Una vez, el personal de salvamento de alta montaña le cantó a coro una canción de homenaje. Zack era el mejor perro que se había visto nunca en caso de alud y también era bueno buscando en otras situaciones. La única ocasión que se vio a Krister Eriksson en la sala de la comisaría donde se tomaba café, fue una vez en la que Zack invitó a tarta. O mejor dicho, cuando algún pariente agradecido o alguien a quien le había salvado la vida, invitó a tarta. De lo contrario, Krister Eriksson aprovechaba las pausas del café para pasear con el perro o para entrenarlo.
No era muy sociable. Quizá se debía a su aspecto. Según había oído Anna-Maria, cuando Krister era un adolescente un incendio le provocó las heridas que tenía. Ella nunca se lo preguntó. No era de ese tipo de gente.
Tenía la cara como un pergamino de color gris y rosa. Las orejas eran dos agujeros directamente en la cabeza y no tenía pelo, ni cejas ni pestañas. Nada.
De la nariz tampoco le quedaba mucho. Dos largas curvas directas al cráneo. Anna-Maria sabía que los compañeros le llamaban Michael Jackson.
Cuando Zack vivía, habían hecho bromas con el amo y el perro, como.que se sentaban juntos a tomar cerveza por la noche mientras miraban los deportes y que Zack era el que acertaba más resultados en las quinielas.
Desde que Krister tenía a Tintín, Anna-Maria no había oído nada. Probablemente continuaban las bromas como antes, pero dado que Tintín era una hembra, seguro que eran bromas demasiado fuertes para gastarlas cuando ella pudiera oírlas. «Será buena -solía decir Krister sobre Tintín-. Aún es un poco impaciente. Demasiado joven, pero cambiará.»
Krister Eriksson llegó al lugar diez minutos después que los otros. Tintín iba sentada en el asiento de delante, sujeta con un cinturón para perros. La soltó.
– ¿Han traído la barca? -preguntó.
Los demás asintieron con la cabeza. Un helicóptero la había puesto sobre el lago en la parte norte. Era de color naranja y con poca quilla, equipada con focos y ecosonda.
Krister Eriksson le puso a Tintín el chaleco salvavidas. La perra sabía exactamente lo que aquello significaba. Trabajo. Trabajo divertido. Se agitaba impaciente entre las piernas del amo, con la boca, abierta y expectante, y moviendo el hocico hacía todos lados.
Bajaron hasta la barca. Krister Eriksson hizo sentar a Tintín sobre la pequeña plataforma y de una patada se adentró en el agua. Los compañeros se quedaron mirando cómo se alejaban. Krister puso en marcha el motor y buscó el viento de proa. Al principio, Tintín, excitada, iba de un lado a otro, gimiendo y balanceándose hasta que al final se fue a sentar en la proa. Parecía como si estuviera pensando en otra cosa.
Pasaron cuarenta minutos. Tommy Rantakyrö se rascaba la cabeza. Tintín se había tumbado. La barca iba de un lado a otro sobre el lago. Trabajaba en dirección sur y los otros compañeros iban siguiéndole por la orilla.
– Joder, lo que tardan -se quejó Tommy Rantakyrö.
– Esos hombres con sus perros. En realidad esto debería ser cosa tuya -le dijo Sven-Erik a Anna-Maria.
– Vale ya -respondió Anna-Maria con un gruñido de aviso-. Además, el perro no era suyo.
– ¿De qué habláis? -se interesó Fred Olsson.
– De nada -contestó Anna-Maria.
– Ni hablar. Lo que se empieza, se acaba -exigió Tommy Rantakyrö.
– Ha empezado Sven-Erik -aclaró Anna-Maria-. Así que explícaselo tú. Arrástrame bien por el lodo.
– Bueno, pero pasó cuando tú vivías en Estocolmo -inició la historia Sven-Erik.
– Cuando iba a la escuela de policías.
– Pues nada, que Anna-Maria se fue a vivir con un tío tras una relación bastante corta.
– Habíamos vivido juntos dos meses y, en realidad, no llevábamos saliendo mucho más.
– Ahora corrígeme si me equivoco. Un día cuando ella llegó a casa vio en el suelo del dormitorio unos calzoncillos negros tipo tanga de piel.
