– Escucha bien, Sinclair. Barbara estaba loca por Morton. Lo quería con locura. El hijo que llevaba se lo había hecho él.
Dentro de mi cabeza se inició un tamborileo de locas pulsaciones. No era fácil aceptar, al cabo de veinte años, que uno se ha equivocado de cabo a rabo en algo por lo que habría estado dispuesto a poner las manos en el fuego. Ya le había escuchado a Alice la misma historia, pese a que ella no podía saberlo con certeza. Ella se había limitado a hacer sus cábalas sobre Morton y Barbara y yo no había querido creerla. En lo más profundo de mí estaba convencido de que Sally se levantaría contra aquello y lo denunciaría como una cruel difamación.
Sin embargo, no era éste el caso. Barbara, mi Barbara, me había engañado. Se había servido de mí para propagar la mentira de que estaba enamorada de Duke. Me daba cuenta de que ahora debía admitirlo.
Con voz monocorde y distante, le pregunté:
– ¿Fue Barbara la que se lo dijo a Sally?
– Naturalmente que sí -y enlazando los dos dedos índice de ambas manos, dijo-: Aquellas dos eran uña y carne. Barbara le había dicho a Sally que ella se lo dejaba hacer a Cliff Morton siempre que a él se le antojaba. Pero a los viejos Lockwood no les gustaba Morton. No era santo de su devoción.
– En eso tienes razón -admití-. ¿Qué más?
– Habían ordenado a Barbara que dejara de verse con el chico. Esto después de que George Lockwood lo cogiera con las manos en la masa.
– ¿En el huerto?
– Exactamente. Barbara estaba destrozada. La pobre estaba embarazada y, encima, a Morton le habían llegado los papeles para ir al frente. Entonces a Morton se le ocurrió una idea. No era tan lerdo como eso. Se ofreció a casarse con la chica. Se figuró que podría rehuir el ejército escapándose con Barbara a Irlanda. Irlanda era terreno neutral. La chica se casaría con él y tendría el crío.
Harry hizo una pausa para respirar y me miró para ver cómo me sentaba la historia. Posiblemente se dio cuenta de que yo estaba navegando en un mar de confusiones.
– Sinclair, es la pura verdad.
– ¿Hay más?
Harry volvió a coger la hebra:
– Sí, hay más. Necesitaban papeles con nombres falsos. Morton conocía a uno que trabajaba en el ayuntamiento que le dijo que eso se lo arreglaba si le pagaba bien. Después había que buscar a un barquero dispuesto a llevarlos a Irlanda a través del canal de Bristol. Entretanto, Morton necesitaba un sitio donde esconderse. La idea fue de Barbara. Dijo que se escondiera en uno de los graneros de la granja. Ella se encargaría de llevarle comida. Y esto fue lo que ocurrió.
Fruncí el ceño y lo miré con aire incrédulo.
– ¿Así que estaba en la granja?
– Sí, hasta el mismísimo día que lo mataste.
Quedé tan sorprendido por aquella información que pasé por alto la observación. Harry tenía el auditorio mudo e incondicional que deseaba.
– Barbara era muy lista. Dejó que sus padres creyeran que salía con Duke, cosa que no les importaba demasiado. En su escala de valores, cualquiera era mejor que Morton, incluso un soldado americano.
Por sus labios cruzó un rictus nervioso.
– Cuando los yanquis llegaban a una ciudad, la gente solía encerrar bajo llave a sus hijas. No así en casa de los Lockwood. Barbara hizo que circulara el rumor de que entre ella y Duke había algo. Ya sabes que salió con él un par de veces. Y te utilizó a ti para atizar el fuego.
Yo no había hecho sino repetir aquel cuento en el juicio contra Duke. Sentí un escalofrío.
– ¿Todo esto te lo contó Sally o te lo has sacado de la manga?
– A ella se lo contó Barbara. Más cierto que el evangelio. Tienes que creerme.
Y le creí. Porque sabía que, mal que me pesara, por muy a contrapelo que pudiera aceptarla, aquélla era la verdad. Acababa de arrojarme a un infierno en vida. Mi deshonroso testimonio había contribuido a que colgaran un inocente.
