Heather puso los ojos en blanco con indulgencia.
– Es que tiene celos -dijo por lo bajo a Kincaid-, porque soy más cuidadosa que él. -Se puso un par de guantes y continuó-. Para cuando haya acabado, la madre de este chico se sentirá orgullosa de él. ¿No es así, Winnie?
Por lo menos la amantísima madre de Connor Swann se había ahorrado admirar la maestría de Heather, pensó Kincaid. Se preguntó si Julia desafiaría las convenciones hasta el punto de evitar tanto el depósito como el funeral.
Mientras Winstead acompañaba a Kincaid fuera de la sala, dijo:
– Tiene razón. Yo hago el trabajo, pero ella es una perfeccionista y su mano es mucho más precisa que la mía. -Condujo a Kincaid por distintos corredores y paró por el camino a recoger dos cafés de máquina-. ¿Solo? -preguntó, oprimiendo los botones con familiaridad.
Kincaid aceptó el vaso de plástico y sorbió el contenido. Encontró el líquido igual de atroz que el café de Scotland Yard. Siguió a Winstead a la oficina y se paró a examinar un cráneo humano que decoraba el escritorio del médico. Había unos pequeños cilindros de goma sujetos a la cara mediante alfileres. Cada uno tenía una altura distinta y llevaba un número en tinta negra en la punta.
– ¿Arte o vudú, doctor?
– Una técnica de reconstrucción facial que me ha prestado un colega antropólogo. El sexo y la raza se suponen midiendo ciertas características del cráneo, luego se colocan los marcadores de profundidad de la piel de acuerdo a información obtenida de tablas estadísticas. Se añade arcilla según el grosor que indiquen los marcadores y, voilà , ya tienes una cara humana otra vez. En realidad es bastante eficaz a pesar de que esta etapa parezca sacada de Pesadilla en Elm Street . Heather está interesada en la escultura forense y con las manos que tiene no dudo de que lo hará muy bien.
Antes de que Winstead se entusiasmara demasiado con el tema de los encantadores atributos de Heather, Kincaid pensó que sería mejor cambiar de tema.
– Dígame, doctor -dijo, mientras se sentaban en unas sillas de cuero viejas-, ¿se ahogó Connor Swann?
Winstead frunció el ceño, lo que le daba un aire más cómico que fiero, y pareció que regresaba al tema del cuerpo en cuestión.
– Es un bonito problema, comisario, como estoy seguro de que ya sabrá. El ahogamiento es imposible de probar mediante una autopsia. En realidad se trata de un diagnóstico por exclusión.
– Pero podrá decirme si tenía agua en los pulmones…
– Un momento, comisario, déjeme acabar. El agua en los pulmones no es algo necesariamente significativo. Y no le he dicho que no pudiera explicarle nada, sólo que no podía ser demostrado. -Winstead hizo una pausa y bebió del vaso, poniendo cara de asco-. Soy el eterno optimista, supongo… Siempre tengo la esperanza de que este brebaje sea mejor de lo que es. En cualquier caso, ¿dónde estaba? -Sonrió benévolamente y tomó otro sorbo de su café.
Kincaid decidió que Winstead estaba fastidiándolo adrede y que cuanto menos se preocupara más rápidamente obtendría resultados.
– Iba a explicarme lo que no podía probar.
– Heridas de bala, apuñalamiento, traumatismo por objeto contundente… todo bastante sencillo, la causa de la muerte se determina fácilmente. Un caso como éste, sin embargo, es como un rompecabezas. Y los rompecabezas me gustan. -Winstead pronunció estas palabras con tanto deleite que Kincaid casi esperó verle frotarse las manos, regocijado ante la expectativa-. Hay dos cosas que contradicen el ahogamiento -continuó, levantando dos dedos-. No hay cuerpos extraños presentes en los pulmones. No hay arena, ni bonitas algas del fondo del río. Si uno inhala grandes tragos de agua en el momento de ahogarse, también suele tragar unos cuantos objetos no deseados. -Dobló un dedo y movió el que quedaba levantado ante Kincaid-. Segundo, la rigidez del cadáver se demoró bastante. La temperatura del agua explicaría cierto grado de retraso, por supuesto, pero en un ahogamiento normal y corriente la persona lucha con violencia, reduciendo el adenosín trifosfato de los músculos. Esta disminución acelera considerablemente el inicio del rigor mortis.
