Diddi no sabe nada de muñecas rusas. Ni le importan. Focaliza su ira contra la muñeca que representa el padre de acogida, grita y arma todo el barullo que puede. Si aparece el hermano de acogida se lo habrá buscado él mismo.
Malou von Sivers: Así que te llevaron a un hogar de acogida cuando tenías once años. ¿Cómo fue?
Mauri Kallis: Fue una mejora notable comparado con lo que tenía antes. Pero era una forma de mis nuevos padres de ganar dinero, eso de acoger a niños. Los dos hacían muchas cosas y tenían muchas teclas que tocar. Mi nueva madre por lo menos tenía tres trabajos a la vez. Llamaba viejo a su marido y también lo hacíamos mi hermano de acogida y yo, y él a sí mismo también.
Malou von Sivers: Háblanos de él.
Mauri Kallis: Era un estafador que se mantenía al borde de lo que era legal y no tenía escrúpulos. Era como un hombre de negocios más bien turbios. (Sonríe y sacude la cabeza con el recuerdo.) Por ejemplo, compraba y vendía coches y todo el patio estaba lleno de chatarras viejas. A veces iba a otras ciudades a vender. Entonces se ponía una camisa y alzacuello porque la gente confía en los hombres de Dios. «He leído la ley eclesiástica de arriba abajo -decía-. En ningún sitio pone que uno tenga que haber sido ordenado sacerdote para ponerse un alzacuello.»
A veces ocurre que viene gente que se siente estafada por el viejo. A menudo están enfadados, a veces lloran. El viejo lo lamenta, lo siente. Los invita a licor y a café, pero los negocios son una cuestión de honor. El deal está hecho. No suelta el dinero.
Una vez viene una mujer que le ha comprado al viejo un coche usado. La acompaña su ex marido. El viejo se da cuenta enseguida de la clase de tipo que es.
– Ve a buscar a Jocke -le dice en cuanto ve a la pareja salir del coche en el patio.
Mauri se va corriendo a buscar a su hermano de acogida.
Cuando Mauri y Jocke vuelven, el viejo ya ha recibido unos cuantos empujones en el pecho. Pero llega Jocke con un bate en la mano. La mujer abre mucho los ojos.
– Nos vamos -le dice agarrando a su ex marido del brazo.
Él deja que se lo lleve de allí. De esa manera mantiene el honor intacto. A Jocke se le ve que está completamente loco y eso que sólo tiene trece años. Todavía es un crío que hace barrabasadas. Como lo del perro. Ese tipo de barrabasadas. Uno de los vecinos del pueblo deja suelto a su perro. Al viejo le irrita que se mee en su jardín. Un día Jocke y sus amigos lo cogen, lo rocían con queroseno y le prenden fuego. Se echan a reír cuando lo ven salir corriendo como una antorcha por el prado. Casi compiten a ver quién se ríe más alto y quién se lo pasa mejor. Se miran a hurtadillas y exigentes unos a otros.
Jocke enseña a Mauri a pelear. Al principio de estar en la casa de acogida, Mauri no necesita ir a la escuela. Volverá a repetir cuarto en otoño. Se pasea por el pueblo sin hacer nada. No hay mucho que hacer en Kaalasjärvi, pero no se aburre. Acompaña al viejo en el coche a hacer negocios. Un muchacho pequeño y callado es un buen recurso. El viejo vende depuradoras de agua a viejos que le alborotan el pelo a Mauri. Las mujeres los invitan a café.
En casa nadie le alborota el pelo. Jocke se inclina sobre él a la hora de comer y lo llama tonto, loco, paralítico cerebral. Tira la leche de Mauri en cuanto la madre se da la vuelta. Mauri no se chiva. Tampoco le importa. Lo hace enfadar como siempre. Se dedica a cenar. Barritas de pescado rebozado. Pizza. Perritos calientes y puré. Morcillas con gelatina de arándano, dulce. La madre de acogida lo mira fascinada.
– ¿Adónde va a parar todo lo que comes? -pregunta.
Pasa el verano. Después empieza la escuela. Mauri intenta apartarse de los demás pero hay críos que huelen a dóciles víctimas.
Le meten la cabeza en el váter y vacían la cisterna. No le cuenta nada a nadie pero de alguna manera se enteran en casa de su nueva familia.
