Martin Greenberg - Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes

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Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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LAS NUEVAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Es un homenaje de eminentes autores de misterio -Stephen King, John Gardner, Michael Harrison y otros- realizado en el año 1987 con motivo del centenario de la primera aparición pública de Sherlock Holmes en el Beeton’s Christmas Annual de noviembre de 1887, donde se dieron a conocer los hechos y la resolución del misterio conocido como Un Estudio en Escarlata

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MARY: Lo que sea. La banda de lunares no podría vivir de lo que ganas con esa mísera profesión tuya.

WATSON: Sabías lo que era cuando te casaste conmigo. ¿Quién ha oído hablar de un médico rico?

MARY: A Anstruther le va bien. Le compró un abrigo de pieles a su mujer en su cumpleaños. ¿Y sabes porqué puede permitírselo?

WATSON: No empieces, Mary.

MARY: Puede permitírselo porque no paras de enviarle a tus pacientes para poder irte a hacer Dios sabe qué con tu amigo Sherlock Holmes.

WATSON: Ya empiezas otra vez.

MARY:¿Y cómo te demuestra Holmes su afecto? Tratándote como a un criado. ¿Alguna vez se ha ofrecido a compartir contigo la recompensa por resolver un misterio?

WATSON: ¿Qué me dices del regalo que nos hizo las pasadas navidades?

MARY: ¡Aleluya! Una caja de rapé en oro de seis quilates con una amatista en la tapa. ¡Para que luego hablemos de tu mal gusto!

WATSON: Pues a mí me parece muy bonita. De todos modos, Holmes nunca me insultaría ofreciéndome dinero.

MARY: Podría ser descortés de cuando en cuando.

(Llaman a la puerta.)

WATSON: Ya voy yo. (sale)

MARY: (haciendo punto) Ojalá sea Jack el Destripador haciendo una visita a domicilio.

WATSON: (vuelve, llevando una hoja de papel) Era un mensajero.

MARY: ¿Le has dado propina?

WATSON: No podía. No hay metálico en la casa y me he dejado la libreta de cheques en el escritorio de Holmes.

MARY: Es lo mismo que le dijiste al anterior mensajero. Acabarán dándose cuenta

WATSON: (desdoblando el papel) Es de Holmes.

MARY: Lo que pensaba. Propaganda.

WATSON: Me necesita, Mary. Tiene un caso.

MARY: ¿Cuándo no?

WATSON: Debo ir con él. ¿Dónde está mi fiel revólver?

MARY: En el cajón superior de la cómoda, bajo tus fieles calcetines.

WATSON: Olvídalo. No hay tiempo. Usaré el de Holmes.

MARY: No me digas que ese animal sarnoso ha vuelto a meterse con los Baskerville. ¿Por qué no pueden llamar a la perrera como todo el mundo?

WATSON: Ya te lo explicaré luego, (la besa en la mejilla) No me esperes. Quizá vuelva tarde.

MARY: (con frialdad) ¿Quién es esta vez? ¿Violet Hunter o esa vampiresa de la Ferguson?

WATSON: ¿De qué estás hablando?

MARY: Lo sabes perfectamente. Holmes, ¡ja! La última vez que dijiste que le necesitaba, volviste con un largo cabello castaño en el abrigo.

WATSON: ¡Te dije que era de una mangosta!

MARY: No me importa su nacionalidad. Te dejaré, como no dejes de verte con otras mujeres. ¡Pon eso en tu pipa y ve fumándolo!

WATSON: Luego hablaremos de eso.

MARY: Desde luego que sí. James.

WATSON: John. Me llamo John.

MARY: Lo que sea.

(WATSON sale de escena, MARY sigue haciendo punto durante un momento y luego se incorpora en actitud de escucha. Ya segura de que se ha ido su marido, coge el teléfono y gira la manivela.)

MARY: El profesor Moriarty, por favor, (espera) ¿Hola? ¿Jimmy? Mary. Se ha ido. No, no volverá hasta tarde. ¿Estás libre esta noche? Estupendo. ¿Cómo? (hace una pausa) ¿Una nueva monografía? Sí, tráela de todos modos, (coqueta) Sí, me encantará discutir la dinámica de tu asteroide. Contaré los minutos. Adiós, amor.

(Cuelga el teléfono. TELÓN).

