Despacio, negó con la cabeza.
– No. No creo que usted haya matado a Connor. Pero alguien lo hizo, y no estoy seguro de que nos estemos acercando a la conclusión del caso. -Le había empezado a doler la espalda y se estiró y volvió a cruzar las piernas-. ¿Tiene alguna idea de por qué Connor quiso cenar con Tommy Godwin la noche en que murió?
Julia se sentó con la espalda recta y abrió los ojos estupefacta.
– ¿Tommy? ¿Nuestro Tommy? Conozco a Tommy desde que era así de alta. Sostuvo la mano mostrando la altura de un niño pequeño-. No puedo imaginar nada más improbable que los dos disfrutando de una reunión social. A Tommy nunca le gustó Con, y estoy segura de que lo dejó claro. Con mucha educación, por supuesto -añadió, con cariño-. Si Con hubiera querido ver a Tommy, seguro que no lo hubiera guardado en secreto.
– Según Godwin, Con quería su antiguo trabajo y pensó que él lo ayudaría.
Julia meneó la cabeza.
– Paparruchas. Con tuvo un ataque de nervios y la empresa nunca hubiera contemplado el contratarlo de nuevo. -Sus ojos eran cándidos y negros como el carbón.
Kincaid cerró los ojos por un momento, esperando que así, sin ver su cara, pudiera poner en orden sus pensamientos. Cuando los abrió de nuevo, ella estaba mirándolo.
– ¿Qué dijo Connor aquel día, Julia? Parece como si su comportamiento empezara a salirse de lo normal desde el momento en que la dejó, después de comer. Creo que no me ha dicho toda la verdad.
Ella apartó la mirada y trató de encontrar un cigarrillo. Luego apartó el paquete y se puso de pie con la gracia de una bailarina. Se dirigió a la mesa, donde cogió un tubo de pintura, que destapó y apretó hasta dejar caer una gota de pintura azul oscuro en la paleta. Eligió un pincel delgado con el que dio, con unos pequeños toques, un poco de color a la pintura.
– Por alguna razón no logro que quede bien. Me he cansado de mirarla. Quizás si…
– Julia…
Paró, dejando el pincel parado en el aire. Después de un largo rato, aclaró el pincel y lo colocó, con cuidado, junto al dibujo. Luego se volvió hacia Kincaid.
– Empezó como era habitual, justo como se lo expliqué. Una simple pelea sobre dinero, sobre el piso. -Regresó al brazo del sillón.
– ¿Qué pasó luego? -Kincaid se acercó a ella y le tocó la mano, instándola a seguir.
Julia tomó su mano entre las palmas y la sujetó con fuerza. Bajó la mirada y frotó el dorso de la mano de Kincaid con la punta de los dedos.
– Él me rogó -dijo en voz tan baja que Kincaid tuvo que esforzarse para poder oírla-. Se tiró literalmente al suelo y me rogó. Me pidió que volviera con él, me pidió que lo amara. No sé qué fue lo que le hizo explotar ese día. Yo pensaba que había aceptado nuestra situación bastante bien.
– ¿Qué le dijo usted?
– Que era inútil. Que iba a divorciarme de él en cuanto hubiera pasado el límite de dos años si seguía negándose a cooperar. -Se encontró con los ojos de Kincaid-. Me porté muy mal con él, y no era su culpa. Él no tuvo la culpa de nada.
– ¿De qué está hablando? -dijo Kincaid, suficientemente alarmado como para olvidar por un momento la sensación de los dedos de ella sobre su piel.
– Todo fue mi culpa, desde el principio. Nunca debí casarme con él. Sabía que no era justo, pero estaba enamorada de la idea de casarme, y supongo que pensé que de alguna manera nos las arreglaríamos. -Se rió y soltó su mano-. Pero cuanto más me quería, cuanto más necesitaba, tanto menos tenía yo para ofrecer. Al final ya no había nada. -Muy bajito, dijo-: Excepto piedad.
– Julia -dijo Kincaid enojado-, usted no era responsable de las necesidades de Connor. Hay personas que nos exprimen, sin importar lo mucho que les demos. Usted no podía…
– Usted no lo comprende. -Se levantó del brazo del sillón y se alejó nerviosamente de él. Al llegar a la mesa de trabajo se dio la vuelta-. Yo sabía cuando me casé con él que no podía amarlo. Ni a él, ni a nadie, ni siquiera a Trev, que no ha pedido nada excepto honestidad y afecto. No puedo, ¿lo ve? No soy capaz.
