– Más le vale tener pruebas que lo confirmen… -empezó a decir LeGrand.
– Las heridas eran de dos hojas distintas -le interrumpió Clevenger-. La del cuchillo de tapicero que usó su cliente para cortarle las carótidas a su mujer y la de algo más fino, como una cuchilla de afeitar, que usó ella para lacerarse las muñecas.
El rostro de LeGrand perdió toda compostura.
– La policía no encontró ninguna cuchilla de afeitar ensangrentada porque el señor Reese se deshizo de ella antes de que llegara. -Clevenger hizo una pausa-. A mí me cuadra todo. Y a un jurado también le cuadrará.
– Los mató a los dos -soltó bruscamente Coroway mientras señalaba a Reese-. Kyle entregó la carta de despedida de Grace y el arma de John a la misma persona: George Reese. Él mató a John. Y luego mató a su mujer porque se habían enamorado y en teoría no debían. Yo hice lo mismo que Theresa. Sólo ayudé a mantener viva la fantasía entre ellos. No soy culpable de ningún crimen.
Clevenger lo miró y meneó la cabeza.
– Usted es la piedra angular de este arco, porque una vez hubo conseguido lo que quería de su socio, es decir, el Vortek, le contó la verdad. Le dijo que le habían tendido una trampa. Que se había enamorado de una actriz. Porque en lo más profundo usted lo odiaba, Collin. Odiaba su intelecto. Odiaba el hecho de que él fuera un genio y usted llevara las cuentas. ¿Y encima tener que pensar que acabaría con Grace Baxter? No. Eso no podía soportarlo. Le dijo que lo que él consideraba amor era sólo una artimaña. Lo destrozó. Y entonces fue cuando él dijo adiós. Entonces fue cuando le dijo que dejaba a todo el mundo, que la operación no sólo acabaría con los ataques. Se llevaría todo su dolor porque no se acordaría de ninguno de ustedes.
Heller se agarraba al borde de la mesa. Tenía los nudillos blancos.
– No sé de qué está hablando -dijo Coroway.
– ¿Cómo iba usted a dejar libre por el mundo a un hombre con los conocimientos que John Snow tenía sobre armas? Podía compartir sus secretos de empresa. Podía montar su propio negocio y hacer que usted cerrara. Al final todo se redujo a una cuestión de dinero. Así pues, aquella mañana usted fue al Mass General y se las ingenió para encontrarse con él en aquel callejón -prosiguió Clevenger-. Le disparó a bocajarro directamente al corazón. Lo mató antes de que tuviera la oportunidad de renacer.
Heller salió disparado de la silla, se dirigió a Coroway y lo lanzó contra la pared. Empezó a estrangularlo. Lindsey Snow gritó.
– ¿Quién era usted para quitarme a mi paciente? -gritó Heller-. ¿Es usted Dios?
Clevenger y Kyle Snow acudieron rápidamente e intentaron apartar a Heller, que no hacía más que apretar el cuello de Coroway.
– ¡Íbamos a hacer historia! -gritó furioso.
Se abrió la puerta. Por el rabillo del ojo, Clevenger vio entrar a Mike Coady y a Billy. Coady había desenfundado el arma.
– Doctor Heller -dijo Billy-. No.
Heller lo miró. Luego se miró las manos.
– Por favor -dijo Billy.
Heller soltó poco a poco a Coroway, que cayó al suelo jadeando en busca de aire. Coady bajó el arma.
– Da la casualidad de que llevo dos pares de esposas -dijo Coady mientras miraba a George Reese y las levantaba-. No hay diamantes en ninguna. Tendrá que arreglárselas con éstas.
Poco más de una hora después, Theresa Snow entró en la consulta de Clevenger en el Instituto Forense de Boston. Clevenger la había localizado justo al llegar a su casa y le había dicho que debía verla enseguida.
Clevenger acercó una silla a su mesa y le hizo una señal para que tomara asiento. Él se sentó en la silla de su escritorio.
– ¿De qué quiere hablar? -preguntó ella.
– De la verdad.
Sus miradas se cruzaron, y ella la sostuvo.
– ¿La verdad sobre qué?
