– ¡Vale ya! -exclamó la mujer en un tono que indicaba que nada de lo que dijera o hiciera el hombre estaría bien.
– ¿Podéis repetir otra vez lo que me habéis dicho antes? -les pidió Tommy Rantakyrö.
– ¡Anda, explícaselo tú! -le dijo irritada la mujer a su marido mientras miraba estresada y esquiva a los policías, uno tras otro.
– Pues, estábamos al norte de Nedre Vuolusjärvi cogiendo bayas -explicó el hombre-. Mi cuñado tiene una cabaña allí arriba. Son unas tierras increíbles cuando es el tiempo de los camemoros, pero ahora había arándano rojo…
Miró hacia Tommy Rantakyrö, que estaba girando la mano para que el hombre fuera al grano.
– Bueno, por la noche oímos un ruido -dijo el hombre.
– Fue un grito -determinó la esposa.
– Sí, sí. A lo que iba. Y luego oímos un tiro.
– Y después otro tiro, -añadió la mujer.
– ¡Pues explícalo tú! -gritó el hombre irritado.
– Ni hablar. Ya te lo he dicho antes. Habla tú con la policía.
La mujer cerró la boca.
– Pues no es nada más que eso -resumió el hombre.
Sven-Erik parecía impresionado.
– ¿Cuándo ocurrió? -preguntó.
– La noche del viernes -respondió el hombre.
– Y hoy es lunes -recapituló Sven-Erik despacio-. ¿Por qué no habéis venido antes?
– Ya te dije que… -insistió la mujer.
– Sí, sí, pero cierra el pico -la interrumpió el marido.
– Le dije que teníamos que venir enseguida -le dijo la mujer a Sven-Erik-. Oh, Dios, cuando vi a aquel pastor en los periódicos. ¿Creéis que puede ser él?
– ¿Visteis algo? -continuó Sven-Erik.
– No. Ya nos habíamos acostado -respondió el hombre-. Oímos exactamente lo que os he explicado. Bueno, también oímos un coche, pero fue mucho más tarde. Hay una carretera que lleva a Laxforsen.
– ¿No pensasteis que podía ser algo serio? -preguntó Sven-Erik suavemente.
– Yo qué sé -dijo el hombre malhumorado-. Es época de caza de alces, así que no es nada raro que la gente dispare en el bosque.
La voz de Sven-Erik era paciente en exceso.
– Era en plena noche. En época de caza no se puede disparar a partir de una hora antes de que se ponga el sol. ¿Y quién fue quien gritó? ¿Era un alce?
– Ya dije que… -intentó explicar la mujer.
– Oye tú, los ruidos suenan jodidamente raros en el bosque -respondió el hombre, que parecía confuso-. Podría haber sido un zorro. O el ladrido de un corzo macho en celo. ¿No lo has oído nunca? Bueno, ya os lo hemos explicado. Así que igual nos podemos ir a casa.
Sven-Erik miró fijamente al hombre como si estuviera completamente loco.
– ¡Iros a casa! -gritó-. ¿Iros a casa? ¡Os vais a quedar aquí! Vamos a buscar un mapa y a inspeccionar la zona. Nos diréis de dónde venía el tiro. Vamos a ver si se trata de una bala o de un cartucho. Pensad qué tipo de grito era, si pudisteis distinguir alguna palabra. Y vamos a hablar también del ruido del coche. De dónde, a qué distancia, todo. Queremos saber exactamente a la hora que ocurrió. Y vamos a repasar todo esto muy cuidadosamente. Muchas veces. ¿Entendido?
La mujer miró suplicante a Sven-Erik:
– Le dije que debíamos ir a la policía de inmediato, pero una vez se pone a coger bayas, ya sabes.
– Sí, y mira lo que ha pasado. En el coche llevo arándanos rojos por un valor de tres mil billetes. De cualquier forma, tengo que llamar al chico para que venga a buscarlo. Joder, no puedo dejar que las bayas se echen a perder.
El pecho de Sven-Erik subía y bajaba.
– El coche era de gasoil -informó el hombre.
– ¿Me estás tomando el pelo? -le preguntó Sven-Erik.
– No, joder, uno sabe distinguirlos. La cabaña está un poco alejada de la carretera, pero aun así. Bueno, como ya he dicho, fue un rato después. No necesariamente tiene que ver con el disparo.