– ¿Y si hubiera habido lucha antes de entrar en el agua? Su garganta estaba magullada. Quizás estuviera inconsciente. O muerto.
– Hay varios indicios que señalan que murió unas cuantas horas antes de que su cuerpo fuera descubierto -admitió Winstead-. El contenido de su estómago estaba parcialmente digerido, de modo que, a menos que el señor Swann cenara tarde, opino que ya debía de estar muerto antes de medianoche, o tan cerca de la medianoche que no importa la diferencia. Cuando vuelvan del laboratorio los análisis del contenido del estómago quizás pueda precisar la hora de esa última comida.
– Y las magulladuras…
Winstead levantó una mano con la palma hacia fuera, como un policía de tráfico.
– Existe otra posibilidad que explicaría si el señor Swann estaba vivo cuando cayó al agua. Ahogamiento en seco. La garganta se cierra el entrar el cuerpo en contacto con el agua, constriñendo las vías respiratorias. Pero como el laringoespasmo se relaja después de la muerte, es imposible de probar. Explicaría, sin embargo, la ausencia de cuerpos extraños en los pulmones.
– Entonces, ¿qué causa un ahogamiento en seco? -preguntó Kincaid, dispuesto a ser paciente y dejar que el doctor se divirtiera un poco.
– Éste es uno de los misterios de la naturaleza. El shock sería la mejor explicación-comodín. -Winstead hizo una pausa y bebió del vaso. Su expresión indicaba sorpresa porque el café no había mejorado milagrosamente desde el último sorbo-. Respecto al tema de la garganta que tanto le interesa. Me temo que tampoco sea concluyente. Había magulladuras externas… Según creo, estuvo usted en el depósito, ¿no? -Cuando Kincaid asintió, Winstead continuó-: Entonces las habrá visto… Sin embargo, no había los daños internos correspondientes, no había aplastamiento de los procesos hioideos. Tampoco encontramos ninguna oclusión de la cara o el cuello.
– ¿No había manchas en los ojos?
Winstead le sonrió.
– Exactamente. No había petequias. Por supuesto, es posible que, ya sea por accidente o deliberadamente, alguien hiciera suficiente presión en la arteria carótida para dejarlo inconsciente, y luego lo empujara al río.
– ¿Podría una mujer emplear tanta presión?
– Bueno, una mujer sería totalmente capaz físicamente, creo. Pero entonces habría esperado ver algo más que sólo magulladuras: marcas de uñas, abrasiones. Y no las había. Estaba totalmente limpio. Y dudo que una mujer hubiera podido dejarle inconsciente sin que sus manos sufrieran algún traumatismo con el forcejeo.
Kincaid digirió la información durante un instante.
– De modo que lo que me está diciendo es -tocó la punta de uno de sus índices con la del otro- que, a : no sabe cómo murió Connor Swann y, si no puede darme la causa de la muerte , he de asumir que b : no aventurará una teoría acerca del modo de la muerte .
– La mayoría de los ahogamientos son accidentales y, casi siempre, están relacionados con la ingesta de alcohol. No sabremos la cantidad de alcohol en su sangre hasta que vuelvan los resultados del laboratorio, pero apostaría que era muy alto. Sin embargo -de nuevo la mano en alto del policía de tráfico mientras Kincaid abría la boca para hablar-, si quiere mi opinión extraoficial… -Winstead sorbió su café otra vez. Kincaid hacía tiempo que había abandonado el suyo y había encontrado un sitio discreto para el vaso entre los trastos del escritorio de Winstead-. La mayoría de los ahogamientos accidentales son también bastante sencillos. Un tipo sale a pescar con sus amigos, todos beben de más, el tipo cae al agua y sus amigos están demasiado cabreados para sacarlo. Corroboraciones de varios testigos… caso cerrado. Pero en esta ocasión -fijó los inteligentes ojos de peluche en Kincaid-, yo diría que hay muchas cuestiones por responder. ¿No hay indicios de suicidio?
Читать дальше