Mauri Kallis: Mi madre se puso paranoica y peligrosa con los vecinos y la gente en general. Entonces se la llevaron y cuando se la llevaron…
Malou von Sivers:…también se te llevaron a ti. Entonces tenías once años.
Mauri Kallis: Sí. Uno siempre piensa y desea… que podría haber sido diferente, que me podrían haber llevado antes… pero las cosas fueron así.
Malou von Sivers: Y tú, ¿eres un buen padre?
Mauri Kallis: Es difícil decirlo. Lo hago lo mejor que puedo pero, naturalmente, estoy fuera demasiado tiempo, lejos de la familia. Es un fallo.
Anna-Maria Mella cambia de postura en la silla.
– Eso me pone de los nervios -le dice a Sven-Erik-. Un pecado admitido es como si no fuera pecado. En cuanto dice: «Debería pasar más tiempo con mis hijos», se convierte en una buena persona. ¿Qué le dirá a sus hijos cuando sean adultos? «Sé que nunca estaba con vosotros, pero que sepáis que tenía remordimientos de conciencia todo el tiempo.» «Ya lo sabemos, papá. Gracias, papá. Te queremos, papá.»
Mauri Kallis: Pero tengo una mujer segura de sí misma que siempre está con los niños. Sin ella no hubiera podido ni llevar esta empresa, ni tener hijos. Ella me ha tenido que enseñar.
Malou von Sivers (claramente encantada del agradecimiento expresado hacia la esposa): ¿Qué, por ejemplo?
Mauri Kallis (piensa): Muchas veces cosas realmente simples. Que las familias se sientan juntas a comer. Ese tipo de cosas.
Malou yon Siyers: ¿Crees que aprecias una vida «normal» más que yo, que he tenido una infancia común y corriente?
Mauri Kallis: Sí, si me lo permites, creo que sí. Me siento como un refugiado en el mundo «normal».
Cuando Diddi acaba tercero de Empresariales puede, por fin, dejar el mundo normal. Ha sido bello y encantador, pero ahora tiene dinero. Deja Estocolmo y se va más allá del Riche, el restaurante del barrio de la clase alta. Se tambalea por el Canal Saint-Martin con dos modelos de piernas largas y delgadas, cuando el sol sale en París. No porque fueran tan borrachos que no podían mantenerse en pie, sino porque se empujan unos a otros, como niños, en una especie de juego camino a casa. Los árboles se inclinan hacia el agua como mujeres abandonadas y dejan caer sus hojas en el río como si fueran viejas cartas de amor, todas rojas como la sangre, despidiendo vaho. Las panaderías exhalan un olor a pan recién salido del horno. Los camiones con mercancías susurran cuando se dirigen hacia el centro, con las ruedas haciendo ruido al pasar sobre los adoquines. El mundo nunca más será tan bello.
Conoce a un actor en una poolparty y lo invitan al jet privado de alguien para una filmación de dos semanas en Ucrania. Diddi sabe demostrar su generosidad cuando es necesario. Al avión lleva consigo diez botellas de Dom Pérignon.
Y conoce a Sofía Fuensanta Cuervo. Es mucho mayor que él, treinta y dos, y emparentada por parte de madre con la casa real española.
Dice que ella es la oveja negra de la familia, separada y con dos hijos que están en un internado.
Diddi nunca ha conocido a nadie que se le pareciera lo más mínimo. Es un trotamundos que, por fin, ha llegado al mar, chapotea hasta que se ahoga. Los brazos de ella son el remedio para todo. Se puede perder por completo sólo con que ella sonría o se rasque la nariz. Incluso se emborracha pensando en sí mismo y los niños. Imágenes difusas en las que hacen volar las cometas en la playa y él les lee en voz alta por la noche. No le permite verlos y Sofía habla poco de ellos. A veces ella los va a visitar, pero no deja que él la acompañe. No quiere que se encariñen con alguien que de repente desaparezca, le explica. Pero él no va a desaparecer nunca. Quiere vivir el resto de su vida con las manos enredadas en su pelo color de cuervo.
