Alberto le tocó la mano distraídamente.
– No tendrá inconveniente en que le muestre a Isabeau el jardín, ¿verdad? Había esperado presumir para ella.
Hubo un pequeño silencio mientras Elijah claramente se debatía.
– Oh, por amor del cielo. Nos los quitaremos de encima mientras hablamos de negocios. ¡Nadia! Trae bebidas inmediatamente -gritó Imelda a una joven criada.
Elijah se negó a ser empujado.
– Le permití ir con su abuelo y fue acosada por uno de sus hombres de seguridad. Un asunto al que me gustaría mucho dirigirme antes de que vayamos más allá. Dejé bastante claro que ella estaba protegida y prohibida. -Había un frío en su voz, hielo en sus ojos-. Desearía ver a ese hombre.
Imelda apretó la boca. Claramente, no le gustaba ser frustrada en lo más mínimo.
– He oído de mi abuelo lo que ocurrió, pero Harry estaba allí con su pistola para asegurarse de que estuviera a salvo. -Había una insinuación de impaciencia en su tono y dio golpecitos con el pie, unas arrugas le fruncieron la frente y la boca-. Nunca estuvo en peligro.
– ¿Los cuerpos enterrados allí?
– Claramente de Philip Sobre. Mi hombre de seguridad no tuvo nada que ver con los cuerpos. A menos que impliques que mi abuelo tenía su propio complot de enterramiento allí. -Ella se rió alegremente como si hubiera hecho un chiste maravilloso-. Muy triste lo de Philip, ¿no crees? La policía está interrogando a todos, pero piensan que fue el padre de una de las que atrapó. Los invitados le vieron el resto de la tarde e incluso después de que me fuera. Cerró su casa después de que terminara la fiesta y creen que su asesino se ocultaba dentro.
– Qué terrible -murmuró Marcos con aprobación-. Aunque si mató a los jóvenes y a las mujeres encontrados en su jardín, apenas puedo culpar al padre.
Isabeau tembló y Alberto le tocó la mano otra vez.
Elijah frunció el entrecejo.
– Aún así, Imelda, sería un gesto de buena fe permitirme tener una palabra con su hombre de seguridad.
Imelda frunció el ceño.
– Se ha ido.
La ceja de Elijah se disparó arriba.
– ¿Ido? -Sonó escéptico.
– Amenazó con matar a mi abuelo -dijo Imelda, su cara reveló su verdadera personalidad. Toda huella de belleza se había ido, dejando una máscara de malevolencia retorcida-. ¿Creíste que se quedaría por aquí para ver lo que le haría? Tengo una cierta reputación de proteger lo que es mío. El hombre trabajaba para mí y me traicionó por una… – Se mordió el insulto
Dos manchas de color aparecieron en lo alto de las mejillas de Isabeau, pero no levantó la cabeza. Elijah, sin embargo, dio un paso amenazador hacia Imelda. Instantáneamente Rio y Felipe se movieron con él, enfrentándose a los guardias de seguridad de Imelda.
Alberto rodó su silla entre su nieta y Elijah.
– Imelda no tenía intención de insultar a su familia, Elijah, ni a cualquiera que le importe. Está muy turbada porque un hombre en el que confiábamos traicionó a nuestra familia. Ella le dio su palabra de que su mujer estaría a salvo conmigo y ambos lo creímos. Zorba no sólo nos traicionó, sino que parece que mató a su socio también. Me disculpo en nombre de nuestra familia y le aseguro que todo lo que pueda ser hecho para encontrar a ese hombre y llevarlo hasta la justicia está siendo hecho por mi nieta.
Por primera vez, Imelda envió una pequeña sonrisa hacia su abuelo.
– Él siempre me recuerda mis modales. Viviendo como lo hago, dirigiendo un negocio tan grande, tiendo a perder las pequeñas cortesías que cuentan. Lo siento, Elijah. -Inclinó la cabeza como una princesa.
Elijah permitió que se le escapara una pequeña sonrisa, inclinándose ligeramente de una manera cortés.
– Tengo el mismo problema, pero ningún abuelo que me lo recuerde.
– Por favor, sentaos y poneos cómodos. Vuestros hombres pueden relajarse un poco. – Imelda hizo gestos hacia las sillas más cómodas.
