Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– ¿Es posible que esté cumpliendo órdenes de Cortez? -se aventuró Rio-. Tenemos que echar por lo menos una mirada a la posibilidad de que ella sepa de nosotros.

– No. -Isabeau levantó la cabeza, su mirada se encontró con la Rio -. Ha desertado de Imelda y viene detrás de Conner. Tiene un retorcido sentido del bien y del mal. Estuvo bien golpearme, pero no era bueno violarme. Yo debería aceptarle y podríamos vivir felizmente para siempre, aunque él quizás tenga que matar a Conner y a mi niño. Creo que tiene suficiente dinero para estar satisfecho y ya se ha movido a su siguiente punto en la agenda. Cometí el error de marcarlo. -Su voz se tambaleó pero mantuvo la mirada firme-. Esto no es sobre Imelda. Podemos ir sin problema.

– Estás apostando nuestras vidas en eso -dijo Rio-. Una buena manera de matar a Conner es atraerlo al complejo de Imelda.

– Él no haría eso -negó Isabeau.

– ¿Por qué? -preguntó Rio.

– Tiene un sentido del honor -contestó.

Los nudos en el vientre de Conner se apretaron aún más. El no quería a Ottila Zorba en ningún lugar cerca de Isabeau.

– Escucha, nena -susurró suavemente-. Esto no es culpa tuya. Nada de esto es culpa tuya.

– Le hice algo. -Había un ceño en su voz, pero ella no le miró-. Dijo que mi gata le aceptaría. Y ella no salió para ayudarme. No protestó por lo que me estuvo haciendo.

– Tenemos veneno en las garras. -Le rozó la sien con besos-. Zorba trata de confundirte, hacerte pensar que lo que hiciste le daba permiso, pero él te vio y en su retorcida mente, como en la de cualquier otro acechador común, piensa que tienes una relación con él. Sabe que eres mi compañera. Sabe que estás casada conmigo, pero eso no le importa. Los compañeros son sagrados. Nadie toca a la compañera de otro.

La llevó a través del cuarto de baño y permitió que las piernas cayeran al suelo, un brazo la mantuvo firme.

– No comprendo, Conner. Dijo que tiene derecho a desafiarte.

– Tú has escogido, pero sí, una hembra sin compañero ciertamente tiene el derecho de escoger a su compañero. No está restringida a un solo macho hasta que esa elección sea hecha. Comúnmente, los compañeros se buscan el uno al otro, ciclo vital tras ciclo, pero no siempre. Tu gata indicó que encontraba a su gato atractivo, eso es todo. Pero estás emparejada y él no tiene ningún derecho sobre ti. Lo sabe.

– Entonces ¿qué hace el veneno?

Él tenía miedo de que preguntara. Se entretuvo tirando de su camisa, la cual ella no quería entregarle. Siguió empujando el dobladillo hacia abajo. Por último se cubrió los pechos con los brazos, evitando que le quitara el top.

– Lo haré yo misma, cuando esté sola.

El desafío se arrastró a los ojos. Vergüenza. El corazón de Conner se contrajo. Le agarró los brazos y la arrastró hacia él, bajó la boca sobre la de ella. El beso fue largo, tierno y lleno de tanto amor como pudo verter en él.

– Tienes que creerme, Isabeau. Esto no es culpa tuya. ¿Pensaste que porque todas las personas de este valle son tan amables, la gente leopardo es siempre buena? El peligro de nuestro negocio es que vemos lo peor de la gente, no lo mejor, como tenemos en este valle. Pero he visto lo peor en leopardos y lo mejor en humanos. Ottila es un hombre enfermo. Tú no le diste la oportunidad, él se fijó en ti por sí mismo.

Ella se negó a encontrarse con su mirada.

– Ha hecho esto para que tú no me desees. Lo sé. Las heridas se curarán, pero dejarán cicatrices. En este momento, su olor y sus marcas están por todas partes sobre mí. Quería que tú me encontraras desagradable, repugnante.

– Bien, adivina qué, no ha tenido éxito.

La mirada de ella saltó a su cara.

– Mi gata puede oler tu mentira.

