Peter Lovesey - El Falso Inspector Dew

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El Falso Inspector Dew: краткое содержание, описание и аннотация

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A bordo del Mauretania, que zarpa de Southampton, en la primera semana de septiembre de 1921, viajan numerosos pasajeros que encarnan el lujoso y cosmopolita ambiente de los años veinte. Entre ellos, se encuentra un dentista que trata de huir de su tiránica esposa y que viaja con el nombre de un famoso detective, el inspector Dew. Sin embargo, durante la travesía se produce un crimen y el capitán decide recurrir al falso inspector para descubrir al asesino… El desafortunado dentista se verá en serios aprietos para responder a los antecedentes del dueño del nombre usurpado. El FALSO INSPECTOR DEW es una nueva muestra del talento de Lovesey para combinar sabiamente ingenio y humor con una trama muy emocionante.

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Cuando comenzaron a jugar de nuevo, Paul y Barbara ganaron la primera mano. Paul siguió las instrucciones de jugar bajo cuando era segundo y alto cuando era tercero. Observó bien el juego de Barbara y ganaron tres manos seguidas.

– ¿Qué les ha pasado a ustedes dos? -preguntó Jack-. ¿Están jugando mejor o es que hemos bebido demasiado champagne?

– Pues yo no -comentó Katherine-. En la última mano usted bloqueó mi juego. Hubiéramos podido hacer más puntos.

– Me parece que sería mejor dejar de lado los post mortems -contestó Jack-. La próxima vez prometo esforzarme más, compañera.

Ganaron la mano, pero perdieron la partida. El malestar entre los dos era casi palpable. Jack se puso a fumar y Katherine frunció los labios de una manera que la hacía varios años más vieja.

– Es increíble cómo puede cambiar la suerte en las cartas -exclamó Paul cuando él y Barbara ganaron otra partida y emparejaron la puntuación.

– Se necesita más que suerte -masculló Katherine dirigiéndole una mirada asesina a Jack.

– Como quieran -contestó Jack.

– Si no les importa -se excusó Barbara-, Hacía mucho que no jugaba al whist y me cuesta concentrarme.

– Eso es por el champagne, querida -rió Katherine-. A todos nos afecta de diferente manera. ¿Va a dar las cartas, compañero, o vamos a quedarnos aquí sentados mirándonos hasta que lleguemos a Nueva York?

Paul y Barbara ganaron la última partida dos a uno.

– Bueno -suspiró Jack-, Felicitaciones, los norteamericanos ganan. Les debemos una libra por cabeza.

– Usted pagó el champagne -dijo Paul-, Quedamos en paz.

– Siempre hay que pagar las deudas de juego -aseguró Katherine- aquí está tu libra, Barbara.

Jack la interrumpió con brusquedad.

– ¡Guárdela! Aquí no se pasa el dinero sobre la mesa. ¿Está usted loca?

Katherine empujó la libra hacia Barbara.

– Tómela.

Barbara vaciló y miró a Paul buscando ayuda.

– Paul tomó el billete.

– Sí, Katherine, voy a pedir otra ronda por cuenta suya. Es muy generoso de su parte.

– A mí no me cuenten -Jack se puso de pie, todavía enojado-. Por esta noche ya he tenido demasiado… de todo -les deseó buenas noches y se fue.

Los ojos de Katherine estaban llenos de lágrimas.

Barbara le tomó la mano y le dirigió a Paul una mirada que indicaba que se sentía capaz de ocuparse por sí sola de Katherine.

– Tal vez sea mejor un café que una bebida, Paul.

Paul fue a buscarlo, todavía sorprendido por el arranque de Jack. Las apuestas estaban prohibidas por la Cunard, pero todo el mundo sabía que existían. Era muy difícil que los condujeran ante el capitán por pasar una libra sobre la mesa. Ordenó el café. No tenía apuro por volver a la mesa y reconoció que Barbara manejaría mejor a Katherine a solas. Estaba por ir al bar para pedir un whisky cuando vio a Livy en la entrada del salón de fumar. Recordó los trescientos dólares que le debía.

– Señor Cordell.

– Livy para ti, hijo -apoyó la mano en el brazo de Paul-, ¿Qué opinas de un buen trago? Marjorie ha ido a poner los pies para arriba. Sus tobillos se empezaban a hinchar. Demasiado baile.

– Me gustaría cancelar mi deuda -dijo Paul. Sacó la billetera y le dio a Livy el dinero que le debía. Era una transacción simple que hacía aun más ridícula la escena de hacía unos minutos.

