Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– Se han vuelto descuidados -continuó Elijah-. Deberían estar contigo en todo momento. Conner, o cualquiera de estos hombres, nunca estarían lejos de ti, aun si así lo quisieras. Se habrían asegurado de que firmaras un contrato vinculante con ellos sobre ese tema. Si te negaras, no te tomarían como cliente.

– ¿Marcos, no le dijiste a Philip que uno de las guardias era tu sobrino? -preguntó Imelda.

Marcos y Elijah intercambiaron una mirada de complicidad. Había cometido un error y no se había dado cuenta. La conversación había ocurrido antes de que Imelda hubiera llegado, lo que significaba que habían sido grabados y que ella ya había visto esas cintas antes de su llegada… algo que habían sospechado que pasaría.

– Es cierto. Dos de ellos lo son. Y uno está emparentado con Elijah.

Imelda encogió un delgado hombro.

– Ya ves, tus ayudantes son familia y no pueden confiar totalmente en nadie más para hacer el trabajo.

– Conner no es familia, pero es totalmente de confianza -objetó Elijah-. Pero claro, obviamente pensamos diferente. Sé que mis hombres no me traicionarían y no me preocupo si oyen por casualidad discusiones comerciales. Ellos se llevarían los detalles a la tumba.

Ella no se perdió la sonrisa satisfecha que intercambiaron los dos hombres. El líder de su equipo de seguridad había hecho una jugada tonta delante de los dos hombres que ella más quería impresionar. No perdonaría eso fácilmente. Durante un momento, la rabia negra brilló en sus ojos y luego recuperó su máscara de simpatía.

Conner salió, su expresión era ilegible.

– Esa habitación no es adecuada para una discusión, Marcos. -Había un carácter definitivo en sus palabras. Una orden, no una sugerencia.

Imelda estaba claramente intrigada por la forma en que le había ordenado a su patrón. Conner había estudiado cada detalle de su personalidad en la información que Río había reunido y ella no solo deseaba un macho fuerte, sino alguien que tuviera el control. Sus hombres no duraban mucho tiempo. Y su destacamento de seguridad probablemente sudaba sangre con ella. Un hombre como Conner Vega la seduciría de todos las formas. Él era claramente leal hasta el extremo, en completo control y dedicado a servir a su patrón. Y era superior a sus leopardos.

– Es ridículo -discutió Imelda, más porque deseaba desafiar a Conner, hacerse notar, que por cualquier otra razón-. Llevamos a cabo todos nuestros negocios en esa habitación.

La impasible mirada de Conner se posó sobre ella y luego volvió a Marcos.

– El cuarto está caliente.

Hubo un pequeño silencio. Marcos lentamente volvió la cabeza para contemplar a Imelda, su amigable comportamiento había desaparecido. Elijah dejó su copa, la encaró y no había ningún rastro de amistad. De repente se veía como cada centímetro de su reputación. Imelda era muy consciente de los otros guardaespaldas, moviéndose hacia posiciones donde pudieran interceptar a alguien desde cualquier dirección.

– No sé lo que eso significa -dijo Imelda, intentando permanecer tranquila. Nadie había desafiado jamás su autoridad antes… y había vivido. Justo en ese momento se sentía más cercana a la muerte de lo que jamás había estado antes. Era tanto aterrador como excitante. La amenaza estaba en el oro ardiente de los ojos de Conner. Él parecía imperturbable, pero tan peligroso. Su cuerpo se desbordó con la adrenalina, así también como con hambre repentina.

– Eso significa -explicó Marcos con impaciencia-, que ese cuarto está alambrado.

– Pensé que tendríamos una conversación amistosa -dijo Elijah-. Marcos me aseguró eso.

La comprensión llegó. Imelda había sido la única en insinuar a Philip que aprovechara su afición sexual y pusiera a sus criados a disposición de sus más ricos y diplomáticos «amigos». Grabar en vídeo indiscreciones, sobre todo cualquier fetiche o rasgos sádicos, asegurarían la obediencia inmediata. El dinero y los favores lloverían. La furia ardió por ella. Se giró hacia Philip.

