Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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Marcos vaciló.

– Ambos. Y la pequeña prima. Parece llevarse bien con mi abuelo. Él puede entretenerla mientras hablamos.

Mientras hablaba, su mano acarició su garganta. Sus ojos estaban sobre Conner, brillando con promesa. Él no respondió, pero su mirada se deslizó sobre ella, demorándose durante un momento en sus senos, como ella deseaba. Imelda estaba caliente, sonrojada, mojada sólo por una única mirada despectiva. Tan de improviso. Como si ella no significara nada, pero él estaba interesado, estaba segura de eso.

Ella suavizó su voz y se obligó a mirar a Marcos.

– Vamos. Encontrarás que el alojamiento es de tu gusto.

– Es una gran distancia para viajar, Imelda -eludió Marcos, forzando su mano.

– Tengo muchas habitaciones para todo tu grupo. Los dormitorios están vacíos y podrías quedarte unos días. -Ella quería tiempo con su guardaespaldas-. No pienses en ello como trabajo. Puedes divertirte todo lo que quieras. Tenemos todo lo que puedas imaginar o necesitar.

Marcos se giró hacia su amigo.

– ¿Elijah?

Elijah se encogió de hombros.

– Dale un par de días para ocuparse de este asunto -él indicó el cuerpo y a Philip-. Veré qué Isabeau esté bien y luego seremos libres de aceptar la oferta de Imelda. -Sus fríos ojos negros encontraron los de ella-. Les puedes dar las coordenadas a mis hombres.

Imelda inhaló aire, como una demente excitada. Lo que podría haber sido un desastre había resultado ser perfecto.

Elijah miró su reloj.

– ¿Dónde infiernos está Isabeau?

Ella no había oído que el hombre jurara. O que la preocupación ribeteara su voz. Nada lo había indicado, pero esa pequeña oración delató su debilidad. Isabeau. La poca cosa de la prima. Debería haber procurado instruir a su abuelo que la vigilará con cuidado. Pasar por alto detalles así podía arruinar los planes de cualquiera. Isabeau, una potencial mosca en la miel.

– Shane, por favor averigua por qué Martin u Ottila no han contestado. Quiero asegurarme que están cuidando de mi abuelo y de la queridísima prima de Elijah. -Ella se levantó elegantemente-. Permanece aquí y asegura la puerta, no dejes pasar a nadie. -Ella sonrió a los dos hombres-. Os llevaré al jardín y personalmente me ocuparé de esto. No os preocupéis del lío.

– Había una señorita, una criada… -informó Marcos.

– Teresa -añadió Imelda, mostrando otra vez que había tenido acceso al vídeo antes de llegar.

– Me gustaría que nos acompañara.

La sonrisa de Imelda era toda inocencia.

– Eso puede arreglarse, Marcos. -Comenzó a salir al pasillo, pero Conner dejó caer una mano en su hombro para impedirle marchar. Alzó la vista hacia él por encima del hombro, su expresión sumisa, arqueando una ceja. Deliberadamente ella miró la mano sobre su hombro.

– Voy primero. -Su voz fue firme. Imperativa, dejando claro que sería obedecido. La mano permaneció en su hombro. Él esperó para que ella sintiera el calor extendiéndose-. Para asegurarnos que es seguro para ti. -Añadió las dos últimas palabras deliberadamente como una conexión. Ella se repetiría a sí misma esas palabras múltiples veces, convenciéndose de que él le enviaba un mensaje privado, de que tenía la posibilidad de alejarlo de su patrón. ¿Qué mejor camino que utilizar la atracción sexual?

Imelda se ruborizó e inclinó la cabeza, como la princesa al campesino. Él quitó la mano, pero lentamente, permitiendo que su palma se deslizara en una caricia sobre la nuca de su cuello. Ella tembló. Su felino rugió con rabia, escupiendo y gruñendo, merodeando cerca de la superficie de tal modo que él sintió el dolor en sus músculos y mandíbula.

Ella capturó el brillo nocturno en sus ojos que eran completamente felinos, la abrasadora y fija mirada que la desconcertaba. Obligó a su leopardo a estar bajo control. Pronto , prometió y avanzó delante de ella en el pasillo. Cuando la adelantó, dejó que su cuerpo rozara contra el de ella, piel contra piel. El jadeo de Imelda fue audible, su mirada caliente, sin equívoco sobre su intención sexual. Consiguió un olorcillo de su excitación y le enfermó. Se sintió sucio. ¿Cómo podía ir donde Isabeau después de tocar a Imelda, de dejarla creer que se acostaría con ella?