– Y llevaban cierre porno -aclaró Anna-Maria-. Además tenían un agujero en la parte de delante. No hace falta pensar mucho rato en lo que tenía que salir por aquel agujero.
Hizo una pausa y observó a Fred Olsson y a Tommy Rantakyrö. No los había visto nunca tan divertidos y tan expectantes.
– Además, en el suelo había también una compresa.
– ¡Venga ya! -exclamó Tommy Rantakyrö.
– Yo estaba impactada -continuó Anna-Maria-. Quiero decir que, en realidad, ¿qué es lo que se sabe de una persona? Así que cuando Max volvió a casa y saludó desde el recibidor yo seguí sentada en el dormitorio. Dijo: «¿Qué pasa?» Señalé los gayumbos de piel y respondí: «Tenemos que hablar. De eso.» Y él apenas reaccionó. «Vale», me dijo, así con total indiferencia. «Se deben de haber caído del armario.» Y puso los gayumbos y la compresa encima del armario. Estaba impasible.
Anna-Maria se echó a reír.
– Eran unas bragas para perra. Su madre tenía un bóxer hembra que él solía cuidar y cuando estaba en celo le ponían aquellas pequeñas bragas con el agujero para el rabo y la compresa. Así de sencillo.
Las carcajadas de los tres hombres se fueron rodando por el lago y continuaron riéndose bastante rato después.
– Vaya historia -dijo apenas sin voz Tommy Rantakyrö mientras se secaba las lágrimas.
En ese momento Tintín se sentó en la barca.
– Mirad -les ordenó Sven-Erik Stålnacke.
– Como si alguno de nosotros tuviera ganas de dejar de mirar ahora -respondió Tommy Rantakyrö alargando el cuello.
Tintín se había levantado. Tenía el cuerpo tenso. El hocico señalaba hacia el interior del lago como si fuera una brújula. Krister Eriksson aminoró la marcha a la velocidad mínima que el timón exigía para dirigir la barca y la llevó hacia el lugar que señalaba el hocico de Tintín. La perra empezó a gemir y a ladrar, pisando la plataforma y rascando con las patas. El ladrido era cada vez más intenso y al final se asomó hacia el agua con la parte delantera del cuerpo. Cuando Krister Eriksson sacó la boya con el ancla de plomo para señalar el lugar, Tintín no pudo aguantarse y se lanzó al agua nadando alrededor de la boya, a la vez que ladraba y estornudaba agua.
Krister Eriksson la llamó y la cogió por el chaleco salvavidas. Por un momento pareció que él mismo iba a caerse al agua. En la barca, Tintín continuó gimiendo y aullando de alegría. Los policías oyeron la voz de Krister Eriksson a través del ruido del motor y los ladridos del perro.
– Muy bien, bonita. Bieeen.
Tintín saltó a tierra chorreando y se sacudió todo lo que pudo, con lo que los policías acabaron bien duchados.
Krister Eriksson le dijo unas palabras de elogio a la vez que le acariciaba la cabeza. Sólo se quedó quieta un segundo, después salió corriendo a dar una vuelta en el bosque y ladró para resaltar lo buena que era en su trabajo. Sus ladridos se oyeron desde distintos lugares.
– ¿Tenías intención de que saltara al agua? -preguntó Tommy Rantakyrö.
Krister Eriksson negó con la cabeza.
– Es que estaba con muchas ganas y lo ha conseguido. Ha encontrado lo que quería y eso tiene que ser una sensación muy positiva para ella, así que no se la puede regañar por haberse tirado al agua, pero…
Miró en la dirección de donde venían los ladridos de la perra con una mezcla de enorme orgullo y reflexión.
– Es muy buena -exclamó Tommy impresionado.
Los demás asintieron. La última vez que habían visto a Tintín había localizado en el bosque a una mujer demente senil de setenta y seis años, en las afueras de Kaalasjärvi. Era una zona muy grande para la búsqueda y Krister Eriksson iba en un cuatro por cuatro a poca velocidad por viejos caminos de tierra. Sobre el capó, había sujetado una alfombra de baño para que Tintín no se resbalara. La perra había ido sentada como una esfinge sobre el capó con el hocico al viento. Un espectáculo impresionante.
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