– ¿Tu tío Tommy? ¿Te refieres a Tommy Godwin? -dijo Kincaid finalmente, sin poder controlar del todo su sorpresa.
Gemma notó como si una mano gigante estuviera apretando su diafragma. Vio de nuevo la foto enmarcada en plata de Matthew Asherton, el cabello rubio y la pícara sonrisa en esa cara simpática. Recordó la voz de Tommy cuando habló de Caroline, y se preguntó cómo no lo había visto antes.
– Oí como él se lo decía a mi madre, cuando el niño se ahogó -dijo Hicks. Debía haber interpretado la sorpresa de sus caras como incredulidad, porque agregó con una aguda nota de pánico-, lo juro. Nunca dije nada, pero después conocí a Con y no paraba de hablar de ellos. Recordé los nombres.
A Gemma la envolvió una oleada de náusea al darse cuenta del corolario.
– No te creo. No puedes ser sobrino de Tommy Godwin. No es posible -dijo acaloradamente, pensando en la elegancia de Tommy, en su cortés paciencia cuando ella lo llevó a Scotland Yard. Pero a pesar de resistirse a la idea, notó de nuevo esa extraña sensación de familiaridad. ¿Podía ser la línea de la nariz? ¿O la posición de su mandíbula?
– Vaya a Clapham y pregunte a mi madre. Ella se lo dirá…
– Has dicho que hiciste una propuesta a Connor -Kincaid soltó las palabras en medio de la protesta de Hicks como quien suelta piedras en una piscina-. ¿Qué clase de propuesta, exactamente?
Hicks se frotó y sorbió la nariz. Evitó el contacto visual con Kincaid y Gemma.
– Venga, chico. Nos lo puedes explicar -insistió Kincaid-. Suéltalo.
– Bueno. Los Asherton deben estar cargados de pasta, ¿no?, con sus títulos y todo. Siempre están en los periódicos, en las secciones de cotilleo. Así que pensé que no les gustaría que saliera en los periódicos lo de su hijo, lo de que no era legítimo.
La intensidad del enfado de Kincaid parecía haberse mitigado.
– ¿He de entender que sugeriste a Connor que hiciera chantaje a sus propios suegros? -preguntó, mirando a Hicks con serena satisfacción-. ¿Qué hay de tu propia familia? ¿No se te ocurrió que podría afectar a tu tío y a tu madre?
– No iba a confesar que era yo el que se lo había dicho -dijo Hicks, como si eso lo absolviera de toda culpa.
– En otras palabras, no te importó que le afectara a tu tío siempre y cuando no se enterara de que habías sido tú -sonrió Kincaid-. Muy noble de tu parte, Kenneth. ¿Y cómo reaccionó Connor ante tu pequeña proposición?
– No me creyó -dijo Hicks, y sonó ofendido-. No en seguida. Luego pensó un poco y empezó a ponerse nervioso. Me preguntó cuánto dinero tenía en mente, y cuando le dije «empieza con cincuenta mil libras y lo dividimos, luego podemos pedir más» se rió en mi cara. Me dijo que cerrara la boca y que si llegaba a decir una palabra me mataría. -Hicks parpadeó con sus pálidas pestañas y añadió, como si todavía no pudiera creerlo-: ¡Después de todo lo que hice por él!
* * *
– De verdad no entendía por qué estaba Connor enfadado con él -le dijo Kincaid a Gemma mientras esperaban junto a un paso cebra que separaba la estación de High Wycombe del aparcamiento donde habían dejado el coche de Gemma-. Es más que lentito en el departamento de moralidad, nuestro Kenneth. Imagino que se ha quedado en el sector de los delitos menores tan sólo porque es un ratoncillo timorato. Aunque opino que la comparación es del todo injusta con el ratón -añadió mientras daba un repaso con la mano a la manga de su americana.
Gemma se dio cuenta, con la indiferencia que se había apoderado de ella, de que era una de sus chaquetas favoritas, de lana azul y gris y que hacía resaltar el color de sus ojos. ¿Por qué le estaba hablando sin decir nada? Como si nunca se hubiera cruzado con un sinvergüenza de pacotilla…
El tráfico que venía en dirección contraria se paró y cruzaron por el paso cebra. Kincaid echó una ojeada a su reloj cuando llegaron a la otra acera.
