Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– Su casa es grande, señor Cortez -observó-. Este patio es tan espacioso. Y los olores son deliciosos. -Se apretó una mano contra el estómago-. Acabo de comer hace poco pero me siento hambrienta de nuevo.

– Tenemos a un chef maravilloso -dijo Alberto-. Como puedes ver, su cocina es bastante grande. El jardín está justo al otro lado, así que todo el tiempo que estamos trabajando, el estómago de Harry gruñe. Y llámame Alberto.

– ¿De verdad, Harry? -preguntó Isabeau. Ante su asentimiento se rió-. Entonces yo no me sentiré tan mal.

Quería permanecer a la vista de la cocina y estuvo contenta cuando rodearon una esquina y vieron el jardín. Abrió la boca de par en par. Según la tradición de jardines ingleses en las propiedades grandes con castillos, las colinas eran verdes y los arbustos formaban un laberinto. Los árboles punteaban las cuestas, las ramas se retorcían en formas serpenteantes donde las orquídeas se desparramaban por los troncos y se alzaban con cada color concebible.

Alberto rió con placer ante su reacción.

– He tenido años para trabajar en esto.

– Es encantador. Más que encantador. Increíble, Alberto. -Ella se olvidó de su cuerpo dolorido y dio unos pocos pasos por el sendero obviamente instalado para la silla de ruedas, moviéndose un poco demasiado rápidamente y teniendo que jadear y envolver los brazos sobre su estómago. Mientras lo hacía, se giró lejos de los otros, esperando que no vieran su respingo. Se sentía un poco enferma y el dolor apuñalaba su lado izquierdo. Lo peor había sido cuando alargó la zancada, sintió la protesta en la ingle donde las heridas rozaban la tela.

Tragando con fuerza, miró hacia la casa. Una criada salió de la cocina con un bandeja cubierta, una bandeja grande. Isabeau se volvió hacia Alberto, dio un paso y dio un pequeño salto, como si tuviera una piedra en el zapato. Instantáneamente, Conner estuvo allí, permitiendo que utilizara su cuerpo para sostenerse mientras se quitaba el zapato.

– Creo que está llevando comida a los niños -murmuró en voz baja y luego en voz alta-, gracias.

Se apartó sin mirarle para agacharse al lado de lo que ascendía como un campo de pájaros del paraíso.

– Alberto, esto es asombroso. Nunca he visto tanto junto como aquí. -Era importante mantenerlos lejos de donde Conner pudiera seguir el progreso de la mujer con la bandeja.

Harry rodó la silla de Alberto de vuelta a ella mientras Conner se alejaba, a una mejor posición para vigilar mejor los alrededores, supuestamente en busca de cualquier amenaza, en realidad, para seguir el progreso de la criada.

– Esta es la mejor tierra -contestó Alberto, inclinándose para sacar parte de la rica tierra con la palma-. Justo detrás de la cocina, tengo una paterre entero dedicado a hierbas, así que el chef siempre tiene hierbas frescas. Tenemos un jardín de verduras ahí mismo, dentro de ese edificio. No puedo hacer crecer verduras muy exitosamente al aire libre a causa de los insectos. Se comen todo antes de que tengamos una oportunidad de cosechar, así que construimos un invernadero.

Isabeau miró en la dirección que señalaba para ver a la criada con la bandeja a través de las paredes de cristal desapareciendo en una selva de follaje verde. El corazón le saltó.

– Ese es un invernadero enorme. ¿Es hidropónico o utiliza camas de tierra? -Puso interés en su voz de forma sencilla. O la criada tomaba un atajo por el invernadero para llegar a los niños o estaban en ese edificio enorme.

– Camas de tierra. Estoy pasado de moda. La alegría para mí está en trabajar con las manos -explicó Alberto-. Dudo que consiga la misma satisfacción con cualquier otra manera de crecimiento de plantas. -Se enderezó y se limpió las manos, antes de girarlas una y otra vez para que ella las viera-. He trabajado con la tierra toda mi vida.

– Entonces no pudo fallar en advertir los insectos en el jardín de Sobre -dijo Isabeau-. Sabía que enterraba cuerpos allí. -Se quitó las gafas oscuras y le miró fijamente-. Sabía que yo reconocería los signos.

