Juan Gomez-jurado - Espí­a de Dios

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Roma, 2 de abril de 2005. El Papa Juan Pablo II acaba de morir y la plaza de San Pedro se llena de fieles dispuestos a darle el último adiós. Al mismo tiempo, se inician los preparativos para el cónclave del que ha de salir el nombre del nuevo Sumo Pontifice. Pero justo entonces los dos cardenales mejor situados del ala liberal de la Iglesia, Enrico Portini y Emilio Robayra, aparecen asesinados siguiendo un mismo y macabro ritual que incluye la mutilación de miembros y mensajes escritos con simbología religiosa. Un asesino en serie anda suelto por las calles de Roma, y la encargada de perseguirlo será la inspectora y psiquiatra criminalista Paola Dicanti. Durante la investigación, la joven detective se adentrará en los más oscuros secretos del Vaticano, aquellos que hablan de conspiraciones nada decorosas y de la existencia de un centro donde se rehabilita a sacerdotes católicos con historial de abusos sexuales. A la cruel astucia del psicópata se unen las trabas que los servicios de seguridad del Vaticano ponen a la investigación: oficialmente las muertes de los cardenales no están ocurriendo y el cónclave debe celebrarse con normalidad. La aparición del padre Fowler, un ex militar norteamericano, supondrá un nuevo desafío para Dicanti, reacia a confiar en el misterioso sacerdote. Pero Fowler conoce el nombre del asesino y guarda un secreto aún más temible: su propio pasado.

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Via Della Croce, 12

Sábado, 9 de abril de 2005. 23:46

Paola lloró durante un buen rato, con la puerta cerrada y las heridas del corazón muy abiertas. Por suerte su madre no estaba, había ido a pasar el fin de semana a Ostia, a casa de unas amigas. Para la criminalista fue todo un alivio: aquel era un momento realmente malo, y no podría escondérselo a la señora Dicanti. En cierto sentido, el ver su preocupación y cómo se hubiera desvivido por alegrarle la cara hubiera sido aún peor. Necesitaba estar sola para hundirse sin molestias en el fracaso y la desesperación.

Se arrojó en la cama completamente vestida. Por la ventana entraban en la habitación el bullicio de las calles vecinas y los tímidos rayos de la tarde de abril. Con ese arrullo, y después de dar mil vueltas a la conversación de Boi y a los sucesos de los últimos días, consiguió dormir. Casi nueve horas después de haber caído rendida, un olor maravilloso a café recién hecho se coló en su sueño, obligando a emerger a su consciencia.

—Mamá, has vuelto demasiado pronto...

—Efectivamente, he vuelto pronto, pero se equivoca usted de persona —dijo una voz dura, educada y con un italiano cadencioso y vacilante: la voz del padre Fowler.

Paola abrió mucho los ojos y sin darse cuenta de lo que hacía le echó ambos brazos al cuello.

—Cuidado, cuidado, que derrama usted el café...

La criminalista se soltó a regañadientes. Fowler estaba sentado en el borde de su cama, y la miraba divertido. En la mano llevaba una taza que había tomado de la propia cocina de la casa.

—¿Cómo ha entrado aquí? ¿Y cómo ha conseguido escapar de los policías? Le hacía a usted camino de Washington...

—Con calma, una pregunta por vez —rió Fowler—. En cuanto a cómo he conseguido escapar de dos funcionarios gordos y mal entrenados, le ruego por favor que no insulte a mi inteligencia. Sobre cómo he entrado aquí, la respuesta es fácil: con una ganzúa.

—Ya veo. Entrenamiento básico de la CIA, ¿verdad?

—Más o menos. Lamento la intromisión, pero llamé varias veces y nadie me abrió. Creí que podría usted estar en problemas. Cuando la vi dormir tan apaciblemente, decidí cumplir mi promesa de invitarla a un café.

Paola se puso en pie, aceptando la taza de manos del sacerdote. Le dio un sorbo largo y tranquilizador. La habitación estaba iluminada sólo por la luz de las farolas de la calle, que fabricaba largas sombras en el alto techo. Fowler contempló el cuarto bajo a aquel tenue resplandor. Sobre una pared colgaban los diplomas de la escuela, de la universidad, de la Academia del FBI. También las medallas de natación, e incluso algunos dibujos al óleo que ya debían de tener al menos trece años. Sintió de nuevo la vulnerabilidad de aquella mujer inteligente y fuerte, pero que seguía lastrada por su pasado. Una parte de ella nunca había abandonado su primera juventud. Intentó adivinar qué lado de la pared sería más visible desde la cama y creyó comprender entonces. En el punto que trazó mentalmente su línea imaginaria desde la almohada al muro, se veía un cuadro de Paola junto a su padre en una habitación del hospital.

—Este café es muy bueno. Mi madre lo hace fatal.

—Cuestión de regular el fuego, dottora .

—¿Por qué ha vuelto, padre?

—Por varios motivos. Porque no quería dejarla a usted en la estacada. Para evitar que ese loco se salga con la suya. Y porque sospecho que aquí hay mucho más de lo que se esconde a simple vista. Siento que nos han utilizado a todos, a usted y a mí. Además, supongo que usted tendrá un motivo muy personal para seguir adelante.