– ¡Cómo te atreves! -No podía haber cometido el error de no saber que él gravaba sus conversaciones. Imelda tenía sus propios excesos sexuales. La paliza a un hombre o mujer y observar como su piel se marcaba mientras gritaban de dolor la encendía tanto y rara vez podía rechazarse a sí misma el placer, sobre todo si lo compartía con alguien que apreciaba la vista, como Philip. Él era un entendido en la tortura.

Retrocedió ante ella.

– Imelda. Sabes que no lo haría.

Ella miró de él a la imperturbable máscara de Conner. ¿A quién creer? ¿Sería Philip tan estúpido para arriesgar todo lo que tenían juntos? Ella le proporcionaba clientes. Compartían sus inclinaciones sexuales. Él estaba aterrorizado con razón.

– Muéstrame -desafió ella a Conner.

Él no obedeció su orden. En cambio miró a Marcos, quien asintió. Esto la llevó al límite. Este era su territorio y entre Philip y Martin Suma, su jefe de seguridad, ella parecía débil. Malditos fueran por eso. Necesitaba a alguien como Conner para comandar su seguridad.

Conner indicó a Philip que mostrara el camino de regreso a la habitación. Philip echó un vistazo a su reloj.

– Tengo invitados. Si quieres desmantelar el cuarto buscando un equipo inexistente, puedes hacerlo, pero sin mí.

– Philip -siseó Imelda entre dientes-. Entra en ese cuarto. -Ella quería matarlo en el acto. ¿Dónde infiernos estaba Martin? ¿U Ottila? Que los condenaran también. Fulminó con la mirada a su único guardaespaldas-. Haz que vengan aquí en este instante -prorrumpió ella.

Philip de mala gana entró en el cuarto, consciente de que Imelda estaría furiosa cuando averiguara lo que había hecho. No entendía como el guarda de seguridad lo había sabido. No había ninguna prueba, no podía haberla. ¿Entonces cómo? Despreciaba al guardaespaldas personal de Marcos. Bastardo pagado de sí mismo. Imelda babeaba ya sobre él como la perra que era. Retrocedió para observar al hombre dirigir su pequeño drama hasta el final. Realmente no había ningún modo de que pudiera saberlo. Pero la inquietud estaba allí. Incluso si el hombre no era capaz de demostrarlo, la semilla de la duda había sido sembrada en Imelda. Y esto significaba que tendría que marcharse rápidamente. Había amasado millones. Estaba preparado, pero este lugar era perfecto para un hombre como él.

Conner recorrió con la palma de la mano a lo largo de la pared, su expresión todavía inalterable. Si Imelda no sabía que las conversaciones en el cuarto eran grabadas y estaba seguro de eso ya que no había olido una mentira, entonces significaba que sus renegados no se lo habían dicho. ¿Por qué no? ¿Por qué no se lo habían advertido sus leopardos? Debían haber oído el chasquido cuando las grabadoras se activaban con el sonido de las voces. Había un débil zumbido cuando la conversación era registrada. ¿Qué pasaba con esos leopardos? ¿Y por qué no estaban protegiéndola ahora? Tenían que saber que la grabadora sería descubierta.

Isabeau. Su estómago se anudó. ¿Estaban tras Isabeau? Ella aún no había presionado el pequeño botón de alerta incorporado en su reloj. Dirigió una rápida mirada imperativa a Elijah, sin importarle en ese momento si los demás la captaban.

Elijah esperó un latido del corazón. Dos. Se dio la vuelta, miró la puerta causalmente y luego la bajó a su reloj.

– Mi prima está tardando mucho.

– ¿Tu prima? -repitió Imelda como si se hubiera olvidado de Isabeau.

Conner se dio cuenta que probablemente había sido así. Ella no notaba nada o a nadie a menos que tuviera que ver directamente con ella. Su mundo era muy estrecho y sólo la implica a ella.

– Quiero saber donde está en este momento -dijo Elijah bruscamente a Felipe.

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