A las cuatro y cuarto, Anna-Maria Mella y Sven-Erik Stålnacke salieron en helicóptero hacia el norte. Debajo de ellos serpenteaba el río Torneälven como una cinta de plata. Algunas nubes echaban su sombra por las laderas de las montañas y, aparte de eso, el sol lucía amarillo sobre el dorado del terreno.
– Se puede entender que quisieran seguir recogiendo bayas y no volver y estropear sus vacaciones -razonó Anna-Maria.
Sven-Erik asintió riéndose.
– ¿Qué le pasa a la gente?
Estudiaron el mapa.
– Si la cabaña está aquí, en la parte norte del lago, y el tiro vino desde la parte sur… -dijo Anna-Maria señalando.
– Él dijo que se oyó bastante cerca.
– Sí, y más abajo hay unas cuantas cabañas al lado de la costa. Además oyeron un coche. No pueden ser más de uno o dos kilómetros como máximo desde su casa.
Habían circundado una zona en el mapa. Al día siguiente la policía rastrearía el territorio junto a la milicia local.
El helicóptero iba perdiendo altura mientras volaba sobre el alargado lago Nedre Vuolusjärvi hacia el norte. Al rato, localizaron la cabaña donde había dormido la pareja que recogía bayas.
– Baja un poco más, a ver qué podemos ver -le gritó Anna-Maria al piloto.
Sven-Erik miraba con los prismáticos, pero Anna-Maria prefería no utilizarlos; Había muchos abedules y terreno pantanoso. El camino que seguía la orilla del lago llegaba casi a la parte norte del mismo. Vieron algún que otro reno que les miraba con cara de tonto y un alce hembra con cría que galopaban a través de la maleza.
A pesar de ello, Anna-Maria pensaba, miraba atentamente e intentaba ver algo más entre tanto abedul y demás vegetación. «Enterrar algo aquí no se hace en un abrir y cerrar de ojos, con tanta raíz y con tanta mierda.»
– Espera. Mira allí -dijo de pronto agarrando a Sven-Erik-. ¿Lo ves? Allí hay una barca, en la parte de debajo del cercado de renos. Vamos a mirar.
El lago tenía más de seis kilómetros de largo. Del bosque bajaba un camino hasta él y en el último tramo había una pasarela. La barca era blanca, de fibra. Estaba en tierra, bien arriba y boca abajo para que no se llenara de agua.
Entre los dos le dieron la vuelta a la barca.
– Completamente limpia -informó Sven-Erik.
– Demasiado limpia -respondió Anna-Maria.
Se inclinó más para mirar detenidamente el suelo de la barca. Levantó la vista hacia Sven-Erik y asintió, y éste se inclinó a su lado.
– Pues sí, esto es sangre -confirmó él.
Miraron hacia el lago, que estaba reluciente y tranquilo con la superficie algo ensortijada. Un colimbo volaba a ras del agua.
«Ahí abajo. Está en el lago», pensó Anna-Maria.
– Volvamos. Será mejor que no pisemos demasiado, que luego los de la Científica se enfadan. Que vengan Krister, Eriksson y Tintín. Si encuentran algo, haremos que venga un buzo. Evitemos el camino, podría haber huellas o algo más.
Anna-Maria miró el reloj.
– Tenemos tiempo antes de que se haga oscuro -dijo.
Eran más de las cuatro y media de la tarde cuando Anna-Maria Mella, Sven-Erik Stålnacke, Tommy Rantakyrö y Fred Olsson se reunieron en el lago. Esperaban a Krister Eriksson y a Tintín.
– Si está cerca, lo encontrará Tintín -dijo Fred Olsson.
– Aunque no es tan buena como Zack -replicó Tommy.
Tintín era una hembra negra de pastor alemán y era propiedad del inspector Krister Eriksson. Cuando éste se fue a vivir a Kiruna hacía cinco años, tenía a Zack, un macho de la misma raza con el pelo grueso beige y marrón, casi negro. Tenía la cabeza ancha, así que no era un perro de concurso y era perro de un solo amo. Sólo le hacía caso a Krister. Si alguien intentaba saludarlo o acariciarlo, giraba la cabeza indiferente.
– Es un honor trabajar con él -había comentado el mismo Krister hablando sobre el perro.
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