– No seas tonto.
– Bueno, si no es eso, ¿qué es? Apuesto a que algo dudoso, o me como el sombrero.
– Sería bueno que lo hicieras -gimió Jean-. Es horrible. Grasiento y deshilachado. No sé lo que va a decir tu hermano. En los Estados Unidos no usan esas cosas.
– Ya lo tengo. Es el asesino. Por eso no quería hablar.
– No subas la voz, Wilf.
– El mismo doctor Crippen.
– Estúpido. Al doctor Crippen lo colgaron antes de la guerra.
– Ya lo sé. No es más que una broma. Pobre viejo Crippen en el barco y… -Wilf se detuvo-. ¡Dios, ya sé quién es!
Entre las siete y las ocho los pasajeros se reunían en el salón para tomar cocktails. Era la hora en que las señoras exhibían sus vestidos de noche, y los restallantes colores de la seda y el satén se entreveían como chispazos brillantes entre las chaquetas negras y las camisas almidonadas de los hombres. En ese momento crucial del día ni siquiera la intrincada artesanía de los paneles de caoba parecía bastante para la ocasión. El Mauretania estaba concebido para escenas semejantes.
Barbara llevaba un vestido de tafetán verde esmeralda de Lanvin, que había comprado en Londres. En París le hubiera costado la mitad, pero en ese entonces no pensaba en modas. Qué suerte que Livy fuera tan generoso con su dinero. Tenía pendientes de esmeraldas y llevaba un abanico negro. La noche anterior había descubierto que el humo de los cigarros en el salón de fumar era bastante molesto, pero no iba a dejar que eso le impidiera jugar a las cartas. Quería que Paul fuera su compañero de bridge y estaba segura de que la suya sería una combinación ganadora.
– Tendremos que ver si Jack está interesado -sugirió Paul mientras bebían jerez-. No tenemos por qué deducir que lo está.
– Katherine va a jugar -aseguró Barbara-. Anoche me dijo que el bridge es mejor que el whist.
– A lo mejor no quieren jugar juntos después del incidente del dinero.
– Fue una tontería. Apuesto a que ambos estarán felices de tener la oportunidad de resarcirse.
– Tal vez. Tendríamos que preguntarles. ¿Los has visto hoy?
Se oyó el aviso de la cena.
– Qué lástima -suspiró Paul-. Hubiera sido mejor pescarlos antes de la cena.
Los ojos de Barbara estaban fijos en el pasillo que conectaba con el salón de fumar.
– Allí está Jack. Acaba de entrar.
Sortearon un grupo de gente para saludarlo cuando entraba. Tenía una expresión preocupada que no desapareció al saludar a Paul.
– Jack, eres justo la persona que estábamos buscando. ¿Qué te parece una partida de cartas después de cenar? Barbara quiere aprender a jugar al bridge.
– ¿Qué? -preguntó Jack con aire ausente.
– Katherine dice que me va a gustar más que el whist -intervino Barbara para apoyar la moción.
– Katherine… ¿han estado hablando con Katherine?
– Oh, sí. Anoche, después de tu partida. Comentó que un viaje por mar es la oportunidad ideal para aprender.
– Sí -asintió Jack, sin el menor asomo de entusiasmo.
– Si prefieres no jugar, creo que podemos encontrar alguna otra persona -comentó Barbara-, debe de ser muy aburrido jugar con una principiante.
– No es eso -titubeó Jack-. No es eso en absoluto.
– Pongámoslo así -exclamó Paul-, Si hablamos con Katherine y ella está de acuerdo, ¿podemos encontrarnos en el salón de fumar como anoche?
Jack pareció no escuchar la pregunta.
– ¿Qué más dijo anoche? -le preguntó a Barbara.
– No sé. Nada importante. Tomamos un café. Estaba un poco triste pero se repuso en seguida. Hablamos de cosas de mujeres.
– ¿Qué quiere decir con eso?
Barbara se sintió ruborizar.
– Bueno, le conté cómo había conocido a Paul.
