– Debes hacer algo con tus neumáticos, en serio. El trasero de la derecha está tan liso como la cabeza de mi abuelo. -Era una regañina que repetía a menudo, pero al ver que Gemma no picaba, Kincaid suspiró y continuó-: He llamado a LB House por el móvil. Tommy Godwin no ha aparecido hoy, ha dicho que no se sentía bien. ¿No dijiste que su piso estaba en Highgate?
Gemma asintió.
– Tengo la dirección en mi cuaderno de notas. Creo que está muy cerca de aquí. -Mientras conducía le sobrevino una ansiedad amorfa y sintió cierto alivio cuando divisó el bloque de pisos. Aparcó en la entrada circular y salió del coche de un salto. Mientras esperaba que Kincaid cerrara su lado del coche y la alcanzara en la entrada del edificio, no dejó de dar golpecitos de impaciencia con el pie.
– Por Dios, Gemma. ¿Acaso hay algún incendio del que nadie me ha hablado? -le dijo Kincaid, pero ella ignoró el comentario cortante y se abrió paso entre las puertas de cristal esmerilado. Cuando mostraron sus identificaciones al portero, éste puso cara de pocos amigos y les indicó a regañadientes que tomaran el ascensor al cuarto piso.
– Bonito edificio, -dijo Kincaid cuando el chirriante ascensor subió-. Está bien mantenido, pero no demasiado modernizado. -El vestíbulo de la cuarta planta, con baldosas blancas y negras dispuestas en un dibujo geométrico muy refinado, confirmó su descripción-. Art deco, si no voy errado.
Gemma, que estaba buscando el número del piso, había escuchado sólo a medias.
– ¿Qué? -preguntó, mientras llamaba al 4C.
– Art deco. El edificio debe datar de…
La puerta se abrió y Tommy Godwin los miró socarronamente.
– Mike me ha llamado y me ha avisado de que la pasma venía a visitarme otra vez. No le parecía nada bien. Creo que debe de haber tenido tratos muy desafortunados con la ley en una vida anterior. -Godwin llevaba un batín de seda y zapatillas, su pelo rubio habitualmente inmaculado estaba de punta-. Usted debe de ser el comisario Kincaid -dijo mientras los conducía adentro.
Al estar ya convencida de que Tommy no había metido la cabeza en el horno o algo igualmente estúpido, Gemma se sintió irracionalmente irritada con él por haberla preocupado. Caminó detrás de los hombres, mirando a su alrededor. A su izquierda había una pequeña y pulcra cocina, en los mismos colores blanco y negro del vestíbulo. A su derecha la sala seguía con el mismo diseño y a través de los ventanales se podía ver la extensa y gris ciudad de Londres. Todas las líneas de los muebles eran curvadas, pero nada recargadas. Una colección de copas rosas esmeriladas acentuaba el esquema monocromático. Gemma encontró la sala apacible y vio que su delicado orden iba perfectamente con la imagen de Tommy.
Una gata siamesa posaba encima de una silla junto a una ventana. Tenía las patas metidas debajo del tórax y los miraba impasible con sus ojos color zafiro.
– Tiene razón, comisario -dijo Tommy cuando Gemma se unió a ellos-, estos pisos se construyeron a principios de los años treinta y eran lo último en diseño en su época. Han aguantado sorprendentemente bien, al contrario que la mayoría de las monstruosidades de la posguerra. Siéntense, por favor -añadió al tiempo que se sentaba en una silla en forma de abanico que complementaba el estampado de espirales de su batín-. Aunque debo decir que vivir aquí debía destrozar los nervios de cualquiera durante la guerra, estando tan altos. Uno debía de sentirse un blanco muy fácil cuando llegaron los bombarderos alemanes. Un poco de luz por una rendija y…
– Tommy -interrumpió Gemma con severidad-, nos han dicho en LB House que no se encontraba bien. ¿Qué le ocurre?
Se pasó una mano por el pelo. A la clara luz grisácea, Gemma vio que la piel de debajo de los ojos empezaba a formar bolsas.
– No me encuentro muy bien, sargento. Los efectos de ayer se han hecho sentir. -Se levantó y fue al armario de las bebidas-. ¿Tomarán un jerez? Es casi la hora de comer y estoy seguro de que el detective Rory Alleyn *siempre aceptaba un jerez cuando interrogaba sospechosos.
– Tommy, esto no es una novela de detectives, por Dios -dijo Gemma, incapaz de contener su exasperación.