Por fin el manantial de palabras de Harry se había secado. El movimiento siguiente me correspondía a mí, pero la verdad es que yo no estaba en situación de hacer nada. Harry advirtió que mi resolución vacilaba o quizá sólo mi deseo de librarme de él y de actuar por mi cuenta, puesto que su mirada se desplazó del arma a un punto situado más arriba; estaba calculando las posibilidades que tenía de salir con vida de aquella situación.
Nos encontrábamos en un punto muerto.
Yo no iba a matarlo a sangre fría, pero era una temeridad bajar el arma. El no podía moverse y yo, sin el bastón, tampoco. Ni siquiera podía escoltarlo hasta el coche y hacer que se fuera.
En un arrebato, fruto de mis encontradas emociones, quise puntualizar las cosas. Harry creía que yo había matado a Morton y provocado la muerte de Sally.
– Hazme un favor -le dije-, contéstame esta pregunta: si Morton era el amante de Barbara, ¿por qué disparé contra él?
– Por celos.
– ¡Por el amor de Dios! Si yo llevaba pantalón corto…
– Oye, yo también estaba… ¿O no te acuerdas? -dijo Harry, volviendo a coger confianza en el espacio de un segundo-. Tú estabas colado por la chica, ¿no es verdad? Un amor de chaval. Yo lo capté. Como lo captó Sally. Y Barbara se aprovechó. Un fallo fatal. No hay que jugar nunca con los sentimientos de un niño.
Con amargura, con exasperación, le pregunté:
– ¿Qué hice, pues? Disparé contra Morton y lo despedacé, ¿verdad? Eso a los nueve años… ¡A otro con ese cuento!
Harry hablaba con más serenidad que yo.
– No -dijo con voz tranquila-. Duke se encargó del cadáver. Se apiadó de ti.
– ¿Qué?
– Era como un padre para ti. Habría hecho cualquier cosa para sacarte de un apuro. Aquella noche volvió en el jeep a la granja, cortó la cabeza al cadáver y la echó en el barril de sidra. El resto del cuerpo lo llevó con el coche a otro sitio, quién sabe, a kilómetros de distancia.
Me había quedado prácticamente sin habla.
– Supongo que esto no te lo contaría él, ¿verdad?
– No. Pero tiene que ser así. Era un rasgo típico de él. Le encantaban los chavales.
– No tiene por qué ser así.
Harry estaba decidido a terminar la explicación.
– Cuando, por fin, le echaron el guante, se negó a señalarte con el dedo. Estúpido… pero íntegro. Así era Duke Donovan.
– ¿Y yo me guardé toda esta historia durante el juicio? -le grité dando rienda suelta a mi indignación-. Dejé que colgaran al hombre que, según tú, me había salvado. ¿Por quién me has tomado? ¿Por un hijo de puta? ¿No ves que si yo hubiera sabido algo que impidiera que colgaran a Duke lo habría soltado al momento?
– Él era inocente -dijo Harry-. Te dije y te digo que era inocente.
– Lo sé. Y me rompe el corazón. Es monstruoso. Es horrible. Pero yo entonces no lo sabía. Me he pasado veinte años de mi vida figurándome que era culpable, pero ahora tengo la plena convicción de que no lo era y voy a encontrar al asesino. No estoy seguro de quién puede ser, pero sé dónde tengo que buscarlo.
Hubo una pausa.
– ¿En la granja?
Asentí con la cabeza e hice un esfuerzo sobrehumano para parecer razonable.
– ¿Sabes por qué estoy tan seguro?
– ¿Por lo de Sally?
– Sí. La han matado porque sabían que me lo contaría todo.
– ¿Así que crees que la persona que mató a Morton también…?
– Exactamente.
Entre nosotros se interpuso un silencio tenso y poblado de reflexiones, mientras seguíamos mirándonos, ahora más serenos que antes, pero cada uno metido en su propio callejón sin salida. Habría podido decir algo más, pero opté por callar. Lo que había dicho era espontáneo, apasionado. Ya bastaba.
Por fin fue Harry quien tomó la iniciativa.
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