– ¿Eso fue todo?
– Más o menos. Casi en seguida se fue a acostar. ¿Tendría que haber notado algo?
– No, lo siento. No quise ser curioso.
– No creo que quisiera hacer un problema por aquel pequeño incidente en la partida de cartas -dijo Barbara.
– Tal vez no -respondió Jack-. Ahora, si me disculpan… -Comenzó a dirigirse hacia el salón comedor.
– Pero todavía no nos ha dicho… -empezó a decir Barbara.
Paul le tocó el brazo.
– Vamos a dejarlo por el momento.
– ¡Apareció! -exclamó Johnny Finch como si hubiera hecho el más importante descubrimiento del viaje-. Hace horas que no la veo.
– Pasé un día tranquilo -se excusó Alma.
– No me extraña -estaba de pie junto a la mesa de Alma en el salón comedor. Inclinó la cabeza con aire confidencial-. Hay algo de lo que me gustaría hablar con usted. ¿Le parecería muy pesado si la invitara otra vez a mi mesa?
Alma había ensayado su discurso varias veces.
– Señor Finch, aprecio su amabilidad y anoche disfruté de su compañía, pero creo correcto decirle que viajo sola por elección así que espero que me perdone si no acepto su invitación.
Johnny parpadeó.
– ¿Pero qué he dicho, Dios mío? Querida señora Baranov, debo haberle dado una impresión errónea. El asunto que mencioné no es algo personal. No soy la clase de tipo por el que me toman muchas mujeres. Le aseguro que éste es un asunto de interés público. Se trata del desgraciado suceso de la mujer a la que anoche sacaron del agua.
Alma se estremeció y el corazón le comenzó a latir con más fuerza. Necesitaba de toda su fuerza para mantener una apariencia de tranquilidad.
– Estoy de acuerdo en que se trata de un asunto importante, pero no me parece un tema muy apropiado para conversar durante la cena.
Johnny parecía desilusionado.
– No puedo discutirle eso.
– De todas maneras no sé qué puede tener que ver conmigo.
– Sólo en cuanto concierne a cada señora sola que viaja en el barco -se explayó Johnny con un aire desenvuelto que no engañó a Alma-. Pero como usted prefiere no hablar de eso… -levantó las manos en un gesto de indiferencia.
– ¿Puede esperarme en el salón después de la cena?
– Le reservaré un lugar -y sonrió.
– ¿Sabe? -comentó Johnny una hora después mientras les servían el café en una mesa discretamente situada detrás de una palmera-. Hay cierta preocupación entre los pasajeros sobre el modo en que se conduce esta investigación. Existe la duda de que el oficial a cargo -que debe ser sin duda un hombre escrupuloso- no está trabajando de la manera más efectiva. Por lo que alcancé a oír, se está enterrando bajo una pila de declaraciones, mientras que no se hace nada definido para establecer quién era esa mujer y cómo encontró la muerte. Hay rumores bastante desagradables de que fue asesinada.
– He oído eso -suspiró Alma-, pero espero que no sean más que habladurías.
– Ojalá tenga razón. En el barco se habla mucho de eso. La gente está asustada, querida. No tiene ninguna confianza en la capacidad del señor Saxon para defenderla. Las damas que viajan solas como usted necesitan protección.
– Ah -exclamó Alma, tratando de disimular su alivio. Había leído en los libros de Ethel M. Dell… ¿o era en los de Elinor Glyn…? Sobre los Lotharios que se ofrecían a proteger la virtud de las damas crédulas que viajaban solas-. No siento la necesidad de que me protejan, gracias.
Las arrugas de Johnny se volvieron a retorcer en una expresión apenada.
– No ha entendido, mi querida. Quería hablarle para pedirle si quería unirse a nuestro grupo.
– ¿Grupo?
– De «pasajeros unidos por la preocupación». Ya hay más de veinte, pero somos todos hombres y necesitamos una mujer para que aporte el punto de vista femenino. Pensé en usted.
– No -replicó Alma con firmeza-. Yo no.
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