Durante largo rato ella sostuvo su mirada. Luego Kincaid notó como la tensión abandonaba el delgado cuerpo. Ella volvió a colocar la cabeza en su hombro, rodeó con los brazos su cintura y se apoyó contra él, dejando que Kincaid soportara su peso.
Estuvieron así, en silencio, hasta que Kincaid se dio cuenta de que todos los puntos de sus cuerpos habían hecho contacto. A pesar de su delgadez, el cuerpo de Julia parecía, de repente, innegablemente sólido, y sus senos presionaban firmemente su pecho. Kincaid podía oír el bombeo de su propia sangre en los oídos.
Julia dio un suspiro y levantó levemente la cabeza.
– Vaya, le he empapado la camisa -dijo, frotando la mancha húmeda en su hombro. Luego inclinó la cabeza para que él pudiera estudiar su cara y añadió, con la voz ronca por la risa contenida- ¿Scotland Yard siempre ofrece sus servicios con tanto… entusiasmo?
Kincaid retrocedió, sonrojado por la vergüenza, deseando haber llevado unos tejanos, menos reveladores que unos pantalones de algodón.
– Lo siento. No quería…
– No se preocupe, -dijo ella, tirando de él-. No me importa. No me importa en absoluto.
La voz de Tony lo despertó.
– El té de la mañana, señor Kincaid, dijo mientras golpeaba la puerta y entraba-. Y un mensaje para usted del sargento Makepeace de High Wycombe. ¿Algo sobre un pájaro que usted quería atrapar?
Kincaid se incorporó y se pasó la mano por el pelo. Luego aceptó la taza de té.
– Gracias, Tony -dijo a la espalda de Tony. Así que habían encontrado a Kenneth Hicks y lo habían detenido. No podrían retenerlo demasiado tiempo sin una causa. Debería haber pasado por allí ayer por la noche. Aún grogui, se salpicó una mano con té caliente al sobrevenirle el recuerdo de la noche anterior.
Ayer noche. Julia. Maldita sea. ¿Qué he hecho? ¿Cómo había podido ser tan poco profesional? Con este pensamiento le vino el recuerdo de las palabras de Trevor Simons, «Nunca tuve la intención de hacerlo… Es que era simplemente… Julia», y de sus propios comentarios desdeñosos por la falta de criterio del hombre.
Cerró los ojos. Nunca, en todos estos años en el cuerpo, había cruzado la línea. En realidad, ni siquiera se le había pasado por la cabeza que debiera protegerse de la tentación. Sin embargo, en este autorreproche descubrió que una parte de él no sentía remordimientos, porque su unión había sido limpia y curativa: consuelo para viejas heridas y destructora de barreras demasiado tiempo levantadas.
* * *
Hasta que no entró en el comedor del Chequers y vio a Gemma sola, sentada en una mesa, no recordó el mensaje que había dejado para ella ayer. ¿Cuándo había llegado? ¿Y durante cuánto tiempo había estado esperándolo?
Se sentó enfrente de ella y dijo, con todo el aplomo de que fue capaz:
– Eres un pájaro mañanero. Tendremos que ir a High Wycombe tan pronto como podamos. Tienen detenido a Kenneth Hicks para interrogarlo.
Gemma le contestó sin rastro de su habitual buen humor de las mañanas.
– Lo sé. Ya he hablado con Jack Makepeace.
– ¿Estás bien, Gemma?
– Dolor de cabeza. -Mordisqueó sin demasiado entusiasmo un trozo seco de tostada.
– ¿Te sirvió Tony una copa de más? -dijo, tratando de seguirle la corriente, pero ella se limitó a encogerse de hombros-. Mira -Kincaid se preguntó si la oleada de culpabilidad que sentía era visible-, siento lo de ayer noche. Me… retrasé. -Ella debió de venir corriendo desde Londres, lo debió esperar, y quizás hasta se preocupó. Y él, ni una palabra-. Debería haberte llamado. Fui muy desconsiderado. -Inclinó la cabeza y la estudió, evaluando su humor-. ¿He de postrarme un poco más? ¿Serviría una cama de brasas ardiendo?
