Entraron en dos vehículos. Marcos, Conner y Leonardo estaban en el primero. Elijah e Isabeau con Rio y Felipe llegaban en el segundo. Los otros se habían quedado conmocionados cuando vieron Isabeau. La cara estaba sin tocar, la piel perfecta pero pálida. Se movía como una mujer mucha más vieja, incapaz de enderezarse, obviamente dolorida. Se había tomado un analgésico, pero no parecía ayudar mucho.
– Si Isabeau dice que puede hacer esto, entonces puede -dijo Conner, lacónico. No había podido disuadirla, ni siquiera cuando ella se revolcó, apretándose el estómago cuando tuvo arcadas, protestando contra la severa paliza. No sabía si era su temor por el regreso de Ottila o su determinación de terminar la misión lo que la hizo poner en pie, pero de algún modo había logrado vestirse y prepararse para el viaje a casa de Imelda.
Las armas estaban escondidas en dos ubicaciones secretas en el interior de la selva tropical. Sin los leopardos renegados protegiendo el complejo de Imelda, había sido bastante fácil colocar las reservas sin que les detectaran. Tenían más ocultas en los dos vehículos, ocultas de la vista para que no pareciera que iban a la guerra.
Las puertas asomaron ante ellos, herrajes pesados diseñados para mantener fuera a cualquiera o mantener a alguien preso detrás de la valla de dos metros y medio que rodeaba los terrenos circundantes. Guardias con perros patrullaban la valla y varios más protegían las puertas con armas automáticas. Conner estaba seguro que Imelda deseaba una exposición de fuerza para sus visitantes. Mantuvo las gafas oscuras en su lugar y pasó la mayor parte del tiempo pareciendo indiferente mientras estudiaba la disposición del complejo y la cercana proximidad del bosque.
Si él hubiera sido el jefe de la fuerza de seguridad, la primera cosa que habría hecho habría sido retroceder el bosque. La valla misma era una pesadilla de seguridad. Imelda quería que la parte superior fuera plana y lo bastante ancha para que los guardias la utilizaran, pero debería haberla construido para que nadie pudiera trepar por ella. Parte de las ramas más bajas tocaban realmente la valla. Las ramas a menudo eran utilizadas como una carretera por los animales y tanto Suma como Ottila habrían sabido eso. Realmente, no les había importado mucho su trabajo o quizá se habían vuelto perezosos ya que nadie desafiaba jamás el dominio de Imelda en la frontera de Panamá-Colombia.
Miró brevemente a Isabeau cuando fue ayudada a bajar del coche por un Elijah solícito. Le pasó el brazo alrededor, atrayéndola bajo su hombro, ignorando su respingo con cada paso que daba. Todavía andaba con cautela, un poco agachada, pero de pie, los ojos aparentemente abatidos, la imagen de una mujer bajo el control completo de un hombre. Elijah parecía satisfecho e incluso arrogante, su mirada barriendo descaradamente la propiedad como si la comparara con la suya.
Imelda salió a saludarlos, estrechando las manos de Marcos y Elijah. Conner vio su mirada descansar pensativamente unos momentos sobre Isabeau. Se quitó las gafas de sol y sonrió.
– ¿Cómo estás… Isabeau, verdad?
Isabeau interpretó su papel perfectamente, mirando nerviosamente a Elijah como si pidiera permiso para hablar. La fría mirada de él le recorrió la cara y asintió apenas, el gesto casi imperceptible, pero suficiente para que Imelda lo captara.
– Bien, gracias -entonó Isabeau, su voz apenas audible.
– Estoy tan contenta de que hayas venido con tu… primo. -Deliberadamente Imelda unió su brazo al de Isabeau y la columpió hacia la casa, gritando por encima del hombro-. Entrad. Estoy tan complacida de tener invitados.