– No una mentira. Mi felino está furioso. Como debería estar. Como, profundamente, lo estoy yo. No quiero que otro hombre te toque. -Mantuvo la mirada firme sobre la de ella, sin estremecerse. Sí, su gato estaba gruñendo, odiando el olor del otro hombre, pero nunca a ella, nunca a su compañera Furioso con él mismo por no protegerla, pero la culpa estaba sobre sus hombros, no sobre los de ella, si había culpa por parte de alguno de ellos-. Yo nunca podría rechazarte, Isabeau. Eres mi corazón. Mi alma. Ese hombre no puede abrir una brecha entre nosotros. Deja que tu gata huela si te estoy contando la verdad o una mentira. Ahora déjame quitarte la ropa y ver que daño te ha hecho.

– Tuvo cuidado de no herirme realmente.

– Es un bastardo de primera clase al que le importaba una mierda tus sentimientos. La posesión no es amor, Isabeau, por muy posesivo que un hombre se sienta. Yo me siento posesivo, pero sabes que no te poseo. Y no tengo el derecho de hacerte daño o quitarte tus opciones. Puse mi marca sobre ti para protegerte de él, no para marcarte como mía. Creo que mi leopardo puede tener esa idea, pero yo no soy mi leopardo y me niego, como cada hombre debería hacer, a utilizar los instintos de nuestro gato para guiarnos a una conducta animal. Y no me entiendas mal, Isabeau, la conducta de Ottila fue una abominación contra los animales.

Por primera vez una débil sonrisa se arrastró a los ojos de Isabeau.

– ¿Creías que me había deslumbrado con su demostración de fuerza? Me aterrorizó. No quiero verle nunca más.

Esta vez dejó que le quitara la ropa. Los dedos de Conner le rozaron la piel y ella saltó un poco, pero permaneció quieta. Había heridas de perforación en los senos y en la unión de las piernas, un golpe para él, Conner estaba seguro, pero el daño verdadero estaba en las magulladuras que le subían bajo la piel.

Cerró los ojos por un momento, respirando hondo, para alejar la rabia combinada del leopardo y el hombre. Esperó hasta que estuvo completamente bajo control.

– Sabes que le mataré.

Ella se hundió en la bañera caliente, temblando, la sangre volvió lentamente rosa el agua.

– Eso es lo que desea. Cojamos a los niños y salgamos.

– No vienes con nosotros, Isabeau. Es demasiado peligroso y no estás en forma. Mañana no podrás moverte.

La mirada de ella saltó a su cara.

– No vas a dejarme sola. No otra vez. Y seré incluso una ventaja más para el equipo. Imelda y su equipo pensarán que Elijah me ha hecho esto y estarán contentos de que él sea como ellos. Será la única cosa que le hará bajar la guardia lo suficiente para darnos una pequeña ventaja en su territorio. Además, soy la única con la que su abuelo habló sobre jardines. Me dijo que tenía uno. Está fuera. Él esperará que salga con él y lo vea. Mi gata puede oler igual que el tuyo. Les encontraré mientras Elijah y Marcos hablan de alianzas y tú pareces malvado.

El orgullo explotó en él junto al deseo de llorar. Isabeau estaba derribada pero no hundida. Ottila la había sacudido, pero ella nunca había perdido de vista lo que era o quién era. Esperaba que se pudiera mover por la mañana, pero lo dudaba. Al verla temblar, trató de no llorar mientras le limpiaba las heridas y las trataba, sabía que Ottila era hombre muerto.

Un hombre capaz de hacer tal daño a una mujer para demostrar algo, vendría a por ellos una y otra vez. Nunca acabaría hasta que fuera detenido de forma permanente. No tenía objeto indicarle este hecho a Isabeau. Estaba demasiado atemorizada del hombre, pero Conner no.

Capítulo 19

– ¿Estás seguro de que Isabeau puede manejar esto? -preguntó Leonardo a Conner mientras conducía por el estrecho camino en el borde de la selva tropical. Estudió los rasgos serios de Conner a la débil luz que entraba por las ventanillas tintadas.

El extenso complejo de Imelda Cortez se extendía al final de un camino muy largo y expuesto que se retorcía de aquí para allá montaña arriba y terminaba en su propiedad. La selva tropical la rodeaba por tres lados. El equipo ya había recorrido sus rutas una y otra vez y la más prometedora era la que estaba en la punta del extremo sur de la propiedad. Si podían llevar a los niños a ese lado del complejo, el bosque estaba reclamando prácticamente las vallas.

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