– Tampoco sirvo para eso -se negó Paul.
– En lo único que puedo tomar parte es en unas manos de whist -sugirió Jack- y ni siquiera soy muy bueno.
– ¿Whist? -exclamó Katherine Masters-, Adoro el whist. Les diré lo que pienso hacer; no diré ni una palabra más sobre el espectáculo si me incluyen en una partida de whist.
– ¿Esta noche? -Jack sonó genuinamente asombrado.
– ¿Por qué no? Ya casi he terminado mi ronda.
– Paul, ¿usted juega?
– Algunas veces, pero no soy un experto.
– Pongámoslo así: ¿si tuviera que elegir entre jugar unas manos de whist esta noche o actuar en el espectáculo del martes, qué elegiría?
Paul sonrió.
– Eso es chantaje.
– ¿Cerramos el trato entonces?
– Supongo que sí.
– ¡Fabuloso! -exclamó la señorita Masters-. Pero necesitaremos un cuarto jugador.
– No hay problema -comentó Jack-. Hace un rato Paul estuvo hablando con una antigua compañera de colegio. Creo que podemos persuadirla, ¿no?
– No estoy seguro -dudó Paul-. Se lo mencionaré.
– Perfecto. ¿Entonces dentro de media hora?
– Será mejor que nos reunamos en el salón de fumar -sugirió Jack-. Creo que allí guardan las cartas -cuando la señorita Masters se alejó, le dijo a Paul-. ¿Ya ve? No sé que pasa en los barcos, pero ningún hombre está seguro. Espero que no se sienta molesto.
– De ninguna manera. Me gusta jugar a las cartas. Será mejor que vaya a buscar a Barbara.
La encontró sentada sola en la mesa de los Cordell en el comedor. Estaba mirando cómo Livy y su madre bailaban Estoy loca por Harry. Levantó la vista y al ver a Paul su rostro se iluminó. En lugar de invitarla a jugar whist, Paul sintió el impulso de bailar con ella. Le tomó la mano y se la apretó. Jack tenía razón, era muy atractiva. Se dirigieron a la pista de baile.
– ¿Sabes que en todos los años que nos conocemos creo que nunca hemos bailado juntos?
Barbara sonrió.
– A lo mejor alguien te dijo que no bailaba muy bien.
– Lo haces muy bien.
– No tengo mucha práctica.
– Tus padres bailan bastante. Los vi en la pista del Savoy y me parecieron buenos.
– Livy es bueno. Baila maravillosamente el tango. No sé donde habrá aprendido a bailar, pero seguro que fue antes de conocer a mi madre. A mamá le gusta bailar porque tiene unas piernas bonitas y puede mostrarlas al girar, pero en realidad no es una buena bailarina. No coordina bien. ¿Ves como sus caderas están fuera de ritmo con el resto del cuerpo?
– Basta, me vas a hacer reír y quedaré como un mal educado.
– Soy mala. Lo que pasa es que en estos últimos tiempos he estado viendo demasiado a mi madre.
– Vine a preguntarte si te gustaría jugar a las cartas -Paul cambió de tema-. ¿Juegas al whist?
– ¿Con quién vamos a jugar?
– Con el tipo que encontró mi billetera y esa señora de vestido azul que está tratando de organizar un espectáculo. Tú y yo podríamos hacer pareja y ganarnos algunas copas gratis. ¿Qué te parece, Barbara?
– No sé jugar muy bien al whist.
– Eres brillante con la aritmética. Basta con recordar las cartas que se han jugado. Vamos, podemos formar un gran equipo. Tengo tanta confianza que me pongo de garantía de cualquier pérdida que podamos sufrir.
– Tendría que avisarle a mi madre de adonde voy.
– ¿Te parece? -Paul dio una vuelta completa para que Barbara pudiera ver a su madre haciendo gestos de aliento por encima del hombro de Livy.
En los compartimientos cubiertos de paneles de nogal del salón de fumar ya había dos grupos jugando a las cartas. Jack había reservado una mesa y tenía dos mazos de cartas que le había entregado el camarero. Estaban sobre la mesa con los sellos intactos. Paul presentó a Jack y Barbara.
– Ahora tenemos que esperar a la señorita Masters -comentó Jack.