Conner sabía que no pasaría por alto la sensación del respingo de Isabeau, ella impuso deliberadamente un ritmo vigoroso para forzar a Isabeau a mantener su ritmo. Disfrutaba no sólo de la humillación de Isabeau, sino también de su dolor. Sus entrañas se retorcieron cuando Imelda le envió una mirada ardiente que prometía toda clase de cosas que él no deseaba. Podía ver los dedos de Imelda tocar a Isabeau y quiso arrancar a su mujer de la mujer que era tan deliberadamente cruel. El se dio cuenta de que no deseaba que Isabeau trabajara con él en este negocio, viendo lo peor de las personas. La quería en algún lugar seguro donde ella siempre mantendría su fe en la humanidad.
Fue detrás de Marcos, tomando nota de la posición de cada guardia y cada estructura. Había un depósito de agua grande con una escalera de madera estrecha. Se figuró que era más una conveniencia para que un francotirador viera todo que por necesidad. Allí parecía haber otra cisterna, cerca de una sala de bombas. Los guardias se movían sobre tres lugares en la pared, en pequeños cubículos construidos encima. Había varios de ésos donde un soldado que fuera un buen tirador dominaría el bosque a su alrededor, además tenía una buena protección.
Entró en la casa. Era larga, baja y fresca, construida como una mansión española. La galería envolvía el frente y dos lados, sombreada por un techo sostenido por columnas gruesas. Dentro del cuarto había muebles cómodos y anchos espacios que, se dio cuenta, eran para acomodar una silla de ruedas. Imelda no parecía el tipo de mujer que acomodara a alguien, menos que todos a su viejo abuelo, pero Conner podía sentir la influencia del hombre en la casa. Había grandes bancos de ventanas soleadas, aunque las barras cubrieran cada una de ellas. Las plantas crecían altas y tupidas dentro así como fuera. Podía ver que las plantas no sólo eran hermosas, sino que de alguna manera serían funcionales en una batalla. Eran lo bastante grandes para hacer de pantalla en las ventanas y proporcionar cobertura para los del interior. También proporcionarían combustible para un fuego.
El hombre mayor estaba sentado esperando con una sonrisa de bienvenida en la cara. Se desvaneció lentamente cuando vio a Isabeau caminar hacia él.
La cara de ella se iluminó inmediatamente cuando le vio.
– Señor Cortez. Cuán maravilloso verle otra vez.
Alberto Cortez le extendió ambas manos, forzando a Imelda a dejar caer el brazo. Isabeau le tomó las manos y se inclinó para besarle ambas mejillas.
– Estoy tan contento de que se nos una, querida. Había esperado que viniera.
– No quería perderme su jardín. Las plantas aquí dentro son magníficas.
Imelda soltó un largo y molesto suspiro.
– Abuelo. Tenemos otros invitados. -Envió una pequeña sonrisa llena de disculpas a los hombres por encima del hombro.
El anciano sonrió al grupo de hombres.
– Perdónenme -dijo-. Isabeau es una mujer encantadora. Bienvenidos a nuestra casa.
Imelda puso los ojos en blanco pero se abstuvo de lanzar otra reprimenda cuando tanto Marcos como Elijah saludaron a su abuelo.
– Es bueno verle otra vez, señor -dijo Elijah-. Isabeau es verdaderamente una mujer encantadora.
– Confío en que la mantienes bajo control -dijo Marcos.
Elijah pasó su mirada deliberadamente sobre Isabeau.
– Se las arregló para marcharse a la selva tropical, lejos de nuestra casa, pero la he recobrado.
Como un movimiento de ajedrez, tuvo que admitir Conner, la sencilla declaración de Elijah fue brillante. Con esa sola oración se las arregló para implicar que era lo bastante despiadado para controlar a su familia con mano de hierro y recobrar a cualquier descarriado que lograra escabullirse. Dado que su hermana había desaparecido algún tiempo antes, pero había sido recuperada, Imelda asumiría que Elijah era muy parecido a ella, un dictador cruel y posesivo que aplastaba la rebelión inmediatamente.
Isabeau interpretó su parte a la perfección, moviéndose realmente un poco hacia Alberto, casi en busca de protección, los ojos abatidos, evitando la mirada dominadora de Elijah.
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