Keith Ablow - Asesinato suicida

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John Snow es un brillante inventor que trabaja en la indistria aeronáutica; tiene dinero, familia, e incluso una amante que no le da problemas. Pero sufre una enfermedad rara y terrible: una extraña forma de epilepsia que afecta su cerebro. La única posibilidad de curarse pasa por someterse a cirugía, pero el precio que ha de pagar es muy alto y a cambio de su salud perderá la memoria, el recuerdo de los suyos y el acceso a sus secretos. Cuando toma por fin la decisión de operarse, aparece asesinado de un disparo. El psiquiatra forense Frannk Clevenger deberá ahondar en la mente de Snow para atrapar descubrir si este se suicidó o bien fue asesinado.

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– Te lo cuento porque me siento unida a ti.

Clevenger sabía que el hecho de que se sintiera unida a él no tenía nada que ver con él, sino que se debía a la muerte de John Snow. Lindsey era como un átomo de oxígeno: era exquisitamente inestable e intentaba establecer vínculos de forma desesperada. Por un lado Clevenger quería decírselo, explicarle que la atracción que sentía por él se debía sólo a la pérdida repentina de equilibrio que había sentido al morir su padre. Pero no era paciente suya. Era una sospechosa. No le debía una relación psicoterapéutica ni ninguna otra cosa. Era libre de aprovecharse de sus necesidades, de tentarla a que se abriera. Eso es lo que podía hacer falta para destapar un caso de asesinato. Mentiras piadosas del corazón al servicio de la verdad. El asunto no olía muy bien, pero era su asunto. Bajó la mirada y se fijó en sus medias el tiempo suficiente como para que ella notara que la miraba.

– Adelante -dijo Clevenger-. Deseo escucharte. -Sabía que ella sólo oiría la primera palabra: «Deseo».

Lindsey se sonrojó y se mordió el labio inferior.

– La última semana o así antes de morir papá, estaba bastante deprimido. Era como si toda la energía que le había ido llegando lo estuviera abandonando. Dejó de hablar con todo el mundo, incluso conmigo.

Clevenger asintió con la cabeza. Se preguntaba si Lindsey seguía ciñéndose a la teoría del suicidio.

– Así que Kyle decidió coger la pistola de papá para que no se hiciera daño. Al menos eso es lo que dijo.

Clevenger intentó no mostrar ningún sentimiento, a pesar de que sentía que el caso podía estar dando un último giro en su largo y retorcido camino.

– ¿Cómo consiguió el arma?

– Papá la guardaba siempre en el mismo sitio: la balda de encima del perchero de las camisas de su armario. Los dos le hemos visto cogerla de allí cuando se iba al trabajo y volverla a poner en su sitio al llegar a casa. Las balas las guardaba en alguna otra parte.

– ¿Y tu padre no se preguntó qué había pasado con el arma?

– Kyle se lo contó. Le contó que la había cogido… y por qué.

– ¿Tu madre lo sabía?

Lindsey asintió con la cabeza.

Eso podría explicar por qué Theresa Snow había intentado impedir que Clevenger hablara con Kyle.

– ¿Y cómo explica Kyle que a su padre lo mataran con esa pistola?

– Dice que sólo la tuvo hasta la noche anterior. Me dijo que papá quería recuperarla, que le amenazó con entregarlo por infringir la libertad condicional. Así que se cabreó y se la dio. -Se le humedecieron los ojos-. Kyle dice que le dijo que adelante, que se pegara un tiro si eso era lo que quería.

– ¿Le crees? ¿Crees que devolvió el arma?

Descruzó las piernas y volvió a cruzarlas de una forma que atrajo de nuevo la mirada de Clevenger.

– Yo sólo sé que jamás había visto a Kyle tan feliz como estos últimos días -dijo Lindsey-. Y dice que no puede ir al entierro de papá, que no sería «honesto».

¿Contaba Lindsey la verdad, o estaba intentando acabar con su hermano, castigarlo por desviar la adoración que sentía su padre por ella? Si Clevenger era sólo un sustituto de Snow, quizá Lindsey quisiera que encarcelara a Kyle, lo cual sería el equivalente de desterrarlo a otro estado, como había hecho Snow.

– ¿Crees que tu hermano mató a tu padre? -le preguntó Clevenger.

– No quiero creerlo, pero… -Apartó la mirada.

Clevenger dejó que pasaran unos segundos.

– Gracias por contármelo, Lindsey -dijo.

