Completamente diferente a mi padre y a los otros hombres del pueblo.
Podía ver a su padre y a su tío Affe sentados en la cocina de la abuela. Están tomando cerveza. Affe corta unas rodajas de salchicha cruda de la zona de Falun, para su perra Freja. Le pone la rodaja delante y le pregunta: «¿Qué hacen las chicas de Estocolmo?» Y Freja se tumba boca arriba con las patas al aire.
A Rebecka le gustan sus manos. Capaces de hacer cualquier tipo de trabajo. Las puntas de los dedos siempre un poco agrietadas y negras de algo que ningún jabón puede eliminar; siempre hay alguna máquina que tienen que reparar.
A su padre le gusta que se siente en sus rodillas. Puede quedarse allí todo el tiempo que quiera. Con su madre las posibilidades son fifty-fifty. «Oh, pesas mucho», le dice. O: «Deja que me tome el café tranquila.»
Su padre huele a sudor, a algodón caliente y un poco a aceite de motor. Le pone la nariz junto a la barba del cuello. Siempre tiene morena la cara, el cuello y las manos, pero el cuerpo está blanco como el papel. No toma nunca el sol. No lo hace ningún hombre del pueblo, sólo sus esposas. Las mujeres suelen tumbarse en una hamaca al sol y limpian el jardín en bikini.
A veces su padre se tumba sobre la hierba para descansar, con un brazo debajo de la cabeza y la gorra sobre la cara. Martinsson, el agricultor, tenía el derecho y el privilegio de tumbarse de vez en cuando a descansar sobre la hierba de su jardín.
«Mi padre trabaja duro. Conduce tractores en el bosque por la noche para que resulte rentable toda la inversión que se ha hecho. Hace las cosas que hacen falta en el campo y, cuando no hay mucho que hacer en el bosque, trabaja extra para un fontanero en la ciudad.»
Pero de vez en cuando se tumba un rato. En invierno en el sofá de la cocina. En verano ahí, en medio del jardín. El perro más viejo, Jussi, suele ir a tumbarse a su lado y al cabo de un rato tiene a Rebecka en el otro brazo. El sol calienta. La camomila dulce crece en la pobre tierra arenosa y huele fuerte. Pero no crece en muchas partes. Siempre tienes que estar muy cerca para notar algo.
Rebecka nunca ha visto a su abuela tumbarse así. No descansa nunca. Si alguna vez lo hiciera delante de la casa, la gente creería que ha perdido la razón. O, simplemente, que se ha muerto.
No, Måns hubiera sido una rara avis en casa de la abuela. Uno de Estocolmo que no sabe desmontar un motor, pescar con cerco, ni rastrillar la paja. Y rico. La mujer del tío Affe, Inga-Britt, estaría nerviosa y hubiera puesto hasta servilletas. Y todos pensarían: Y ahora, ¿de quién es ahora Rebecka?
Como ya lo hacían. Se sentía constantemente obligada a demostrar que no había cambiado. La gente siempre decía: No es nada raro… estás acostumbrada a algo mejor. Y entonces tenía que decir más veces que la comida estaba muy buena, que hacía mucho tiempo que no comía perca y qué rico estaba todo. Los demás podían comer tan tranquilos sin decir nada. Entonces aún se hacía más evidente que a ella se le habían pegado las costumbres de Estocolmo, demasiados elogios.
Había algo en su padre que le faltaba a Måns. No quería decir profundidad porque Måns no era un hombre superficial, pero Måns nunca se había tenido que preocupar de su sustento ni inquietarse por si no había suficiente trabajo para cubrir los pagos de los tractores. Y había otra diferencia. Algo que no se debe a la preocupación: una pincelada de melancolía.
«Esa melancolía-pensó Rebecka-. ¿Qué fue lo que hizo que mi padre se fuera detrás de mi madre con tantas prisas?»
Creo que ella apareció en su vida con su risa y su levedad, porque en sus buenos momentos era ligera como el viento. Y creo que él la cogía de los hombros con las dos manos. La sujetaba fuerte y con ímpetu. Y creo que a ella le gustaba, pero sólo un momento. Creo que pensaba que necesitaba aquello. La seguridad y la tranquilidad de su abrazo. Después se fue a hurtadillas como una gata impaciente.
