Felipe giró abruptamente sobre sus talones y se marchó.
Imelda suspiró.
– Esto es una locura. La muchacha no está en ningún peligro y no hay nadie registrando nuestras conversaciones. Ella está con mi abuelo. Él se asegurará que no sufra ningún daño.
Conner estrelló el puño contra el revestimiento de madera, sin molestarse en encontrar el interruptor escondido, revelando simplemente el equipo de audio. Era mucho más satisfactorio y dramático destruir la impecable pared.
Imelda jadeó y giró con una mirada acusadora hacia Philip.
– Gusano traidor -exclamó ella-. ¿A quién planeabas darle las cintas? ¿A la policía?
– Supongo que tienes asegurada a la policía en tu bolsillo -dijo Marcos y se sentó en una silla, sacando un puro de su bolsillo-. ¿Te molesta, Imelda?
Ella inhaló profundamente y se forzó a recuperar el control.
– No, por supuesto que no, Marcos. Eres mi invitado. -Lo dijo deliberadamente. No había escapatoria para Philip. Ya era hombre muerto y debía saberlo. Sería demasiado tonto intentar enfrentar su fuerza de seguridad con la de ella, ya que él tenía a guardias aficionados. En cambio sus hombres eran combatientes entrenados. Y ella tenía a los leopardos. Nadie más tenía a los leopardos… a menos que… ella realmente observó a Conner, la especulación llenaba sus perspicaces ojos.
Conner encontró su mirada con ardientes ojos dorados, ojos de leopardo. La observó jadear y luego tratar de cubrir su complacido conocimiento. Sabía que el cerebro femenino corría, intentando decidir sobre los demás. Ellos tenían una constitución similar. Todos poseían esa aura magnética de peligro. Y ella probablemente creía que existía una clase de jerarquía en la especie leopardo y que él era de alguna manera superior a Martin.
Procura lealtad. Sintió desprecio por una mujer que no se daba cuenta de que un leopardo que podía traicionar a su propia gente, podría engañar a su patrón el doble de rápido. Ella debía saber eso.
– Philip, siéntate -prorrumpió ella, obligándose a apartar su mirada de Conner-. No irás a ninguna parte hasta que aclaremos esto.
– No tenía idea de que hubiera grabadoras aquí -se quejó Philip-. ¿Crees que tengo una vena suicida? Me siento aquí y converso contigo. Lo que sea que te condene, me condena. Tienes más de mí que cualquier otra persona viva en la tierra. ¿Cuál sería el punto, Imelda? Alguien me tendió una trampa.
Él mentía, sabía sobre la cinta, pero lo de la trampa era una posibilidad. Si no había pensado en esto por sí solo y él estaba en lo correcto, el asunto sería entonces que alguien más le había persuadido para grabar las conversaciones. ¿La policía? ¿Era alguien que no estaba en el bolsillo de Imelda y que en secreto la investigaba? Conner volcó esa posibilidad en su mente. No era probable. Ella tenía demasiados funcionarios en su nómina y habría conseguido un aviso sobre esto. No, era alguien más.
– Alguien me tendió una trampa -imitó Imelda-. ¿Esperas que crea eso, Philip? -Ahora que sabía que Marcos y Elijah creían que era inocente, podría disfrutar viendo a Philip retorcerse. Él amaba controlar a otros. Amaba verlos suplicar, intentar complacerlo, arrastrarse hacia él y besarle los pies mientras él continuaba con sus planes de dolor y muerte para ellos. Le había visto matar numerosas veces. Una vez se había portado tan tiernamente con una mujer después de azotarla brutalmente con la fusta que ella se había creído su actuación en todo momento hasta que le cortó la garganta mientras la consolaba. Los ojos de la mujer habían permanecido fijos sobre ella en todo momento y había sido… delicioso… verla morir.
Imelda se rió de Philip. Fría. Complacida. Le mostraría al mundo lo que le pasaba a quien intentaba traicionarla.
Él empezó a sudar profusamente, el miedo impregnaba el cuarto.
– Quizás deberíamos cerrar la puerta para mayor privacidad -sugirió ella a su único guardaespaldas.
– Mátalos -gritó Philip a su guardia-. Mátalos a todos ellos. -Él se zambulló detrás de su silla.
