– ¿Qué estás haciendo? -Isabeau se agarró a su camisa con ambos puños y se sujetó mientras él caminaba a través del terreno desigual.
– Demostrando mi virilidad, amor. Ciertamente no quiero que tú o la manada de mujeres, creáis que no puedo hacer el trabajo.
– Nadie te está emplazando, loco hombre leopardo, a eso se le llama provocar.
– Un concepto totalmente extraño para mí -dijo y abrió la puerta del granero-. Demostrar la virilidad es algo que comprendo.
Ella se reía con tanta fuerza que apenas podía sostenerse.
– Bájame, cavernícola.
– Soy el gobernante del bosque y he capturado a mi compañera.
Rio dio un paso delante de él, con Doc a su lado.
– Puedes bajar a tu pequeña cautiva aquí, Tarzán y retroceder.
Conner se dio la vuelta hacia Felipe y Marcos que entraron por su izquierda. Felipe sacudió la cabeza y chasqueó los dedos.
– Dame a la chica, hombre mono.
Conner gruñó una advertencia y giró a la derecha, sólo para ser bloqueado por Leonardo y el marido de Ruth Ann Gobel, Dan.
Leonardo levantó la mano.
– No lo creo, no en tu día de la boda. Devuélvenos a nuestra hermana.
Conner giró en círculos, Isabeau reía incontrolablemente mientras eran rodeados por los hombres. La mayoría tenía sesenta o setenta años, pero parecían severos e inflexibles.
– Entrégala -ordenó Doc.
Conner puso de mala gana a Isabeau sobre los pies, sosteniendo su cuerpo delante de él, el brazo curvado alrededor de la cintura.
– No comprendéis -dijo cuando la muchedumbre se apretó más cerca-. Las mujeres desafiaron mi virilidad. No tenía elección.
Rio torció el dedo hacia Isabeau.
– Ven aquí, hermanita.
Isabeau no podía mantener la cara seria. Rio logró parecer aterrador, pero sus ojos se reían como hacían los de la mayor parte de los hombres más ancianos. Leonardo y Felipe simplemente se reían disimuladamente. Deslizó una mano detrás de la espalda y continuó masajeándole lentamente la gruesa erección, mientras fingía todo el tiempo luchar contra el brazo de Conner.
– No me dejará ir.
– Voy a tener que llevarle detrás del granero y enseñarle algunos modales -declaró Doc-. Deja ir a la chica.
– No va a suceder, Doc -dijo Conner, sosteniéndola contra él. Los dedos de Isabeau eran pura magia. Había olvidado divertirse. Quizá todos ellos. Abel y Mary les recordaban qué la vida era todo eso, compartida con la familia y amigos. Risa y esperanza. Amor. Y amaba a Isabeau Chandler con toda su alma.
– Él es demasiado fuerte, Rio -declaró Isabeau y luego levantó el brazo hacia atrás para engancharlo en torno al cuello de Conner y atraer su cabeza hacia abajo.
Los labios fueron terciopelo suave, firmes y demasiados tentadores para resistirse. La boca era caliente, la lengua se enredó sensualmente con la de él. Por un momento, él se olvidó de la audiencia y del juego tonto y se perdió en la maravilla del beso. Saboreó amor y fue la especia más adictiva que había.
– ¡Oye! -dijo Rio-. Hermanita, creo que eres peor que él. Suéltala, Conner o te llevaremos detrás del granero para darte una pequeña lección de respeto.
– En realidad -replicó Conner, sin insinuación de remordimiento-, estoy siendo respetuoso. Trato de evitar que vosotros y vuestras mujeres veáis vuestros defectos. Si no mantengo a Isabeau aquí, podríamos tener un motín en las manos.
Ella se dio la vuelta y le empujó para alejarle con ambas manos sobre el pecho, el color le inundaba la cara.
– Eres terrible.
Marchó hacia Rio, la nariz en alto.
El doctor interceptó su camino, agarrándola del brazo.
– Señorita, creo que debes venir conmigo. Es obvio que debo ponerte bajo custodia preventiva.