«¿Y yo qué? -pensó Rebecka con los ojos puestos en el e-mail de Måns-. ¿No debería encontrar yo a alguien como mi padre? A diferencia de mi madre, yo me mantendría a su lado.»
El corazón enamorado es una cosa invencible. Se pueden esconder los sentimientos pero, allí dentro, el corazón se hace cargo de toda la actividad. La cabeza cambia de trabajo, deja de razonar o de tomar decisiones importantes y se ocupa de pintar escenas patéticas, románticas, sentimentales y pornográficas. Todo el maldito registro.
Rebecka Martinsson reza una oración petulante: Dios, líbrame de la pasión.
Pero es demasiado tarde. Escribe:
Me alegro por vosotros. Espero que no sean muchos los que se rompan una pierna en las pistas. Mantengo la invitación en suspenso para ir a tomar una copa. Depende del tiempo, del trabajo y de esas cosas. Pero estamos en contacto.
R.
Después cambia «R» por «Rebecka». Y después lo vuelve a cambiar. El e-mail es tonto de corto y simple, pero tarda cuarenta minutos en redactarlo. Después lo envía. Más tarde lo abre de nuevo una y otra vez para repasar lo que ha escrito. Luego no hace nada sensato. Mover papeles de un lado a otro.
– ¿Te importa que ponga en marcha la grabadora? -preguntó Anna-Maria.
Estaba sentada en la sala de interrogatorios con Mauri Kallis.
Le había dicho que no tenían mucho tiempo porque dentro de poco iban a tomar un avión. Por eso decidieron que Sven-Erik hablaría con Diddi Wattrang y Anna-Maria con Mauri Kallis.
El jefe de seguridad deambulaba por el pasillo con Fred Olsson y el impresionado Tommy Rantakyrö.
– Naturalmente -respondió Mauri Kallis-. ¿Cómo murió?
– Aún es un poco pronto para explicar los detalles en torno a la muerte.
– Pero ¿la asesinaron?
– Sí, asesinato u homicidio… de todas formas es alguien que… Trabajaba como jefa de información. ¿Qué significa eso?
– Era un título, nada más. Trabajaba con todo dentro del grupo. Pero, claro, en lo que era buena era en los contactos con los medios de comunicación y en promocionar la empresa. Sobre todo, tenía talento para relacionarse con la gente, las autoridades, los propietarios de terrenos, inversores, you name it.
– ¿Por qué? ¿En qué era tan eficiente?
– Era una de esas personas a las que la gente quiere caer bien. Estar a buenas con ella. Y su hermano es igual, aunque ahora esté un poco…
Mauri Kallis hizo un pequeño gesto sacudiendo la mano.
– Tienes que haber sido una persona muy cercana a ella. Se podía decir que vivía en tu casa.
– No exactamente. Regla es una heredad con varias propiedades y casas. Somos muchos los que vivimos allí; yo con mi familia, Diddi con su mujer y su hijo, mi hermanastra y algunos empleados.
– Pero no tenía hijos.
– No.
– ¿Qué más personas tenía cercanas, aparte de ti?
– Quiero señalar que eres tú la que dice que yo estaba cercano. Supongo que su hermano. Sus padres todavía viven.
– ¿Alguien más?
Mauri Kallis sacudió la cabeza.
– Venga, vamos -dijo Anna-Maria animándolo-. ¿Amigas? ¿Novio?
– Esto es complicado -respondió Mauri Kallis-. Inna y yo trabajábamos juntos. Era una buena… compañera. Pero no era de esas personas que hacen amigos para toda la vida. Era muy inquieta para ello. No necesitaba hablar por teléfono con las amigas y explicárselo todo. Y, sinceramente, los novios iban y venían. Nunca los conocí. Este trabajo era perfecto para ella. Podíamos ir a una conferencia o a un evento internacional, y en la fiesta que daban por la noche conseguía diez inversores.
– ¿Qué hacía en su tiempo libre? ¿Con quién se veía?
– No sé.
– Por ejemplo, ¿qué hizo la última vez que estuvo de vacaciones?
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