Ella volvió a mirarlo, inclinó la cabeza y el pelo sedoso le cayó como una cascada y le tapó medio rostro.

– Bueno, ¿nada más?

– Seguiré con tu hermano y veremos adonde nos lleva esto.

– ¿Adónde nos lleva lo nuestro? -preguntó Lindsey con voz quejumbrosa.

Clevenger quería evitar herirla. No formaba necesariamente parte del trabajo.

– Por muy guapa que seas, Lindsey -le dijo con toda la delicadeza que pudo-, y por mucho que quiera estar contigo fuera de la consulta, no puedo.

– ¿Nunca?

Esa pregunta dejó claro que Lindsey estaba dispuesta a esperarlo durante muchísimo tiempo. Quizá para siempre. Y eso ayudó a Clevenger a ver de nuevo que su droga no era el sexo con su padre, sino la posibilidad de tener relaciones sexuales con él. Snow la había atado a él adorándola más que a los demás, sin haberla llegado a tocar jamás en realidad. Lindsey buscaba al siguiente suministrador de esa adoración, no al siguiente amante.

– Eres demasiado guapa como para decir «nunca» -le dijo Clevenger.

Lindsey estaba radiante.

– No estás con… -Señaló con un movimiento de la cabeza en dirección a la mesa de Kim Moffett.

Él negó con la cabeza. Lindsey respiró hondo y soltó el aire.

– Genial. Así pues, ¿te doy tiempo y ya está?

– Dame tiempo.

– Ya entiendo.

Se levantó y empezó a ponerse la chaqueta. Él se levantó y la miró. Era una joven preciosa. Ni siquiera era una mentira piadosa.

– Eres extraordinaria, ya lo sabes -le dijo.

Por primera vez Lindsey parecía desconcertada.

– Y no sólo porque lo pensara tu padre, o porque lo piense yo.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir… -Se dio cuenta de que hablaba un lenguaje que ella no podía comprender. No entendería que le dijera que otros hombres no sólo la encontrarían deseable sino que obrarían en consecuencia, que serían honestos con ella en todos los sentidos. La autoestima le había venido siempre dada por cómo se veía reflejada en los ojos de John Snow-. Ahora no tiene importancia.

Pareció contenta de dejarlo ahí.

– Hasta luego.

– Cuídate.

Salió de la consulta. Kim Moffett entró a los diez segundos.

– Whitney McCormick está al teléfono -dijo.

A Clevenger sólo le bastó oír el nombre para oler su perfume, imaginar sus dedos moviéndose por su pelo. Alucinaciones de enamorado.

– Gracias. -Esperó a que Moffett se fuera y descolgó el auricular-. Whitney.

– He hablado con mi padre -dijo McCormick.

Él no dijo nada.

– Se solicitaron dos patentes para un sistema de estabilización de vuelo, registradas conjuntamente a nombre de Snow-Coroway, InterState Commerce y Lockheed Martin.

– Coroway me mintió en Washington -dijo Clevenger-. Él y Reese se hicieron con el Vortek. Snow cumplió. Ya no le necesitaban.

– Conozco ese sentimiento. Debe de ser contagioso.

– Escucha -dijo Clevenger-, antes me he equivocado al sacar el tema de la forma como lo he hecho. Yo…

– Podrías haber dicho simplemente: «Es un placer hacer negocios contigo» -dijo con frialdad.

– ¿Cuándo podré verte?

McCormick colgó.

Capítulo 23

El Four Seasons

Tan sólo veinte dias antes

13:45 h

Estaba impaciente por verla, por contárselo. Llevaba una camisa azul cielo de Armani y un traje azul oscuro también de Armani que había comprado en Newbury Street el día anterior; un cinturón negro de piel de cocodrilo; mocasines negros y brillantes. Iba recién afeitado y llevaba el pelo cortado a la perfección. Estaba de pie junto a la ventana que daba al Public Garden y la vio bajarse de un taxi en la acera. El frío viento invernal le agitó el pelo caoba.

Se dirigió a la entrada del hotel.

En dos semanas todo había cambiado. Dos semanas antes, él le había dicho que tenían que dejar de verse, que el hechizo con el que ella lo había embrujado hacía meses y que lo había sustentado tras el ataque era inútil. Su vida había tocado fondo, era incapaz de dar el paso final para crear el invento con el que tanto le costaba dar. En realidad, el Vortek era una ilusión. Y él, un farsante.

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