Maldiciendo por lo bajo, barrió el área y anunció que estaba despejado. Abrió el camino hacia el jardín, sin mirar a Imelda otra vez. Podía olerla. Oír su respiración. Eso era suficiente malo.

* * *

Jeremiah juró quedamente y cambió de posición por tercera vez, rezando por poder conseguir una línea más clara de visión. Había visto al leopardo renegado. Ottila, el tranquilo. Suma daba todas las órdenes y se pavoneaba como un pez gordo. Jeremiah estaba impresionado con él, sobre todo cuando ostentaba todo ese dinero por allí. Ahora no era tan cierto que Suma fuera el único observador, no después de estar cerca de Conner, Río y los demás.

– Vamos sal, Isabeau. Sal a campo abierto -susurró él suavemente-. ¿Sabes que estoy aquí, verdad? Ven sal, dulzura, sólo sal de tu pequeño escondite.

Tenía un tiro claro a casi cualquier mira en el lado sur, a excepción del área en la que ella había decidido entrar. ¿Qué la había poseído para entrar en un área tan densa de maleza que él no tenía ninguna esperanza de ayudarla? En el momento que vio a Ottila escabulléndose en el perímetro del jardín, deliberadamente evitando al anciano en la silla de ruedas y su guardia, supo que el renegado no andaba en nada bueno. Isabeau estaba demasiado cerca de su cambio. Incluso él había sido afectado, a pesar de su código moral.

Se limpió las gotas de sudor de la frente con la manga.

– Vamos sal, Isabeau. Muéstrate. Sal a campo abierto.

Las hojas de un gran arbusto se balancearon ligeramente, dándole una dirección, pero no pudo ver su objetivo. Esperó, reteniendo el aliento, sin apartar nunca los ojos de la mira. Sabía la distancia, el viento, cada variable que podría necesitar, cada cálculo, pero no podía conseguir ver al objetivo. Sabía que estaba allí. Podía visualizarlo. Podía saborearlo. Pero no podía verlo.

– Mierda. Mierda. Mierda. -No iba a fallar, no la primera vez que tenía una oportunidad de probarse a sí mismo. Y si fallaba, perderían a Isabeau. Sin contar el hecho de que Conner lo mataría, no deseaba que nada le pasara a ella. Le gustaba… como una hermana, por supuesto.

Comenzó a lloviznar, constante, pero la ligera lluvia hizo resbaladiza la rama del árbol. Se movió, intentando observar detenidamente a través del follaje. Su corazón saltó. Captó un vislumbre de azul. Isabeau definitivamente usaba un vestido azul. Él mantuvo su mirada fija en ese pequeño trozo de tela. Ella se movió otra vez, lentamente, centímetro a centímetro.

– Buena chica -murmuró él-. Ven con papá.

Ahora podía ver una vaga sombra en el profundo follaje. Negro. Ottila iba de negro, pero muchos de los guardas de seguridad también. Parecía ser un color popular. Incluso Elijah se había puesto una camiseta negra. Frustrado, tomó un profundo aliento. Gran parte de su trabajo era ser paciente. Sabía que podía hacer el tiro si podía obtener una mira. Se deshizo del miedo por Isabeau y la irritación por no tener una mira. Vendría. Ella estaba trabajando en eso.

– Estoy aquí, dulzura -aseguró él-. Tráelo a mí.

La tela azul se esfumó otra vez. Ella no corría. Buena chica. Tenía coraje. Ella dio otro paso y esta vez pudo ver su perfil. No se había quitado el broche de su cabello, aunque su pelo estaba despeinado, mechones caían alrededor de su cara. No miró hacia él; mantuvo su atención concentrada en el hombre que estaba seguro era Ottila tras ella.

Una mano apareció y presionó, los dedos se separaron sobre su vientre. Él sabía el significado de ese gesto en una mujer sufriendo las convulsiones del Han Vol Dan. Ella frotó y apartó la mano, para luego retroceder unos pasos más hasta que estuvo totalmente a campo abierto. Jeremiah sonrió y encajó el ojo en el lente

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