– Sobre John.
– Dígame a qué se refiere.
– Sé qué pasó en realidad, Theresa. Y sé por qué. -Clevenger apartó la mirada-. No estoy orgulloso de lo que he hecho en la sala de interrogatorios, aunque volvería a hacerlo.
Ella permaneció en silencio. Clevenger volvió a mirarla y bajó la voz.
– Sé por qué mató a John. Y no la culpo por haberlo hecho.
– Está usted loco -replicó ella tímidamente.
– Su mente estaba enamorada de la mente de John, pero el resto de usted estuvo muerto todos los años de su matrimonio.
No hubo reacción.
– Siguió a su lado cuando cualquier otra persona se habría ido. Se quedó a pesar de que era cruel con su hijo. Se quedó mientras él prodigaba todo su afecto a su hija. Usted se puso en el último lugar. Lo puso a él en el primero porque era extraordinario.
– Los matrimonios se basan en cosas distintas -dijo ella-. El nuestro se basaba en el trabajo de John.
– Y por eso estuvo de acuerdo con Coroway y Reese. Dejó que le montaran a John una aventura porque sabía lo mucho que sufría cuando se bloqueaba, cuando no podía crear. El Vortek lo torturaba. Y entonces John dio con alguien que le proporcionó una clase de energía nueva, una energía que ustedes dos nunca tuvieron juntos, una energía que era capaz de hacer que su creatividad arrancara. Así que usted sacrificó sus sentimientos de nuevo. Por él.
– En realidad, ella no debía… Ya sabe.
– Acostarse con él.
Parecía que esas palabras la hubiesen herido.
– En teoría, debía decirle que él le importaba mucho, pero que primero tenía que resolver su matrimonio. En teoría, debía encauzar la energía de John hacia su trabajo.
– Hasta que hubiese acabado el Vortek. Entonces todo habría terminado entre ellos.
Theresa asintió con la cabeza.
– Pero no acabó. Para ella no. Ni para él. Todos los años que usted había estado a su lado, todo el sufrimiento de Kyle, no parecían valer para nada. John no quería vivir sin Grace Baxter y del mismo modo, ella no quería vivir sin él. Así que usted, y no Collin, le dijo a John que habían empujado a Grace a que lo sedujera. Hizo añicos su confianza en ella. Y entonces fue cuando él le dijo que abandonaba… a todo el mundo. Le dijo que la operación los convertiría a ustedes dos en desconocidos.
– Ni siquiera recordaría lo que me había hecho.
– Usted para él no existiría -dijo Clevenger-. Él era quien la amenazaba con aniquilarla. Nadie podía esperar que usted consintiera que eso pasara.
Clevenger deslizó la mano unos centímetros en su dirección, y ella la miró con deseo. Él vio que en su mirada había hambre, hambre de la clase de conexión que su marido había encontrado con otra mujer.
– Hay un motivo por el que nada salió como Coroway y Reese le dijeron que saldría -dijo Clevenger-. A veces, cuando las personas se conocen, sienten algo que jamás habían sentido. Es un encaje perfecto. Un viejo profesor que tuve solía decir que era como encontrar tu mapa del amor. Grace Baxter era el de John. Y viceversa.
– ¿Algún día podré…? -Theresa lo miró a los ojos.
– Cuénteme qué sintió -dijo Clevenger.
– ¿Cuándo?
– Al dispararle.
Theresa dudó.
– Puede contármelo. Todo ha acabado. Acusarán a Reese del asesinato de Grace. Y a Coroway del de John. -Se quedó callado un momento-. ¿Se sintió bien?
Ella cerró los ojos y los abrió, como una gata.
– Me sentí persona por primera vez.
– Por una vez antepuso sus sentimientos a los de él.
– La verdad es que no me creía capaz de apretar el gatillo, pero entonces tuvo la desfachatez de decirme que superara el pasado, que me reinventara a mí misma. ¡Después de haberle entregado toda mi vida! -Theresa movió la mano de forma que ya casi tocaba la de Clevenger-. Lo extraño es que creo que disparándole sí que me reinventé. Creo que cambié toda la arquitectura de mi vida.
Читать дальше