Esta vez ella sonrió y él dio un suspiro de alivio. Kincaid trató de cambiar de tema y dijo:
– Háblame de Tommy Godwin. -Justo en ese momento llegó su desayuno y atacó los huevos con bacon , mientras Gemma narraba brevemente la entrevista.
– Le tomé declaración e hice que los técnicos repasaran su piso y su coche.
– Yo volví a ver a Sharon Doyle, y a Trevor Simons -dijo Kincaid con la boca llena de pan-. Y a Julia. Connor volvió a casa después de su pelea con Tommy, Gemma. Parece que Tommy Godwin ha dejado de ser un contendiente, a menos que probemos que lo volviera a ver más tarde. Connor telefoneó a alguien desde su casa, pero el problema es que no tenemos ni idea de a quién.
* * *
Julia . Había habido una familiaridad, una intimidad involuntaria, en la manera en que Kincaid pronunció su nombre. Gemma intentó concentrarse en la conducción, tratando de ignorar la certeza que estaba creciendo en la boca de su estómago. Seguro que estaba imaginando cosas. ¿Y qué, si fuera cierto? ¿Por qué habría de importarle que Duncan hubiera establecido una relación nada profesional con una sospechosa de asesinato en una investigación criminal? Era algo muy común. Lo había visto en otros agentes. Y ella nunca pensó que él fuera infalible. ¿O no?
¡No seas infantil, Gemma! se dijo entre dientes. Él era humano, y hombre, y ella nunca debería haber olvidado que hasta los ídolos tienen a veces los pies de barro. Pero estos recordatorios no evitaban que experimentara abatimiento, y se sintió agradecida cuando las rotondas de High Wycombe reclamaron toda su atención.
* * *
– Hemos estado preparando bien a Hicks durante la última media hora -dijo Jack Makepeace a modo de saludo, cuando lo encontraron en su oficina. Se dieron las manos y Gemma creyó que apretaba un poco más la de ella-. He pensado que le haría bien. Una pena que no pudiera terminar el desayuno. -Makepeace guiñó el ojo a Gemma-. Ha hecho una llamada. A su madre, según él. Pero la caballería no ha venido a rescatarlo.
Como Makepeace ya lo había instruido antes por teléfono, Kincaid puso a Gemma al día en el coche y sugirió que ella empezara el interrogatorio.
– A Hicks no le gustan las mujeres, -dijo Kincaid cuando Makepeace los dejó ante la puerta de la Sala A-. Quiero que lo alteres un poco, que me lo prepares.
Una sala de interrogatorios apenas se diferencia de otra. Se puede esperar alguna pequeña variación en cuanto a tamaño o forma, o en el olor a rancio del humo de tabaco y de sudor, pero cuando Gemma entró en la sala tragó saliva convulsivamente, esforzándose por aplacar el instinto de taparse la nariz. Sin afeitar y obviamente sin haberse duchado, Kenneth Hicks apestaba a miedo.
– Jesús -susurró Kincaid al oído de Gemma, al entrar detrás de ella-. Deberíamos haber traído mascarillas. -Tosió, y mientras sacaba una silla para Gemma, dijo en voz alta-: Hola Kenneth. ¿Te gusta el alojamiento? Me temo que no es el Hilton, pero, qué se le va a hacer.
– Jódase -dijo Hicks, de manera sucinta. Su voz era nasal y Gemma catalogó su acento como del sur de Londres.
Kincaid meneó la cabeza mientras se sentaba junto a Gemma, de cara a Hicks, en la estrecha mesa de madera contrachapada.
– Me decepcionas, Kenneth. Pensaba que tenías mejores modales. Simplemente grabaremos nuestra pequeña conversación -dijo, al apretar el botón de la grabadora-. Si no te importa, claro. No te importa, ¿verdad, Kenneth?
Gemma estudió a Kenneth Hicks mientras Kincaid charlaba agradablemente y jugueteaba con la grabadora. La cara estrecha y llena de acné de Hicks tenía permanentemente impresa una expresión hosca. A pesar del calor que hacía en la sala, él se había dejado puesta la cazadora de cuero y se frotaba nerviosamente la nariz y la barbilla mientras Kincaid continuaba su perorata. Algo había en él que le resultaba familiar a Gemma. Frustrada, frunció el ceño al notar ese algo rondando por la periferia de su memoria.
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