– Katherine -corrigió Paul- tratemos de hacerlo lo más informal posible.
Katherine llegó unos momentos después, con el perfume renovado en abundancia.
– Tuve que ir a buscar algo de mi camarote -explicó después de las presentaciones.
– ¿Vamos a jugar con dinero? -preguntó Barbara.
– Por supuesto, querida, si no se convierte en un juego muy aburrido -adujo Katherine.
– Tengo algo de dinero inglés que podría usar -dijo Jack.
– Creí que no estaba permitido jugar con dinero -comentó Barbara.
– ¿De veras? -Katherine sonó decepcionada-. Le quitan el placer al juego, de esa manera.
– Podríamos contar los puntos y arreglar eso después -sugirió Paul.
– Qué idea tan maravillosa.
– ¿Una libra inglesa cada partida? -preguntó Jack.
Estuvieron de acuerdo. Paul sacó la carta más baja y repartió. Las picas eran triunfos. Pero dio cartas muy malas y Jack y Katherine ganaron la primera y segunda mano.
– Ya te dije que no era muy buena -se disculpó Barbara.
– No has tenido buenas cartas para jugar, querida -la consoló Jack-. El whist es aburridísimo si uno no tiene cartas.
Jugaron tres manos más y Paul y Barbara ganaron sólo una.
– Para ustedes no somos competencia -comentó Paul.
– Descansemos diez minutos para tomar algo -dijo Jack-. ¿Qué les puedo traer, señoras?
– Cualquier cosa que tenga hielo -sonrió Katherine-. ¿No sienten calor? Yo sí. Voy a hacer una escapada a mi camarote para refrescarme.
– Tomemos una botella de champagne -dijo Jack-. Yo invito.
– ¡Encantador! -exclamó Jack-. Usted es un hombre maravilloso… excelente para las cartas y generoso con las bebidas. Hasta luego -agitó la mano hacia Barbara y se alejó presurosa.
Mientras Jack estaba en el bar pidiendo el champagne, Paul se dirigió a Barbara.
– Es gente agradable.
– Sí, me gustan. Pero todavía espero que podamos mejorar nuestra puntuación.
Paul sonrió.
– No es tan importante. Estamos disfrutando del juego.
– Tal vez nos iría mejor si los dos recordáramos que el segundo jugador en general juega bajo y que el tercero debería jugar alto.
Paul se reía.
– Me dijiste que no sabías jugar muy bien.
Barbara se ruborizó.
– Sé lo necesario.
– De acuerdo, tiene lógica. Trataré de modificar mi juego -podría haber agregado que le agradaba descubrir que Barbara tenía una prodigiosa inteligencia además de su hermoso pelo corto y sus labios pintados. Siempre había pensado en ella como en una chica agradable, aplastada por su madre y nada más.
– Y podemos ponernos de acuerdo en que cuando uno de nosotros lleve la delantera el otro espere y responda a la primera oportunidad -continuó Barbara con solemnidad.
– Y también ponernos de acuerdo en terminar a tiempo para poder bailar un poco más.
Ella pareció encantada.
– Me gustaría mucho.
– ¿Ganaremos o perderemos?
– Tendrías que tener más fe en mis sugerencias. Por supuesto que vamos a ganar.
– Cuidado con el champagne, entonces -le previno Paul cuando Jack volvió con un camarero.
– ¿Katherine todavía no ha vuelto? -preguntó Jack. Se dirigió al camarero-. La abriremos nosotros mismos cuando regrese la señora.
No tuvieron que esperar mucho.
– Siento haberlos hecho esperar -se excusó Katherine-. Pero creí conveniente volver a mirarme la cara después de lo que pasó. Volvía de la cubierta D, donde está mi camarote cuando se abrió una puerta del corredor. Salió un hombre, me lanzó una mirada terrible y volvió a meterse a toda velocidad en su camarote. Por su aspecto parecía haber visto un fantasma.
– Yo no me preocuparía por eso -comentó Jack-. Debe de haber sido un tipo que creyó que usted estaba por preguntarle si no quería aparecer en un espectáculo. Seguramente no sabía que usted se había conformado con una partida de whist -destapó el champagne y el episodio de Katherine pasó instantáneamente al olvido.
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