Sven Israelsson hizo una mueca parecida a una sonrisa.
– Por pura casualidad. Estaba en casa hablando por teléfono con el presidente de Quebec y tenía el móvil en el bolsillo. Se había olvidado de bloquearlo y sin querer llamó al ultimo número marcado, que era el de un compañero y éste oyó lo suficiente para entender de qué iba la conversación.
– ¿Y qué hiciste?
– El que oyó la conversación me lo explicó y cuando llegó el momento oportuno dejamos que le pasara información errónea.
– Exactamente ¿qué?
– Era un momento crítico en las prospecciones en las afueras de Svappavaara y parecía que Northern Explore no iba a encontrar nada allí. Habían hecho gran cantidad de mediciones a más de setecientos metros de profundidad y los gastos se dispararon. Luego hicieron prospecciones a casi mil metros y ésa era la última oportunidad en aquella zona. Todo dependía del resultado. Sólo son los grandes, los que tienen recursos para esa clase de prospecciones. Dios mío, hay un montón de pequeñas empresas que sólo pueden hacer pruebas desde el aire y después envían patrullas a pie que cavan un poco de tierra para inspeccionar una zona.
– Y entonces encontraron oro.
– Más de cinco gramos por tonelada y eso está muy bien. Además de un dos por ciento de cobre. Pero yo falseé un informe y dijimos que no habíamos encontrado nada y que se podía descartar la posibilidad de realizar extracciones rentables en la zona. Entonces hice que el que filtraba información viera el informe. Quebec Invest vendió sus acciones en Northern Explore AB una hora después.
– ¿Qué pasó con el compañero?
– Hablé con él… y después de la conversación presentó la dimisión y eso fue todo.
Alf Björnfot se quedó callado unos segundos mientras pensaba.
– ¿Hablaste con alguien de Kallis Mining sobre esto? ¿Sobre la filtración? ¿Sobre lo de pasar información errónea?
Sven Israelsson dudó.
– El periodista Örjan Bylund ha sido asesinado, Inna Wattrang lo mismo -explicó Alf Björnfot-. No podemos descartar que estos hechos tengan algo que ver entre sí. Cuanto antes salga la verdad, mayor es nuestra posibilidad de detener a quien lo hizo.
Alf Björnfot se inclinó hacia atrás, hasta el respaldo de su silla y esperó. El hombre que tenía delante era un hombre con conciencia. Pobre hombre.
– Fuimos Diddi Wattrang y yo quienes ideamos todo esto -contestó Sven Israelsson finalmente.
Los miraba suplicante.
– Él hacía que pareciera correcto. Llamaba traidores a Quebec Invest y decía lo que yo también había pensado muchas veces de los inversores extranjeros. Que no tienen interés en poner en marcha ninguna mina en la zona. Sólo tienen interés en conseguir dinero rápido. Negocian permisos y concesiones, pero no son empresarios. Aunque encuentren grandes cantidades para extraer, no pasa nada. Se venden los derechos unos a otros, pero no hay nadie que quiera poner en marcha nada. O falta dinero, ya que cuesta muchos millones poner en marcha una mina, o falta quién sabe qué. Y todos estos inversores extranjeros no sienten nada por estas tierras. ¿Les preocupan acaso los puestos de trabajo y la gente de aquí?
Sven Israelsson volvió a hacer una mueca parecida a una sonrisa.
– Era como él decía, que Mauri Kallis por lo menos era de aquí y tenía voluntad, dinero y espíritu emprendedor. Con Quebec Invest fuera, la posibilidad de que hubiera una explotación de la mina era cien por cien mayor. Claro que lo he pensado después. Cada día. Pero entonces parecía que era moralmente correcto hacer lo que le hicimos a Quebec Invest, que eran unos canallas. Eran ellos los que tenían un chivato entre nosotros. Jodidas ratas, pensé. Robar a un ladrón. Traicionar a un traidor. Sólo tuvieron lo que se merecían. Y no nos iban a desenmascarar, porque entonces se descubrirían ellos mismos.
Sven Israelsson se quedó callado. Rebecka Martinsson y Alf Björnfot lo observaban mientras la sensación de que todo se había acabado le calaba dentro. Lo que estaba esperando tomaba forma ahora en su cabeza. Perder el trabajo. Ser denunciado. Lo que diría la gente.
