Peter Lovesey - El Falso Inspector Dew

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El Falso Inspector Dew: краткое содержание, описание и аннотация

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A bordo del Mauretania, que zarpa de Southampton, en la primera semana de septiembre de 1921, viajan numerosos pasajeros que encarnan el lujoso y cosmopolita ambiente de los años veinte. Entre ellos, se encuentra un dentista que trata de huir de su tiránica esposa y que viaja con el nombre de un famoso detective, el inspector Dew. Sin embargo, durante la travesía se produce un crimen y el capitán decide recurrir al falso inspector para descubrir al asesino… El desafortunado dentista se verá en serios aprietos para responder a los antecedentes del dueño del nombre usurpado. El FALSO INSPECTOR DEW es una nueva muestra del talento de Lovesey para combinar sabiamente ingenio y humor con una trama muy emocionante.

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– Para él es fácil decirnos que no nos asustemos; sacan cuerpos del agua en cada viaje. Pero a mí no me convence. Supongamos que la pobre mujer fue empujada. ¿Quién va a descubrirlo? ¿Ese hombrecito de bigotes colorados que se alzó cuando el capitán dijo su nombre? Pues a no me inspira mucha confianza.

– No, en realidad no. En eso tiene razón -afirmó una mujer que estaba al lado de ella.

– Marje, si me permites, te diré que estamos todos en el mismo barco -sugirió Livy desde el otro lado-. Es el tipo de trabajo para el que está capacitado un sargento de marina. Es el policía del barco. En caso de líos, él es el que se encarga de ello. Polizones, contrabandistas, borrachos…

– Los polizones son una cosa y los asesinatos otra -interrumpió Marjorie con acidez.

– Por Dios, ¿quien habló de asesinato?

– Yo pensé en un suicidio -sugirió la mujer a la derecha de Marjorie.

– Asesinato, suicidio, accidente… ¿realmente creen que el bigotes colorados pueda darse cuenta de la diferencia?

– Se llama Saxon, tesoro.

– Te diré algo, Livy. Si se hubiera tratado de mí o de mi hija no estarías tan contento de que él estuviera a cargo. ¿Dónde está Barbara? No la he visto por aquí.

– No. Supongo que decidió perderse el servicio.

– Tampoco la vimos a la hora del desayuno. ¡Oh, Dios mío! Livy, ¿dónde está? -Marjorie se puso de pie y miró desesperada a su alrededor.

– Tranquila, Marjorie. Puede estar en cualquier parte… en su camarote, en el café, en la biblioteca. Puede estar tirada al sol en algún lado.

Marjorie emitió un grito de angustia.

– Me refiero a una hamaca, querida, una hamaca.

– Tenemos que encontrarla.

– Está bien. Tú ve al camarote y yo miraré en los otros lugares.

– ¿No deberíamos hablar con el capitán? Podrían llamarla por los altavoces.

– No antes de que la busquemos, Marjorie. Haz lo que te digo, ¿quieres?

2

Cuando el capitán Rostron volvió al puente de mando el médico del barco estaba esperándolo.

– Si puede concederme unos minutos, capitán, me gustaría que le echara una mirada al cuerpo en la morgue.

– Ya la vi anoche, doctor. Y no la reconocí.

– No se trata de eso. Es algo que nadie notó anoche.

– ¿No me lo puede decir?

Los ojos del médico señalaron a los otros oficiales que estaban al alcance de su voz.

– Creo que debería verlo usted mismo, capitán.

– Está bien, terminemos de una vez. Lo haré responsable por arruinarme el almuerzo, doctor.

En el estrecho depósito de la cubierta inferior que a veces servía de morgue, el capitán miró mientras el médico retiraba la sábana e indicaba la razón de su inquietud.

– Entiendo -el capitán dejó escapar un profundo suspiro-. Muy malo, doctor, muy malo. ¿Ya se lo hizo ver al señor Saxon?

– Todavía no, capitán.

– Creo que será mejor que lo haga. Y en seguida. Entre nosotros, espero que esté a la altura de esto. De veras.

Livy Cordell encontró a Barbara poco antes del almuerzo. Estaba sentada en el salón de fumar con Paul. Tenía algunas cartas sobre la mesa y parecían estar discutiendo.

– ¡Jesús, qué contento estoy de encontrarte!

– Hola, Livy -saludó Barbara alegremente-. Llegas justo a tiempo. ¿Sabes jugar al bridge? Paul está tratando de enseñarme.

– No te vimos en toda la mañana. Tu madre está enloquecida de preocupación.

Barbara sacudió la cabeza.

