– Ahora te tengo, bastardo. Tócala otra vez y eres hombre muerto.
El viento cambió y captó el débil olor de un felino. Sin dudar, saltó, llevando su rifle con él. Detrás de él, algo golpeó la rama en la que había estado con la suficiente fuerza para sacudir el árbol. Aterrizó en una pendiente y corrió rápidamente, lanzando el rifle sobre su hombro. Logró entrar en el denso follaje antes de dejarse caer sobre una rodilla y encajar el rifle contra su hombro. Permitió surgir a su felino, sus sentidos llamearon para leer la noche.
Estaban cazándolo. Definitivamente un leopardo. Probablemente Martin Suma.
– Sal, bastardo -siseó él entre dientes. No hubo ningún sonido, pero no lo esperaba. Los leopardos no hacían ruido. Podían adentrarse en una casa y seleccionar a su víctima en un dormitorio o incluso en una sala de estar donde la gente estaba reunida viendo la televisión y pasar desapercibido. Esto era más frecuente de lo que uno creería en el borde de la selva. No oiría a Suma. Y quizás tampoco lo olería.
Permaneció agachado, manteniéndose muy quieto, sin hacer ningún ruido. Suma tenía que saber que trataba con un leopardo. Y probablemente había captado su olor. No esperaría mucha oposición de un chiquillo inexperto. Era la única ventaja que Jeremiah tenía. Esperó, su corazón latía, esperando que de un momento a otro Suma cayera sobre él desde arriba. Su mirada continuamente barría los árboles sobre él.
El olor de piel mojada golpeó sus fosas nasales y se dio la vuelta, apretó el gatillo ante el leopardo que surgió de la maleza a su izquierda. Rodó, disparó otra vez desde esa posición y siguió rodando. El leopardo gruñendo de dolor, rugió una vez y atacó. Jeremiah saltó poniéndose de pie, alzó el rifle por tercera vez, pero el leopardo lentamente se adentró en la maleza. Sabía que eso era mejor que continuar. Pudo ver un rastro de espesa sangre. Había acertado, pero no era un tiro mortal. Un leopardo herido era muy peligroso.
Jurando, puso el arma en los hombros y trepó rápidamente el árbol, agradecido por las horas que Río y Conner le habían obligado a seguir practicando. Si algo le hubiera pasado a Isabeau, nunca se perdonaría. Ahora tenía que preocuparse de no dejar rastro así como de impedir que fuera atacada y posiblemente secuestrada. ¿Dónde infiernos estaban todos?
* * *
– No capté tu nombre -dijo Isabeau, deteniéndose un momento. Lo había llevado a campo abierto y seguramente estaba a salvo ahora. Si pudiera detenerlo por el tiempo suficiente, Alberto o Harry podrían llegar buscándola. O podría intentar gritar, pero temía que eso pudiera provocarle.
– Ottila Zorba. -Sus ojos iban misteriosamente del verde al amarillo, los ojos de un gato brillando por la noche. Él se acercó más-. Ven conmigo sin luchar. No me hagas matar al anciano.
Ella tragó con fuerza.
– No estoy lista. Lucharé contra ti a muerte y sabes que lo haré. ¿Por qué crees que mi felino permitiría esto?
Él sonrió.
– Finalmente tu gata surgirá y cuando lo haga, ella necesitará un compañero.
Pero no tú. Nunca tú . Ella no dejaría que eso sucediera. Ella mantendría el control sobre su gata. La pequeña fresca sentía definitivamente los efectos del celo, pero obedecía a Isabeau más fácilmente.
– ¿Y luego qué, señor Zorba? ¿Cree que viviremos felizmente por siempre jamás?
Él sonrió y no fue agradable.
– Al menos yo seré feliz. Si tú lo eres o no depende completamente de cuánto quieras cooperar.
Él la alcanzó, sus manos se curvaron alrededor de sus antebrazos con gran fuerza. En vez de luchar, ella alzó la mano intentando tirar del broche de su cabello. Él se rió y se inclinó cerca.
– ¿Crees que tu amigo me pegará un tiro? Oteamos los árboles en el instante que nos dimos cuenta que eras leopardo. Era evidente que tendrías a alguien en el dosel. Probablemente ya está muerto. Martin no falla.