Ella giró la cabeza para mirar a los hombres rodear a Conner. Se reían mientras avanzaban de modo amenazador. Tenía la sensación de que el desposado estaba a punto de ser sujeto de algún antiguo ritual. Volvió a la casa con Doc. Las mujeres estaban reunidas en el porche, mirando las bufonadas de los hombres, riéndose juntas.
Mary chasqueó un paño de cocina hacia ella.
– Chica traviesa. -La diversión chispeaba en sus ojos-. Firma los documentos para Abel y déjale completar tus certificados de salud, te hemos preparado un baño agradable. Claudia te peinará. Es una peluquera maravillosa. El pelo del leopardo crece espeso y rápido y el tuyo tiene rizos. Podrá ponerlo de forma hermosa.
– He traído joyas -dijo otra mujer-. Soy Monica, diseñadora de joyas. Tan pronto como Mary me llamó y dijo que eras la nuera de Marisa, supe que había encontrado a la persona perfecta para mis diseños más especiales. Han estado ahí. Nunca los he mostrado. Sabía que eran para una ocasión importante. Es mi regalo para ti en el día de tu boda.
Levantó una caja. Diamantes champán chispearon en un remolino de centelleantes diamantes blancos que caían en lágrimas desde una cadena de oro blanco. Los pendientes eran pequeñas lágrimas que hacían juego con el collar. Eran las joyas más hermosas que Isabeau había visto jamás. Retrocedió, sacudiendo la cabeza.
– No puedo aceptar esto.
Monica le sonrió.
– Tengo ochenta y dos, Isabeau. No tengo hijos y este es mi trabajo. Estoy agradecida por la oportunidad de dárselo a alguien que lo atesorará.
Isabeau sintió lágrimas que la ahogaban. La bondad de estas personas, la completa generosidad era asombrosa. Dejó salir el aliento, luchando por no llorar.
– Entonces, gracias. Nunca me olvidaré de ninguna de vosotras. Me hacéis sentir como si realmente tuviera familia.
Las mujeres se sonrieron unas a otras y la acomodaron en la casa, fuera de la vista de Conner.
Conner estaba nervioso. No había previsto estar nervioso. También estaba emocionado y había esperado eso, pero de repente, estar delante del juez con una audiencia mucho más grande de la que había esperado era un poco desconcertante. Rio seguía sonriéndole y encontró que era mejor no mirar a Leonardo ni a Felipe. Incluso Elijah le había disparado una rápida sonrisa antes de irse a patrullar. Se pasó el dedo en torno al cuello y se ajustó la corbata una vez más. Había que admitir que esta había sido su idea, así que no podía huir.
Quería casarse con Isabeau. No era eso lo que le ponía nervioso. ¿Pero que si había cambiado de opinión? No debería haberla empujado con tanta fuerza. Era joven. Casi diez años más joven que él y había estado protegida. ¿Qué había hecho él? Entrar en su vida, exponer a su padre, revelar que había sido adoptada y entonces la había arrastrado a una situación muy peligrosa. Respiró y se pasó las palmas sudorosas por los muslos. Bien, ella había sido la que había buscado al equipo para el trabajo presente, pero verdaderamente, si él hubiera averiguado lo de su hermano, habría ido de todos modos y podría haber, debería haberla protegido más…
La música comenzó. Los murmullos subieron de volumen y giró la cabeza. El corazón le dejó de latir. El aliento se le quedó atascado en los pulmones. Isabeau estaba de pie enmarcada por la puerta, la mano enguantada metida en el hueco del codo de Doc. Llevaba un vestido largo hasta el suelo que acentuaba las curvas de su cuerpo a la perfección. Los diamantes chispeaban en la garganta y en las orejas. Parecía etérea, una princesa de algún cuento de hadas. Parecía tan hermosa que los ojos le ardieron y la garganta se sintió en carne viva. El corazón logró arrancar otra vez, golpeando con fuerza esta vez en el pecho. Un rugido comenzó en su cabeza y los músculos se le anudaron en el estómago. El cabello salvaje de Isabeau parecía elegante, y aunque mantenía su apariencia indomada, se añadía al latido en su ingle.
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