LOS DOS LACAYOS – Michael Gilbert

En el otoño de 1894 como sin duda encontrarán en mi relato del caso sobre el - фото 12

En el otoño de 1894, como sin duda encontrarán en mi relato del caso sobre el constructor de Norwood, vendí mi pobre consulta médica y volví a vivir con Holmes en nuestras viejas habitaciones de Baker Street. Su sensacional regreso de una muerte supuesta, seguida del juicio del coronel Sebastian Moran por el asesinato del honorable Ronald Adair, había revivido y, de hecho, incrementado su labor hasta el extremo de que pasaba más tiempo fuera que dentro de casa, y me encontré pasando largas horas solo, frente al fuego de la chimenea de nuestra sala de estar.

No era algo que me molestase, y esa tarde en particular el viento convertía la lluvia que caía en la calle en heladas lanzas. La herida recibida en Maiwand catorce años atrás ya estaba curada, por supuesto, pero sigo notando pinchazos cuando el tiempo tiene un carácter especial. Para pasar el rato, cogí un libro de los largos estantes de libros mayores y cuadernos de recortes que se alineaban en la pared junto a la chimenea. Resultó ser una caja hueca en vez de un libro y contener diversos objetos. No estaban colocados en un orden determinado aunque, sin duda, cada uno de ellos significaba algo para Holmes.

Unos gemelos de perlas, un abrecartas con la hoja rota, un mazo de cartas que, al ser examinado, reveló carecer de as de espadas y tener dos ases de bastos. Ninguno me dijo nada hasta que cogí una pequeña caja de cartón que, a juzgar por las polvorientas migajas de su interior, contuvo en el pasado una porción de un pastel de boda, En la tapa se podía leer: «Mary Macalister y sargento Jacob Pearce. Capilla Baptista de Friary Lane. 10 de diciembre de 1886.»

– ¡Cielo santo! ¿Esta boda tuvo lugar hace ocho años? Parece como si fuera ayer -estaba pensando cuando oí los pasos de Holmes en la escalera y le vi entrar, al parecer de muy buen humor.

Parecía que su investigación sobre los documentos del ex presidente Murillo iba muy bien. Miró la caja que yo tenía entre las manos.

– Veo que está usted rememorando uno de sus primeros éxitos -dijo.

– Suyo, Holmes. No mío.

– Todo lo contrario, mí querido amigo. Usted hizo todo el trabajo preliminar. Y estoy seguro de que la señora Pearce supo valorarlo. ¿Acaso no le nombró padrino de su primer hijo y le llamó John por usted?

Fue un día de noviembre de 1882 cuando Mary Macalister vino a nuestras habitaciones de Baker Street. He dicho «vino». Habría sido más exacto decir que fue empujada a ello, porque fue sólo la insistencia de la señora Hudson lo que le hizo subir las escaleras y llegar a nuestra puerta. Era una chica bonita, con un cutis fresco de sonrojadas mejillas. No necesité los poderes deductivos de Holmes para darme cuenta de que venía del campo y que era de origen relativamente humilde. También había estado llorando.

Holmes le hizo pasar con toda cortesía y le pidió que se sentara, y, como parecía abrumada por la situación, fue la señora Hudson quien habló por ella.

– La señorita Macalister es mi sobrina -explicó-. Trabaja en la mansión Corby.

– ¿La casa de sir Rigby Bellairs? -dijo Holmes.

La chica asintió.

– ¿Y qué ha hecho sir Rigby para causarle esa agitación?

– Oh, no, señor. No fue sir Rigby. Fue Terence.

– ¿Terence Black?

– Sí, señor.

– Ya veo -dijo Holmes-. ¿Amigo suyo quizá?

La chica, que parecía a punto de romper a llorar, tragó saliva antes de contestar.

– Estábamos prometidos. La boda iba a celebrarse a fin de mes.

– Entonces, la acompaño en el sentimiento.

– Le dije que si alguien podía hacer algo por ella ese sería usted -dijo la señora Hudson.

Pude leer la indecisión en el rostro de Holmes. Aunque considerado por algunas personas como un misógino desprovisto de sentimientos humanos, la visión de la belleza en apuros siempre le conmovía. Pero yo sabía que, en aquellos momentos, estaba enfrascado en una compleja investigación en la City de Londres. No era el tipo de casos al que daba preferencia, pero en aquellos principios de su carrera no podía permitirse ser demasiado selectivo y ese asunto, en el que estaban mezclados varios miembros de la nobleza y una de las principales firmas financieras de la ciudad, difícilmente podría descuidarse por los apuros de una sirvienta, por muy conmovedora que fuese.

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