Ella cerró los ojos brevemente, su corazón latía desbocado, con miedo.
– Si fuera así él te estaría echando una mano. -Trató de zafarse pero el movimiento sólo apretó su agarre sobre ella.
Él la observó con lascivia.
– Compartimos todo. Siempre compartimos todo.
Ella se estremeció.
– ¿No te basta con Imelda? Ella es tan pervertida como tú.
Él se rió.
– Le gusto, es cierto, pero es asquerosa. Y no es un leopardo. Después de un par de veces, no podemos soportarla.
Dejó de luchar y permitió que la llevara un par de pasos. Respiró profundamente en ambos pasos y convocó a su gata. Para su conmoción, el leopardo hembra contestó, rugiendo su rabia, el sonido hizo eco a través del jardín, las garras surgieron por las yemas de los dedos y envolviéndola con su fuerza interior, le permitieron retorcerse para liberarse, atacar y rasgar carne. Saltó y giró con la flexibilidad de la columna felina, luchó contra su apretón. La sangre caliente cayó como un rayo a través de los árboles y salpicó sobre vides y hojas, manchando su vestido.
– Gata salvaje de mierda -gruñó él-, vas a pagar por esto.
Ella alzó la barbilla.
– Vamos, mátame. Veamos lo que dice tu amigo.
– Oh, no te mataré, pero tengo muchas formas para hacerte lamentarlo. He aprendido una cosa o dos de Imelda.
Su estómago dio tumbos. Intentó recordar lo que Conner le había dicho. Había retrocedido ante Ottila hace poco para hacerle salir a campo abierto. Pero retroceder ahora le atraería a ella y estaría en desventaja. Tenía que caminar a un lado, mantener sus pies firmes, no flexionados. Él no sería sorprendido dos veces por su gata.
Ottila la alcanzó otra vez y el sonido del amartillar de una escopeta fue fuerte. Ottila se dio vuelta hacia el sonido sin expresión. No se molestó en limpiarse la sangre de la cara o pecho. Esta goteaba de las heridas de garra de sus brazos. Él se rió de Harry.
– ¿Estás seguro que quieres ser parte de esto, Harry? Sólo vete y seguirás con vida. No sólo te mataré, sino que mataré a tu jefe también. Esto no es de tu incumbencia.
– Ella está bajo mi cuidado -dijo Harry-. Isabeau, camina hacia mí.
– No te atrevas a moverte, Isabeau -siseó Ottila-. Te mataré antes de que él consiga disparar y luego tendré que matar al anciano.
– Mata a Alberto, e Imelda nunca te dejará vivir. Te perseguirá y ningún lugar será seguro para ti. Matará a cada hombre, mujer y niño por el que te preocupes -prometió Harry.
Isabeau alzó la mano.
– Harry, no te quiero a ti y a Alberto en medio de esto. Elijah vendrá tras de mí. Y su equipo es letal. Iré con él.
– No creo eso, Isabeau.
Una nueva voz llegó desde detrás de Ottila. Confiada. Acentuada. Tan familiar. Isabeau miró más allá de Ottila y vio a Felipe y no pudo evitar que el alivio la embargara. Ella había visto a Felipe en acción y era rápido. Muy rápido.
– Harry, gracias. Puedo encargarme desde aquí. No dejes al anciano solo -dijo Felipe.
Ottila giró y esta vez mostró las palmas en rendición. Esperó hasta que Harry asintiera y se alejara antes de hablarle a Felipe.
– Puedo ver que tendré que trabajar con más fuerza para conseguir a mi mujer.
– Puedes elegir una diferente.
– Tiene tantos olores sobre ella, no puedo encontrar uno en particular. Eso me dice que no está apareada y por lo tanto tengo tanto derecho como cualquier otro para intentar aparearla.
– Somos su familia y decidimos alejar la mierda de ella.
Ottila se adentró en la maleza, alejándose de Isabeau.
– Ella es una pequeña bruja.
– Veo que no te fue bien en tu noviazgo.
– Las brujas son la mejor clase -dijo Ottila-. Duran más tiempo y te dan pequeños fuertes. -Miró a Isabeau a los ojos-. No me has visto por última vez.
Читать дальше