Conner, Felipe, Rio y Leonardo se abrieron, cubriendo las entradas, estacionándose a sí mismos donde tuvieran una buena vista de cada dirección por las ventanas.
– Mis hombres son los mejores -dijo Marcos-. Me gusta usar a la familia, hombres que sé que son leales a mí y a lo mío. Hombres con un interés en mi éxito.
Imelda se hundió en una silla, su mirada ávida sobre la cara de Conner, devorándole con los ojos.
– Deberías considerarte muy afortunado, Marcos. Desafortunadamente, yo no tengo familia aparte de mi abuelo. -Recogió un abanico de marfil y comenzó a abanicarse coquetamente, utilizando una frívola desidia que era puramente fingida para beneficio de Conner. Llevaba una falda y una blusa que mostraban su figura y cuando cruzó las piernas, permitía que los muslos asomaran para su mejor ventaja.
– Ven, querida -dijo Alberto-. Con permiso de Elijah, nosotros saldremos al jardín. Trae tu bebida contigo. -Giró la cabeza-. Harry.
El hombre entró a zancadas, disparándole a Isabeau una amplia sonrisa.
– Él va a llevarla a su pequeño paraíso, ¿verdad? Prepárese para oír una disertación sobre cada planta.
– ¿Elijah? -Isabeau se giró hacia él.
Elijah dio golpecitos en la silla con el dedo y luego miró a Conner, indicándole que la siguiera al jardín antes de asentir dando permiso. Imelda pareció instantáneamente consternada, mientras una sonrisa ancha y agradecida curvaba la boca de Isabeau. Elijah se encogió de hombros.
– Ninguno de nosotros se distraerá mientras hablamos. Siempre encuentro que cuando tengo la atención completa de alguien, no hay errores.
Imelda cerró el abanico de golpe y lo colocó con cuidado sobre la mesa. Los ojos eran fríos y ensombrecidos.
– Tienes definitivamente mi atención, Elijah.
Isabeau tembló ante el sonido de la voz de Imelda. Había una amenaza clara, como si la delgada capa de cortesía de la mujer se hubiera por fin gastado. Isabeau tuvo que caminar lentamente y agradeció que Harry empujara la silla de ruedas sin prisas. Conner los siguió a una distancia cortés, sin mirarles, muy intimidante en su modo guardaespaldas. Los hombros parecían anchos, las gafas oscuras y el alambre en la oreja sensible. Estaba claro que iba armado y los otros guardias le miraron con inquietud. Harry le ignoró.
– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Alberto, su voz baja, un cuchicheo de conspiración-. ¿Necesitas un médico?
Isabeau miró alrededor, miró a Conner como si juzgara la distancia. Él era leopardo. Podía oír un cuchicheo sin ningún problema. La sacudida de la cabeza de Isabeau fue apenas perceptible.
– He visto un médico. -Deliberadamente se estiró en lo que sólo podría ser considerado como un gesto nervioso para apartarse la pesada caída de pelo. La acción levantó su corta camisa lo justo para revelar los moratones de la piel. Un vistazo, sólo, antes de bajar las manos, pareciendo ignorante de que había confirmado las sospechas de Alberto. El jadeo de él fue en voz alta y apresuradamente amortiguado.
Ella comenzaba a pensar que la paliza de Ottila se había vuelto un accesorio útil. Levantó la mirada para ver cómo Alberto intercambiaba una mirada rápida con Harry, quien frunció el entrecejo. Ella todavía no sabía qué pensar de Alberto Cortez, pero su hijo y la nieta eran asesinos despiadados que disfrutaban del dolor de otros. Tenían que haber conseguido ese legado de algún lugar. Hasta ahora, no podía imaginar que tales rasgos fueron posibles en el anciano maravilloso que le contaba historias y que era infaliblemente cortés, pero no iba a correr riegos.
Harry acortó por un patio que contenía hermosos parterres de flores de brillantes colores. Las orquídeas se enroscaban alrededor de cada tronco de árbol y alrededor de las piedras de los senderos que serpenteaban entre el verde césped. Los bancos estaban dispersos en puntos estratégicos, sombreados por el espeso follaje de arriba. Isabeau abrió los ojos de par en par y miró por todas partes, mirando más allá de las plantas para tratar de encontrar dependencias suficientemente grandes para albergar a un grupo de niños. Necesitarían sitio suficiente para permitir que los niños jugaran a algo, o para comer por lo menos.
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