– ¿Mi madre preocupada? Livy, ¿qué te parece que puedo pensar de una madre que se aterra cuando no aparezco a desayunar? Ya no soy una nena. Me las arreglé para vivir en París durante un año sin que mamá me tuviera de la mano. Tú y yo vamos a tener que charlar un poco con ella.

– Barbara, tiene una razón para preocuparse. No estabas en el salón durante el servicio religioso, ¿no?

– ¿Se trata de eso? -Barbara se dirigió a Paul-. Me perdí el servicio. Ahora soy un alma perdida.

Livy ignoró el sarcasmo.

– Me refiero a que no oíste al capitán cuando nos habló de la mujer muerta.

– ¿Una mujer muerta? ¿Quién ha muerto?

– De eso se trata. Nadie lo sabe. Se cayó al mar anoche y cuando la recogieron ya estaba muerta. No saben quién es. ¿Entiendes ahora por qué Marjorie está preocupada por ti?

Barbara se puso de pie.

– Será mejor que vaya a verla ahora mismo. ¿Dónde está?

– Fue a buscarte al camarote -cuando Barbara se alejó, Livy se dirigió a Paul-. Ésa sí que va a ser una reunión. ¿Quieres una cerveza?

Llevaron sus vasos a la misma mesa.

– ¿Así que quieres enseñarle a Barbara a jugar al bridge?

Paul asintió.

– Es un juego divertido. Anoche jugamos al whist con unas personas y hacia el final nos llevábamos muy bien. Dicen que el bridge es mejor, así que estaba tratando de enseñar a Barbara.

– Ustedes dos deberían formar un buen equipo. ¿Acaso no estudiaron juntos matemáticas?

– No sé si ésa es una ventaja -respondió Paul, sonriendo.

– Esa gente con la que estaban jugando… ¿cómo es que combinaron una partida con ellos?

– Oh, fue pura casualidad. Estaba hablando con el tipo que me devolvió la billetera y apareció esa mujer a pedirnos que participáramos en los espectáculos del barco.

– ¿La que estaba aquí hablando con Barbara?

– Esa misma. Jack hizo algunos comentarios sobre el whist y ella dijo que no nos molestaría más con el espectáculo si aceptábamos jugar con ella una partida de whist. Así que le pedí a Barbara que fuera mi compañera y nos divertimos mucho hasta que los otros se molestaron.

– ¿Por qué?

– Lo de siempre. Ella criticó su juego. Él lo tomó bastante bien hasta que la mujer puso dinero sobre la mesa. Jugar por dinero está prohibido, y él le dijo sin rodeos que lo guardara. Todo fue una tontería, pero la gente suele ponerse así con las cartas. Él se fue y ella estuvo a punto de llorar, así que Barbara la tranquilizó. -Entiendo. ¿Y eso no bastó para alejarlos de las cartas? -¿Por qué? Nosotros no peleamos, ganamos. -Barbara no es tan plácida como parece. Se puede poner bastante prepotente en un juego de cartas. No le gusta perder.

– Ya lo descubrí -sonrió Paul-, Es una actitud positiva, Livy. Me gusta.

3

En el salón comedor de segunda clase no había mesas individuales, sino para cuatro o seis personas. Walter había desayunado temprano. Una pareja joven que se sentaba en el otro extremo de su mesa no le dirigió una palabra. Posiblemente eran recién casados.

El almuerzo del domingo era diferente. La comida se sirvió a la una en punto y toda la gente llevó al mismo tiempo. Walter se sentó en una mesa para cuatro, donde ya había otras tres personas. Era una pareja con una niña pequeña de pelo trenzado que no dejaba de sacudirlo sobre el respaldo de la silla. Walter les preguntó si podía sentarse con ellos.

– Por favor -respondió el hombre con acento del Midlands-. Nos gusta la compañía. Soy Wilf Dutton. Ésta es mi mujer, Jean y nuestra Sally.

– Dew. Walter Dew -Walter sonrió y tomó el menú.

– ¿Por qué se sienta este hombre en nuestra mesa? -preguntó Sally.

– No es nuestra, la compartimos -le explicó Jean mirando a Walter con timidez.

– Es mejor que en casa -sonrió Wilf.

– ¿Cómo? -preguntó Walter.

– Que es mejor que en casa. Hay tres platos distintos para elegir.

– Sí, tiene razón.

– Estamos emigrando. En Leicester no se encuentra trabajo. ¿Ha estado en Leicester? No creo. Mi hermano tiene un negocio en Rhode Island. Es constructor, como yo. Nos dijo que lo vendiéramos todo y fuéramos allá. Hasta nos mandó los pasajes de segunda clase. ¿Nada mal, no? ¿No lo conozco, señor Dew?

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