– Creo que tenemos tiempo para hablar con Tommy Godwin antes del almuerzo si corremos como alma que lleva el diablo. De hecho -dijo cuando llegaron al coche y Gemma sacó las llaves del Escort de las profundidades del bolso-, dado que parece que no tenemos que volver aquí, será mejor que recojamos nuestras cosas y también llevemos mi coche de vuelta a Londres.
Sin decir palabra, Gemma puso el motor en marcha mientras él se sentaba a su lado. Ella se sintió como si un caleidoscopio en su cabeza se hubiera movido, mezclando los pedacitos de colores de forma que ya no era capaz de reconocer el diseño.
Kincaid le tocó el brazo.
– Gemma, ¿qué te pasa? Has estado así desde el desayuno. Si no te encuentras bien…
Se volvió hacia él, notando el sabor salado de una herida que se acababa de hacer al morderse el interior del labio.
– ¿Lo has creído?
– ¿A quién? ¿A Kenneth? -preguntó Kincaid, en un tono algo confundido-. Bueno, has de admitir que hace que algunas cosas cobren sentido…
– No has conocido a Tommy. Me creo lo de que sea el padre de Matthew -reconoció-, pero no el resto. Es un cuento chino si…
– Me temo que es suficientemente improbable como para ser cierto -dijo Kincaid-. ¿Y de qué otro modo hubiera descubierto lo de Tommy y Matthew? Nos da la pieza que nos faltaba, Gemma. El motivo. Connor se encaró con Tommy durante la cena por lo que había descubierto y Tommy lo mató para mantenerlo callado.
– No me lo creo -dijo Gemma con terquedad, pero a pesar de lo que estaba diciendo pequeñas porciones de duda se arrastraron hacia su mente. Tommy amaba a Caro, y a Julia. Era obvio. Y de Gerald hablaba con respeto y afecto. ¿Protegerlos a todos ellos era suficiente razón para cometer un asesinato? Pero incluso si se tragaba esta premisa, el resto no tenía sentido para ella-. ¿Por qué razón habría Connor de aceptar encontrarse con él en la esclusa?
– Tommy le prometió que le llevaría dinero.
Gemma se quedó mirando la llovizna que había empezado a cubrir el parabrisas.
– Por alguna razón no creo que Connor quisiera dinero -dijo ella con silenciosa certeza-. Y esto no explica por qué Tommy fue a Londres a ver a Gerald. No puede haber sido por establecer una coartada. No, si Connor estaba todavía vivo.
– Pienso que está afectando tu criterio el hecho de que te agrada Tommy Godwin, Gemma. Nadie más tiene el más mínimo motivo. Seguro que lo puedes ver…
La ira que había estado acumulando durante toda la mañana se desató como un diluvio.
– Eres tú el que está ciego -le gritó-. Estás tan obsesionado con Julia Swann que ni siquiera consideras la posibilidad de que esté implicada en el asesinato de Connor, cuando sabes tan bien como yo que lo más probable siempre es que el marido o la mujer estén implicados. ¿Cómo puedes estar seguro de que Trevor Simons no esté mintiendo para protegerla? ¿Cómo sabes que Julia no se encontró con Connor antes de cenar con Tommy, antes de la inauguración, y que acordaran verse más tarde? Quizás pensase que un escándalo que implicara a su familia podría dañar su carrera. Quizás quisiera proteger a sus padres. Quizás… -Se descargó. La furia se había agotado rápido y esperó, desconsoladamente, la reacción. Esta vez sí que se había pasado.
Pero en lugar de darle el rapapolvo que esperaba, Kincaid apartó la mirada. En el silencio que siguió, ella pudo escuchar el ruido de los neumáticos en el pavimento mojado y un leve tictac que parecía estar dentro de su cabeza.
– Quizás tengas razón -dijo él finalmente-. Quizás no pueda fiarme de mi criterio. Pero a menos que se nos ocurra una prueba física concreta, eso es todo lo que tenemos.
* * *
Hicieron el viaje de vuelta a Londres en coches separados y se encontraron en el piso de Kincaid, como habían quedado. La llovizna los había seguido, y Kincaid colocó la lona en el Midget antes de cerrarlo. Cuando entró en el coche de Gemma, dijo:
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