Él tuvo la gracia de parecer avergonzado.

– Perdón, querida. Tu conocimiento de las plantas y la tierra era una ventaja. Nunca debería haberte puesto en tal posición. No conté con ponerte en peligro. Pensé que chillarías y los invitados irían a todo correr. El oscuro secreto de Philip sería revelado y pondría fin a las matanzas de una vez para siempre.

– Por eso quiso que explorara sola. No quiso que pareciese que usted me guiaba hacia los cuerpos.

Él sacudió la cabeza.

– No, eso no lo haría en absoluto.

Ella dio unos pocos pasos hacia el invernadero, tratando de dirigirlos en esa dirección. Eso permitiría que Conner tuviera una excusa para acercarse y ver dentro del edificio, aunque las plantas habían crecido tanto que era difícil.

– ¿Tuvo su nieta algo que ver con esos cuerpos?

– ¿Imelda? -Alberto pareció sorprendido-. Por supuesto que no. ¿Cómo podrías pensar tal cosa?

Ella inhaló. Su gata gruñó y el corazón se le hundió. Mentía. Parecía tan inocente allí sentado en la silla, pero le estaba mintiendo. Respiró, lo dejó salir y lo intentó otra vez.

– ¿Usted entonces? -Esta vez puso una pequeña incredulidad en su voz-. ¿Tuvo usted algo que ver con esos cuerpos?

La mano del anciano revoloteó contra el corazón. Jadeó. Resolló. Harry se agachó solícitamente, pero Alberto valerosamente lo hizo gestos para que se alejara.

– ¿Yo? ¿Cómo podría hacer tal cosa? No, Isabeau, ciertamente no fui yo. Philip Sobre necesitaba ser detenido y tú lograste hacerlo al contárselo a tu familia.

Él estaba mintiendo sobre los cuerpos. No sólo había sabido de ellos, sino que algunos le pertenecían. Ella podía oír su propio corazón palpitando en el pecho, la sangre rugiendo en sus oídos. Este hermoso jardín, probablemente, acogía muchos cuerpos también. Adán le había contado una vez que los que trabajaban para Imelda raramente o mejor jamás, abandonaban el complejo. Había querido decir eso literalmente. Una vez sirviente para la familia de Cortez, vivías tu vida aquí. Y morías aquí. El dinero ganado podía ser enviado a la familia, la cual era la razón por lo que muchos lo hacían, pero sus familias nunca les veían otra vez.

– ¿Por qué quiso que yo encontrara los cuerpos en vez de contarle a la policía sus sospechas? -preguntó Isabeau-. Quizás podría haberle detenido antes.

Alberto sacudió la cabeza, la imagen de la pena y la culpa.

– No podía. No podía correr el riesgo de que nuestro apellido se involucrara de alguna manera. Tú lo comprendes con tu familia.

Ella le frunció el entrecejo.

– Fue bastante feo hacer esa clase de descubrimiento.

– Lo sé. Estoy sinceramente arrepentido.

Si ella no hubiera sido leopardo, le habría creído. Era uno de los mejores actores con los que se había topado nunca. Representaba sus líneas con absoluta sinceridad y parecía tan triste y culpable que tuvo el impulso de tranquilizarle aunque supiera que mentía. Suspiró.

– ¿Qué más puedo hacer excepto perdonarle? Por lo menos, él ha sido descubierto, aunque qué manera tan horrible de morir.

– Pensando en todas esas jóvenes y sus familias -dijo Alberto-, no puedo decir que esté sorprendido. Y todos las veces que salió con Imelda… -Se estremeció-. Podría haberle sucedido a ella.

Isabeau se encontró con que no podía hablar, así que simplemente asintió, tratando de parecer comprensiva. De repente, se dio cuenta de porqué el anciano se había tomado tal interés en ella. Era su ventaja, su rehén. Había sido un rehén en la fiesta y lo era ahora. No habían sido capaces de evitar que Elijah enviara un guardaespaldas con ella esta vez, pero ella era, de hecho, la prisionera de Cortez. La podrían matar en cualquier momento si Elijah o Marcos hacían un movimiento hostil.

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