– Cuando me ofrecieron el puesto en el consejo de administración -dijo secándose las lágrimas que empezaban a abrirse paso-, entonces parecía sólo como una muestra de que Kallis Mining quería invertir aquí arriba. Querían ese arraigo local. Pero cuando recibí el dinero… en un sobre, no en una cuenta… entonces ya no me pareció tan bien. Me compré el coche y cada vez que me sentaba en él…
Interrumpió la frase sacudiendo la cabeza.
«Un hombre con conciencia», pensó Alf Björnfot de nuevo.
– Mira tú qué cosas pasan -le dijo Alf Björnfot a Rebecka cuando dejaron la casa de Sven Israelsson.
– Tenemos que llamar a Sven-Erik Stålnaeke y a Anna-Maria y explicárselo -dijo Rebecka-. Que llamen a Diddi Wattrang para interrogarlo respecto a un grave delito de información privilegiada.
– Anna-Maria le ha llamado antes. Diddi Wattrang está en Canadá. Pero la llamaré de todas formas y cuando tengamos los datos sobre la venta de acciones, entonces se le puede pedir ayuda a la policía canadiense para que lo detengan.
– ¿Qué piensas hacer ahora? -preguntó Rebecka-. ¿Quieres acompañarme hasta Kurravaara? Le he prometido a mi vecino, Sivving Fjällborg, comprarle unas cosillas y seguro que nos querrá invitar a tomar café. Le gustará que vayas.
Sivving se puso contento con la visita. Le gustaba hablar con gente nueva. Él y el fiscal pronto se pusieron de acuerdo en que no eran familia pero tenían unos cuantos conocidos en común.
– Pues aquí vives bien -dijo Alf Björnfot a la vez que miraba el cuarto de la caldera.
Bella estaba tumbada y triste en su cama mientras veía a los demás sentados a la mesa plegable de Sivving comiendo panecillos de pan seco con mantequilla y queso.
– Sí, aquí abajo todo es muy fácil -dijo Sivving filosófico mientras mojaba su pan en el café-. ¿Qué se necesita? Una cama y una mesa. También tengo una tele pero para lo que hay que ver. Y ropa, tengo dos de todo. ¡No más! Hay gente que se las apaña con menos pero yo no quiero quedarme en casa porque tenga que lavar. Bueno, la verdad, calzoncillos tengo cinco pares y calcetines también.
Rebecka se echó a reír.
– Pero deberías tener menos -le dijo mirando los calcetines rotos y los gastados calzoncillos que estaban tendidos en la cuerda.
– Bah, mujeres -se rió Sivving buscando apoyo en Alf Björnfot con la mirada-. ¿A quién le preocupa lo que llevo debajo? Maj-Lis siempre estaba igual. Preocupada de llevar siempre una muda bonita y limpia. No por mí, sino ¡por si la atropellaban y acababa en el hospital!
– Es verdad -se rió Alf Björnfot-. ¡Imagina si el médico te ve con la muda sucia o los calcetines con agujeros!
– Oye -le dijo Sivving a Rebecka-. Haz el favor de apagar el ordenador. Aquí estamos intentando pasárnoslo bien.
– Ya voy -respondió Rebecka.
Estaba con su ordenador portátil buscando datos sobre la economía de la familia de Diddi Wattrang.
– ¿Maj-Lis era tu mujer? -preguntó Alf Björnfot.
– Sí, murió de cáncer hace cinco años.
– Mira esto -dijo Rebecka girando el ordenador hacia Alf Björnfot-. Diddi Wattrang siempre tiene su crédito al mínimo a finales de mes, menos cincuenta, menos cincuenta. Así ha ha sido durante años. Pero justo después de que Northern Explore AB encontrara oro, su mujer aparece en el registro de vehículos como propietaria de un Hummer.
– Siempre compran coches -exclamó Alf Björnfot.
– Uno de ésos me gustaría tener a mí -dijo Sivving-. ¿Cuánto cuesta? ¿700.000?
– Diddi Wattrang ha cometido un delito de información privilegiada pero me pregunto si esto tiene alguna relación con Inna Wattrang.
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