Su guarda alzó el arma automática, su rostro era una máscara de miedo y determinación. Conner lo mató, golpeando una garra a través de su garganta y quitándole el arma de la mano justo cuando Río y Leonardo empujaban a Marcos y Elijah al suelo, cubriéndolos. Ambos habían desenfundado sus armas, pero apuntaban tanto a Philip como al único guardia de Imelda.
Ella se levantó elegantemente, pasó por encima del muerto y cerró la puerta.
– Muy impresionante. ¿Cómo hiciste eso? -señaló la garganta desgarrada.
Conner no contestó. Mantuvo a los demás cubiertos mientras Río y Leonardo ayudaban a Marcos y Elijah a ponerse de pie. Río tiró de Philip y lo lanzó a una silla. Philip aterrizó con fuerza y presionó una temblorosa mano sobre su trémula boca.
– Gracias -dijo Imelda, dirigiendo a Conner una sonrisa tímida-. Me salvaste la vida.
Él no indicó que había salvado la suya así como la de todo su equipo. A duras penas inclinó la cabeza y por primera vez permitió que su mirada fuera a la deriva perezosamente, un poco insolentemente, sobre el cuerpo femenino. Observó el prominente pecho y sus uñas rojas trazando una línea desde su garganta hasta el montículo de sus senos. Ella se movió en la silla, permitiendo que su vestido se deslizara por su muslo. No había líneas de ropa interior en ninguna parte del traje. Ella le sonrió, su lengua lamió su labio inferior.
– Sugiero que nos marchemos inmediatamente -dijo Río.
– ¿Y eso por qué? -preguntó Imelda, aún mirando a Conner.
– Hay un cadáver en el suelo, Imelda -indicó Marcos-. No quiero que mis hombres sean interrogados por la policía, tampoco quiero tener nada que ver con esto. Podemos encontrar otra ocasión… quizás en un lugar más apropiado. -Él comenzó a levantarse.
– No, no -frunció el ceño Imelda-. Podemos fácilmente deshacernos del cuerpo. Eso no es problema, ¿cierto, Philip? -Ella le envió una sonrisa venenosa-. Philip es un maestro en deshacerse de los cuerpos, ¿no es así, dulzura?
El hombre estaba tan pálido que parecía un fantasma.
– Imelda…
– No lo hagas -siseó ella, su sonrisa se desvaneció-. Me traicionaste.
– No lo hice.
Lo sentenció con un movimiento de la mano y miró fijamente a su guardaespaldas. Él inmediatamente se dirigió hacia Philip y estrelló la culata de su arma en la cabeza del hombre.
Imelda sonrió otra vez.
– Creo que debemos hablar, Marcos. Me ocuparé del cuerpo y nadie sabrá jamás que hubo un problema. Philip será encontrado muerto y la policía descubrirá que él iba con frecuencia al cementerio. Todas esas mujeres desaparecidas durante los últimos años podrían ser encontradas. -Cruzó una pierna sobre la otra y balanceó su tobillo, casi dándole un puntapié al guardia muerto en el suelo delante de ella.
Conner no tenía idea sobre qué cuerpos estaba hablando, pero la idea de que sabía que había mujeres que estaban siendo asesinadas y que no había hecho nada, le puso enfermo. Tenía que marcharse pronto o la haría volar y la mataría ahí mismo antes de que entraran en su complejo y encontraran a los niños. Lo consideró. ¿Si ella muriera, algún subalterno liberaría a los niños, o los mataría? Era un riesgo demasiado grande.
– No, no. -Marcos alzó la mano-. Tenemos que irnos ahora, Imelda. No corro riesgos con mis hombres. -Él se levantó de la silla y la apartó-. Elijah, tenemos que irnos ahora.
Río ya estaba en movimiento, indicando al guardia de Imelda que saliera de su camino.
– Vamos a mi casa, Marcos -invitó, desesperada por impedir que su oportunidad se escabullera. Tal vez podía hacer negocios con ambos, y deseaba ver a Conner otra vez, tener la posibilidad de alejarlo de Marcos. Con Philip fuera, necesitaría un socio. Él parecía bastante frío, despiadado y suficientemente peligroso para ser el que había estado buscando.
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