– Gracias -sonrió Livy-. ¿Whisky?

– Sí, gracias.

Permanecieron apoyados en la barra del bar con sus bebidas.

– Hay un bonito ambiente en el Maury -comentó Livy-. Es un gran barco. Yo ya viajaba en transatlánticos cuando tú eras un niño aún. Los conozco todos. Eso fue antes de conocer a Marjorie. Ahora se puede decir que estoy jubilado. Sólo me subo a un barco cuando estoy de vacaciones.

– ¿En qué trabaja?

– Importación y exportación. Se gana mucho si se tiene buen olfato. Yo gané lo mío y lo invertí bien. Vivimos de los intereses.

– Muy inteligente.

– Tú lo has dicho. A los cuarenta y seis años puedo descansar por el resto de mis días. Livingstone Cordell no tiene que sudar más. Tengo mi propio apartamento sobre Central Park, la mujer más adorable de Nueva York y como extra una hijastra preciosa. De paso, ¿que pasó con Barbara? Creí que estaba contigo.

– Lo está. Es decir, está allí, en uno de los compartimientos. Estábamos jugando a cartas.

– ¿Dónde? No la veo.

– Nos está dando la espalda. Está con esa señora del vestido azul.

– ¿Con ella? ¿Qué está haciendo con esa mujer? -el tono de Livy había cambiado. Parecía implicar que Paul había abandonado a su hijastra.

Era demasiado largo de explicar.

– Tenían algo que discutir. Me mandaron a buscar café, y entiendo las insinuaciones.

Livy puso la mano en el brazo de Paul y lo empujó con fuerza hacia la mesa.

– Vuelve con ellas, hijo, y sepáralas. Cuando dos mujeres se juntan, estás perdido. No dejes que te suceda.

Paul miró a Barbara. Estaba conversando con Katherine, que sonreía.

– Tiene razón -titubeó.

Pero Livy se había ido.

17

Después de la cena Johnny Finch entretuvo a Alma y a los norteamericanos de su mesa. Se sentó en un sillón en el centro del salón y contó algunos chistes sobre automovilismo. Eran muy graciosos y estaban salpicados con nombres de gente de sociedad. Los hombres compraban coches caros para impresionar a las mujeres. Y los coches o los caballeros siempre terminaban recalentándose. «En el arte de la seducción -comentó Johnny a su audiencia-, el automóvil es un accesorio de poco fiar.» Contó la historia del difunto rey Eduardo y un coche que había alquilado. El propietario tenía una fábrica de bebidas sin alcohol y esperaba ser nombrado proveedor oficial a cambio del coche. El rey fue al campo con una amiga y el coche se quedó sin gasolina. El rey no se inmutó y disfrutó de un placentero intervalo. Al final encendió un cigarro y le dijo a la dama que no había ningún problema porque llevaban una reserva de gasolina a bordo. Bajó y abrió la lata. Estaba llena de limonada. El fabricante se quedó sin nombramiento.

Las historias de Johnny atrajeron a más gente. A medianoche todavía estaba en eso. Los cuentos se volvían más picantes. Una mujer y su marido abandonaron el grupo y Alma era la única mujer que quedaba. Esperó que terminaran las carcajadas y se levantó para decir buenas noches.

– ¿Nos abandona tan temprano? -preguntó Johnny.

– Es más de media noche.

– Tiene razón, demonios. Y yo que tenía la esperanza de mostrarle mi Lanchester.

Todos rieron, incluso Alma.

– Tal vez más adelante.

– Le tomo la palabra. Buenas noches. -Johnny se embarcó en un cuento sobre Henry Ford.

Alma se dirigió a la cubierta D. Estaba un poco mareada. Había tomado más vino del previsto, pero cada vaso había servido para disolver sus temores. No podría haber afrontado la noche en el camarote 89 sin eso.

Los corredores estaban silenciosos y el barco estable. Toda oscilación provenía de su interior. Pero no tuvo problema en encontrar el camino. Siguió los cartelitos que indicaban los camarotes que comenzaban en 8, y los contó hasta llegar al 89.

El cartel de «No molestar» ya no estaba.

Abrió su bolso y revolvió el contenido para encontrar la llave. La sostuvo bajo la luz y controló el número. La colocó en la cerradura, esperó un segundo y abrió la puerta.

La luz estaba encendida y las cortinas corridas sobre los ojos de buey. El baúl estaba abierto.

Alma respiró hondo y se acercó lo suficiente como para mirar dentro. El baúl estaba vacío.

– Gracias a Dios -exclamó en voz alta, mientras cerraba la puerta del camarote.

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