciones.
– Así que ¿crees que no tenía motivos para huir por eso?
– En realidad, no.
– A ver si fue el acercamiento de la policía lo que lo asustó.
– ¿Qué quieres decir?
Ella se echó a reír y respondió con énfasis:
– ¡Nada!
Después volvió a adoptar una voz formal.
– Deseo que te vaya bien. Llámame si sale algo.
En cuanto colgó, Sven-Erik entendió lo que ella había querido decir. Si Stefan asesinó a Mildred…
Su cerebro se puso a protestar de inmediato.
«Imaginemos que fuera así -persistió Sven-Erik para sí mismo-. En ese caso la policía, cuando se le acercó, lo asustó y lo hizo huir. Quisiéramos lo que quisiéramos, aunque sólo fuera para pedir la hora.»
El teléfono de Anna-Maria empezó a sonar. Era la mujer de la librería de ciencia ficción.
– Tengo noticias sobre el dibujo -dijo sin más.
– ¿Sí?
– Uno de mis clientes lo conocía. Estaba en la portada de un libro que se llama The Gate. Está escrito por Michelle Moan, que es un seudónimo. El libro no está traducido al sueco. Yo no lo tengo pero puedo reservar un ejemplar para ti. ¿Quieres?
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