Paola frunció el ceño.

—Tiene usted razón. Pontiero era un amigo y un compañero. Ahora mismo lo que más me preocupa es hacer justicia con su asesino. Pero dudo que podamos hacer nada ahora, padre. Sin mi placa y sin sus apoyos, solo somos dos nubecillas de aire. Al menor soplo de viento nos dispersaremos. Y además, es posible que a usted le estén buscando.

—Es posible que me estén buscando, en efecto. A los dos policías les di esquinazo en Fiumicino [38] [38] Uno de los dos aeropuertos de Roma, situado a 32 kilómetros de la ciudad. . Pero dudo que Boi llegue al extremo de lanzar una orden de busca y captura contra mí. Con el follón que hay en la ciudad no le serviría de nada (ni sería muy justificable). Lo más probable es que lo deje correr.

—¿Y sus jefes, padre?

—Oficialmente, yo estoy en Langley. Extraoficialmente, no han puesto reparos en que me quede por aquí un poco más.

—Por fin una buena noticia.

—Lo que tenemos más complicado es entrar en el Vaticano, porque Cirin estará avisado.

—Pues no veo como podremos proteger a los cardenales si ellos están dentro y nosotros fuera.

—Creo que deberíamos empezar desde el principio, dottora . Revisar todo este maldito embrollo desde el inicio, porque es evidente que algo se nos ha pasado por alto.

—Pero ¿cómo? No tengo el material apropiado, todo el expediente de Karoski está en la UACV.

Fowler le dedicó una media sonrisa pícara.

—Bueno, a veces Dios nos concede pequeños milagros.

Hizo un gesto en dirección al escritorio de Paola, en un extremo de la habitación. Paola encendió el flexo sobre la mesa, que iluminó el grueso legajo de tapas marrones que componía el dossier de Karoski.

—Le propongo un trato, dottora . Usted se dedica a lo que mejor sabe hacer: un perfil psicológico del asesino. Uno definitivo, con todos los datos de los que disponemos ahora. Yo mientras le voy sirviendo café.

Paola apuró de un trago el resto de la taza. Intentó escrutar el rostro del sacerdote, pero su rostro quedaba fuera del cono de luz que iluminaba el expediente de Karoski. Y de nuevo Paola sintió la premonición que le había invadido en el pasillo de la Domus Sancta Marthae, y que había silenciado hasta mejor ocasión. Ahora, y más tras la larga lista de acontecimientos que sucedieron a la muerte de Cardoso, estaba más convencida que nunca de que aquella intuición había sido acertada. Encendió el ordenador sobre su escritorio. Seleccionó entre sus documentos una ficha de perfil en blanco y comenzó a rellenarla compulsivamente, consultando de tanto en tanto las hojas del dossier.

—Prepare otra cafetera, padre. Tengo que confirmar una teoría.

PERFIL PSICOLÓGICO DE ASESINO MÚLTIPLE

Paciente:KAROSKI, Viktor.

Perfil realizado por la doctora Paola Dicanti.

Situación del paciente: In absentia

Fecha de redacción:10 de abril de 2005

Edad:44 años.

Altura:178 cms.

Peso:85 kilos.

Descripción:Complexión fuerte, ojos marrones, inteligente (IQ de 125).

Antecedentes familiares:Viktor Karoski nace en una familia emigrante de clase media bajo una madre dominante y con profundos problemas de conexión con la realidad debido a la influencia de la religión. La familia emigra desde Polonia, y desde el principio es obvio el desarraigo en todos sus miembros. El padre presenta un cuadro típico de ineficacia laboral, alcoholismo y malos tratos, al que se añade el agravante de abusos sexuales repetidos y periódicos (entendidos como castigo) cuando el sujeto llega a la adolescencia. La madre fue consciente en todo momento de la situación de abusos e incesto cometida por su cónyuge, aunque al parecer fingía no darse cuenta. Un hermano mayor escapa del hogar paterno, condicionado por los abusos sexuales. Un hermano menor muere en abandono, tras una larga convalecencia ocasionada por la meningitis. El sujeto es encerrado en un armario, incomunicado, durante largos periodos de tiempo, tras el “descubrimiento” por parte de la madre de los abusos del padre del sujeto. Cuando es liberado, el padre ha abandonado el hogar familiar, y es la madre quien impone su personalidad, en éste caso recalcando sobre el sujeto la figura católica del miedo al infierno, al que conducen sin duda los excesos sexuales (siempre según la madre del sujeto). Para ello le viste con sus ropas e incluso llega a amenazarle con la castración. Se produce en el sujeto una distorsión grave de la realidad, así como un serio trastorno de sexualidad no integrada. Comienzan a aparecer los primeros rasgos de ira y personalidad antisocial, con un fuerte sistema de respuesta nerviosa. Agrede a un compañero de instituto, por lo que es internado en un reformatorio. A la salida del mismo su expediente queda limpio y toma la determinación de ingresar en un seminario con 19 años. No se le realiza ningún control psiquiátrico previo y consigue su propósito.

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