– Tienes que responderles -le dice Jocke.
No porque se preocupe por Mauri. A Jocke simplemente le gusta cuando ocurren cosas.
Jocke tiene un plan. Mauri intenta decirle que no quiere. No es que tenga miedo de que le peguen. Las palizas de la gente de su edad son… nada. Es sólo desagradable. E intenta evitar lo desagradable siempre que puede. Pero esa alternativa ahora no existe.
– Si no lo haces te pegaré yo. ¿Te enteras? Te voy a montar un pollo que te van a devolver con tu madre.
Entonces Mauri lo acepta.
Tres chicos de otro grupo pero del mismo nivel son los peores inquisidores. Buscan a Mauri en un pasillo cerca de la sala de recreo y lo empiezan a empujar. Jocke se ha mantenido cerca, sale en compañía de dos amigos y dice que ha llegado el momento de arreglar las cosas. Jocke y sus compañeros son de séptimo. A Mauri le parece que sus torturadores son grandes y dan miedo, pero al lado de Jocke y de los otros dos, son unos mierdecillas.
El jefe de los que le pegan a Mauri responde:
– Vale. De acuerdo.
Intenta aparentar que no le afecta pero los tres esquivan la mirada de los otros. Es un reflejo ancestral. Los ojos buscan una vía de escape.
Jocke los saca de la sala de recreo, donde hay vigilantes y profesores, y los lleva hacia las taquillas que hay fuera de las clases de trabajos manuales. Dirige a Mauri y al jefe de los otros hasta un pasillo sin salida, con taquillas a los dos lados.
Los dos compañeros del jefecillo creen que tienen que ir con él pero Jocke los para. Aquello es entre Mauri y el jefe de la pandilla.
Empieza el combate. El jefecillo empuja a Mauri en el pecho y éste retrocede hasta una taquilla y se da contra la espalda y la cabeza. El miedo le corre por dentro.
– ¡Ahora dale tú, Mauri! -le animan los compañeros de Jocke.
Jocke no dice nada. Su mirada es inexpresiva, casi lánguida. Los que pegan a Mauri no se atreven a animar, pero su postura es ahora más desafiante. Empiezan a pensar que al único al que le van a dar una paliza aquí es a Mauri. Y no tienen nada en contra.
Entonces ocurre. Otro circuito se conecta en la cabeza de Mauri. No el circuito de echarse a un lado, retroceder y levantar las manos para protegerse la cabeza. Algo se le ilumina dentro de la cabeza y el cuerpo se mueve por sí solo, mientras Mauri mira.
Sale todo lo que Jocke le ha enseñado y un poco más.
En un movimiento: los pies bailan hacia adelante, la mano se apoya en una de las taquillas y le ayuda a alzar y a fortalecer la patada. Una coz de caballo que le da al contrincante en un lado de la cabeza. Después, una patada en el estómago y un puñetazo en la cara.
Se da cuenta: así es como ha de pelear uno, distancia, golpe, distancia. No se puede pelear a empujones contra gente que es más grande. Mauri está de nuevo dentro de sí mismo pero está alerta, mira a su alrededor en busca de un arma. Encuentra la puerta suelta de una taquilla que el conserje tiene que montar un año de estos, porque tiene cosas que hacer en su propia cabaña y está poco en la escuela.
Mauri coge la puerta de la taquilla con las dos manos. Es de metal anaranjado y la hace sonar. Pang, pang. Ahora es el jefe de los inquisidores el que levanta las manos. Ahora es él quien se protege la cabeza.
Jocke coge de un brazo a Mauri y dice que ya basta. Mauri ha llevado a su rival hasta un rincón. Está tumbado en el suelo. Mauri no tiene miedo de haberlo matado, espera haberlo matado, quiere matarlo. A su pesar, suelta la puerta de la taquilla.
Se va de allí. Jocke y sus compinches ya se han ido hacia otra parte. Le tiemblan los brazos por el esfuerzo físico.
Los tres jóvenes del otro grupo no se lo explican a nadie. Si no fuera por Jocke y sus amigotes, quizás se tomarían la revancha. Seguramente a él no le importaría pero creen que está de parte de Mauri.
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