Muy lentamente, casi conteniendo la respiración, se giró para mirar a Mary. Se sentía mágica, hermosa, extraordinaria y aún no se había visto a sí misma. Los ojos de Mary se volvieron más brillantes cuando parpadeó contra las lágrimas.
– Oh, querida, gracias por este momento. Estás impresionante. Sabía que me sentiría como si tuviera una hija y lo hago. Mírate en el espejo.
El espejo de cuerpo entero estaba en un soporte de madera. Mary lo giró lentamente hasta que el reflejo de Isabeau la miró fijamente. Ella jadeó y se cubrió la boca con ambas manos.
– ¿Soy realmente yo?
Mary le pasó una mano por el pelo.
– Eres tan hermosa. Creo que tu hombre estará muy feliz de haber deseado una verdadera ceremonia de boda para ti.
Los dedos de Isabeau arrugaron el vestido.
– No le cuentes nada de esto. -El vestido la hacía sentirse más que romántica y hermosa, se sentía sexy. Realmente atractiva. Una tentadora salvaje. Quizá Ruth Ann Gobel había tejido un hechizo del modo en que algunos de los periódicos declaraban cuando hablaban de su trabajo. Las mujeres se sentían diferentes con sus diseños. Isabeau ciertamente lo hacía.
– ¡Oh Mary! -Otra voz sonó desde la puerta, e Isabeau se dio la vuelta para ver a otra mujer. Parecía un poco más gastada que Mary, era un poco más pesada, pero los ojos eran amables y en este momento miraba fijamente a Isabeau prestando mucha atención-. Entonces esta es nuestra pequeña novia. ¿Isabeau Chandler? Soy Ruth Ann Gobel. Mary me dice que puedes necesitar algunas modificaciones, pero no puede decir dónde. Déjame mirar.
Durante las siguientes dos horas, Isabeau fue girada, pinchada, aguijoneada, le lavaron el pelo y se lo rediseñaron en preparación para algunos «arreglos» que Mary y Ruth sentían que eran necesarios para completar el look. Las dos decoraron el bizcocho con sorprendentes florituras y otras mujeres comenzaron a llegar con fuentes de alimento.
– Sal al porche de atrás y toma el té con tu hombre. Hemos sacado fruta, galletas y queso, deberías comer algo -dijo Mary-. Tienes un par de horas para descansar antes de que todos comiencen a llegar.
Isabeau echó una mirada a todas las mujeres de la cocina.
– ¿Hay más?
– Viene todo el valle, querida -contestó Mary con una dulce sonrisa-. Una oportunidad para una celebración, sabes. Todos estamos al otro lado de la sesentena y podemos utilizar algo divertido como esto. Nadie se lo perderá.
Isabeau sacudió la cabeza. Conner no tenía la menor idea de que les tendría a todos ellos metidos en esto con su repentina idea del matrimonio. Ella misma se sentía un poco mareada, la conversación se arremolinó en torno a ella hasta que las palabras se juntaron y sólo hubo un rugido de necesidad en su cabeza. La necesidad de Conner. Necesidad de libertad. Necesidad de dejar salir a su leopardo.
Se pasó las uñas levemente sobre el brazo. Por lo menos durante un ratito las otras mujeres habían logrado ahogar las necesidades de su leopardo, pero después de un rato, la proximidad de tantas hembras, aunque no fueran amenaza para su compañero, hacía que su gata estuviera malhumorada. Isabeau suspiró y vagó al porche de atrás, parándose bruscamente cuando vio a Conner sentado en una mesa con Rio. Una tela larga y alegre en blanco y rojo colgaba hasta el suelo en torno a la mesa circular y una vela apagada adornaba el centro, junto con platos de fresas y frambuesas mezcladas con queso y galletas, una jarra de limonada y otra de té helado. Las señoras ya habían estado aquí.
Estudió a Conner con los ojos entreabiertos, la anchura de los hombros, los músculos pesados del pecho y brazos, la mandíbula firme y la nariz recta, las cuatro cicatrices que sólo le hacían parecer más duro. Todo su cuerpo reaccionó ante la vista de él y algo enteramente travieso y muy sexy la atrapó. Se movió detrás de Conner y se inclinó deliberadamente sobre su hombro, permitiendo que los doloridos senos empujaran contra su cuerpo. Inmediatamente los pezones hormiguearon con excitación. La cabeza estaba contra la de él, la boca cerca de la oreja. Respiró aire tibio en un lado del cuello y apretó los labios contra la oreja.