Los amigos de Sofía tienen grandes barcos. También los acompaña a cazar cuando visitan las propiedades de algún conocido en el noroeste de Inglaterra. Diddi está completamente encantador con su equipo de caza prestado y el pequeño gorro de fieltro. Es el hermano pequeño de los hombres y el deseo vehemente de las mujeres.
– Me niego a matar nada -le dice a los demás serio, como si fuera un niño.
En la batida va junto a una jovencita de trece años y hablan durante mucho rato de los caballos de ella. Por la noche, la niña convence a la anfitriona para que ponga a Diddi a su lado. Sofía lo deja prestado y se ríe. Acaba de ser desbancada.
Diddi invita a Sofía a cenar. Le compra zapatos y joyas increíblemente caros. La lleva una semana a Zanzíbar. Es como el decorado de un teatro. La belleza de la ciudad que se desintegra, las elegantes puertas de trabajada ebanistería, los escuálidos gatos cazando cangrejos blancos por las largas y blancas playas, la pesada fragancia de las plantas de clavo de olor, amontonadas en el suelo para que se sequen sobre desplegadas telas rojas. Contra aquel fondo de belleza inspira su último aliento. Dentro de poco, las puertas y las fachadas se desharán y todo será sobreexplotado. Dentro de poco las playas se llenarán de ruidosos alemanes y gordos suecos. Contra ese fondo: su amor.
La gente se gira para ver a la pareja que va con las manos entrelazadas. El pelo de él, casi blanco por el sol, y el de ella, negro y brillante como las crines de una yegua andaluza.
A finales de noviembre Diddi llama desde Barcelona porque quiere vender. Mauri le dice que no hay nada que vender.
– Tu capital ya ha sido utilizado.
Diddi le explica que tiene al dueño de un hotel que va como loco detrás de él para que le pague la cuenta.
– Es decir, está furioso y me tengo que esconder para que no me pille por la escalera.
Mauri aprieta las mandíbulas durante el violento silencio en el que Diddi espera que le ofrezca prestarle dinero. Después Diddi se lo pregunta directamente. Y Mauri le responde que no.
Acabada la conversación telefónica, Mauri sale a dar un paseo por la nevada ciudad de Estocolmo. La ira del abandonado le sigue los pasos como un perro. ¿Qué cojones pensaba Diddi? ¿Que podía llamar y que Mauri se inclinaría hacia adelante con los pantalones abajo?
No. Las tres semanas siguientes Mauri las pasa con su nueva novia. Muchos años después, cuando está en una entrevista con Malou von Sivers, no se acordará de su nombre, ni aunque lo amenazaran con una pistola en la cabeza.
Tres semanas después de la conversación telefónica, aparece Diddi en la cocina del pasillo de la casa de estudiantes de Mauri. Es sábado por la noche. La novia de Mauri está de cena con las amigas. El compañero de pasillo de Mauri, Håkan, mira a Diddi como cuando mira la tele. Se olvida de apartar la mirada y de comportarse como una persona normal. Lo mira fijamente con la boca abierta. A Mauri le entran ganas de darle en la cara, para que cierre aquella bocaza.
Los ojos de Diddi son un hielo agrietado sobre un mar de color rojo sangre. La pegajosa nieve se deshace en su pelo y le cae sobre la cara.
El amor de Sofía desapareció con el dinero, pero Mauri aún no sabe nada.
En la habitación de Mauri se desata la tormenta. Mauri es un jodido estafador. ¿Veinticinco por ciento, no? Jodido usurero. Es tan avaro que le da pena cagar. Diddi puede aceptar un diez por ciento y quiere su dinero YA.
– Estás borracho -le responde Mauri.
Parece tener consideración cuando lo dice. Ha ido a la escuela de la vida justo para gestionar situaciones como aquélla. Con facilidad adquiere el tono de voz y la postura de su padre de acogida. Tierno por fuera, duro como una piedra por dentro. Tiene a su padre de acogida dentro de él. Y dentro de su padre de acogida, tiene a su hermano de acogida. Son como las muñecas rusas. Dentro del hermano de acogida está Mauri. Pero le quedan muchos años antes de que aquella muñeca salga a la luz.
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