Tommy se volvió hacia ella. Sostenía el decantador de jerez en una mano.
– Lo sé, querida. Pero esta es mi manera de silbar en la oscuridad. -La delicadeza de su tono indicó a Gemma que reconocía su preocupación y que estaba emocionado.
– No rechazaré uno pequeño -dijo Kincaid y Tommy colocó tres copas y el decantador en una pequeña bandeja para cócteles. Las copas estaban sensualmente festoneadas en el mismo rosa delicado de las pantallas acanaladas de las lámparas y jarrones que Gemma ya había visto. Cuando probó el jerez, éste pareció disolverse en su lengua como mantequilla.
– Después de todo -dijo Tommy mientras llenaba su propia copa y regresaba a su silla-, si he de asumir la responsabilidad de un crimen que no he cometido, mejor que lo haga con gracia.
– Ayer me dijo que había estado en Clapham visitando a su hermana. -Gemma hizo una pausa para lamer un rastro de jerez del labio, luego continuó más lentamente-. No me habló de Kenneth.
– Ah. -Tommy se apoyó contra el respaldo y cerró los ojos. La luz grabó arrugas de cansancio alrededor de su boca y nariz, y delineó el pulso marcado en su garganta. Gemma se preguntó por qué no había visto las canas grises mezcladas con el pelo dorado de sus sienes-. Si pudiera escoger, ¿admitiría conocer a Kenneth? -dijo Tommy, sin moverse-. No. No responda. -Abrió los ojos y ofreció a Gemma un intento valeroso de sonrisa-. Deduzco que lo han conocido.
Gemma asintió.
– Entonces también he de suponer que la sórdida historia ha salido a la luz.
– Eso es. Sí. Mintió sobre su cena con Connor. No trataron en absoluto el tema de retomar su antiguo puesto. Se encaró con usted por lo que Kenneth le había contado. -Parecía que hoy era su día de hacer acusaciones, pensó Gemma, y descubrió que se había tomado el engaño de Tommy muy a pecho, como si hubiera sido traicionada por un amigo.
– Una mentirijilla, querida… -pero al ver la expresión de Gemma paró y suspiró-. Lo siento, sargento. Tiene usted razón. ¿Qué quiere saber?
– Empiece desde el principio. Háblenos de Caroline.
– Ah, usted se refiere al principio de todo. -Tommy movió circularmente su copa de jerez, mirándola pensativamente-. Yo amaba a Caro, ¿sabe?, con la temeridad ciega y resuelta de la juventud. No sé. Nuestra aventura terminó con la concepción de Matthew. Yo quería que ella dejara a Gerald y se casara conmigo. Habría amado a Julia como si hubiera sido mi propia hija. -Hizo una pausa, terminó su jerez y colocó la copa sobre la bandeja con extremo cuidado-. Era una fantasía, por supuesto. Caro estaba empezando una carrera muy prometedora. Estaba cómodamente instalada en Badger’s End con el respaldo del nombre y el dinero de Asherton. ¿Qué podía ofrecerle yo? Y luego estaba Gerald, que jamás se ha portado de forma poco honorable en todos los años que hace que lo conozco.
»Uno se adapta como puede -sonrió a Gemma-. He llegado a la conclusión de que las grandes tragedias las crean aquellos que no superan la etapa de adaptación. Seguimos adelante. Como «tío Tommy» se me permitió ver crecer a Matty, y nadie sabía la verdad excepto Caro y yo.
– Luego murió Matty.
Kincaid dejó su copa vacía en la bandeja para cócteles y el sonido del cristal contra la madera sonó como un disparo en la silenciosa sala. Gemma lo miró sobresaltada. Había estado tan centrada en Tommy que por un momento había olvidado su presencia. Ninguno de los dos habló y, al cabo de un rato, Tommy prosiguió.
– Me dejaron fuera. Cerraron filas. En su dolor, Caro y Gerald no tenían espacio para nadie más. Por mucho que yo amara a Matty, también sabía que era un niño normal, con los defectos y dotes de cualquier niño normal. El hecho de que poseyera tanto talento tenía para él el mismo significado que si hubiera tenido un dedo de más, o si hubiera sido capaz de hacer cálculos matemáticos rápidos. No era así para Caro y Gerald. ¿Lo comprenden? Para ellos Matty era la personificación de sus propios sueños. Un regalo que Dios les había enviado para que moldearan a su propia imagen y semejanza.
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