– Ojalá estuviéramos solos.
Ella sintió la reacción, la pequeña onda de conocimiento que le bajó deslizándose por la espina dorsal, el aumento leve de su temperatura. Sonrió con satisfacción y se hundió en la silla, lo bastante cerca de la de él, empujándose cerca de la mesa para que la tela cayera hacia abajo. Si ella tenía que sufrir, también podría sufrir él.
Tomó una fresa del tazón y mordió la punta, dejando que el zumo brillara en los labios mientras mantenía la mirada fija sobre Conner. Él cambió de postura, aliviando la estrechez de los vaqueros y ella casi ronroneó. Su mirada voló a Rio.
– Me estaba preguntado, aunque hemos repasado todas las contingencias, ideando todo lo que podría fallar… -Se pasó la lengua sobre los labios para atrapar el zumo de fresas-. ¿Recuerdas cuándo Jeremiah dijo que Suma iba a su aldea en Costa Rica y hablaba con los jóvenes? ¿Ha preguntado alguien a Jeremiah si algún otro aceptó la invitación de Suma?
Dejó caer la mano libre en el regazo de Conner, la palma ahuecó la gruesa protuberancia, sólo sosteniéndola durante un momento. Los músculos del muslo de Conner se tensaron. Su cuerpo se tensó. Dio otro mordisco a la fresa y sonrió a Rio.
– Podríamos estar frente a un pequeño ejército de leopardos en ese complejo, ¿correcto?
Rio frunció el entrecejo e inclinó su silla atrás.
– Debería haber pensado en eso. -Miró a Conner-. Ambos deberíamos.
El croar de Conner para expresar su acuerdo fue un pequeño sonido estrangulado cuando ella comenzó a frotar lentamente, acariciando en círculos esa protuberancia dura y gruesa. La mano de Conner cubrió la de ella, apretando la palma contra él y manteniéndola quieta.
– Voy a preguntarle, veré si puedo conseguir una respuesta -dijo Rio. Empujó la silla.
Isabeau le miró irse con una pequeña sonrisa.
– ¿Qué crees que estás haciendo? -siseó Conner.
Ella levantó un hombro y le envió su mejor sonrisa de sirena.
– Jugar con fuego. Me gusta cómo quema.
– Sigue a ese ritmo y serás arrastrada bajo la mesa para darme un pequeño alivio.
Ella negó con la cabeza.
– No esta vez. Esta vez, insistiré en que encuentres un modo de darme a mí algún alivio. Mi gata no aflojará.
Él se recostó en la silla, los ojos se le habían vuelto dorados.
– ¿De verdad? ¿Te está dando problemas hoy? -Su mirada se volvió caliente.
Las llamas lamieron la piel de Isabeau. Trató de frotarle otra vez, pero él apretó los dedos sobre los de ella. Apartó la mano del regazo y le mordió las puntas de los dedos, enviando un espasmo de calor líquido rápidamente a su centro fundido.
– Es caliente como el infierno saber que necesitas mi polla enterrada dentro de tu ardiente cuerpecito. Debería atormentarte un poco y esperar hasta que me ruegues.
Ella se inclinó cerca de él, le lamió la oreja con la punta de la lengua. Los dientes le arañaron el lado del cuello.
– O quizá serás tú quien ruegue.
Él gimió suavemente.
– Me estás matando, nena, con todas esas mujeres que nos rodean. Y créeme, nos están mirando furtivamente. Puedo oír sus cuchicheos y sus risas.
– Las estoy obligando. Querían saber qué clase de paquete entrega mi hombre -susurró y le tironeó del lóbulo de la oreja con los dientes.
– Creo que están juzgando si tengo o no suficiente fuerza para resistir la pequeña tentación de una gata.
– O suficiente virilidad para hacer algo al respecto -contradijo ella.
Él se levantó tan rápido que volcó la silla. Con un movimiento rápido la cogió, la giró y se la puso sobre el hombro, cabeza abajo sobre la espalda. Una mano la sujetó con fuerza bajo el culo mientras salía del porche y se dirigía hacia el granero. La risa les siguió, el sonido tanto de hombres como de mujeres.
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