– No sea absurda, Julia, -dijo Kincaid, poniéndose en pie-. Por supuesto que…
– No. -Lo frenó con una simple palabra-. No puedo. A causa de Matty.
La desesperación de su voz hizo desvanecer el enfado de Kincaid tan rápido como había aparecido. Fue hacia ella y la atrajo suavemente hacia él. Acarició su pelo al poner ella la cabeza sobre su hombro. El delgado cuerpo de Julia encajó en la curva de los brazos de Kincaid con tanta facilidad como si ése fuera su lugar habitual. Su cabello era sedoso, como plumas rozando las palmas de sus manos. Ella olía levemente, inesperadamente, a lilas. Kincaid aspiró y tuvo que estabilizarse para luchar contra el mareo que recorrió su cuerpo. Se esforzó por concentrarse en la cuestión que tenía entre manos.
– ¿Qué tiene que ver Matty con esto, Julia?
– Todo. Yo también lo quería, ¿sabe? Pero esto parece que no se le ocurrió a nadie, excepto a Plummy, supongo. Ella lo sabía. Estuve enferma, ¿sabe?… después. Pero me dio tiempo para pensar. Y fue entonces cuando decidí que nada me haría daño nunca más. -Se apartó de él justo lo suficiente para poder mirarlo a la cara-. No vale la pena. Nada vale la pena.
– Pero la alternativa, una vida entera en aislamiento emocional, seguro que es peor, ¿no?
Ella volvió a sus brazos y colocó su mejilla en el hueco del hombro de él.
– Al menos es soportable -dijo ella, con la voz amortiguada. Kincaid notó su aliento cálido a través de la tela de su camisa-. Traté de explicárselo a Con aquel día: la razón porque nunca podría darle lo que él quería… una familia, hijos. No tenía nada por lo que guiarme, ¿entiende? No tenía un proyecto de vida normal, corriente. Y un hijo… Nunca podría asumir ese riesgo. Lo ve, ¿no?
Se vio a sí mismo con incómoda claridad, acurrucándose hasta formar una pelota, como un erizo herido, después de que Vic echara por tierra su segura y confortable existencia. Él se había protegido del riesgo igual que lo había hecho Julia. Pero ella, al menos, había sido honesta consigo misma, mientras que él había utilizado el trabajo -con las oportunas exigencias de la vida de un policía- como excusa para no comprometerse emocionalmente.
– Lo veo -dijo en voz baja-, pero no estoy de acuerdo.
Kincaid le frotó la espalda, amasando con suavidad los tensos músculos. Los omóplatos eran muy marcados al tacto.
– ¿Connor lo comprendió?
– Únicamente logré que se enfadara más. Entonces fue cuando me porté mal con él. Le dije… -paró, sacudió la cabeza y su cabello le hizo cosquillas en la nariz a Kincaid-. Cosas horribles, realmente horribles. Me avergüenzo tanto. -Añadió, con dureza-: Es culpa mía que esté muerto. No sé lo que hizo después de irse de Badger’s End aquel día, pero si no lo hubiera dejado ir tan cruelmente… -Ahora estaba llorando, las palabras surgiendo entre sollozos.
Kincaid tomó su cara con ambas manos y le limpió las lágrimas de las mejillas con los pulgares.
– Julia. Julia. No lo sabe. No lo puede saber. No era responsable del comportamiento de Connor, ni lo es de su muerte. -La miró, y en su cabello alborotado y su cara bañada por las lágrimas vio de nuevo la niña de su visión, a solas con su dolor en la cama blanca y estrecha. Al cabo de un momento dijo-: Como tampoco fue responsable de la muerte de Matthew. Míreme, Julia. ¿Me escucha?
– ¿Cómo lo puede saber? -preguntó con fiereza-. Todos pensaron… Mamá y papá nunca perdonaron…
– Aquellos que la conocían y querían nunca la consideraron responsable, Julia. He hablado con Plummy. Y con el vicario. Es usted la única que no se ha perdonado. Esta carga es demasiado pesada de llevar durante veinte años. Déjelo ya.
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